domingo, 4 de febrero de 2024

DICCIONARIO DE PALABRAS ODIOSAS (II)


NORMAL. Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. (RAE)

 ¡Por Dios que aburrimiento! Antes de conocer algo que es normal, ya lo conocemos por previsible y repetitivo que es. La palabra normal es el antónimo más preciso de la palabra creatividad. La normalidad es aquello que no brilla, que es por tanto gris, que no dice nada nuevo ya que su esencia está toda dicha con anterioridad, lo normal es algo en lo que no merece la pena que perdamos el tiempo ya que su consideración nos va a producir un crecimiento igual a cero.

Lo normal es la media alejada de los extremos, ni chicha ni llimoná, es lo que no toma partido, lo que se mantiene neutral, la actitud bobalicona que no tiene opinión ni criterio, la oveja que lucha por mantenerse bien escondida dentro del rebaño, el miedo a reivindicar la identidad individual, el miedo a mostrar la diferencia camuflándose en el mono tono del tapete de realidad sobre el que los no normales destacan y crean filigranas vivenciales.

¡YO NO QUIERO SER NORMAL!

 

PARAGUAS. Utensilio portátil para resguardarse de la lluvia, compuesto de un eje y de un varillaje cubierto de tela u otro material, que puede extenderse y plegarse. (RAE)

No hay objeto que represente mejor la condición de urbanita desconectado de la Naturaleza que el paraguas. Caen 4 gotas y ¡ay, qué me mojo!

Y qué pasa si nos mojamos, ¿se nos deshace el peinado?, ¿ensuciamos nuestras zapatillas de marca? ¿se nos empañan las gafas? ¿o pillamos un resfriado?

Pobrecitos aquellos que nunca han saboreado el sabor de la lluvia, ni gozado con el olor a tierra mojada, ni saltado sobre los charcos…

En la vida hay que mojarse, no se puede ir por ahí con un escudo a modo de barrera que nos protege de todo lo que no nos gusta. Cuanto más nos encerramos en nuestra burbuja, cuanto más abrimos el paraguas, más nos desconectamos de la vida, de la Naturaleza, de la autenticidad, de la plenitud. Cómo vas a apreciar lo que te gusta si no pruebas lo que te disgusta.

Camina sin miedo por la vida y si hay tormenta, pues a mojarse toca y si te parte un rayo, da gracias de no haber muerto como un pusilánime mirón que ve la lluvia a través de los visillos.


ALBARÁN. Nota de entrega que firma la persona que recibe una mercancía. (RAE)

Un albarán es un diploma a la desconfianza que se usa en una compra-venta en diferido. Consiste en entregar una mercancía, un bien, a cambio de una promesa y que por esa misma razón tiene la misma validez que corresponde al compromiso de la persona que lo firma.

Odio la palabra albarán porque se basa en la desconfianza que campa a sus anchas en la sociedad capitalista que rige nuestras vidas y en la que la ausencia de valores morales hace necesario firmar albaranes.

viernes, 26 de enero de 2024

DICCIONARIO DE PALABRAS ODIOSAS (I)

En esta serie de entradas, me propongo volcar mis reflexiones sobre un grupo de palabras que conforman mi vida y la de la sociedad actual. Por describir situaciones o hechos cotidianos, hemos aceptado su significado sin darnos cuenta de hasta qué punto resultan odiosas. El análisis sosegado de estas palabras nos permite descubrir la subyugación que llevan implícita y entonces, revelarnos contra estos odiosos consensos a los que nos tiene sometidos la sociedad del “bienestar” en la que estamos inmersos. ¡COMIENZA LA REVOLUCIÓN!

PRISA. Prontitud y rapidez con que sucede o se ejecuta algo. (RAE)

Ya desde la propia definición de la palabra prisa, vemos que lleva implícita una carga, un tributo al dios Cronos a cambio de algo que necesitamos urgentemente o con premura. Es decir, que en la realidad en la que estamos inmersos hay un hecho que no puede esperar, que pasa por encima de todas las demás cosas focalizando toda nuestra energía vital en un solo punto y concentrando toda nuestra vida en una singularidad que se presenta como una condición inapelable para seguir viviendo.

Todo queda en suspenso, aplazado, hasta incluso nuestro discurso sensorial queda cancelado con el ÚNICO objetivo de conseguir esa meta que nos hemos impuesto como rubicón en nuestra vida.

Asimismo, la prisa como forma de actuar y a veces, por desgracia, forma de vivir, lleva implícita toda una serie de emociones negativas como la angustia, el miedo, la desesperación. Nos perdemos el respeto a nosotros mismos y anteponemos un hecho externo por encima de nuestra propia integridad con la excusa de que será por un breve espacio de tiempo. La adrenalina y el cortisol inundan nuestras venas como claro reflejo fisiológico de que estamos en un aprieto, en pie de guerra, preparados para luchar contra el enemigo que no es otro que el mismísimo tiempo.

En esta lucha encarnizada, nuestro cerebro empieza a sacudir y distorsionar al enemigo, es decir, al tiempo. Intentamos alargar los segundos, los minutos y las horas, estirándolos, como si metiéramos con calzador un montón de notas en un mismo reglón del pentagrama de la vida. Se trata de un intento desesperado, y también creativo, de densificar nuestra vida, de concentrar nuestro continuo vital por unidad de tiempo de tal manera que si siempre viviéramos así, Dios no lo quiera, viviríamos 2 o 3 vidas en lugar de 1 en el periodo natural de existencia de un ser humano.

Sin embargo, el tiempo se resiste y lucha ferozmente en sentido contrario haciendo que las unidades de tiempo nos parezcan cada vez más cortas y rápidas en su discurrir.

En esta situación de enajenación mental, de conciencia alterada, cometemos errores, algunos se pueden subsanar a consta de consumir más tiempo, otros son ya irremisibles y tendremos que aceptarlos. “Las prisas son malas consejeras” o “vísteme despacio que tengo prisa” se suele decir. El desgaste es tremendo, tanto que llega incluso a poner en riesgo nuestra integridad física. Lo dicho “no respetamos ni nuestra propia vida” en pro de alcanzar un objetivo que se nos antoja importantísimo, vital.

Y es ahí donde se encuentra el quid de la cuestión, en la cantidad de importancia dada a las urgencias. Todos tenemos claro que ante una parada cardiorrespiratoria sería conveniente actuar con “prisa”, aquí totalmente justificado pero y si actuamos así, como si experimentáramos un paro cardiaco, de forma rutinaria, para ir a por el pan, llevar a los hijos al cole, terminar un trabajo, ducharnos, etc… Entonces, está claro que viviríamos en pie de guerra toda nuestra vida. En tiempos de confrontación se habla de economía de guerra y este mismo concepto sería aplicable aquí como “vida de guerra”.

A estas alturas del texto, ya hemos intuido que la prisa tiene mucho que ver con las percepciones subjetivas de la importancia que le damos a cada cosa. También tiene que ver con nuestra ansia de vivir, y si existe ansia, existe desarreglo, falta de armonía, descontento con nosotros mismos.

También he de decir que esta sobre explotación de nuestros recursos que es inherente a la prisa, a veces, me ha producido resultados curiosamente sorprendentes y creativos pero han sido las menos. En general, incluso llegando a tiempo, se nos queda el regustillo amargo de la autohumillación a la que nos hemos sometido durante el proceso apremiante.

Entonces que podemos hacer ante esta manera odiosa de vivir, recapitulemos.

Primero, nada es tan importante como nuestra propia vida, así que todo debe acompasarse a nuestro reloj vital.

Segundo, un poco de planificación no viene mal en tanto en cuanto significa el reconocimiento implícito de la finitud de nuestras vidas.

Tercero, yo solo corro por ilusión y pasión, todo lo demás puede esperar.

martes, 14 de junio de 2022

EL FIN DE LA ALDEA GLOBAL

 


Decía la máxima latina “divide y vencerás” y en los convulsos años 20 de este siglo XXI, se vuelve a presentar como el primer paso para la resolución de los problemas que nos acucian.

A nivel sanitario con la pandemia COVID, hemos podido comprobar que el aislamiento y el bloqueo del trasiego de personas han sido determinantes para cortar la cadena de contagios de este indeseable virus que tantas vidas a segado. Es decir, algo que empezó en un mercado de Wuhan ha alcanzado rápidamente todos los rincones del planeta y ha sido necesaria la segmentación (restricción de la libertad de movimiento, pasaporte COVID, vacunas administradas a distintos grupos poblacionales, etc…) para atajar la crisis sanitaria mundial que hemos padecido.

La invasión de Ucrania por parte de Putin ha sido el segundo hecho luctuoso que ha puesto de manifiesto las desventajas de la globalización. Hemos podido comprobar como un problema regional causaba una crisis energética, económica y alimentaria mundial.

La globalización lleva años haciendo que todo el planeta se comporte como un ente unitario en la que cada una de sus partes se ha especializado en una función orgánica y la suma de todas ellas permite que Gea siga viviendo.

Y de nuevo, hemos tenido que segmentar, poner barreras y buscar la autosuficiencia para atajar los efectos perniciosos que la guerra en Ucrania bombea hacia todo el planeta.

La globalización transforma el planeta entero en un ente orgánico que se comporta como cualquier organismo vivo en el que todos sus órganos trabajan al unísono. Qué pasa cuando el hígado trabaja mal, o cuando el riñón no funciona o no digamos si tenemos un problema en el cerebro. Todo nuestro ser funciona mal, toda nuestra supervivencia se pone en riesgo. Esto es el símil de lo que representa la globalización para la especie humana. Cualquier desajuste local se convierte de inmediato en un problema global.

Y tal como ya han empezado a vislumbrar las avezadas mentes del foro de Davos, la solución pasa por cargase la globalización. Se trata de poner cortafuegos, barreras que segmenten el campo de juego de manera que podamos actuar sobre la parcela que funciona mal sin comprometer todo el sistema.

Yo estoy de acuerdo, para mí la globalización ha acarreado siempre más problemas de los que ha solucionado porque siempre se ha comportado como un mecanismo que favorece a los grandes flujos de dinero que campan a sus anchas con en el escenario global. La globalización ha sido el mecanismo por el cual hemos podido delinquir fuera de nuestra casa, y me explico. Hemos podido pagar sueldos que no pagaríamos en nuestra casa, exigir condiciones laborales que no aceptaríamos en nuestra casa, pagar unos impuestos irrisorios que tampoco pagaríamos en nuestra casa, maltratar el medioambiente como no nos atrevemos a hacerlo en nuestra casa (contaminar, ensuciar, desforestar, sobreexplotar, etc…). Vamos, convertirnos en auténticos hooligans que no toman el té a las 5 levantando el dedo meñique.

Dicho esto, nos encontramos con el siguiente problema a resolver: definir cuál es la unidad funcional que nos define y nos permite ser autosuficientes. Si le preguntamos a un catalán, se apresurará a decir que es Catalunya pero quizá sería España o hasta la Unión Europea, la que podríamos definir como nuestra unidad funcional. Mucho me temo que abordaremos esta cuestión, no desde el pragmatismo y la funcionalidad, sino desde el corazón o incluso desde el cerebro reptiliano.

¡Qué los campos de Castilla vuelvan a producir trigo! ¡Qué España sea energéticamente autosuficiente, con nuestro sol, nuestro viento y nuestro mar! Quién piensa que vamos a pasar hambre en España con nuestra agricultura y nuestra ganadería.

Vuelta a la autarquía porque debemos limitar la capacidad del ser humano de “explotar”, en el sentido más explosivo del término, el planeta Tierra poniendo mamparos de contención que contengan a Putin y a todos sus hijos.

sábado, 30 de abril de 2022

¡EXPLOSIÓN DE VIDA!

    Al llegar la primavera a mi tierra, veo como toda la energía verde, y amarilla, y lila, y blanca… estalla, explota con rabia en una producción furiosa de materia orgánica.

    Es como un parto, en el que la madre Tierra alumbra todo su poder dormido durante el invierno. El estallido de vida es tan fuerte que casi podemos oírlo y, por supuesto, verlo, olerlo, tocarlo.

    La madre Tierra y el padre Cielo se fecundan, se alimentan mutuamente, se mezclan haciendo subir el suflé de su pasión natural que engendra tallos, hojas, troncos y flores.

    ¡Viva la primavera! La primavera explota, explota la vida.

lunes, 24 de mayo de 2021

Me pone cuarto y mitad de… tiempo


 

¿Qué nos dan cuando nacemos? Básicamente tiempo, a unos más que a otros, pero el regalo de bienvenida a este mundo es “tiempo”.

Con ese tiempo podemos hacer cosas, desde malgastarlo dejándolo escapar sin hacer nada gratificante hasta utilizarlo para descubrir el remedio a una enfermedad.

Pero los seres humanos, que valoramos muy poco nuestro tiempo y mucho nuestras pertenencias materiales, hemos creado un sistema para cambiar nuestro tiempo por cosas. Así, resulta que hemos decidido dedicar unas 9 horas de las 24 que tiene un día a enclaustrarnos en un edificio y trabajar, es decir, producir algo que tenga un valor económico.

Por tanto, el tiempo se cotiza. Curiosamente, el precio del tiempo va asociado a la cantidad de trabajo de una manera directamente proporcional: si hay más trabajo, el tiempo vale más y si hay poco trabajo, también el tiempo baja su precio.

Cuando somos jóvenes, nuestro mayor activo es el tiempo. ¡Cuántas veces le decía yo a mi madre que estaba aburrido sin saber que hacer! Si todo va bien, tenemos mucha vida por delante, así que vendemos nuestro tiempo barato. Los afortunados jóvenes que consiguen un trabajo están muy felices de trabajar más horas que un reloj por un sueldo bajo.

Sin embargo, a medida que nos hacemos mayores, ese activo temporal se va agotando poco a poco. Se ciernen amenazas sobre nuestra vida, enfermedades, achaques y la inexorable vejez. Entonces, es cuando empezamos a valorar más nuestro tiempo, a saborear cada instante, a dejar de hacer cosas que ya no nos llenan. En ese momento, el “estoy aburrido infantil” se troca por me faltan horas en el día para hacer todo lo que quiero y necesito para sentir que mi vida está llena.

Empezamos a tener una larga perspectiva vital a nuestras espaldas y ese caminar inseguro hacia la edad adulta que caracterizaba nuestra juventud se convierte en un paso seguro, medido, hacia una meta, un final, un propósito de vida que ya se vislumbra con mayor claridad por su cercanía.

Así que es el momento de vender caro nuestro tiempo, cada vez más caro. Cada segundo es como una gota de un preciado elixir que debemos saborear plenamente conscientes y seguros de que ese es el camino que queremos seguir, ¡porque está anocheciendo!

Y bueno, con estos pensamientos en la mente, me he parado a mirar el mapa y creo que voy a coger una bifurcación porque ya son “y media”.

En estas horas me encomiendo ya al dios Jano porque voy a atravesar otro IOI (palo-cero-palo) y cerrar un gran círculo que se abrió hace ya casi 21 años. Pero la persona que atravesó ese portal no es la misma que ahora se dispone a transitar de nuevo a través de él. Así que todo el crecimiento que se ha producido en mi interior puede ser considerado como una especie de gestación que finalmente rompe aguas y lucha por expresarse en el mundo exterior. La fractura con mi zona de confort supone así, casi un nuevo nacimiento. Por lo que parece, no me conformo con una sola vida, quiero más vidas en una, ¡es ansia viva!

Acabo de descubrir que no es necesario morir para reencarnarse, nuestro ser puede transitar entre distintos roles, estatus, territorios, trabajos, sociedades.

Para no morir antes de tiempo, me refiero antes de la muerte biológica, es necesario nacer muchas veces y así, como un niño con zapatos nuevos, comenzamos un nuevo camino, en un marco que ni éramos capaces de imaginar con nuestra vieja mirada.

La sabiduría popular dice aquello de “renovarse o morir” y realmente es cierto porque el ser humano es el único ser vivo sobre la faz de la Tierra que necesita recordarse la acción de “vivir”. Es nuestra cara y nuestra cruz, está en nuestra naturaleza.

Pero al mismo tiempo, cuidado, ¡tranquilos! Qué el ansia no nuble nuestra capacidad de sentir, de pensar, de vivir. Tenemos que aprender de los perros, de los gatos, de los árboles y de las plantas, por poner ejemplos cercanos de maestros zen, y ser felices al ver fluir la vida delante de nosotros y nosotros con ella.

Buscando vida y vaciando parte de la pesada mochila que con los años se va llenando demasiado podemos caminar más ligeros, volver a sorprendernos, sentir la curiosidad de cuando éramos niños y dar respuestas ante las situaciones de la vida que nunca hubiéramos imaginado sin un cambio de nuestro marco referencial. Y si pudieras volver a nacer, pero con la experiencia que tienes ahora, ¿te gustaría o rechazarías la oferta? ¿te gustaría volver a ir al colegio, pero sabiendo más que el profesor? ¿jugar con los amigos, pero con una fuerte integridad personal?

Bien, pues yo lo acepto. Quiero volver a mi colegio y rememorar aquellos pensamientos cándidos que veían el mundo como un gran desafío. Quiero volver a pisar la tierra que pisaba cuando era un niño, pero ahora enamorado de ella. Quiero sentir la satisfacción que se siente después de una larga excursión y se vuelve al refugio para descansar lleno de las imágenes, vivencias y aventuras que nos ha brindado el largo camino. Es volver a casa sabiendo o intuyendo lo que hay ahí fuera y preparado para tomar la revancha.

Los corderitos dóciles siempre hemos transitado por el carril de la vida, algo que parecía una vía de sentido único, pero ha llegado el momento de descarriarse o descarrilarse. Dejar de ir por el previsible sendero de lo correcto y empezar a construir nuestro propio camino al andar, como diría el poeta.

Así que, mapa a la basura, un buen licor de ratafía para cargar pilas y a echarnos al monte de nuevo antes de que caiga la noche.

jueves, 24 de diciembre de 2020

La Kelly Transcendente

 


Dicen los grandes maestros que el camino hacia la iluminación está en las cosas mundanas de nuestro día a día.

Y ciertamente, cuando uno se dedica a limpiar y ordenar exteriormente, también lo hace interiormente, y me explico.

A veces, cuando nos embarcamos en lo que nos parece el gran viaje de nuestra vida en busca de la paz interior y la conexión con el cosmos, nos revestimos equivocadamente de un halo de solemnidad a la altura de la elevada meta que perseguimos. Sin embargo, ese no es el camino y el problema es que nunca lo sabremos hasta alcanzar el tan ansiado grado de sabiduría e iluminación. Precisamente, porque estamos a oscuras, necesitamos un maestro que nos guie y nos haga saber que los senderos hacia una vida plena no están adornados de oropeles y amenizados con música celestial. Los caminos de vida son aquellos humildes senderos que recorremos todos los días, casi sin darnos cuenta en piloto automático, y que por su cotidianidad parecen desprovistos del mínimo atisbo de poder transformador.

Es precisamente, cuando te dedicas a mantener la homeostasis de la vida, humildemente, sin mayores pretensiones, cuando entiendes el secreto de la plenitud. Es cuando te das cuenta de que la plenitud se construye con ladrillos tan minúsculos que resulta muy difícil extrapolar el resultado de ir colocando pacientemente aquellas minúsculas piezas.

Este comportamiento es bien conocido en los monasterios de mojes meditadores. Aquellos afortunados monjes que han sido asignados a la cocina son habitualmente los primeros en llegar a la cima del “satori”.

A base de limpiar cada fin de semana, prestando cada vez más atención a los pequeños detalles, a los pequeños rincones, y escuchando música de Julio Iglesias, yo he descubierto el camino que ensalza el valor de la vida. Son todas esas pequeñas hojitas con las que luego podremos montar el árbol, y cuantas más hojas, más frondoso. Y lo más gracioso es que esas ramitas y hojitas siempre van a estar al alcance de nuestra mano. Siempre las vamos a poder coger a pesar de la enfermedad o la desgracia. La vida siempre nos tiende la mano para seguir respirando y si ponemos el foco en eso que parece insignificante, respirar, hacer la comida, limpiar, contemplar, finalmente descubrimos que de eso se trata y lo demás son utópicas fantasías.

¡Y mira que es fácil! Y lo claro que lo tienen todos los seres vivos de la creación, pero sin embargo, el ser humano tiene la perniciosa tendencia a construirse una realidad llena de fantasías mentirosas porque el presente no le satisface. Tanta atención plena y mindfulness, y resulta que estamos todo el tiempo pidiendo explicaciones, justificaciones y argumentos para vivir. Si tuviéramos la humildad de una hormiga, alcanzaríamos la iluminación instantáneamente, sentiríamos de forma inmediata, sencilla y sin necesidad de explicaciones, la conexión con el Universo.

Nuestra capacidad de raciocinio nos da aparente ventaja a la hora de adaptarnos al medio y sobrevivir pero también presenta un reverso tenebroso y desadaptativo, es decir, sólo queremos vivir la vida que nos imaginamos como digna de ser vivida. Y ahí es cuando nos desviamos y empiezan las depresiones y la pérdida de plenitud.

Observa un perro, un gato, un árbol, y haz lo que hacen ellos. ¡Ya tienes maestro!

miércoles, 23 de diciembre de 2020

GRIS

 


Aquel día de otoño me recibió con un ambiente brumoso que sintonizaba perfectamente con mi propio estado de ánimo interior.

Al asomarme a la ventana recién levantado pude ver como la calle se desdibujaba en la pugna entre la luz del día que quería despuntar y las tinieblas de la noche que se resistían a abandonar las horas que les son vedadas.

La calle parecía contar la historia de un mundo perdido, lleno de olvido, de sonidos lejanos, de lejanía en sí mismo. La realidad clara y llana de los días soleados había dado paso a otra realidad llena de recovecos, sombras y dobleces. Una realidad ignota, que escondía muchas cosas, cosas que no querían ser vistas, quizá por su fealdad, quizá por sus oscuras intenciones. La calle se había vestido de gris, un color que no está en el arcoíris porque no pertenece a la luz pero tampoco es oscuridad.  Es el color que deja entrever, el color de las sombras, que delata las presencias sin hacerlas manifiestas.

El color gris representa la eterna pugna entre la luz y las tinieblas, es ese limbo o purgatorio que no se decanta ni a favor del bien, ni a favor del mal. Es un lugar de tránsito en el que pululan los seres decidiendo su camino hacia lo luminoso o hacia lo oscuro. Todo se permite en el color gris, es un color que no toma partido, no juzga. Quizá es el color de las ánimas antes de ser redimidas.

Aquel día de otoño todo era gris, ¿no es el otoño una estación de tránsito? La estación de las sombras que resbalan fugaces sobre las cortezas de los troncos desnudos, sobre las tapias mohosas, sobre las oscuras pátinas de los charcos de la calle.

Aquella mañana de otoño la realidad se mostraba velada, y conformaba una especie de laberinto de claroscuros que conectaba directamente con mi laberinto mental en el que me encontraba atrapado buscando desesperadamente una brizna de alegría.

Pero el otoño no está para alegrías. El otoño sólo nos puede brindar su decadencia protectora que no exige más, que se conforma y que acepta infinitamente el transcurrir del tiempo hacia el inexorable final. ¡Me reconforta!

De hecho, es mi estación favorita, tan humilde, tan dócil, sin mayores pretensiones que la de apagarse, extinguirse, oscurecerse definitivamente.

En definitiva, el gris es un color de dos caras, empiezas viendo una para terminar viendo la otra, estás obligado a caminar, a removerte, a pasar por la puerta del gris.

Así que, el color gris es una puerta. ¿Qué hay tras ella? Eso ya depende de ti.