viernes, 4 de mayo de 2012

El muerto reticente


Juan se encontró a su viejo amigo Pedro y hablaron largo y tendido sobre el más allá, sentados en un banco que miraba hacia el río. Pedro intentó convencerle de que no existe la vida después de la muerte, de que eso del cielo y del infierno no son más que paparruchas. Juan sintió que su amigo estaba en lo cierto por la vehemencia con la que hablaba y finalmente le dio la razón. Se despidieron con un hasta luego, y al llegar a casa, Juan leyó en el diario la esquela de su amigo muerto el día anterior.

Dedicatoria: dedico este relato de 99 palabras a mi amigo y compañero Lluís Pagés, que puso en mi conocimiento este microgénero en el que he picado irresistiblemente.