viernes, 26 de enero de 2024

DICCIONARIO DE PALABRAS ODIOSAS (I)

En esta serie de entradas, me propongo volcar mis reflexiones sobre un grupo de palabras que conforman mi vida y la de la sociedad actual. Por describir situaciones o hechos cotidianos, hemos aceptado su significado sin darnos cuenta de hasta qué punto resultan odiosas. El análisis sosegado de estas palabras nos permite descubrir la subyugación que llevan implícita y entonces, revelarnos contra estos odiosos consensos a los que nos tiene sometidos la sociedad del “bienestar” en la que estamos inmersos. ¡COMIENZA LA REVOLUCIÓN!

PRISA. Prontitud y rapidez con que sucede o se ejecuta algo. (RAE)

Ya desde la propia definición de la palabra prisa, vemos que lleva implícita una carga, un tributo al dios Cronos a cambio de algo que necesitamos urgentemente o con premura. Es decir, que en la realidad en la que estamos inmersos hay un hecho que no puede esperar, que pasa por encima de todas las demás cosas focalizando toda nuestra energía vital en un solo punto y concentrando toda nuestra vida en una singularidad que se presenta como una condición inapelable para seguir viviendo.

Todo queda en suspenso, aplazado, hasta incluso nuestro discurso sensorial queda cancelado con el ÚNICO objetivo de conseguir esa meta que nos hemos impuesto como rubicón en nuestra vida.

Asimismo, la prisa como forma de actuar y a veces, por desgracia, forma de vivir, lleva implícita toda una serie de emociones negativas como la angustia, el miedo, la desesperación. Nos perdemos el respeto a nosotros mismos y anteponemos un hecho externo por encima de nuestra propia integridad con la excusa de que será por un breve espacio de tiempo. La adrenalina y el cortisol inundan nuestras venas como claro reflejo fisiológico de que estamos en un aprieto, en pie de guerra, preparados para luchar contra el enemigo que no es otro que el mismísimo tiempo.

En esta lucha encarnizada, nuestro cerebro empieza a sacudir y distorsionar al enemigo, es decir, al tiempo. Intentamos alargar los segundos, los minutos y las horas, estirándolos, como si metiéramos con calzador un montón de notas en un mismo reglón del pentagrama de la vida. Se trata de un intento desesperado, y también creativo, de densificar nuestra vida, de concentrar nuestro continuo vital por unidad de tiempo de tal manera que si siempre viviéramos así, Dios no lo quiera, viviríamos 2 o 3 vidas en lugar de 1 en el periodo natural de existencia de un ser humano.

Sin embargo, el tiempo se resiste y lucha ferozmente en sentido contrario haciendo que las unidades de tiempo nos parezcan cada vez más cortas y rápidas en su discurrir.

En esta situación de enajenación mental, de conciencia alterada, cometemos errores, algunos se pueden subsanar a consta de consumir más tiempo, otros son ya irremisibles y tendremos que aceptarlos. “Las prisas son malas consejeras” o “vísteme despacio que tengo prisa” se suele decir. El desgaste es tremendo, tanto que llega incluso a poner en riesgo nuestra integridad física. Lo dicho “no respetamos ni nuestra propia vida” en pro de alcanzar un objetivo que se nos antoja importantísimo, vital.

Y es ahí donde se encuentra el quid de la cuestión, en la cantidad de importancia dada a las urgencias. Todos tenemos claro que ante una parada cardiorrespiratoria sería conveniente actuar con “prisa”, aquí totalmente justificado pero y si actuamos así, como si experimentáramos un paro cardiaco, de forma rutinaria, para ir a por el pan, llevar a los hijos al cole, terminar un trabajo, ducharnos, etc… Entonces, está claro que viviríamos en pie de guerra toda nuestra vida. En tiempos de confrontación se habla de economía de guerra y este mismo concepto sería aplicable aquí como “vida de guerra”.

A estas alturas del texto, ya hemos intuido que la prisa tiene mucho que ver con las percepciones subjetivas de la importancia que le damos a cada cosa. También tiene que ver con nuestra ansia de vivir, y si existe ansia, existe desarreglo, falta de armonía, descontento con nosotros mismos.

También he de decir que esta sobre explotación de nuestros recursos que es inherente a la prisa, a veces, me ha producido resultados curiosamente sorprendentes y creativos pero han sido las menos. En general, incluso llegando a tiempo, se nos queda el regustillo amargo de la autohumillación a la que nos hemos sometido durante el proceso apremiante.

Entonces que podemos hacer ante esta manera odiosa de vivir, recapitulemos.

Primero, nada es tan importante como nuestra propia vida, así que todo debe acompasarse a nuestro reloj vital.

Segundo, un poco de planificación no viene mal en tanto en cuanto significa el reconocimiento implícito de la finitud de nuestras vidas.

Tercero, yo solo corro por ilusión y pasión, todo lo demás puede esperar.