martes, 3 de diciembre de 2013

Marrameu

El día de todos los Santos cristaliza en Catalunya en multitud de manifestaciones culturales que hacen de esa fecha todo un conglomerado de tradiciones absolutamente imbricadas con la climatología propia del otoño. Naturaleza madura, primeros fríos, hojas secas que tintan los bosques y las alamedas de colores cálidos que explotan como si de una supernova se tratara, marrones, rojos, naranjas.
Da comienzo la época del recogimiento, de la hibernación psicológica, de la vida intramuros, de ordenar nuestro armario interior desinfectándolo con la tristeza de los días grises.
Los alimentos típicos de estas fechas en Catalunya también son el tributo de la Naturaleza rendida al avance del tiempo. Los piñones que dan las piñas abiertas del verano, con los que se elaboran los deliciosos panellets y el vino de licor, pero sobre todo, las castañas y todo lo que rodea a la castanyada. Dentro de la constelación de manifestaciones culturales que se dan en estos días, una de ellas ha cautivado mi atención por su componente onomatopéyico. Habla de un gato  muy atrevido que juega con las castañas saltarinas a la vera del fuego y cuyo nombre es Marrameu.

Yo me he puesto a jugar con el gato y con sus pegajosos maullidos, reescribiendo sin permiso la historia de este gato que, como todos los gatos, es muy curioso y no sabe que la curiosidad... mató al gato.


Marrameu,
què fas torrant castanyes,
Marrameu,
cap remeulo més,
Marrameu,
deixa de miolar,
Marrameu,
que ja comencen a petar,
Marrameu,
treu el musell de la llar.
Ja n’hi peta una,
miol,
ja n’hi peta una altra,
mèu,
ja li peta una als morros,
Marrameu mort!


Letra de la canción original

Marrameu torra castanyes
A la voreta del foc
Ja n’hi peta una als morros
Ja tenim Marrameu mort.
Pica ben fort, pica ben fort
Que piques fusta, pica ben fort.
Marrameu i Marrameua
S’emboliquen en un llençol
Feien veure que era un home
I era una fulla de col.
Pica ben fort, pica ben fort
Que piques fusta, pica ben fort.
Marrameu ja no s’enfila
Per terrats ni per balcons
Que té una gateta a casa
Que li cus tots els mitjons
Pica ben fort, pica ben fort
Que piques fusta, pica ben fort.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Rita

Sobre el nombre de Rita, dice la Wikipedia que viene de la palabra latina “Margarita” que significa “perla”. Es sin duda un nombre bonito, a la vez que potente, pero lo que me ha hecho traerlo al ágora es ese talante artístico que destila con tan solo cuatro letras.
Para mi es el nombre femenino de la artista de casta, que transmite fuerza e integridad personal, al mismo tiempo que te envuelve con su seductora delicadeza.
Rita es un nombre que me transporta al escenario, a las tablas donde los grandes artistas lidian con el genio del arte que se resiste a presentarse dócil frente a la expectante audiencia.
Rita corta el aire con su gesto grácil pero firme, contundente, dibujando una sinuosa red en la que es muy difícil no caer.
Es curioso observar que cuando lo usan los anglosajones, les confiere esa chispa latina que resulta en una mezcla muy sugerente y ahora no me puedo quitar de la cabeza a Gilda, o mejor dicho, a Rita Hayworth. Ya lo decían los Beatles en su canción “Lovely Rita”, doncella del parquímetro, tan seductora y adorable pero con un aire algo marcial, anotando una multa en su pequeño cuaderno blanco.
En España la contundencia del nombre, a mi entender, le come cierto terreno a la cara delicada y femenina, y puede llegar a entrar en solares ligeramente burdos, ejemplarizados por la frase que hizo famosa Rita Giménez García, y que todos recordamos “Eso lo va a hacer Rita la cantaora” y sus variantes.
Asimismo, el santoral nos devuelve una de esas frases clásicas imbricadas en la malla popular. Sin embargo, para mi gusto enfatiza excesivamente el carácter desprendido de la santa y parece prevenirla para que no cese en su generosidad. “Santa Rita, Rita... lo que se da, ya no se quita”
Rita, musa de los artistas, tantas canciones consagradas a tu memoria, siempre jugando con la dicotomía de tus cuatro letras y tejiendo con tus dos hilos el paño de la vitalidad dulce y enérgica.
Adorable Rita, doncella del parquímetro...





Dedicado con cariño a mi buen amigo Carles y su hija Rita


miércoles, 13 de noviembre de 2013

Vida Narcótica


Tantas veces se ha hablado sobre esto que poco más se puede añadir. El nivel de estimulación habitual es tan elevado en el hombre del siglo XXI que los umbrales de sensibilidad se han embotado de forma considerable. Esto produce una repercusión inmediata en la capacidad de percibir la vida que nos rodea, de manera que pasamos gran parte del día semi-inconscientes y con la sensación de cabalgar sobre un tren que no se detiene en menudencias.

Parafrasearé a Marx cuando decía aquello de “la religión es el opio del pueblo” para decir que eso sigue siendo vigente en la actualidad con la precaución de intercambiar la palabra “religión” por “deporte televisado”. La gran masa comulga cada fin de semana sintiendo la pulsión de algo que le motiva delante de los televisores que retransmiten partidos, especialmente, partidos de fútbol. El resto de la semana la pasamos corriendo de allá para acá, esclavos de nuestra agenda, de nuestros anhelos y de la sociedad de consumo que nos maneja como polichinelas, dosificando convenientemente las recompensas materiales con objeto de conseguir el mayor rendimiento del individuo. Es como jugar al Monopoli con la pirámide de compensación de Maslow. ¿El resultado? una vida hueca, falta de autenticidad, y llena de recompensas enlatadas que nos permiten seguir viviendo narcotizados.

viernes, 18 de octubre de 2013

El Origen de la Vida


La primera impresión que nos causa un título rimbombante como este es cierto hastío y una escasa, por no decir nula, excitación intelectual. Por supuesto, que todo ser humano se ha hecho alguna vez la pregunta encerrada en el título, y ha sentido por unos instantes la ilusión del descubrimiento infantil provocada por el arrogante espejismo de nuestro pensamiento. Dejadme que lo piense un poco, quizá soy yo el afortunado capaz de colar mi raciocino por el estrecho ojo de nuestro entendimiento hacia la luz de la verdad absoluta. Casi podríamos decir, que preguntarse por el origen de la vida o por el final de la misma forma parte de los derechos universales de todo ser humano.
Sin embargo, una y otra vez, lo que nos espera al otro lado del ojo de la aguja es el frontón de nuestras propias limitaciones, el animal pensante que quiere ver a Dios, que quiere por fin entenderlo TODO, que escudriña la naturaleza de Dios como si de un objeto se tratara, que no puede ser y conocer al mismo tiempo. Y de tantos trompazos contra este duro frontón, está ya manida, casi tumefacta esta cuestión, ¿cuál es el origen de la vida?
Pues bien, hoy he decidido ejercer mi sagrado derecho de preguntarme quien me ha puesto aquí y por qué. Me apetece jugar a la lotería de los espejismos intelectuales y... quién sabe, a lo mejor, soy yo el afortunado.
En relación con este esquivo rompecabezas, todos contemplamos casi boquiabiertos, la danza de las moléculas de la vida, asistimos maravillados al ensamblaje de los ladrillos que forman complejas estructuras biológicas, nos deleitamos con el número de magia pero no logramos desenmascarar el truco. Cómo los ácidos nucleicos pueden ser una maquinaria tan perfecta, preservando la información pero al mismo tiempo dando pábulo a la diversidad. ¿Quién en su sano juicio podría aceptar que todo eso es fruto del azar? El comportamiento inteligente que muestran estas macromoléculas biológicas es imposible de obviar, no puede ser fruto de la casualidad, ¿somos simplemente una casualidad?
Para intentar contestar estas preguntas, primero debo encontrar donde se rompe el hilo de mi discurso, o hablando en términos generales, del discurso científico. Sabemos como se engendra la vida, la vemos en acción perpetuándose sobre el planeta. Entendemos sus mecanismos cada vez con mayor detalle, pero sin embargo, parece que por mucho que buceemos entre los distintos niveles de organización de la materia, aunque alcancemos el nivel subatómico, no se ve la luz al final del camino. De hecho, cada día tenemos más claro que no es ese el camino de la comprensión universal y aparece ante nosotros una desmotivante sensación de extrema especialización que nos aleja de la visión holística. Parece que al ser humano se le da bien enfocar y se le da mal desenfocar, que no es divagar en el menudeo.
Por tanto, falta algo, falta una pieza que permita entender y correlacionar todos los puzzles que tenemos a medio montar pero parece que empiezo a intuir donde perdí el hilo de mi discurso, donde está el fallo que me molesta en todo este tinglado. Mi atención apunta ahora hacia la causa inteligente de todo este despliegue espectacular de filigranas biológicas. Estoy buscando al SER que conocía, que conoce y conocerá con independencia de la forma física de organización en la que cristaliza o se manifiesta.
Veo que la materia puede organizarse en pequeños corpúsculos capaces de generar una actividad intelectual, y que estos pequeños corpúsculos de materia tienen la capacidad de generar la sensación del SER. Si consideramos que la Tierra no es una singularidad, no es una excepción sino por el contrario representa la forma natural en que la vida se manifiesta, podemos dar por válida la hipótesis de que la vida se organiza entorno a 4 o 5 elementos principales, léase C, N, O, S y H. Es decir, es muy poco probable que si eventualmente existiera vida en otro planeta, está esté basada en la combinación de átomos de plomo y xenón, por ejemplo.
Así, si consideramos el Universo como un sistema cerrado, podemos poner los cimientos del gran salto intelectual. Lavosier y Lomonósov fueron los primeros en darse cuenta de que cuando las sustancias reaccionan entre sí para generar nuevas sustancias, el cómputo total de materia siempre se mantiene constante. Esta ley se conoce como principio de conservación de la materia. Asimismo, durante el siglo XX, Einstein amplió el alcance de este principio de conservación al postular la dualidad existente entre la masa y la energía. De manera que la ley de conservación de la energía afirma que la cantidad total de energía en cualquier sistema físico aislado (sin interacción con ningún otro sistema) permanece invariable con el tiempo, aunque dicha energía puede transformarse en otra forma de energía (Primer principio de la Termodinámica).
Si intento supeditar mi discurso a estos dos principios de conservación, y teniendo en cuenta que la cantidad de “ladrillos” de la vida (C, N, O, S, H) es limitada, podríamos extraer otro principio de conservación al que podríamos llamar “principio de conservación de la vida”. Intuitivamente todos percibimos que cuando un ser vivo muere, su cuerpo o la materia que lo constituía vuelven a reintegrarse al medio que genera a su vez otros seres vivos. Es decir, los átomos de la vida se recombinan continuamente fructificando en nuevos individuos que comparten el mismo juego finito de piezas.
Por otro lado, sólo las superestructuras (seres vivos inteligentes) creadas por la combinación de estos elementos son capaces de percibirse a si mismas. Si limitamos la definición de la conciencia estrictamente a la percepción de nuestra subjetividad, la autosensación del ser o el entendimiento de nuestro propio ser, y excluimos otras funciones de la mente que podrían ser confundidas con tener conciencia como por ejemplo la imaginación, el pensamiento racional o la percepción del entorno, ciertamente, parece que la consciencia es una cualidad inherente a la materia, es decir, siempre que la materia es capaz de organizarse puede llegar a producir la autopercepción de si misma, y por tanto, puede generar una consciencia.
Si esto es cierto, empezamos a conectar de algún modo estos dos conceptos que en principio parecían tan alejados, lo físico, y la noosfera. Esta afirmación, tiene una trascendencia mayor de lo que parece a simple vista pues estamos situando la conciencia en el plano de lo físico, es decir, a merced de las leyes de la física. Así que, parece asumible que la cantidad de materia capaz de percibirse a si misma en el Universo es limitada y por tanto, la conciencia generada es asimismo finita. Y además, si la conciencia es el producto de un corpúsculo de materia organizada, también deberíamos ser capaces de afirmar algo parecido a un “principio de conservación de la conciencia”. Por tanto, en un sistema cerrado, que contiene una determinada cantidad de materia capaz de organizarse en estructuras biológicas complejas, la conciencia no se crea ni se destruye, sólo se transforma.
Llegados a este punto, ¿he contestado a las preguntas que atormentan mi curiosidad? Según mis argumentos, existiría un gran repositorio potencial de la vida y la conciencia y nosotros seriamos pequeños vasos comunicantes conectados con ese ALMAcen de vidas y conciencias. Sin embargo, ahora he de correr de nuevo al campo de la humildad del que tanto me he alejado a lo largo de esta entrada, y he de reconocer que en el mejor de los casos sólo he alejado la eterna pregunta un poco más arriba en el tiempo. Quizá ahora es menos amenazante pero a pesar de todo, un niño de 5 años  me preguntaría “¿qué había antes de lo que has explicado? Y mucho me temo que la respuesta es “no lo sé”.

lunes, 12 de agosto de 2013

El origen del mal


León Tolstoi

En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas.
En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal.
-El mal procede del hambre -declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema-. Cuando uno come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas se le antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen pedazo de carne, me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No cabe duda de que el hambre es el origen del mal.
El palomo se creyó obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico.
-Opino que el mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras, sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera que no hallamos un minuto de sosiego, siempre pensando en ella "¿Habrá comido?", nos preguntamos. "¿Tendrá bastante abrigo?" Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos y nos tortura la idea de que un gavilán la haya despedazado o de que el hombre la haya hecho prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y, a veces, corremos hacia la muerte, pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o en las mallas de una red. Y si la compañera desaparece, uno no come ni bebe; no hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya ven que todo el mal proviene del amor, y no del hambre.-No; el mal no viene ni del hambre ni del amor -arguyó la serpiente-. El mal viene de la ira. Si viviésemos tranquilos, si no buscásemos pendencia, entonces todo iría bien. Pero, cuando algo se arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos arrebatamos y todo nos ofusca. Sólo pensamos en una cosa: descargar nuestra ira en el primero que encontramos. Entonces, como locos, lanzamos silbidos y nos retorcemos, tratando de morder a alguien. En tales momentos, no se tiene piedad de nadie; mordería uno a su propio padre o a su propia madre; podríamos comernos a nosotros mismos; y el furor acaba por perdernos. Sin duda alguna, todo el mal viene de la ira.
El ciervo no fue de este parecer.
-No; no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo. Si fuera posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para la carrera y nuestro cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño, con nuestros cuernos, y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. Apenas cruje una rama en el bosque o se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del pecho, y echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que agita las alas o una ramita que cae, nos hace creer que nos persigue una fiera; y salimos disparados, tal vez hacia el lugar del peligro. A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar con el cazador; otras, enloquecidos de pánico, corremos sin rumbo y caemos por un precipicio, donde nos espera la muerte. Dormimos preparados para echar a correr; siempre estamos alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco de tranquilidad. De ahí deduzco que el origen del mal está en el miedo.
Finalmente intervino el ermitaño y dijo lo siguiente:
-No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo.

i

            Cuando Tolstoi se preguntaba acerca del germen del mal en su cuento titulado “El origen del mal”, apuntaba cuatro posibles causas representadas por otros tantos animales. Un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente indicaban cada uno la causa de sus desgracias, léase el hambre, el amor, la ira y el miedo, respectivamente, y señalaban estos desencadenantes como el origen del mal. Es decir, cada animal situaba la fuente de su malicia en aquello que lo subyugaba, aquello que le dificultaba la vida, que lo dominaba. De esta forma, Tolstoi atribuye la generación del mal a una respuesta del ente racional sometido, como si fuera un acto de rebeldía, es decir, el mal se engendra por aquello que nos somete, que doblega nuestra voluntad. Si intentamos expandir un poco más el alcance de esta afirmación, el argumento de Tolstoi sería como decir que los condicionantes  del medio que nos rodea son “el origen del mal”. Y por si hubiera alguna duda en esta interpretación de las palabras del clásico ruso, el cuento termina señalando a la propia Naturaleza como la causa de todas las maldades.
            Bajo la perspectiva que nos dibuja la interpretación tolstoiana, podríamos concluir que la evolución de los organismos vivos y su capacidad de adaptación al medio es la gran maquinaria de generación del mal. Si un determinado comportamiento aumenta las posibilidades de supervivencia de un ser vivo, ese comportamiento tiende a perpetuarse e incluso podríamos decir que se integra en el ADN de esa especie, no es necesario el cambio. Por el contrario, si el comportamiento de un determinado ser vivo no se encuentra en armonía con su entorno, no es óptimo teniendo en cuenta el binomio ser vivo-entorno, entonces se requiere un cambio, se requiere una adaptación. Y es precisamente en ese mecanismo de adaptación donde Tolstoi sitúa el origen del mal.
            Pero quizá, antes de continuar nuestra búsqueda de las causas primeras del mal, tendríamos que definir que es el mal. ¿Alguien se atreve? ¿Qué necesitaron los cuatro animales del cuento de Tolstoi para señalar la causa de la maldad? Creo que la respuesta es evidente, tener conciencia. ¿Alguien sería capaz de pensar que un cuervo, un palomo, un ciervo, una serpiente o cualquier otro animal saben que es el mal? ¿Verdad que no es posible definir el “mal” si no es en contraposición al concepto de “bien”? Empezamos a intuir que la definición de los conceptos bien y mal está más acotada de lo que parecía en un principio.
            No parece un concepto universal, ni tampoco planetario, ni parece que les importe a las plantas, ni a los animales. A mi me parece que sólo les importa a un tipo concreto de seres vivos, aquellos que tienen conciencia, o sea, al ser humano. ¿Significa esto que podemos relajarnos un poco a la hora de dirimir esta difícil dicotomía? Creo sinceramente que la respuesta es sí.
            Si mi intuición no me engaña, es absolutamente imposible definir el bien independientemente del mal y viceversa, y a su vez ambos conceptos únicamente se materializan a partir del substrato moral, es decir, se requiere atesorar una moral para poder definirlos. Y digo “una” moral para resaltar el carácter artificioso de ese constructo de normas o leyes de convivencia que llamamos moral y que tiene fundamentalmente una finalidad práctica en tanto en cuanto reduce la natural tendencia del ser humano a matarse entre sí.
       Volviendo a la pregunta que intentaba contestar Tolstoi con su cuento, ¿cuál es el origen del mal? Yo le contestaría, y perdón por el atrevimiento, que en la Naturaleza no existe el mal, ni por ende el bien. Y por eso creo que en el fondo Tolstoi tiene razón, ya que cuando el ser humano por causa de la necesidad libera al animal que lleva dentro y deja que la biología tome las riendas, entonces cae en lo que la moral llama “el mal”.

domingo, 11 de agosto de 2013

Caníbal


            Yo siempre fui una persona muy dócil e inocente. No sé por qué el destino me ha llevado hasta este punto de locura, pero sea como fuere necesito descargar mi tormento, o al menos en parte, sobre el sufrido papel blanco capaz de absorber la sangre que he derramado. Ciertamente,  me crié en el seno de una familia temerosa de Dios y respetuosa para con el prójimo. Nunca he sido capaz de albergar ni una brizna de maldad, ni de dar pábulo a la natural perversidad que emana del ser humano. Era tan sencillo e inocente que en la escuela pronto fui señalado como víctima propiciatoria para el abuso y la vejación por parte de los pequeños tiranos incipientes. Me llamaban panoli y otras cosas peores, pero sin embargo, yo nunca cesé en mi forma de ser. En el patio del colegio sacaba provecho del simple gesto de ayudar a los demás y si alguna vez adivinaba una pizca de maldad en mis actos, el remordimiento me destrozaba ferozmente las entrañas y no salía de mi desamparo hasta que se presentaba la ocasión de resarcir mi pecado. Con el tiempo, todo el que se me acercaba sentía una mezcla de compasión y rabia al ver la insolente candidez con la que me paseaba por este mundo.
            No era tonto o retrasado, más al contrario era trabajador y esforzado por lo que fui enriqueciendo mi expediente académico hasta llegar a la universidad. En ese momento pensé que la mejor manera de canalizar aquel torrente desmesurado de bondad hacia el prójimo sería dedicándome a la medicina, y sin embargo, la decisión me costó un poco a causa de un extraño pálpito que intuía cada vez que me imaginaba rodeado de material quirúrgico.
            De esta manera, fue al poco de entrar en la universidad, y estando en clase de anatomía, que crucé la mirada con la de una angustiada chica no muy dada al estudio de las vísceras. Ella llevaba unas grandes gafas de pasta negra y no veía el momento en el que aquella clase, por fin, acabaría. En esa vaporosa atmósfera de formol, nuestras almas entraron inmediatamente en sintonía rodeados de cadáveres al servicio de la ciencia, y pronto empecé a estar interesado en otra perspectiva de la anatomía humana.
            Recién licenciados, formalizamos nuestra unión y fundamos una familia. Ella se especializó en pediatría mientras yo dirigía mis estudios hacia la cirugía mayor. El natural interés de la que fue mi mujer por los niños, pronto la llevó a desear progenie y apenas un año después de nuestro matrimonio empezamos a buscar descendencia.
            Yo, por aquel entonces, me encontraba haciendo la residencia en cirugía y estaba ampliamente expuesto a todo tipo de operaciones en las que mi destreza quirúrgica aumentaba día a día. El caso es que a medida que aumentaba mi habilidad para diseccionar tejidos, venas y arterias fui experimentando una transformación cuyos primeros síntomas tangibles se manifestaron en la experiencia carnal que representa el sexo. El acto sexual me catapultaba a una especie de estado alterado de conciencia que me hacía desear más. Aspiraba a la fusión de nuestros cuerpos, a amalgamar carne con carne, a comerme literalmente a mi pareja.
            Todo aquello me produjo un miedo atroz que me subyugaba cada vez que pensaba en el contacto carnal con mi esposa, y por supuesto, nuestra relación se enrareció. Cuando estaba cerca de ella, no podía dejar de pensar en la delicada textura de su carne deshaciéndose entre mis dientes. El color sonrosado de sus glúteos me atraía sobremanera y al mismo tiempo me horripilaba el hecho de pensar en mi mujer como si de ganado se tratase, imaginando cual sería su despiece más sabroso.
            La atracción carnal me llevó hasta el paroxismo. No podía ni besarla sin imaginarme el punto al dente de sus mejillas o el exquisito sabor de su carne cocinada conforme alguna receta digna de tan preciado manjar. Me imaginaba aquella carne sonrosada lentamente desgarrada entre mis dientes por efecto de la presión de mi mandíbula, liberando un universo de sabores en armonía, el sabor del alma. Qué maravilla poder capturar la esencia de mi amada e incorporarla a mi ser para siempre.
            La situación era insostenible, la sensación de desgarro interior que sentía por culpa de esta malvada inclinación estaba a punto de enviarme al frenopático para siempre. Pensé en ponerme en manos de un facultativo pero el solo hecho de imaginarme en su consulta, recostado sobre el diván, relatando mis perversas ensoñaciones me ruborizaba terriblemente hasta el punto de sentir la pulsión de mi corazón en las sienes. También pensé en el suicidio pero me veía incapaz de alcanzar el grado de valentía que un acto así exige.
            Mi mujer percibía mi sufrimiento, aunque no imaginaba la causa, y cuanto más cariñosa y comprensiva se ponía, mayor era mi furia antropofágica. El torbellino emocional que me sacudía, en el que se mezclaban el asco, la aversión y el pavor junto con el instinto carnívoro criminal, me dejaba completamente exhausto. Qué horror tan inmenso sentía cuando me descubría a mi mismo pensando en como aplicar las técnicas quirúrgicas aprendidas ese mismo día sobre el cuerpo de mi amada.
            Me fui haciendo cada vez más huraño y retraído. No era capaz de mantener un mínimo contacto social por miedo a que mi cara denotase mi deleznable inclinación hacia la carne humana. Dónde había quedado aquel chico dócil e inocente del antaño reciente. Cómo una criatura sin maldad alguna podía haberse convertido en un demonio esclavo de la carne como yo me consideraba. ¿Es posible que el ser humano pueda alcanzar tan alto nivel de depredación para con sus semejantes? Desconsolado tuve que aceptar que todos llevamos un lobo dentro, o quizá una hiena ávida por el olor a sangre, que representa el instinto animal siempre en lucha con milenios de evolución de la conciencia. Por alguna razón que desconozco, yo solté a ese animal que me atormenta mientras sucumbo al deseo literal de la carne.
            Poco a poco fui notando como el instinto depredador iba creciendo en mi al mismo ritmo que desaparecía el remordimiento. En cierto modo fue un alivio pues el tormento causado por lo “inasumible” fue bajando en intensidad. Los días fueron pasando a medida que mi ser recuperaba su luz y el color volvía de nuevo a mi cara. Mi esposa celebraba mi aparente recuperación mientras yo iba retomando poco a poco mis actividades diarias con un renovado interés por la anatomía humana y la ciencia quirúrgica.  Volví a relacionarme con mis amigos que aliviados celebraron mi franca recuperación de aquel trastorno psicológico que había ensombrecido mis últimos meses. Volvía a ser un avezado cirujano con un futuro muy prometedor.

            Todo iba tan bien que decidí celebrarlo en compañía de mi mujer con una cena íntima. —Yo cocino—, le dije por la mañana mientras una sonrisa me cruzaba la cara de oreja a oreja. Durante la mañana, en el hospital, todo el mundo percibió mi recuperada vitalidad y hasta confesé el secreto de mi alegría, —es que esta noche tengo una cena romántica… para uno.


jueves, 16 de mayo de 2013

El Yayo (reflexiones sobre la tercera edad)



           El yayo no siempre fue mayor. Hubo una época en la que correteaba como vosotras por la casa, y pasaba la mayor parte del tiempo en la playa, entre redes, boyas, aparejos de pesca y barcas varadas en la orilla. Su madre remendaba las ajadas redes mientras los maridos bregaban con ellas mar adentro, y él saboreaba sin prisa una vida en potencia, un futuro todo porvenir. En aquellos tiempos de posguerra, ataban en corto la libertad que naturalmente emana de la inocencia infantil y pronto tuvo que contribuir a la economía familiar, él y su hermano mayor que en paz descanse. Por esta razón, tuvo una infancia corta, la necesidad apremiaba y pronto anduvo en busca de algún pescado que echarse a la boca. A pesar de la depresión de posguerra, los chicos se divertían sanamente en pandilla, y hasta completaban su exigua dieta con alguna fruta recién cogida, de esa que se escondía tras las tapias. Qué dulce sabía la fruta, sobre todo si era robada. En definitiva, las circunstancias le obligaban a crecer rápido y quizá por eso, ahora ya no recuerda que es ser niño. El niño que un día fue quedó varado al lado de una barca, con la espalda apoyada en la cuarteada quilla y las manos llenas de los cortes y aguijonazos con los que la mar defiende a sus criaturas. Aquel niño de salitre seguro que le espera en algún lugar del camino para regalarle de nuevo su inocencia en el viaje hacia las estrellas. Pero ahora el niño se ha perdido y el yayo ya no se acuerda de él, ni siquiera vosotras sois capaces de hacerle memoria, ni siquiera vosotras podéis oír la cándida voz de aquel niño que quiere jugar de nuevo. Así que, el yayo ahora os mira y se pregunta asombrado como sacaremos de ahí a dos mujeres hechas y derechas. El acertijo se le escapa y resuelve que la educación de hoy en día ya no es como la de antes y que él ya no entiende nada. Los padres, que son sus hijos, han tomado un camino que no aparece en sus mapas, un camino lleno de estímulos e incentivos que están más allá del tener algo que llevarse a la boca y que a él le parece que falla en lo primordial, los valores humanos.
            Así que, el yayo se hizo mayor pronto. A corta edad entregó ya su primer sueldo a la madre, ganado con el sudor inexperto y tambaleante de un niño a bordo de un llaüt faenando en cabotaje a pocos kilómetros de la costa. Todas las piezas encajaban, el puzzle era sencillo, un hombre, dos manos y la firme voluntad de arrimar el hombro para no alejarse de lo moralmente aceptable y económicamente necesario.
            Así, fue ahorrando en dinero y en amores hasta que estuvo preparado para formar una familia. Eran años de ilusión, de recuperación económica, de crecimiento, en los que la nariz quedó saturada de ese olor marinero que resulta de la amalgama de la gasolina con el salitre húmedo que emana del mar y de los restos del pescado, e impregna la ropa, los cabos y las lonas. El paso se hizo firme sobre la cubierta de las barcas y los brazos se rompieron de descargar tantas cajas de pescado sobre el muelle.
            De ese esfuerzo y de ese amor, nació una niña cuyo padre pertenecía al mar. Y con los años, la humedad, el salitre y el rumor de las olas fueron doblegando su voluntad y su cuerpo hasta relegarlo a la sala de máquinas, no más pescado, sólo motores. La sala de máquinas con el continuo ronroneo de los motores se convirtió en el purgatorio del pecado del hombre. La última estación antes de la dorada jubilación.
            Se jubiló joven, los marineros se lo merecen, tenía 55 años. Toda una vida confinado a no más de 20 metros de suelo que pisar, a no dormir más de 4 horas seguidas, expuesto a la acción corrosiva y al mismo tiempo saludable del mar y, en definitiva, a no distinguir entre la vida y el trabajo. Tenía todavía mucha vida por delante, no más viajes al reino de Neptuno, no más batallas contra el mar, no más razias en el hogar de los seres del lomo de plata. Había llegado el momento de congraciarse con el mar, lar de vida y de sufrimiento, había llegado el momento de comenzar una nueva vida. ¿Podemos considerar ese momento como el comienzo de la tercera edad?, ¿qué es la tercera edad?
            Podríamos definirla como la etapa del abandono de la lucha en la que sólo quedan fuerzas para dejarse caer por el tobogán que nos llevará irremisiblemente a la antesala de la muerte. Pero en qué consiste morirse. Atendiendo al proceso natural, me doy cuenta de que la respuesta se la inventa cada persona. Hay personas que no quieren dejar de vivir y con esta actitud de apego a la vida, apuran hasta el último segundo de su existencia. Sin embargo, otras desean la muerte, o al menos la aceptan como la mejor salida al proceso de decrepitud que experimentan cada día. Así es el yayo. Nunca se le ha hecho tarde para nada y la muerte no iba a ser una excepción, Dios no tendrá que esperarle, y de hecho, tiene ya las maletas preparadas a la puerta de casa. Sólo ha de esperar un poco más, aguantar con dignidad el desgaste de la vida como lo ha hecho siempre y más pronto que tarde, recibirá la llamada que ansía.
            Desde hace un tiempo parece que el yayo va desdibujándose con el paso de los meses, parece que todo su ser vaya perdiendo entidad, presencia. Cuando estás con él a solas en una habitación, notas que casi estás solo, que esa persona ya ha empezado su viaje y solo ha dejado aquí unas cuantas pertenencias que pasará a recoger otro día. Es curioso comprobar como el proceso de la muerte empieza mucho antes del día del deceso, siempre refiriéndome al proceso natural. El ánima parece encoger, como si ya no rellenara todo el cuerpo, como si el cuerpo le viniera grande y entonces, aparecen las arrugas, como le sucede a un traje que es dos tallas más grande que la nuestra.
            Qué diferencia con la imagen de hace unos años, cuando su mera presencia llenaba toda la habitación. Porque es cierto, que allá donde se encuentran, las personas despiden un halo de vitalidad, de energía, de procesos biológicos en funcionamiento que literalmente llena el espacio circundante. La textura del entorno se estremece cuando pasa una persona y se impregna de su alegría o de su tristeza. En estos casos de juvenil vitalidad sucede lo contrario a lo que ahora experimenta el yayo, el ánima es tan grande que escapa del cuerpo, no cabe y se esparce en unos cuantos metros a la redonda.
            El yayo siempre tiene frío, la caldera que alimenta la vida languidece, ya sólo queda un ascua que titila sosteniendo la senectud insolente. Su mirada transmite la tremenda soledad con la que se acerca al paso, ese paso que el individuo debe dar solo, rompiendo todo atisbo de ligadura con este mundo y reivindicando su singularidad por última vez antes de fusionarse con el todo universal.
            Decidle buenas noches al yayo, porque un día, la noche se hará eterna y él alcanzará por fin el merecido descanso junto al niño de salitre.

&

Dedicado con cariño a Pedro


domingo, 28 de abril de 2013

El Demonio Eléctrico


Acostado en su cama, Michael contemplaba las sombras ondulantes dibujadas en el techo de su habitación por las oscilaciones de la lámpara incandescente de la Edison Electric Light Company. Aquella suerte de sombras que titubeaban entre la vigilia y lo onírico distraían su sueño, y desvelado llamó a su abuelo.
¾Abuelo, no puedo dormir. ¿Me podrías contar otra vez la historia de cómo descubriste el fonógrafo?
El abuelo Thomas, ya muy mayor, accedió condescendiente a llenar el aire con los sonidos de aquel viejo fonógrafo con el que había logrado reproducir la primera canción grabada de la historia, "Mary had a little lamb"
De repente, las oscilaciones de la luz se hicieron más acusadas y algo en el exterior les llamó la atención. Danzando sobre el tendido eléctrico, vieron un pequeño duende que se contoneaba socarronamente. Ante la inquisidora mirada de su nieto, Edison le conminó a que volviera a la cama y salió de la habitación sembrando su trayectoria de huida con unas palabras que el niño no entendió, “el avance tecnológico tiene un precio”.
Por fin, el pequeño Michael se durmió viendo enroscarse al duendecillo alrededor del filamento incandescente de la bombilla de su abuelo mientras Edison maldecía su antigua promesa. Aquella en la que ese demonio le había ofrecido el secreto de la electricidad a cambio de su último nieto.

Epílogo. En 1949, Michael Edison Sloane, último nieto de Thomas Alba Edison, murió a la edad de 18 años en un accidente de alpinismo en los Alpes Austriacos.

domingo, 7 de abril de 2013

El fin de la política (II)


Si abordamos otra arista de la entronización de la economía por encima de la voluntad de los pueblos, podríamos analizar la viabilidad de nuestro proyecto común llamado Unión Europea. Parece mentira que nos preguntemos ahora, después de tanto años, si realmente la Unión Europea fue una buena idea o no pero creo que la situación de crisis que estamos viviendo a puesto muy de manifiesto las debilidades de este proyecto común.
Aquí, creo que de nuevo se construyó la casa por el tejado, es decir, se consideró que todos los territorios de Europa habían llegado a un status quo político que los homogeneizaba, que los hacía esencialmente iguales, de manera que las tensiones políticas quedaban ya superadas. Entonces se pasó, desde mi punto de vista en falso, al siguiente escalón, que es la economía y allí montamos todo el chiringuito.
Sin embargo, cuando las cosas se han puesto feas, inmediatamente se ha manifestado la falta de ese corpus político, de esa voluntad y esa forma de ver la vida en comunión que permitirían adoptar las medidas necesarias para poner en vereda a la desbocada economía.
Europa es muy rica y variopinta, histórica y culturalmente, y es precisamente esta multiculturalidad lo que hace casi imposible llegar a un consenso moral, que uniformice la forma de actuar de las distintas naciones que conforman el continente europeo. Por eso, oímos cada vez con más frecuencia, que es necesario caminar hacia la unión política si queremos salir de este atolladero. Por desgracia, creo que el hecho de que alemanes, ingleses, franceses, españoles, etc… nos entendamos en el terreno moral es un reto harto difícil, los ingleses ya se dieron cuenta hace muchos años. Así que mis augurios con respecto al porvenir de la UE no son nada halagüeños. Quizá la idea de un mercado común, donde vas a comprar o a vender cosas, no esté mal pero aspirar a una verdadera unión económica es algo prácticamente inalcanzable si no va precedido de la unión política, cosa que no va a pasar.
¿Cómo lo arreglamos? Es cierto, como dice mi amigo Lluís, que existen herramientas para organizarse a nivel casi planetario y expresar la voluntad de los ciudadanos pero en qué sentido usamos esas herramientas.
Creo que todos estaremos de acuerdo en que el problema que nos afecta tiene escala mundial y por tanto, serían necesarias medidas y voluntades políticas a la misma escala. Si eso es así, ¿creéis que es remotamente posible que todos los jugadores del monopoli se pongan de acuerdo para cambiar las reglas del juego? Parece difícil mientras no haya un punto de vista con perspectiva planetaria que sólo se daría en situaciones tales como una invasión extraterrestre.
¿Y si probamos fragmentar de nuevo el sistema? Se trataría de buscar cuales son los mayores grupos sociales que pueden funcionar a nivel político, es decir, compartir un ideario y una forma concreta de hacer las cosas. Si no voy muy equivocado, mi impresión es que esos grupos son bastante más pequeños que Europa o que incluso alguno de los estados miembros. Una vez identificados aquellos grupos que quieren aunar su voluntad como pueblo, podríamos pensar en medidas económicas o de cualquier otro índole. Por supuesto, esto pasaría necesariamente por autoexcluirse, por romper unilateralmente las reglas de juego y por montar sistemas paralelos, interconectados o no. Y de nuevo tendríamos montado el circo de las batallas y las peleas entre los distintos grupos y sus distintas visiones. Huele claramente a involución.
Querido Lluís, me gustaría haber dado con la solución pero de esta reflexión sólo ha salido como solución la amenaza de una invasión extraterretre, que aunque no se puede descartar completamente, no es algo que esté en nuestras manos.
Mi corta visión histórica me hace ver la situación actual como el fin de una civilización. Este hecho en la antigüedad, donde las civilizaciones tenían carácter regional, permitía contemplar salidas hacia delante, egipcios, griegos, romanos, mayas, etc... pero ahora en el momento de la aldea global, ¿dónde y cómo podemos reinventarnos? No va a ser fácil, especialmente para aquellos grupos que no se encuentran unidos por una misma visión del mundo y una misma voluntad política.

lunes, 25 de marzo de 2013

El fin de la política


A pesar de ser un título ciertamente presuntuoso, me ha parecido adecuado para describir el estado agonizante de una de tantas cosas que en estos tiempos de crisis parece haber agotado su discurso.
España es un caso flagrante de este fenómeno pero desde la caída de los bloques, creo que este fin se palpa también a nivel internacional. La vieja confrontación izquierda-derecha parece ya trasnochada y todos aquellos que siguen viendo la vida desde esa perspectiva, como por ejemplo los agentes sociales, se dedican a clamar situaciones del pasado para mantener encendida la llamita de la confrontación ideológica.
Cada vez es más frecuente oír en España una frase pronunciada por los conciudadanos que saben leer la realidad, que dicen que todos los partidos del arco parlamentario son lo mismo y que, en realidad, deben someterse a los designios de la economía de mercado que campa a sus anchas por el mundo.
Desde mi humilde punto de vista, hace ya tiempo que la vida de las personas en el mundo desarrollado está gobernada exclusivamente por los dictados de la economía que se ha erigido como una especie de tirano que somete a los pueblos bajo las despóticas e inhumanas leyes del mercado. El mercado se ha proclamado como el señor único al que todos debemos servir si queremos seguir viviendo en este mundo dominado por lo material y por un sistema de recompensa psicológica basada en el consumo.
Hemos dejado a un lado la moralidad, los sistemas de redistribución de la riqueza y hasta el respeto a la vida de las personas para aceptar con toda naturalidad las leyes de los inversores, los juicios de las agencias de calificación y la tiranía del “tanto tienes, tanto vales”.
La voluntad política de la sociedad ha quedado a un lado, como mera comparsa del yugo aplicado por la economía, y de esta manera, el ideario político ha ido diluyéndose, hasta confundirse y transformase en una especie de reminiscencia antigua que a nadie ilusiona. Un ejemplo muy aparente de este hecho está siendo la perdida de soberanía de las naciones cuando el rey “dinero” empieza a hablar y a ordenar lo que le conviene. Nadie se atreve a toserle por miedo de quedar excluido, en una especie de marginación, fuera del sistema capitalista mundial. Tenemos miedo de reencontrarnos con el ser humano desnudo, tal como es, de volver a nuestra esencia y dejar atrás todo ese andamio de artificialidad y artificiosidad construido tras largos lustros de respaldar esos títulos notariales que se llaman billetes y que ahora se han convertido el papelitos del Monopoli.
La herramienta que diseñamos, que pensamos para vivir mejor, se ha envenenado y ahora se autoalimenta de sus mismas carencias convirtiéndose en algo perverso y hueco que ya no representa un valor material, o hasta espiritual de la sociedad. Hemos puesto la vida al servicio de la herramienta que nos inventamos para supuestamente vivir mejor, el objeto real al servicio del modelo y finalmente, hemos perdido el oremus y nos dedicamos diariamente a boquear asfixiados con el fin de volver a la ciénaga en la que se ha convertido nuestro sistema de vida.
El miedo azota los pueblos, y algunas personas que no entienden como un país puede valer hoy la mitad de lo que valía ayer si el sol ha salido por el mismo sitio y sus ciudadanos han trabajado y vivido las mismas horas, apuntan a la causa del problema y deciden volver al trueque para obviar ese utensilio que se ha emponzoñado, que ya no sirve y cuyo uso constituye en si mimo un problema.
En mi ignorancia, intuyo que no saldremos del problema mientras las personas no tomen las riendas de su futuro, y vuelvan a poner a la economía al servicio del hombre, y no al revés. La voluntad política de organización de la sociedad ha de estar por encima de la economía, que no deja de ser un “sistema” para hacernos las cosas más fáciles, en vez de ser un sistema de dominación. Creo que la democracia liberal proclamada por Francis Fukuyama como “el fin de la historia” necesita una puesta a punto, un ajuste severo que sanee la corrupción a la que la ha abocado su propio narcisismo.
Debemos recuperar la ilusión y la creencia en unos valores morales y sociales que nos permitan volver a poner las cosas en su sitio.

Hoy cumplo 100


Casi sin pensarlo, he echado un vistazo al contador de entradas de mi blog y he visto que alcanzaba la categoría de las centenas. No sé si eso significa que me hecho mayor intelectualmente, no lo creo, pero sí significa que hay un camino recorrido y un crecimiento inherente.
Porque si hay algo que tengo que agradecerle a mi blog, y por tanto, a mi mismo, es la oportunidad de crecimiento personal que me ha regalado. Con cada nueva entrada, con cada nueva reflexión y con cada nueva historia, he aprendido un poquito más y he crecido interiormente. Ese era el objetivo principal del blog y es verdad que se ha cumplido con creces, si bien es cierto que si mi poder de convocatoria hubiera sido mayor y el DIALOGO más generoso, se hubieran alcanzado cotas de mayor enriquecimiento.
Me gustaría expresar mi más sincero agradecimiento a todos aquellos que alguna vez habéis perdido algo de tiempo leyendo alguna de mis entradas y en especial, a aquellos que os habéis decidido a contestarme, a escribir un comentario como Lluís, Carles, Fran, Ana, Manel, Maite o Carla. Espero que mis entradas os hayan permitido pensar y crecer aunque sea un poco. También os animo a escribir, aunque algunos ya lo hacéis mucho mejor que yo, porque el escribir permite ordenar el pensamiento y el mundo interior de cada cual.
Sólo me queda avisaros de que continúo teniendo ganas de aprender y de compartir aquello que aprenda. Espero que esta curiosidad me dure muchos años porque intuyo que si algún día desaparece, habré entrado en la recta final.

2008-2013: 100 entradas y ganas de escribir más…

domingo, 10 de marzo de 2013

Insalutia (III y final)


   Cuando Gerty vio a Carlos atravesar el umbral de la puerta de casa, intuyó que algo no iba bien. Carlos volvió a casa como ido, su cuerpo estaba ahora cerca de Gerty pero su mente seguía aún en la colonia subterránea y no encontraba el momento de blanquear aquellos pensamientos. Se derramó en el sofá mientras cruzaban por su mente cientos de ideas desordenadas que generaban una especie de rum-rum difícil de apaciguar. Fue finalmente una noticia en el canal oficial de la Corporación, lo que le dio pie a iniciar una conversación y dar rienda suelta a sus cábalas e ilusiones.
   Mientras el locutor explicaba las fechorías de un grupo de humanos “U” que había logrado escapar de los laboratorios de la Corporación, Carlos desveló sus secretos anhelos a su sorprendida esposa.
   ¾He contactado con los marginales, Gerty, y he de decirte que existen alternativas. Podemos ser libres y ver crecer a nuestros hijos en libertad en una nueva humanidad. Lo que voy a contarte no lo creerás hasta que no lo veas con tus propios ojos pero puedo confirmarte que los rumores que nos hablaban de las ciudades subterráneas de los marginales son ciertos. He estado allí y he podido comprobar el elevado estado de desarrollo que han alcanzado. Me han enseñado como viven y he tenido un sentimiento de libertad jamás soñado por mi. ¡Gerty, tenemos que intentarlo!
   ¾¿De qué hablas Carlos? ¾dijo Gerty queriendo confirmar sus sospechas—. ¿No será de la alocada idea que tuvimos hace unos días cuando comenzamos a considerar seriamente la paternidad?
   ¾¡Sí, Gerty!, lo podemos hacer, existen alternativas a esta insulsa vida que nos han impuesto como una especie de anestésico. Tienen un proyecto serio, quieren volver a comenzar en Europa, ahora que su habitabilidad está fuera de toda duda. La vida humana en la Tierra está definitivamente condenada a la decadencia y la corrupción. Tanto tú como yo somos capaces de ver más allá de la trivial cotidianeidad para darnos cuenta de lo que está pasando realmente. ¡Podemos y debemos hacerlo!, podemos darnos una nueva oportunidad.
   ¾¡Carlos, estás loco!, cómo has podido llegar tan lejos con este tema ¾dijo Gerty visiblemente asustada.
   ¾Vivir aquí es como estar muerto, prefiero arriesgarme antes de prolongar esta hueca agonía. Sé sincera contigo misma y piensa en nuestros hijos. ¡Debemos darles una oportunidad!
   Gerty accedió a escuchar mientras Carlos iba relatando todo lo hablado y todo lo vivido en la colonia marginal. El tono usado por Carlos chispeaba cada vez más a medida que iba avanzando en su exposición, perfilando lentamente el proyecto de vivir en la luna de Júpiter denominada Europa. Esta luna había adquirido, desde hacía ya algunos años, una atmósfera respirable como consecuencia de las algas productoras de oxígeno que se habían plantado allá por los años 30.
   Gerty pudo comprobar que Carlos había realizado el viaje ya en su mente, que su proceso mental era ya irreversible y que una negativa por su parte condenaría al matrimonio y a su prole a una vida monótona, de subyugación y drogodependencia. Sin pensarlo demasiado, aceptó el reto y con una mirada condescendiente le mostró todo su apoyo a su querido marido.
   Los días fueron pasando lentamente después de que la pareja comunicara su intención a los marginales a través de Hodgkin. Esperaban una respuesta, algún tipo de reacción por parte de los marginales que les insuflara ánimos para seguir y les permitiera prepararse mentalmente para el gran viaje.
   La cascada final de eventos se inició 3 días antes del gran viaje. Carlos y Gerty fueron contactados por un marginal que les dio instrucciones precisas sobre qué deberían llevar y donde deberían estar en la noche elegida para dar comienzo a una nueva vida.
   La forma en que Gerty miraba a su esposo cambió desde la comunicación de los marginales, como indicando una especie de síndrome del nido que ya empezaba a adueñarse de la futura madre. Fueron haciendo todos los preparativos, no sin cierta sensación de angustia y miedo a lo desconocido, que de vez en cuando les sobresaltaba, más aún cuanto más se acercaba la fecha señalada.
   Por fin llegó la noche del 24 de Octubre, y Carlos Chagas y Gerty Cori se encaminaron hacia el punto de lanzamiento, convenientemente ataviados y pertrechados con lo imprescindible para el viaje según especificaciones de los dueños de la misión. Se trataba de un solitario hangar detrás de las montañas que delimitaban la ciudad por el noroeste. Un reducido grupo de operarios se desenvolvía frenéticamente en las inmediaciones del aerotransportador de última generación, realizando toda una serie de comprobaciones necesarias para el lanzamiento.
   Carlos y Gerty sintieron miedo, un miedo irracional inducido con toda seguridad por lo excepcional de la situación, pero enseguida fueron introducidos en la rutina prelanzamiento y el movimiento conjuró el creciente temor. Las operaciones avanzaban a buen ritmo, sin preguntas, como si se tratara de un mecanismo de relojería perfectamente sincronizado. En un momento determinado vieron el rostro de Hodgkin a través de uno de los grandes ventanales interiores del hangar y sus angustiados espíritus reaccionaron alegremente agarrándose al único elemento conocido que les ofrecía el entorno. Sin embargo, Hodgkin les devolvió un gesto más bien indolente que no entendieron, lo cual contribuyó a acrecentar la sensación de extrañeza.
   Por fin, alguien conocido se acercó a la atemorizada pareja y se ofreció como guía protector que les ayudaría en los primeros compases de aquella loca aventura. Se trataba de George Huntington, el contacto que había introducido a Carlos en el mundo de los marginales y le había suministrado la información que de alguna manera quería oír.
   —No tengáis miedo, los vuelos tripulados a las inmediaciones de Júpiter hace años que se convirtieron en algo rutinario por mucho que vosotros no hayáis tenido nunca una experiencia aeronáutica. Seguidme, vamos hacia los vestuarios donde os pondréis la indumentaria necesaria junto con las demás familias que  os acompañarán en este viaje —dijo George causando un tremendo efecto balsámico y tranquilizador en la atemorizada pareja.
   Entraron en un edificio anexo al hangar, que destilaba cierto aire decadente. Al abrir la puerta un largo pasillo forrado de trajes de astronauta se dibujó ante ellos.
   —Están ordenados por tallas, los de hombre a la derecha y los de mujer a la izquierda. Escoged los vuestros —espetó George sin demasiados reparos.
   A continuación, entraron en una sala que se encontraba ocupada por distintas parejas entregadas al frenesí de ajustarse los trajes espaciales. Al verse rodeados por otras personas que habían tomado su misma decisión, se sintieron instantáneamente aliviados. ¡Quién sabe si serían sus vecinos en su nuevo hogar!
   Nadie prestó demasiada atención a la nueva pareja que tan sólo recibió alguna que otra mirada furtiva de vez en cuando, y conforme fueron acabando, las parejas iban abandonando el vestuario por la puerta situada enfrente de la puerta de entrada. Sin embargo, cuando Carlos y Gerty comunicaron que estaban listos, George les encaminó hacia otra puerta, situada en un lateral, hecho al que no dieron mayor importancia amparados por la supuesta complejidad de un viaje de este tipo. Fueron conducidos hacia un ascensor que los elevó directamente hacia el módulo espacial. Pasaron a la cabina con la emoción a flor de piel y se extrañaron al no ver a nadie. Quizá los demás se encontraban a otro nivel, Carlos y Gerty no entendían nada pero se dejaron hacer dócilmente. Una voz metálica les conminó para que tomaran asiento en los dos grandes sillones centrales y se relajaran tanto como les fuera posible. Una vez acomodados, se dejaron cautivar por el impresionante paisaje de contornos violáceos y el maravilloso cielo estrellado que les ofrecía el espacio profundo. Carlos intentó tomar de la mano a Gerty pero la voz metálica les reiteró que permanecieran perfectamente sentados en sus sillones.  Se miraron sintiéndose como ilusionados colegiales y decidieron portarse bien.
   Fue entonces cuando sucedió algo inesperado para los confiados pasajeros. Dos parejas de brazaletes se cerraron súbitamente anclando fuertemente sus extremidades a sus respectivos asientos. Aquello no parecía formar parte de un trato mínimamente humano y sus corazones se sobresaltaron intuitivamente. El monótono sonido del motor de un brazo articulado se oyó en el exterior y, a continuación, un golpe seco contra el exterior del módulo. El brazo mecánico enganchó el módulo por su parte superior y lo separó de la plataforma que lo sustentaba, dejándolo a continuación sobre el volquete de un gran trailer que esperaba abajo.
   Tanto Carlos como Gerty tuvieron la potente sensación de que aquello no era normal, de que algo no marchaba bien. En la cabina del vehículo rodado, el señor Hodgkin le pasaba el plan de viaje al conductor. DESTINO: Laboratorio Central de la Corporación. PROPÓSITO: reciclaje biológico de dos organismos superiores.
   —Siempre me han parecido tremendamente eufemísticos estos planes de viaje —dijo el conductor socarronamente—. Todos sabemos que en cuanto crucemos las puertas del Laboratorio Central, estos dos desgraciados serán despojados de su condición humana y convertidos en organismos de experimentación de clase “U”.
   —Sí, ellos deben morir si queremos que nuestro proyecto tenga éxito —dijo Hodgkin. Al menos no serán conscientes de ello, en unos minutos, les será inoculada una dosis de virus cerebral que los despojará de todo atisbo de conciencia humana. ¡No es tan fácil escapar de la morbocracia!

Insalutia (II)

   Al día siguiente, mientras se encontraba produciendo un nuevo lote de individuos “U” no podía dejar de pensar en el tema y aquella misma mañana, se puso en contacto con Thomas Hodgkin, cuyos flirteos con los marginales eran por todos conocidos.
   ¾¿Sr. Hodgkin?, me llamo Carlos Chagas y me pongo en contacto con usted para… no sé como expresarlo, se trata de algo muy personal.
   ¾Bueno, soy todo oídos. No es muy frecuente que un sanador de la Corporación, aunque sea de bajo rango, se ponga en contacto conmigo. Usted dirá.
   ¾Perdone, no me mal interprete Sr. Hodgkin ¾dijo Carlos sintiendo que una oleada de rubor congestionaba su rostro—. Me pongo en contacto con usted a título personal por un tema que nada tiene que ver con la organización que usted dirige. No es que su función pública promoviendo el derecho a una muerte digna no me parezca algo absolutamente loable, sin embargo, se trata de otra cosa. Yo quiero hablarle, más bien, del derecho a la vida, a una vida digna.
   Mi mujer y yo hace tiempo que queremos formar parte del carrusel de la vida, creando nueva vida, y alcanzar esa plenitud que veo en aquellas personas que han sido padres. Sin embargo, hay un problema, no podemos aceptar que esa vida nazca ya dañada, esclava de un sistema que usa la enfermedad como yugo de dominación. Créame, es una situación muy angustiosa.
   Hodgkin captó enseguida el cariz de la conversación, y aunque condescendiente, se afanó por rebajar las ansias subversivas de su atribulado interlocutor.
   ¾Sepa que le entiendo, yo también he sido padre y sé lo duro que puede ser aceptar la lacra de la subyugación genética, pero a pesar de ello, no le aconsejo que siga por ese camino, no sabe usted bien lo proceloso que puede llegar a ser. ¡Hágame caso y no ponga en riesgo su vida, la de su mujer y la de su ansiada descendencia!
   ¾Me temo Sr. Hodgkin que ya he cruzado la línea de no retorno respecto a ese tema ¾dijo Carlos—. Tanto mi mujer como yo sólo somos capaces de imaginar un futuro, el futuro de ver crecer a nuestros hijos en libertad. Ninguna otra opción tiene sentido para nosotros.
   ¾Y bien, ¿qué es entonces lo que quiere de mi? ¾dijo Thomas Hodgkin con tono contrariado.
   ¾Me explicaré sin más rodeos, Sr. Hodgkin. Sus contactos con los marginales son de sobra conocidos y…, yo le suplico que me pertita acceder a ellos. ¡Qué al menos me permita explorar una nueva vía para tratar de romper esta cadena que nos somete!
   ¾Extrañas palabras viniendo de un empleado de la Corporación ¾dijo Hodgkin regodeándose en su mofa—. Pero veo que sus palabras son de sincera desesperación. Seguro que algo cambiaría si hubiera muchos como usted, pero bien, veré que puedo hacer.
   Si ellos acceden recibirá instrucciones precisas. Confío en que usted pondrá de su parte la discreción que un asunto de este cariz requiere.
   ¾Sí, no se preocupe Sr. Hodgkin ¾dijo Carlos con un sentido agradecimiento—. Le prometo estar a la altura del paso que me dispongo a dar.
   Tan sólo fueron necesarios 3 días para que un individuo desconocido se acercara a Carlos y, con un gesto más que discreto,  le entregara un pequeño papel con muchas dobleces que contenía unas coordenadas de posición.
   Una vez en casa, Carlos pudo comprobar que se trataba de un suburbio alejado y muy deteriorado. Le costaría un cierto tiempo alcanzar la posición pero no era imposible y además, muy comprensible. La hora del contacto también era lógica, así que, sin involucrar todavía a su amada esposa, salió de camino hacia lo imposible cuando el sol empezaba a descender por el horizonte.
   A medida que se alejaba del centro de la ciudad, el paisaje iba adquiriendo tonos gris ceniza cada vez más oscuros. El color de la tez de los residentes también cambiaba en consonancia con el entorno y sus rostros cerúleos mostraban cada vez con más descaro las venas que canalizaban un líquido que alguna vez fue sangre pero ahora era más parecido al anticongelante. Tuvo que pasar el punto de control a partir del cual no se garantizaba la salubridad del aire, el agua o la tierra del subsuelo mientras Carlos se dedicaba a tapar con trapos húmedos todas las entradas de aire que poseía el modesto vehículo de combustión metabólica que podía permitirse. Su proverbial hipocondría sufrió un agudo ataque que casi da al traste con su determinación. Sin embargo, Carlos pudo reponerse para alcanzar lo que parecía un descampado semiboscoso. Abandonó el vehículo y comenzó a andar por aquel terreno baldío. El medio metro de maleza que cubría los cascotes de los antiguos edificios de apartamentos proletarios hacia muy difícil el avance  pero aquel era el punto de contacto. Finalmente, se fijó en que a su lado derecho, a unos 20 metros de distancia, se erigía una herrumbrosa puerta metálica delimitada por dos altos pilares de mampostería que parecían pretender poner puertas al campo.
   Carlos se dirigió titubeante hacía la única estructura que todavía se mantenía en pie y al llegar a la puerta deslizó su cuerpo por el escaso hueco que dejaban las 2 puertas eternamente entreabiertas. La sensación de ridículo se esfumó rápidamente al oír el chisporroteo del cable electrificado que nacía a ambos extremos de la puerta y se perdía en la espesura del bosque. Caminó unos diez pasos hacia el interior de la masa boscosa cuando el chasquido de una rama rota le advirtió que no estaba solo. Antes de que la preocupación pudiera contaminar su ánimo, aparecieron ante él dos individuos, uno más alto que el otro, pero con un aspecto físico que destilaba salud por todos sus poros, no parecían pertenecer a la raza de la humanidad imperante. Se acercaron a Carlos e hicieron presa de sus antebrazos justo por debajo de las axilas para acompañarle con sutil firmeza hacia el 4 x 4 solar que esperaba al cabo de lo que parecía una pista forestal.
   En la parte posterior del 4x4 no se veía nada y Carlos estuvo dando botes en su interior durante al menos media hora. La pista  se encontraba en bastante mal estado y estos antiguos vehículos, con su dura suspensión, no hacían el viaje nada confortable. Notó que, más o menos a mitad de camino, bajaron una fuerte pendiente pero la penumbra lo envolvía todo cada vez con mayor persistencia, lo cual dio al traste con cualquier posibilidad de saber donde estaba.
   Se oyó una algarabía infantil y el vehículo se detuvo. La apertura del portón posterior dio paso a una visión extraña. Se trataba de la boca de una mina por la que transitaba libremente un grupo de infantes que parecían celebrar la visita del desconocido. Carlos fue acompañado a la entrada y después de recorrer unos 100 m de túnel, se vio abocado a la contemplación de una visión de fábula. Tenía ante sí lo que parecía una ciudad underground conformada por una especie de plaza natural alrededor de la cual partían de forma radial una serie de túneles a modo de calles. Un individuo, de unos 60 años, les salió al encuentro identificándose como la persona encargada de las relaciones con los medicalizados.
   Carlos no daba crédito a sus ojos al ver como la vida en esta ciudad se desarrollaba de forma armónica y serena como si de una colmena se tratara, donde cada uno tiene su misión perfectamente interiorizada.
   George, que así se llamaba el sexagenario anfitrión, empezó a hablar poco a poco y poniendo las bases necesarias para hacer posible la comprensión entre dos mundos tan distintos.
   Lo primero que sorprendió a Carlos fue ver tanta luz en una mina, luz que parecía natural. George le confirmó que en efecto se trataba de luz natural y le explicó el sistema a través del cual la luz penetraba en el subsuelo. Esta maravilla de la ingeniería estaba formada por grandes cables de fibra óptica que recogían la luz en la superficie mediante unos cristales circulares de gran diámetro encargados de focalizar, a modo de una gran lupa, toda la luz hacia el cable de fibra. Luego estos cables se iban ramificando por los diferentes túneles, perfundiendo todo el espacio con luz, que finalmente era difundida mediante pequeñas lupas divergentes.
   Ante tal avance tecnológico, Carlos comprendió enseguida que no se encontraba delante una sociedad atrasada o retrograda, y el mito de los marginales comenzó a deshacerse lentamente en su interior. Aún así, Carlos tenía muchas dudas acerca de aquella gente, cómo estaban organizados, cómo era su día a día, cómo combatían la enfermedad. Mientras accedían a lo que parecía un centro público encastado en la roca, George le transmitió serenidad con una mirada condescendiente que parecía decir “todo a su tiempo, Carlos”.
   Una vez en el interior del edificio, accedieron a una estancia fronteriza con la roca viva y se sentaron cómodamente alrededor de una mesa circular. Su anfitrión le ofreció un vaso de zumo de zanahoria y continuaron su animada y asombrosa charla.
   ¾Hace años que vivimos al amparo de esta mina pero además no somos la única comunidad de sangre limpia que existe en la Tierra. Existen otros grupos como nosotros, con los que mantenemos una comunicación casi diaria. Durante todos estos años el mundo de la superficie y nosotros hemos adoptado formas divergentes de organización. Ellos han optado por la dominación tiránica y abominable mientras que nosotros nos hemos entregado a un sistema que llamamos democracia de las ideas y que consideramos como la forma de organización socio-política más evolucionada del ser humano.
   Ante la atónita pose de Carlos, el ya cansado George Huntington prosiguió con sus explicaciones.
   ¾La característica angular que define este sistema es la concentración de la autoridad en las ideas, no en las personas. Es decir, se trata de un sistema de consenso social permanente en el que el destino de la comunidad es decidido entre todos, de manera que la autoridad jamás se concentra en una persona o grupo de personas. Aquí no hay presidentes, ni gobiernos, ni individuos que detenten el poder. Aquí el poder sólo lo tienen las ideas, las mejores ideas.
   Parece complicado pero la tecnología actual nos lo ha puesto muy sencillo. Todos disponemos de nuestros “demófonos” donde los asuntos que requieren decisiones se plantean telemáticamente y el pueblo vota las mejores soluciones. Esto se hace para cada asunto y de esta manera es como si el pueblo hablara y expresara su voluntad constantemente.
   Carlos sintió incluso cierto vértigo ante tal despliegue de libertad individual y quedó maravillado y a la vez convencido de que este era el entorno en el que quería ver crecer a sus hijos. George prosiguió su descriptiva charla.
   ¾Además, otro de los pilares fundamentales en los que se apoya nuestra sociedad es la plena integración con la Naturaleza y el modo de vida sostenible. Vivimos en armonía con nuestro entorno, al ritmo que nos impone la Naturaleza en comunicación constante con el medio natural. La luz natural nos permite cultivar nuestros alimentos en el interior de la mina y nuestra ropa así como lo que hay en el interior de nuestras casas procede de productos naturales ligeramente procesados. No nos permitimos el lujo de crear materiales sintéticos que luego no encuentran su lugar en el ciclo de la vida. Además, cada día hacemos una carga masiva de energía solar en nuestros acumuladores y esto nos permite cubrir nuestras necesidades energéticas también por las noches.
   ¾Pero, ¿qué pasa si os ponéis enfermos? ¾dijo Carlos mostrando cierta ansiedad.
   ¾Aquí abajo, la enfermedad no existe como concepto ¾prosiguió George. Ya ves cuan alejados estamos de vosotros. Aquí, cuando una persona enferma, su estado se considera algo natural y se trata naturalmente buscando siempre que el cuerpo no pierda la comunión con el entorno. Acumulamos un enorme saber y experiencia entorno a la “farmacología” natural y la muerte es considerada como una forma natural de volver a la Naturaleza de donde nunca nos alejamos demasiado.
   A estas alturas de la conversación, Carlos se encontraba plenamente convencido del paso que acababa de iniciar y quiso saber sobre el proyecto de ocupar otro mundo para empezar desde cero con un modelo de sociedad que podríamos llamar saludable. Carlos no pudo esperar más y preguntó a quemarropa.
   ¾Quiero saber sobre el proyecto Europa. Sé que estáis planeando una misión en ese satélite, que queréis huir de la Tierra.
   ¾Bueno Carlos, no vayas tan deprisa. Si bien es cierto que desde que se descubrió el océano interior de Europa como fuente casi inagotable de oxígeno y se montaron las primeras bases estables, hemos soñado con refundar una nueva civilización humana en Europa, sin embargo, el proyecto está todavía muy verde. Aún así, estamos seleccionando personas excepcionales para enviar una primera avanzadilla con el fin de preparar el gran éxodo.
   ¾Y la cuestión es saber si mi esposa y yo somos personas excepcionales, supongo ¾se adelantó nerviosamente Carlos, interrumpiendo al sexagenario.
   ¾Debes serenarte Carlos. Comprenderás nuestras reticencias respecto a una persona que viene del otro lado. ¡Por Dios, eres un medicalizado!
   ¾Sí, pero mi intención de crear vida me ha hecho ver las cosas claras. ¿No tiene esta decisión más valor precisamente por venir de donde vengo?
   ¾Tu decisión te honra y créeme que la tendremos muy en cuenta pero debes reflexionar un poco más. Todavía hay tiempo, tenemos un viaje previsto para dentro de pocos meses. Te recomiendo que lo hables con tu mujer y si os consideráis preparados para una vivencia de esta responsabilidad, nos hagas llegar tu voluntad a través del señor Hodgkin. Todavía hay demasiadas cosas que no entiendes de nuestro mundo y nosotros debemos estudiar tu pasado y el de tu esposa para saber si reunís los requerimientos mínimos para una misión de esta importancia.
   —Ten por seguro que no os defraudaremos, señor Huntington. Mi esposa y yo hemos vivido adormilados durante muchos años pero el deseo de ser padres nos ha devuelto la lucidez perdida.
   —Qué así sea, señor Chagas —sentenció Huntington—. Creo que tu visita ha terminado, te acompañaré a la salida.
   En el viaje de vuelta hacia la puerta, Carlos se fue fijando con fruición en todo aquello que formaba parte de aquel entorno subterráneo hasta que un pequeño cuerpo de niña se entrometió en su campo de visión.
   ¾¿Qué le sucede a aquella niña? ¾preguntó ágil.
   ¾Está enferma ¾dijo George contrariado.
   ¾¿Qué tiene? ¾preguntó de nuevo con la intención de ayudar.
   ¾Gastroenteritis, pero no conseguimos detener la diarrea con nuestros remedios.
   ¾Actualmente, la gastroenteritis es muy fácil de tratar con los fármacos adecuados. Creo que tengo alguno en el coche ¾dijo Carlos solícito.
   ¾¡No!, la niña debe morir… antes de que esa peste farmacológica vuestra corrompa irremisiblemente la pureza de nuestra raza. Sólo dejando actuar plenamente a la sabia Naturaleza podemos evolucionar. Lo que hacéis vosotros ahí fuera va contra natura. Sostenéis a los débiles, les permitís tener hijos y la especie humana se debilita cada vez más. El refinamiento genético es absolutamente imprescindible si queremos sobrevivir como especie.
   Carlos no tuvo más remedio que proseguir su camino, fuertemente contrariado con aquella imagen agridulce que le producía un cierto vértigo. El vértigo de la libertad para enfermar, el vértigo de caminar por la vida sin ningún tipo de protección, una forma de vida definitivamente más auténtica pero también mucho más peligrosa.