jueves, 14 de mayo de 2015

Soneto

Todos tenemos en mente una serie de cosas que hay que hacer en este mundo durante la vida para sentirnos mínimamente realizados. Seguro que yo comparto muchas con la gran mayoría de la gente, pero en mi caso, no quiero dejar escapar la ocasión de escribir un SONETO. ¡Qué mejor ocasión que la primavera!


La Primavera
Fue por aquella gota desprendida
del ápice de tu hoja al sol naciente,
que vi tu despertar adolescente
en tu esencia prismática embebida.

El creciente murmullo de la vida,
el gorjeo de las aguas de aquel fluente,
el zumbido del tábano ferviente
calaron mi razón adormecida.

Supe así de la vida su misterio,
el verde me enseñó a nacer de nuevo
y hallé porvenir hasta en cementerio.

Mi intención no consiste en ser longevo,
consagro a reinventarme todo imperio
y vuelvo en Primavera a ser efebo.

Zonas de Exclusión


Si consideramos la sociedad como un modelo compartimental podemos hacer miles de clasificaciones atendiendo a diversos criterios. Yo en este caso, voy a fijarme en los grupos de exclusión, es decir, defino un gran compartimento central que engloba al grueso de la sociedad y una serie de grupos marginales que, por distintas razones, están aislados, no pertenecen al grupo de los comunes.
En cierto sentido, las personas pertenecientes a estos grupos marginales tienen restringida su libertad bajo una serie de condicionantes que los obligan a permanecer aislados, sin posibilidad de mezcla o intercambios con el común de los mortales.
Me interesan especialmente aquellas situaciones marginales “temporales”, porque en ellas, las personas conocen ambos lados, saben que es vivir arropados por la masa y por el contrario, que es caminar en solitario, sintiéndose señalados, identificados por el simple hecho de encontrarse en esa situación.
En la mayoría de los casos deseas volver cuanto antes al gran océano social de la masa y pasar a ser, de nuevo, uno más del montón. Y, sin embargo, no te das cuenta de la maravillosa nueva perspectiva que te da el haber salido de la corriente principal. Esto permite romper con todas las asunciones y códigos sociales establecidos y recorrer caminos que jamás antes se hubieran soñado. Cuando uno vuelve a reintegrarse ya no es el mismo, se le han abierto los ojos un poquito más y sabe que hay otras maneras de hacer las cosas y otras escalas de valores.
Citaré algunos ejemplos de bolsas de exclusión, de bolsas marginales: la cárcel (internado), el manicomio, un convento, un hospital, la mili, etc… Seguro que a vosotros ya se os han ocurrido unos cuantos más.
Hablaré de mi última suspensión como ciudadano común, mi última exploración extra social, en definitiva, mi paso por el hospital.
En el hospital, la marca que te distingue y te identifica con tu grupo marginal es la enfermedad. O sea, es el propio cuerpo el que te arrastra al dique seco, recordándote sin contemplaciones quien es el que manda en tu vida y preparándote para un verdadero baño de humildad.
En el hospital, la línea entre la vida y la muerte se vuelve más difusa. Cada cuerpo realiza su propio camino en el magma de la metamorfosis enfermedad-curación buscando su propia epifanía.
La sensación de violación profunda de nuestra biología es tan grande, que nos sentimos a merced del castigo divino que nos corresponda por tal osadía. Sentimos que no teníamos derecho para alterar lo que la madre Naturaleza a dispuesto y que el hombre moderno, en un alarde de extraordinaria soberbia, lucha por modular o cambiar el curso de lo natural. Sabes que estás tocando algo prohibido y la ansiedad y el miedo que esto te ocasiona, te hace pedir con la boca muy chica que no se te tenga en cuenta el atrevimiento.
Cada nuevo síntoma, cada nuevo vericueto supone una alteración le la línea entre la curación y la enfermedad. La frontera se ha movido, tienes que buscarla de nuevo e intentar saltarla.
En este estado, miras por la ventana y sientes que no perteneces al paisaje exterior, sientes como si te hubieras exiliado a una especie de limbo en el que tu destino está por decidir, y será aquí, en este hospital, donde se decidirá la puerta por donde abandonarás esta estancia fronteriza.
Si todo va bien, es maravilloso cuando te devuelven tu estatus de “normalillo” y vuelves a sentir la cálida sensación del abrigo social y del anonimato. Lo que sucede en el hospital, se queda en el hospital, llegando a cotas de intimidad increíbles con las enfermeras/os que no son permitidas con el común de los mortales.
A la salida, te arrancas las pulserita con el número de tu historia clínica y vuelves a tu historia vital, personal. Todas las actividades cotidianas adquieren un valor extraordinario y el gozo de volver a vivir te colma totalmente. Las alegrías y las penas, el agotamiento y el placer, las colas en la carretera y los paseos por el campo, todo, todo eso que hacen los del montón adquiere un cariz especial que te hace vivir con una irrefrenable sensación de gratitud.

¡Viva la vida ordinaria porque en realidad es EXTRAORDINARIA!