sábado, 7 de noviembre de 2020

El valor de las cosas y la economía de mercado

 


Yo estaba equivocado y pensaba que las cosas, todos los objetos, tienen un valor objetivo intrínseco. Y, de hecho, yo pensaba que el mercado habitualmente pervertía el valor “real” de las cosas, adulterándolo e inflándolo de forma artificial en una especie de farsa teatral que por desgracia tenía unos efectos nada teatrales, sino muy reales, sobre las personas.

Pero es que resulta que, al igual que el bien y el mal son conceptos totalmente subjetivos, el valor de las cosas materiales también es totalmente subjetivo, es decir, no depende del objeto en sí, sino del sujeto que posee, compra o vende ese bien material. Lo explicaré con un ejemplo gráfico que despejará todas las dudas. Vamos a intentar ponerle precio a un “vaso de agua”. Si nos encontramos en el desierto y vamos muy escasos de agua durante un mes, ¿qué vale un vaso de agua? Pues quizá pagaríamos un millón de euros por ese vaso. Y, sin embargo, si estamos cómodamente instalados en nuestro hogar y estamos bien alimentados e hidratados, ¿qué vale un vaso de agua? Pues posiblemente nada. Por tanto, queda claro que el vaso de agua no tiene un valor intrínseco sino que es la necesidad la que le pone el precio.

Ahora que tenemos claro que las cosas tienen un valor subjetivo, podemos avanzar hacia el siguiente peldaño de razonamiento. ¿Qué determina entonces el valor, el precio, de las cosas? Pues la respuesta que ya asomaba en el párrafo anterior y que ahora hago explícita es la “ley de la oferta y la demanda”. Es decir, es el mercado con su dinámica natural el encargado de adjudicar un determinado valor a las cosas. Y por supuesto, el mercado se da cuenta de que para conseguir un buen precio tiene que trabajar sobre las mentes de los sujetos, ya que el valor de las cosas es subjetivo, como hemos dicho. Y ahí, es cuando entra de pleno, el marketing, la propaganda, la publicidad que es un elemento central en el funcionamiento de la dinámica del mercado.

Llegados a este punto, creo que es el momento de reconciliarnos con esta parte del mercado que siempre ha tenido muy mala presa. El marketing, la publicidad siempre han sido considerados como un engaño, como las artimañas que usa el embaucador para colocarnos un determinado producto que quizá ni necesitemos en realidad. Sin embargo, el marketing no es más que el instrumento que tiene el mercado para ajustar el balance oferta-demanda y, por tanto, poner un precio a una determinada cosa. A veces, la propia realidad ya hace la mayor parte del trabajo en la determinación del equilibrio oferta-demanda. Por ejemplo, si construyo una fuente en el desierto está claro que habrá mucha más demanda que oferta y, por tanto, el agua que mane de esa fuente será necesariamente cara. Pero en otras ocasiones, es necesario “vender” el producto, es decir, explicar porque un posible comprador debería comprarlo en base a sus maravillosas características que quizá no son visibles a simple vista.

Una vez comprendido esto, podemos empezar a dejar de odiar el comercio y cosas como la bolsa o los empresarios que se hacen ricos vendiendo algo que la gente realmente necesita.

Hasta el momento, básicamente he explicado el funcionamiento del mercado desde un punto de vista liberal, es decir, sin coartar la libertad de las personas que acuden al mercado, sin intervenir el mercado. Sin embargo, llegados a este punto me sale la pizca socialdemócrata que tengo y pienso que hay determinados objetos que sí deberían tener un precio regulado por ser necesidades esenciales. Es decir, que para mí, un gobierno estaría autorizado a sacar del juego del mercado determinadas cosas que sus paisanos necesitan para vivir. Y aquí, empieza el problema serio, el determinar que es esencial para vivir. Algunos podrían decir que cosas esenciales para vivir son el pan como alimento básico representativo, la educación, la sanidad, la vivienda. Sin embargo, otros dirán ¿la vivienda, qué vivienda? ¿Es correcto que un gobierno fije el precio de la vivienda en venta o en alquiler? Me parece un exceso, sólo sería aceptable, en mi opinión, regular una parte del mercado con un tipo de viviendas muy concretas destinadas a un tipo de personas muy concretas. En definitiva, cuando empezamos a tocar el mercado estamos jugando con fuego y la delicada línea que protege el buen funcionamiento del mercado y, por tanto, de la economía.

¿Y si analizamos el precio de la sanidad? Vamos a entrar someramente en la siempre escabrosa intersección entre el mercado y la salud. Las empresas farmacéuticas producen cosas llamadas fármacos que de nuevo tienen un valor subjetivo. ¿Qué vale un fármaco eficaz contra la psoriasis para una persona que padezca esta enfermedad en grado severo? Sin lugar a dudas, tiene mucho valor. Pero para una persona que no padezca psoriasis y nunca la vaya a padecer, ese mismo fármaco no vale nada. O sea, que los fármacos también tienen un valor subjetivo sujeto, por tanto, a la acción del marketing. Ahora la pregunta que podemos hacernos es ¿cuánta cantidad de marketing necesita una determinada compañía farmacéutica para existir? En este sentido, yo distingo dos tipos de empresas, dos modos de obtener beneficios económicos basados en la salud. Están las empresas que creen en la investigación científica y buscan fármacos que mejoren la vida de las personas sin olvidar que su motivación siempre será lucrativa. Y están las empresas con un perfil de I+D bajo, es decir, no muy convencidas de la creación científica de valor. En este caso, el departamento de I+D es más bien un adjunto al departamento de Marketing, es decir, aquellos científicos son necesarios no para producir fármacos que curen enfermedades sino para propiciar una buena reputación que indudablemente aumentará el valor de la empresa. Bueno, como hemos visto, todo encaja en la dinámica mercantil siempre que esos científicos tengan claro que su trabajo es mera propaganda.

Después de estas dos incursiones en terreno minado, vivienda y salud, creo que voy a retirarme prudentemente al rincón de pensar durante un ratito como penitencia.