martes, 23 de diciembre de 2014

Crónicas Invisibles (III). El abuelo Stiff


Siempre se había sentido orgulloso de su nieto, un rubito de carrillos sonrosados que apuntaba maneras desde pequeñito, cuando se acurrucaba entre sus piernas para escuchar las terribles historias de marineros sin escrúpulos que le contaba el abuelo. Sabía que podía esperar mucho de él, o al menos, así se lo indicaba una socarrona sonrisa que el infante esbozaba ante el terror y la desesperación que llegaban a sus tiernos oídos en forma de historias para no dormir.
Condescendiente, bizquea al otro lado de la ventana, en los instantes previos al sueño nocturno, en los que su vástago se afana en la siembra de imágenes terroríficas y desafortunados cruces del destino que un poco más tarde rendirán tremendas pesadillas al gusto del impúber. La linterna en el sobaco y ese morbo de lo vetado, que se hace con nocturnidad al abrigo de las sombras que proyecta la luna, produce si cabe mayor gozo y deleite, a sabiendas de que por la noche las tapas de las tumbas se encuentran más ligeras que bajo la luz del día.

Si querido, aprende de los ecos que la desesperación y la oscuridad producen al retumbar en el más allá. El sufrimiento ajeno es divertido y algún día te haré saber que los que como tú y como yo así disfrutamos, hemos de pagar el precio del eterno deambular, descarnados como si fuéramos pastores de las pesadillas del mundo.

martes, 2 de diciembre de 2014

Crónicas Invisibles (II). Frankenstein – Boris Karloff


Monstruo mascota, sensibilidad reptiliana a flor de piel. Unes cuatro miembros a una cabeza humana y ya lo tienes, asombro por la Naturaleza, actitud reverencial, asombro naif por la percepción sensorial. Sólo una niña es capaz de extraer la bondad del monstruo, una bondad irracional, inconsciente y por tanto, pura. Quizá el monstruo hubiera tenido posibilidades de un posible desarrollo social pero sin embargo, al final al monstruo le falta un tornillo, el que conecta la corteza prefrontal, así que una niña y una flor son exactamente lo mismo y ya la hemos liado. La creación del doctor es imperfecta, se olvidó de la empatía pero aun así, este monstruo de Boris Karloff tiene un no sé qué de entrañable que se hace querer. Pobre criatura.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Crónicas Invisibles (I). Neuronium: Chromium Echoes: Prelude


Allá, en los confines del Universo un grupo de almas ascienden en armonía hacia la plenitud, juntas pero en soledad. Soledad del pasado, del pasado resignado, del pasado remoto. Pequeñas motas espirituales en suspensión, llevadas sin resistencia por el vaivén de las olas del tiempo, asustadas por los ecos de una bandada de gaviotas. Resignada armonía de lo incompleto que sigue su camino hacia la plenitud, hacía la fusión oceánica del todo. Sólo cruzan sus miradas, no pueden tocarse, caminan solas, como vinieron al mundo que ahora abandonan. Nadie desafía su destino, el destino olvidado en un rincón del Universo que viaja implacable y pausado mientras arrastra las almas ya gastadas hacia la última morada, hacia la fusión con el SER.



domingo, 2 de noviembre de 2014

Parapsicología popular

A lo largo de la historia, los seres humanos hemos ido conquistando poco a poco parcelas de mayor libertad y respeto hacia nuestros semejantes hasta alcanzar el que consideramos el sistema más justo a la hora de regir los asuntos sociales, la democracia.
Por otro lado, si nos fijamos en la clásica fenomenología con la que se suele manifestar el más allá en el más acá, podremos constatar que los fenómenos se han ido popularizando con el tiempo hasta alcanzar mayores cotas de democracia, repartiendo fantasmas y apariciones entre todos los seres humanos con independencia de su clase o estatus social. De esta manera, el abuelo muerto se puede aparecer tanto al príncipe, como al marqués o al plebeyo, sea para ayudar a  los vivos o porque tenga algún desasosiego que no le permita el eterno descanso.
Por tanto, este comportamiento constatado da validez a la sentencia que dice que todos somos iguales ante la muerte, que la muerte es el gran rasero que nos quita los galones y nos hace ingresar en nuestra nueva “vida” con una mano delante y la otra detrás. Así, resulta que la Parca es la encargada de bajarles los humos a los ricos y poderosos y entregarles una dosis de dignidad a los muertos pobres, al más puro estilo Robin Hood. O sea que, la Parca se rebela contra la desigualdad y no hace nunca ascos por tener más o menos dinero o poder.
De esta manera, a finales del siglo XX se produjo el advenimiento de la parapsicología de clase media, en la que ya no se movían vetustos muebles, ni caían cuadros del tatarabuelo con pesados marcos de bronce, o se balanceaban lámparas de lágrimas sobre espaciosos salones de baile. Lo de nuestros días es más liviano, básicamente porque el mobiliario domestico se ha aligerado sobremanera, el plástico ha invadido nuestros hogares y la limitación de espacio no hace aconsejable el uso de objetos densos. Sin embargo, este adelgazamiento de la materia no ha sido óbice para que deje de bailar al son de las fuerzas sobrenaturales. Ahora, son los cuadros con marcos del chino y los muebles del Ikea los que se agitan al compás de espíritus descontentos y entidades de diversa calaña y condición.
Ante esta situación, siempre me ha resultado curioso el hecho de que toda la fenomenología poltergeist pudiera ser contenida entre las cuatro paredes de papel de un humilde piso en un barrio obrero, pongamos por ejemplo Vallecas. Queda ya muy lejos la eterna imagen de la casa encantada, con su silueta recortada por el atardecer sobre la colina y un pasado luctuoso a sus espaldas como garante del desasosiego que allí se percibe. Incluso, el actual apiñamiento en el que gusta vivir al ser humano moderno hace temer que los entes, poco acostumbrados a barreras físicas, puedan errar su destino y darle la murga al vecino de al lado que se encontraba en paz con los asuntos no terrenales. Así que, las comunidades de vecinos han de hacer frente a ruidosos inquilinos de pisos hipotecados que, mayormente por las noches, se dedican a redecorar con vehemencia el viejo papel floreado de las paredes, a maltratar las ajadas puertas huecas de los 70, a quemar los retratos que lucen en la alacena al lado de las figuritas del último roscón de Reyes y a poner en movimiento todo tipo de objetos como la paletilla de jamón que cruza el espacio aéreo de la cocina, el vaso de Duralex que se estampa contra la pared o el jarrón con flores de papel que descansaba plácidamente sobre el taquillón del recibidor.
Los investigadores recaban con ahínco que pudo pasar en el número 27 de la calle Topete para justificar los fenómenos observados en el 3º derecha pero el grado de masificación del terreno urbano es tal, que se hace muy difícil delimitar los contornos físicos de la tragedia que parece aflorar en el desafortunado piso. Así es la parapsicología popular, revestida de cotidiana humildad y quizá por eso más temible. Las fuerzas del más allá no hacen distingos y quizá su comunidad esté a punto de convertirse en el siguiente poltergeist urbano.

martes, 9 de septiembre de 2014

El sueño de los corderos


Haciendo una clasificación simplista de las personas, podemos decir que siempre ha habido de dos tipos, los lobos y los corderos. Es tan intuitivo que no necesito explicar los rasgos diferenciales de estas dos clases de individuos, así que daré por sobreentendido que todo el mundo sabe cómo se comportan los lobos y cómo se comportan los corderos en la vida, en la familia y especialmente en un entorno laboral.
Curiosamente, a pesar de que las dos especies han coexistido a lo largo de la historia, y de hecho se autodefinen mutuamente, es decir, la una existe por la otra y viceversa, hay épocas de lobos y épocas de corderos que se alternan sin solución de continuidad.
Por definición los lobos siempre atemorizan y controlan a los corderos pero hay matices. En época de lobos, los perfiles competitivos, egocéntricos, individualistas y aduladores están de moda, son lo más, lo que se lleva. Los corderos no tienen más opción que obedecer si no quieren ser devorados por los altivos lobos. En contraposición, en época de corderos, la solidaridad, el trabajo en equipo, el compañerismo, la ayuda desinteresada y dejar que los hechos hablen de cómo son las personas es lo que se lleva, lo que está bien visto. Así que los lobos no saben cómo pasar desapercibidos escondiéndose debajo de su disfraz de blanca lana.
Lo sucesivos reinados se encadenan necesariamente, como la noche y el día, o como el ying y el yang. Las guerras suelen oler a lobo mientras que los periodos de paz constructiva huelen a mullida lana.
¿Sabéis a qué me huele ahora el ambiente? Sí, lo habéis adivinado. Huele a carnívoro que echa para atrás. La negra pata empezó a asomar por el umbral de la puerta con el inicio de la crisis, en el ya lejano 2008. Desde entonces, la jauría se ha ido arremolinando a la puerta de casa poniendo a los corderos cada vez más nerviosos. Los piadosos lobos que habitaban entre los corderos, se han  quitado ya el disfraz y han empezado  a anunciar que esta forma de ver la vida es la correcta, que ya lo decían ellos. Y los corderos han empezado a desilusionarse, a sentir que no entienden nada, que no todo es el trabajo abnegado que siempre es reconocido. Los corderos sienten que su era ha pasado, que es momento de ponerse a cubierto si no quieren ser despedazados por la jauría. Antes lo daban todo por la causa, el 120% y el reconocimiento de sus jefes les valía como fuente de motivación. Ahora, sus jefes les dicen que han de adaptarse a los nuevos tiempos, que no sólo hay que valer sino figurar y los corderos consideran que un 100% de rendimiento es lo justo para no levantar sospechas.
Si bien es verdad que los corderos añoran aquellos tiempos ingenuos, en los que todos caminaban por la misma senda si querían ser algo, la senda del esfuerzo. Los pobres corderos no saben vivir de otra forma, les falta picardía por definición, no tienen remedio.
Por suerte o por desgracia, a los corderos sólo les queda despertar a bofetadas de su antiguo sueño y, si lo desean, seguir soñando despiertos.
¿Tú qué eres, lobo o cordero?

viernes, 8 de agosto de 2014

Selfies


Cada día que pasa son mayores las señales y los signos que nos indican como la sociedad actual se ha encaminado hacia el mayor egocentrismo narcisista de la historia.
Más que caminar, galopamos hacia el absoluto encumbramiento del “yo”, con una visión de la realidad construida alrededor de nosotros mismos, que se ha desprendido ya sin tapujos de la pesada carga de considerar las opiniones y gustos de los demás seres humanos que nos rodean, pareja, hijos, familia, amigos, etc…
Quien mejor que yo mismo me puede proporcionar placer y satisfacción sin tener que someterme a la frustración que seguro me acarreará el intento de construir otras relaciones humanas. No hay nadie que conozca mis gustos mejor que yo mismo. Si es mi cumpleaños, quien me va a hacer un mejor regalo que el que me pueda regalar yo mismo.
Otro de los signos de nuestra era es la falta de tiempo, es decir, la necesidad de conseguir recompensas psicológicas se vuelve acuciante, rápida y obligatoriamente práctica. Quien si no nosotros mismos nos podría devolver esas recompensas o ese placer de forma rápida. Sólo nosotros mismos podemos autocomplacernos de forma rápida y eficiente, de forma cada vez más depurada y sumisa, siguiendo los dictados de nuestro tirano interior.
Es decir, a pesar de estar hipercomunicados a través de las redes sociales y una miríada de canales de información, tendemos irremediablemente hacia la más absoluta soledad autocomplaciente. Hemos descubierto que nadie mejor que nosotros mismos nos puede proporcionar la felicidad y en este siglo XXI nos hemos quitado ya las máscaras de lo socialmente correcto para abandonarnos a lo que nuestra mente nos dicta como la mayor fuente de placer: nosotros mismos.
La cosa empieza a ser descaradamente aparente, con manifestaciones como la moda de “hacerse un selfie”, cuya interpretación nos dibuja una sociedad narcisista constituida por “yos” individuales que en realidad no interaccionan ni se mezclan pero sí se intercambian y se enseñan su “yoidad”. También es cierto que esta moda del selfie ha sido impulsada por dos hechos tecnológicos fundamentales, por una parte todos tenemos teléfono móvil con cámara y por otra, estos mismos teléfonos han empezado a incluir cámaras en ambos lados del terminal, lo cual nos ha permitido capturar la codiciada imagen especular de nosotros mismos. Narciso se enamoró de su imagen reflejada en las aguas de una fuente, nosotros hemos cambiado esas cristalinas aguas por la pantalla de un móvil pero también estamos enamorados de nuestra imagen y por ello la exhibimos enviándola a todos nuestros conocidos de la lista de contactos.
Dentro de la galaxia de recompensas psicológicas y placeres que los humanos podemos alcanzar, el sexo ocupa un lugar central, básico, casi de naturaleza animal. Pues bien, aquí también está sucediendo el fenómeno de la autocomplaciencia, que no es otra cosa que el onanismo. De nuevo, quien mejor que yo mismo me puede proporcionar placer sin los agotadores prolegómenos sexuales, el aburrido cortejo y la estresante necesidad de tener que considerar el placer del otro miembro de la pareja. La masturbación y el consumo de pornografía, es mucho más sencillo, práctico y rápido en cuanto a la obtención de placer sexual se refiere. La relaciones humanas son demasiado complejas, cansan, y en este siglo XXI, por fin nos hemos decidido a dar el paso y decir basta, existe un camino más fácil hacia la felicidad que no es otro que el camino de Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como.
Este hecho está haciéndose muy patente en países como Japón, con una industria pornográfica en apogeo y una sociedad que se ha lanzado a la autocomplaciencia sexual, como lo describe la sexóloga japonesa Mayumi Futamatsu en su libro “La habitación de al lado”
Asimismo, una nueva categoría social bautizada con el nombre de los “herbívoros” se está abriendo paso entre los jóvenes. Son personas que muestran indiferencia o aversión al sexo y por el contrario, se dedican a su cuidado personal, se interesan por la moda y son menos competitivos laboralmente. Es decir, se está abandonando claramente el juego de roles donde el macho dominante, el más fuerte y competitivo, copula con las hembras para asegurar una descendencia basada en la supervivencia del más fuerte. Estas parecían ser las reglas de juego de la supervivencia humana, las reglas de juego de la Naturaleza pues es un patrón que también se repite en otras especies animales, y sin embargo, el hombre del siglo XXI ha decidido romperlas, desafiando a la Naturaleza misma de la propia supervivencia como especie. Y el efecto de esta decisión es fácilmente cuantificable en números ya que Japón es un país con una de las tasas de natalidad más bajas del planeta. (Ver documental “El Imperio de los Sin Sexo” http://www.youtube.com/watch?v=AdUm52_yfQw)
Otra lectura que podríamos hacer de este derrotero que está tomando la sociedad actual es la dificultad para emprender proyectos conjuntos que aglutinen voluntades, ya que por definición, el yo se encierra en si mismo. Esta podría ser una de las razones de ese desencanto hacia lo social o hacia los movimientos reivindicativos que observamos actualmente. Es decir, no hay voluntad de construir una sociedad, preferimos mantenernos como entes aislados muy alejados de la complicidad.
En fin, el self-man parece el modelo de individuo al que nos dirigimos en este principio del siglo XXI y yo he de reconocer que no tengo la capacidad de vislumbrar más allá, el destino más lejano al que nos llevaran estas actitudes.

Telediarios de 2 rombos


Según el antiguo código de regulación de contenidos por rombos, que marcó a la primera generación española con acceso a la televisión, la presencia de 2 rombos en la esquina superior derecha significaba que el programa era no apto para menores de 18 años por su contenido sexual o violento.
Después de una larga temporada de exilio voluntario, en la que la deprimente realidad económica me aburría soberanamente, he vuelto con cierto pudor a ver los noticiarios televisivos para comprobar con estupor que las generosas raciones de muerte y violencia que se sirven en bandeja a la hora de comer son realmente nocivas para la salud.
A diferencia de las películas de terror, que sí son clasificadas de acuerdo con sus contenidos, los noticiarios televisivos no son ficción y constituyen la puerta de entrada a los hogares de grandes dosis de muerte y desolación en prime time.
Siempre se ha dicho que comer con la televisión encendida no era una buena práctica porque cohibía la comunicación familiar, sin embargo, actualmente yo diría que no se debe hacer bajo riesgo de sufrir una severa indigestión, una arcada incontrolable o una nausea existencial. ¿Puede un ser humano normal comerse unas croquetas mientras soporta la visión de un padre palestino fuera de si que porta a su hijo muerto y ensangrentado en brazos?, ¿es normal degustar la paella de la suegra o las lentejas de nuestra madre mientras observamos el penduleo de 5 narcos mexicanos ahorcados desde un puente por parte de un clan enemigo?, ¿os parece saludable mezclar los 200 muertos de la última tragedia aérea con la lechuga de la ensalada? Y si un niño pasa por delante del televisor a la hora de telediario, ¿qué creéis que pasará con su infancia?, ¿qué hemos de responder cuando nuestro hijo nos pregunta qué ha hecho ese señor que llevan a la cárcel a sabiendas de que es un violador?
Supongo que se necesita entrenamiento para ser capaz de hacer todas estas cosas mientras la muerte esparce su olor por encima de tu mesa y la barbarie humana hace ostentación de su enormidad. Es evidente que aquí está funcionando una severa elevación del umbral de sensibilidad a base de recibir diariamente una generosa cantidad de estímulos de desgracia y desolación. No hay otra forma para poder soportarlo. La sociedad actual y en concreto, el periodismo, han configurado una forma muy particular de vivir, basada en el morbo, que inyecta constantemente noticias desgraciadas ocurridas alrededor del mundo para que ningún humano civilizado se quede sin su ración de morbo y se sienta en parte reconfortado en la desgracia ajena, “lo mío no es tan grave, otros están peor”
Y así, creo que hemos llegado al punto de preguntarnos si es esto lo que realmente queremos, si deseamos que nuestros hijos eleven su umbral de sensibilidad tanto como para ir pisando muertos a la hora de comer, o si es este el tipo de periodismo que nos aporta algo, o por el contrario sólo aporta bazofia de la peor calaña. Antes de responder estas preguntas deberíamos desintoxicarnos un poco y quitarnos un poco de podredumbre para ver con mayor claridad. Una vez hecho esto, creo que todos estaríamos de acuerdo en colocar esos antiguos 2 rombos en la esquinita de la pantalla cuando los telediarios nos abren su perniciosa ventana al mundo.
O quizás es que la realidad que nos envuelve es realmente de 2 rombos y ahora que vivimos hiperconectados, la desgracia y la cara menos humana del ser humano fluyen a sus anchas por los canales de la comunicación. Si nos fijamos en una realidad más local, podremos comprobar como de vez en cuando suceden desgracias pero la gran mayoría de las cosas que suceden en el día a día son buenas para la comunidad y es por ello que esa comunidad es viable. Pues bien, el periodismo actual consiste es recolectar un buen puñado de desgracias diarias ocurridas en los cuatro extremos del mundo y vomitarlas todas juntas allá donde haya un osado televidente tan atrevido o imprudente como para encender la tele a la hora del telediario.
En mi reducido entender sólo veo dos soluciones: o los telediarios incluyen también un buen puñado de noticias buenas que compensen a las malas en un justo balance o nos vamos a ver telediarios más locales donde el número de desgracias está limitado por la geografía. La primera solución ya se ha intentado alguna vez pero sin éxito, ¡el morbo vende más! De hecho es lo que más vende. Descartada la primera solución podemos tomar una actitud “antiglobalización” y ver los telediarios de nuestra comunidad o de nuestra ciudad, y así contemplaremos los problemas que más nos importan por pura lógica de proximidad.

Yo por mi parte, si el censor no lo remedia, seguiré sin ver los telediarios y elegiré un medio escrito, ya sea prensa o Internet, que me permita hacer mi criba personal de noticias.

martes, 3 de junio de 2014

¿Por qué odio los globos?

Tengo casi 44 años y odio los globos. Sí, esos globos que dan a los niños en sitios como hamburgueserías, centros comerciales, fiestas de cumpleaños, franquicias de restauración variadas, etc... Esos, y aquellos otros flotantes con forma de Bob Esponja, Mickey Mouse o cualquier otro personaje animado.
Mis hijas llegan a casa con su correspondiente globo, que luego tarda una eternidad en deshincharse y se mantiene pululando por las habitaciones durantes largos días, a veces semanas. Vas caminando por casa y se te enrolla entre las piernas, parece que se pega al cuerpo succionado por la corriente de aire que se genera al pasar.
Además, ellas les van insuflando energía vital con pequeños toquecitos para que no caigan al suelo, en un insufrible deambular errático muy semejante al vuelo de un moscardón.
Todavía recuerdo cuando durante la comida en una jornada dominical, una de estas molestas burbujas de aire sobrevoló nuestra mesa del comedor mientras las niñas le hacían guiños y mi mujer y yo nos levantamos simultáneamente, cuchillo en mano al modo pica hielos, con la aviesa intención de cometer un globicidio delante de las niñas. En ese momento, nos miramos y pensamos, ¿te has dado cuenta de que somos dos adultos persiguiendo un globo con un cuchillo a la hora de comer delante de nuestras hijas?
Y si además les dibujas una carita, se transforman ya en casi intocables, ¡son seres vivitos y COLEANDO! Mis hijas han llegado incluso a ponerles nombre y a formar familias con estos engendros de látex.
Qué conste que mi aversión a los globos no tiene un carácter fóbico, es más una cuestión de incordio, y el otro día pensándolo un poco más fríamente, me recordé a mi mismo de niño criando globos y haciendo exactamente lo mismo que hacen mis hijas con ellos. Este pensamiento me contrapuso inmediatamente ante el rígido muro del envejecimiento, un claro síntoma de rigor senectutis (permitidme que use el porte que da el latinajo).
Parece que mi necesidad de orden aumenta con los años, cada vez me resulta más difícil soportar los movimientos aleatorios sin dirección y sin sentido. Esa especie de caos en el que los niños se encuentran tan a gusto, despilfarrando energía a borbotones. Efectivamente, creo que la palabra energía es la clave de la cuestión, cada vez me vuelvo más selectivo con el uso de mi energía vital, la raciono más, lo cual es un claro síntoma de escasez, de agotamiento paulatino de esa energía vital. Me voy transformando en un sistema de menor energía y por tanto, me voy ordenando, encajando con mi entorno, comenzando a caminar, si se quiere ver así, hacia la tierra que me dio la vida.
Se acabaron los fuegos artificiales de la juventud, esa efervescencia que nos hace volar, acercarnos al cielo en un sentimiento de libertad inmaterial en el que casi no somos conscientes de nuestro propio cuerpo. De niños, somos como globos que pululan erráticos por el mundo, sin preocuparnos hacia donde vamos, todo por venir, todo futuro y solamente de vez en cuando intuimos que hay gato encerrado, que hay algo que todavía no nos han contado y que no huele bien.
Nos lo cuentan un poco más tarde, mediante una carga masiva de condicionantes inoculada durante un largo proceso educativo, a través del cual nos arrebatan esa libertad de la inconsciencia. Es como deshinchar un poco el globo para que no vuele tan alto, para que el peso de su pellejo, de su cuerpo, lo obligue a estar con los pies en el suelo, ya plenamente consciente de su naturaleza y de la proyección de su trayectoria.

Entonces, quizá odio los globos porque les tengo envidia, anhelo aquel sentimiento de vivir errático en el que casi tenía permiso para no obedecer las leyes de la naturaleza, hasta el punto de que mi rabia me hace empuñar un cuchillo. Ahora lo sé, puedo contestar la pregunta que me importunaba, tan sólo se trata de la niñez que juega al tú la llevas por los pasillos de mi casa. ¡Sí, yo la llevo y no quiero soltarla!

lunes, 19 de mayo de 2014

El teatro de la Democracia


A una semana escasa de las elecciones europeas, me encuentro asistiendo atónito al espectáculo de la democracia.
A duras penas salen mensajes claros de las bocas de los parlanchines políticos que vuelven a repetir las mismas generalidades grandilocuentes de siempre sobre la construcción europea.
Uno se siente agredido en sus más internos fueros cuando escucha como los cargantes políticos rellenan minutos de televisión con la verborrea habitual mientras al fondo se observa el destello de los dientes de la bestia que reina y gobierna en el este mundo, el capitalismo más descarnado y sangrante que haya conocido la historia.
Dicen las mismas generalidades de siempre, las mismas que hace 20 años y que no digo que no se hayan llevado a cabo con más o menos fortuna, pero seguir repitiendo lo mismo después de ver como el lobo enseña los dientes... O estos candidatos a eurodiputados no han visto al lobo, o no han visto sus dientes, o no viven en este planeta, o simplemente desempeñan su papel en el teatro de la democracia para ganarse el pan de cada día y algo más.
Una Europa que se ha visto sacudida y vapuleada hasta casi la ruptura, se encara hacia una nueva legislatura con la misma gente mentalmente agotada de siempre, haciendo como si nada, no habiendo aprendido nada, no sea que vayamos a destapar la caja de los truenos. Si la población se encuentra adormilada y podemos continuar con el chiringuito para qué molestarnos en cambiar, procurad no dar golpes fuertes sobre los atriles de los mítines no sea que los ciudadanos vayan a despertar y la liemos.
Cómo retar a esta realidad supranacional que llamamos Europa, si no somos capaces ni de retar los usos y leyes de nuestro propio país. ¿Quién será el primero en decir que esto no funciona? ¾se preguntan los políticos, y ellos mismos se responden con el tengamos la fiesta en paz, sobre todo en hora de elecciones. No sea que vayamos a desatar la “Primavera europea” y los tan traídos y llevados pobres y parados se levanten contra el señor don Dinero que es el que realmente dicta las normas del juego en Europa y fuera de ella.
En Europa tropezamos con la misma piedra que en España, es decir, esta crisis económica no se resuelve sólo con medidas económicas, es necesario tomar medidas políticas y aquellos territorios capaces de tomarlas serán los primeros en plantarle cara a la crisis. España no es uno de esos territorios con capacidad política para afrontar la crisis, ni Europa tampoco lo es por la misma razón que España, DESUNIÓN y diversidad de criterios.
No parece que se vayan a tomar medidas valientes que nos hagan progresar, enfrentarnos a las fuentes de financiación y retar moralmente a la tiranía del dinero.
Sólo nos queda jugar al teatro de la democracia y hacer ver que en esta Europa del siglo XXI la libertad está por encima de todo, cuando en realidad hay un tirano impersonal (por eso no nos damos cuenta) que nos tiene puesta la bota encima del cuello.
Creo que el próximo domingo 25 no voy a comprar la entrada para esta función teatral llamada Europa.

domingo, 4 de mayo de 2014

Semana Santa Iconoclasta


Tradicionalmente, la Semana Santa es la época de las vírgenes y los santos danzarines. Con la llegada de la primavera, las puertas de las iglesias se abren para airear la imaginería y los símbolos y las reliquias son tomados por la plebe creyente y sacados en procesión a lo largo y ancho de la geografía española. Es la hora de airear el mobiliario y procurar baños de sol a esas figuras de tez cerúlea impregnadas por la pátina del humo de los cirios.
Es precisamente durante la Semana Santa cuando la iglesia representa el mito del renacimiento, del despertar de nuevo a la vida, de la resurrección, de la primavera. Y en la gran mayoría de los pueblos de España se realizan procesiones en las que grupos organizados de fieles costaleros carretean sobre sus espaldas los objetos de la devoción y el fervor populares. La Dolorosa, Jesús Nazareno, la Magdalena, la Verónica, el Desprendimiento, el Santo Sepulcro, etc... son sometidos a los vaivenes impuestos por el contorneo de las cofradías de capuchinos que desfilan al son del lastimero “quejio” de las cornetas y los tambores justicieros.
Ante tal agitación y revuelo, es tradicional también que las venerables imágenes sufran los rigores del tumulto ocasionado por estas multitudes enfervorizadas por el éxtasis religioso. Así no es raro, que todos los años rueden por los suelos santos y vírgenes con mayor o menor fortuna en su encuentro con el duro pavimento. Este año le ha tocado a la Virgen de los Dolores en la procesión del jueves santo de la localidad alicantina de Sant Vicent del Raspeig. La imagen se precipitó al suelo en la segunda “levantá” durante el encuentro entre Jesús Nazareno y la Virgen, cuando los costaleros bailaban los tronos ante la atenta mirada de cientos de vecinos.


Este tipo de traspiés de lo sagrado tienen un impacto tremendo en los atónitos fieles, sorprendidos testigos a la fuerza de tan azarosos hechos. La carga simbólica de la caída del santo es tan enorme que las personas que lo presencian sienten como sus más profundas convicciones se tambalean y son vapuleadas por una extraña fuerza invisible.
Si analizamos con detalle la situación, podemos observar como la imagen ha sido infundida con un halo sobrenatural, el objeto ha dejado de ser una mera representación para convertirse en si mismo, en una extensión de la Virgen, de Jesús o del santo concreto representado. La imagen de la Virgen “es” la Virgen, si la toco o la beso, estoy tocando y besando a la mismísima Virgen y siento el éxtasis balsámico que tan alto privilegio ocasiona en mi alma. Por tanto, cuando la imagen rueda por los suelos o incluso peor, se hace añicos al caer, tengo dos posibles alternativas, a cual más dolorosa. O despojo a la imagen de toda su sacralizad, llevándola de nuevo al terreno de lo meramente material, es decir, la considero como un objeto, un simple muñeco sujeto a las leyes de la gravedad. O, por el contrario, acepto que el mismo Dios ha caído, es decir, acepto el significado del símbolo, doy credibilidad a lo que allí se ha representado que es la caída de lo sagrado desde los altares al frío suelo. Tan sólo hay que ver como las caras de los asistentes reflejan el miedo al perder la protección divina, como se están debatiendo entre considerar lo que acaban de presenciar como un hecho apocalíptico o desvestir al santo de toda la carga espiritual que le había sido conferida.
Aunque sólo sea un simulacro, por unos instantes los feligreses caminan solos por el mundo, titubean, atisban la posibilidad de desprenderse de un plumazo de toda la imaginería religiosa y de su significado, tirar las muletas y caminar sin ayuda sobre la realidad que les rodea.
El lance suele acabar cuando los más valientes, recelosos de recibir la furia divina, se acercan y se atreven a tocar la imagen en sus momentos más bajos para ponerla en pie y devolverle la majestad perdida en el traspiés.
Podemos concluir que la religión católica descansa sobremanera en la imagen como vía para llegar a los feligreses, especialmente en épocas en las que la mayoría de ellos no sabía leer. Esto ha tenido efectos positivos como el maravilloso legado pictórico que atesoran iglesias y museos pero también tiene el hándicap de dejarse atrapar por las limitaciones de la imagen, de la representación, y quedarse sólo en eso, en la superficie.
Además los códigos estéticos de nuestro tiempo parecen no gustar a las autoridades eclesiásticas y si no, recuérdese como ejemplo el caso del Ecce Homo de Borja, una gran obra incomprendida.
Otras religiones lo plantean de otro modo, y su dios no necesariamente ha de llevar barba.

sábado, 29 de marzo de 2014

Un viaje de 8330 km


Ella había nacido en un barrio castizo de la capital de España. Se había criado en la dureza del clima mesetario, despertando a la vida justo con los albores de la primavera.
Su cálido hogar la envolvía en una atmósfera densa, y a ella, le encantaba el perfume que emanaba la chacina enganchada a las paredes. Esa amalgama de aromas provenientes del jamón curado del país, el olor dulzón de los cortados con ese toque de leche agria, el humo del tabaco, y el aceite de aromas marineros de la fritanga ligándolo todo conformaban un perfecto coupage sobre aquellas paredes de azulejo que configuraban su hogar nacarado.
Tardes de tertulia impregnaban también las paredes, palabras enganchadas que la fritanga sabía reconciliar con ecuménica maestría, poniendo de acuerdo a la izquierda y a la derecha, a colchoneros y a merengues, a curritos, freelance y parados.
Por nada del mundo hubiera cambiado las ricas juntas del alicatado de aquel bar de Malasaña, pero aquel día, el aroma de un nuevo mundo la cautivó.
La silueta de aquel hombre rompió la estética del lugar. Él era un mocetón de carrillos colorados y andares desgarbados que nunca había visto antes. El bigote de estilo manillar, bien poblado, el cuello de la camisa remachado con puntas metálicas y ceñido por un pasador con forma de cabeza de res, las botas y el sombrero de cuero del bueno, de ese que desprende el fuerte aroma al curtido, todo pespunteado con bordados de estilo charro.
No pudo resistirlo, cayó en sus redes. Aquel olor a nuevo mundo le echo el lazo de manera irremisible bajo la promesa de nuevas y excitantes experiencias. Ella voló rápidamente a su lado como impulsada por el viento de un tornado y quedó embriagada por los efluvios que desprendía su sombrero al calor de la sudorosa testa. Se dejó llevar sin tomar precauciones, arrastrada por sus instintos animales y casi sin darse cuenta se encontró en medio de la calle, fuera del que había sido su hogar natal y sometida a la tiranía de la intemperie.
Sintió miedo, y por eso se agarró fuertemente a aquel ser humano causante de su perdición. El corazón le latía con fuerza mientras hacía grandes esfuerzos para refugiarse bajo el ala de aquel sombrero extraño a sus ojos.
Mientras maldecía su suerte, comprobó aterrada como el responsable de aquel paso en falso se metía en un taxi y se encaminaba hacia el aeropuerto.
El ambiente de la T4 era frío y aséptico. Nada que ver con el cálido, dulce y acogedor cubículo en el que había vivido toda la vida. Un sentimiento agorafóbico recorrió su pequeño cuerpo grabando en su mente la indeleble huella del vacío infinito.
A las 12:20 h de la mañana, embarcaba en un avión de American Airlines con destino a Dallas, Texas.
Había demasiada luz, el sol quemaba y era incapaz de reconocer un solo olor familiar. Olía a plástico, a desinfectante y a aire purificado. Colores vivos, brillantes, comida que parecía artificial, gente nerviosa o apalancada, conversaciones poco edificantes.
Inmediatamente, agradeció que la cabina del avión acotara un poco el espacio, ya se sentía mejor. Además había mucha gente y ella siempre había gustado de rodearse de buena compañía.
Allá en la fila 33, divisó un chico que le inspiró confianza, le era más familiar que el resto del pasaje. Así que, a 10.000 m de altura sobre el océano Atlántico, se acercó a él y le acarició dulcemente la mano agarrándose a las últimas reminiscencias ibéricas que quizá vería en su vida.
El nuevo mundo le esperaba. La tierra de las oportunidades, donde abandonaría la raza porcina para abrazar a los bóvidos.
¡Jamás alguien de su especie había llegado tan lejos!




Dedicat a Cristina, un altre esser ibèric (del nord-est) que va compartir amb mi aquesta aventura americana.

jueves, 20 de febrero de 2014

El País de la Ética

Desde el comienzo de la crisis integral que azota a la humanidad, hace ya más de un lustro, una de las cosas que, a mi entender, se encuentra en el ojo del huracán es el concepto de frontera. Hemos entendido por fin en qué consistía eso de la “globalización” asistiendo al estremecimiento del todo el planeta, hemos contemplado grandes movimientos migratorios de personas y de capitales, y hemos entendido por fuerza conceptos empresariales como la deslocalización.
En definitiva, las fronteras han sido pulverizadas, la confrontación de bloques se ha micronizado y los grandes recipientes contenedores de una forma de ser y de pensar han saltado hechos añicos en virtud de la fría lógica de los mercados financieros. De esta forma, inversores anónimos situados en cualquier punto del planeta han tenido en sus manos el destino de miles de personas radicadas en las antípodas de este, nuestro planeta, que ya parece que empieza a quedarse pequeño.
Las grandes civilizaciones de la historia, que tradicionalmente habían atesorado el testigo del saber y del progreso hasta que agotadas lo entregaban a la siguiente civilización emergente, han quedado ya como cosa del pasado, y ahora, es el planeta entero el que se rinde y desearía entregar el testigo para que alguien con pujanza renovada lo llevara a buen fin. Pero ese alguien no aparece y probablemente habremos de enfrentarnos a nosotros mismos, para morir y ser capaces de nacer de nuevo a otro tipo de vida.
Ahora más que nunca, siento que somos ciudadanos del mundo, de un mundo global por el que deambulamos con tan sólo una maletita donde guardamos nuestras señas de identidad, nuestro hecho diferencial con respecto a los otros seres humanos.
La necesidad, la búsqueda desesperada de trabajo, la prima de riego, los mercados financieros y los jinetes del apocalipsis sanitario, entre otros condicionantes, aplanan nuestra forma de ser para dejarnos homogéneos, más desnudos que nunca, todos iguales ante el implacable destino. Ya no hay cabida para florituras superficiales armadas con miles de euros o dólares, el juego de la moda se ha reducido a un hecho que siempre está de moda y que no es otra cosa que el tener algo que llevarse a la boca.
Pero a pesar de todo ello, es curioso comprobar como algunas personas todavía se afanan en preservar su hecho diferencial, y ponerlo como el estandarte que les conducirá hacia la salida de la crisis. Por esta razón, se esfuerzan por volver a repintar las fronteras, por remarcar la diferencia, por gritar que no todos somos iguales y que aquí las cosas se hacen de otra manera. Repiten este salmo de manera compulsiva esperando una salida al final de ese fervor patrio.
Yo no estoy en contra de la corriente identitaria antiglobalización, por supuesto que es mejor que la deshumanización global a la que nos somete el yugo de la crisis. Es muy posible que necesitemos saber quienes somos para poder salir de esta crisis aunque he de reconocer que me faltan partes del guión, es decir, no veo el final del camino. Tampoco lo ven los políticos que proponen la diferencia pero supongo que sienten la fuerza de su propia convicción y esto les alienta eficazmente.
Por otro lado, yo abogo por recuperar otra patria perdida, la de la ética, la de los valores HUMANOS. Una parcela que hay que buscar ciertamente en nuestro interior, en lugar de hacer crecer la altura de muros y vallas. Me gustaría considerarme, a mi mismo y a mis conciudadanos, como habitantes del País de la Ética. La ÉTICA, que también es universal, como decía Kant, pero que cristaliza en millones de formas diferentes cuando la aplicamos a nuestro día a día. No nos proporciona inmediatamente ese placentero sentimiento de pertenencia al grupo, que sí nos da ser forofos de un equipo de fútbol o votantes de un partido o nacionales de un determinado territorio, pero con el tiempo, sí que acabas desarrollando un sentido de pertenencia a un grupo de personas, las que obran bien, personas que brillan en cuanto te acercas un poco.
Huyamos de esa manía tan nuestra de clasificar, producto exclusivo del miedo y mecanismo de defensa,... este lo pongo en el grupo de los amigos, este en el de los enemigos. Si dejamos el miedo atrás y no nos encerramos en nuestras casas, seremos capaces de confiar y la chispa volverá a saltar construyendo una nueva sociedad, no precisamente con ladrillos, sino basada en el civismo.

¡Yo quiero ser ciudadano del país de la ética!

lunes, 6 de enero de 2014

Vida Zombie


Comienzo con este oxímoron que me viene como un guante para remarcar la condición de crisis existencial en la que vivimos estos días. “Crisis”, fracaso, vacío, la nada, el abismo y la necesaria decisión, la reinterpretación, el nuevo comienzo. Pero ese renacer todavía está por venir…
Así que ahora tenemos crisis, y parece que la tendencia social nos arrastra a convertirnos en “zombies”. Los zombies son aquellos seres, generalmente de forma antropomorfa, que se mueven a pesar de ser inanimados. Realmente están más cerca de ser objetos que de otra cosa, objetos articulados, o desarticulados en algunos casos, que andan hacia no se sabe donde y por eso reciben el nombre de caminantes eternos. También comen mucho a pesar de que sus carnes no medran, no les aprovecha la comida, y hablan bastante en su idioma que recuerda a lastimosos gemidos. Por su forma de comportarse, parecen anhelar la vida y cuando huelen una brizna de ella, se alinean todos como si fueran limaduras de hierro en un campo magnético. Curiosamente, su condición “zombie” parece anular las diferencias de raza, credo o estatus social y todos son bastante iguales, iguales a la nada. Su variedad es más fruto de la creatividad de la Parca, que decora sus cuerpos con un número de miembros variable y crea verdaderas obras de arte con los jirones de carne que todavía atesoran los desgraciados.
Pero para mí, la principal característica de los zombies es la vacuidad de su existencia,  no tienen nada en la cabeza, a veces literalmente, así lo mismo les da ir que venir y sólo son capaces de proferir gemidos que ni ellos mismos alcanzan a descifrar.
Y ahora, ¡qué tonto soy!, se me ha erizado el vello al releer el párrafo anterior y ver que es una buena instantánea de la sociedad actual. ¡Somos literalmente zombies!
Los agentes sociales gritan, los políticos gritan, los líderes mundiales gritan y los borrachos del bar del pueblo también gritan pero yo sólo oigo gemidos, igualitos a los que emiten los zombies. Incluso, hay una generación que se debate entre la estética gótica y la monstruosa, que los ojeadores de la moda internacional han sabido colocar en la mente de los adolescentes como consecuencia de una muy acertada lectura de los signos de nuestro tiempo. Estamos viviendo la era de la muerte en vida.
Princesas Zombie, Blancanieves, Cenicienta, Rapunzel, la Bella Durmiente, Sirenita,…todas zombie y por definición una vez zombificadas, todas iguales. La pureza de Blancanieves, la difícil adolescencia de Cenicienta, el feminismo reivindicativo de Bella y el resto de cualidades encarnadas en cada princesa, todo a la olla para hacer un gris puré zombie, a la espera de un nuevo paradigma de la belleza, del valor del esfuerzo,… y en definitiva de la vida humana.
Dicho con palabras más crudas, tenemos toda una generación de niños, adolescentes y jóvenes que han nacido en la muerte, han nacido en el valle que hay entre dos modelos de avance humano. Los padres, que todavía recordamos lo que era la ilusión, intentamos protegerlos, meterlos en una burbuja que pretendemos tener cerrada hasta que la vida vuelva a eclosionar. Pero no sé si lo conseguiremos, todo huele a zombie y los vástagos van creciendo sin tener nada sano, que no huela a podredumbre, que echarse a la boca. ¿Seremos capaces de trazar el puente necesario por encima de este valle? ¿En que piensan los profesores y educadores cuando entran en clase? Se hace imprescindible la capacidad de echar la mirada muy lejos para no caer en el sálvese quien pueda, o ir superando niveles educativos al más puro estilo zombie. Una gran responsabilidad, la de los profesores.
Como persona y como padre, anhelo que mis ojos alcancen a ver el despertar de esta larga hibernación del alma, en contraposición a lo que sugieren mis peores pesadillas, donde sólo me queda camino de muerte por recorrer.
Quizá la opción zombie es la mejor en estos casos y los caminantes no hacen otra cosa que seguir al pie de la letra los versos de Machado cantados por Serrat, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”… y ya veremos por donde salimos.