martes, 22 de octubre de 2019

Casi perfecto



Dice el dicho popular que la perfección no existe pero parece más un mantra hipócrita para justificar nuestros errores que una creencia verdadera.
Sin embargo, me he propuesto en esta entrada demostrar ontológicamente que la afirmación de que la perfección no existe es rotundamente cierta.
Dice la RAE respecto de la perfección que es aquello que tiene el mayor grado posible de bondad o excelencia en todas sus cualidades. Es decir, lo perfecto es aquello cuyas características o cualidades alcanzan el grado superlativo, infinito de bondad o excelencia. Y aquí está el trampantojo que analizado con detenimiento vemos que escapa al mundo físico. Volvemos a encontrarnos con el concepto infinito, ya comentado en anteriores entradas, en este caso funcionando como el adjetivo que acompaña a una determinada cualidad o característica del objeto.
Así, lo perfecto escapa al mundo tangible y pasa a ser un concepto abstracto, una entelequia que sólo puede ser imaginada, soñada pero nunca medida o contrastada mediante los sentidos. El objeto concreto siempre estará de camino hacia su perfección que se encuentra infinitamente lejos y por tanto, es inalcanzable por definición. Todas sus cualidades deben situarse en su grado infinitamente superlativo, es decir, que el objeto nunca sería perfecto ni tan siquiera si fuera posible alcanzar una cualidad perfecta en detrimento de las otras.
Dicho esto, creo que ha quedado claro que, aunque sea de carambola, el dicho popular está en lo cierto y cuando hablamos de perfección nos estamos refiriendo a la ensoñación de lo que encontraríamos al final de un camino infinito de superación y mejora.
Y es ahora cuando sale a relucir el problema. El problema consiste en el absoluto deleite que siente nuestro celebro con la perfección, con la simetría, con el orden de las cosas. Tenemos una inclinación casi patológica a buscar la perfección en todo aquello que hacemos. Cuando percibimos que algo está bien hecho, “perfecto”, nos inunda una ola de placer basada en la adaptación, el modelaje del medio, del entorno a nosotros y no al revés. Somos felices cuando conseguimos retorcer la realidad que nos rodea para encajarla en nuestros esquemas de perfección y entonces, estamos tranquilos, satisfechos con el trabajo bien hecho.
Pero como he dicho, la perfección no existe en el mundo tangible, así que cuando intentamos cargar la suerte y someter a un examen más profundo nuestra obra, pedirle un mayor nivel de detalle, vemos como la soñada perfección se nos escapa entre las manos y nos resulta esquiva por mucho que nos esforcemos. Quién no ha colgado un cuadro y luego a pasado largo tiempo mirando si estaba torcido o recto, corroborando además que los sentidos nos engañan y que lo que parecía recto ayer, parece torcido hoy mirándolo desde otro punto de vista. Al final, acabamos aceptando que lo realizado ya está “suficientemente” bien y esto nos provoca una tremenda frustración.
Es decir, vivimos la vida persiguiendo un sueño inalcanzable en todo aquello que realizamos y observamos y esto nos hace tremendamente infelices. Lo que sucede es que estamos errando en nuestro mecanismo de adaptación al medio, fijamos nuestra percepción subjetiva de las cosas e intentamos modular, adaptar esas cosas a nuestra concepción de lo que deberían ser. En contraposición, lo que deberíamos hacer para adaptarnos al medio seria modificar nuestra perfección subjetiva para adaptarla a cómo son las cosas o cómo las percibimos nosotros y dejar de perseguir fantasmas supuestamente perfectos pero totalmente irreales. Si así lo hiciéramos, seriamos mucho más felices dejando que las sensaciones, emociones, sentimientos y pensamientos que nos causa la realidad que nos rodea, pasasen sin resistencia a través de nosotros, fluyeran con total aceptación por nuestro ser interior.
Y de hecho lo vemos. Vemos como las personas “sin manías” son más felices, se adaptan a lo que les viene dado, todo lo consideran normal y natural y por tanto aceptable. Y sin embargo, las personas con una componente más obsesiva, no pueden deshacerse de la desazón que les causa ver que las cosas no son o no están como a ellos les gusta, no están perfectas, vamos. ¡Qué cantidad de tiempo perdemos todos, en mayor o menor medida, luchando contra la realidad en lugar de aceptarla tal y conforme viene!
Por otro lado, la actitud de dejarse llevar es fácil de decir pero difícil de conseguir. Las culturas orientales llevan milenios practicando mientras que aquí, en el occidente, siempre hemos intentado transformar la realidad en base a nuestro egocentrismo. Así nos va, cuanto más compleja es la realidad, más llenas están la consultas de los psicólogos de frustraciones y sueños inalcanzados que parecían perfectos.

domingo, 13 de octubre de 2019

Radiografía de España



Uno de los temas que nunca he querido abordar en mi Plaza del Humilladero ha sido mi visión sobre la política española. Sin embargo, la situación histórica actual me obliga a tomar partido, a definir mi posición y a empezar a poner las cartas sobre la mesa. Los acontecimientos nos obligan a hablar y a entrar en política, nos guste más o menos.
Desde el siglo XIX, muchos fueron los intentos y las ilusiones de abrazar el liberalismo democrático por parte de los españoles. Los aires de libertad, de dejar atrás el antiguo régimen, de entregar la gobernanza de los estados al pueblo cundían por toda Europa y España no iba a ser menos. Algunos creyeron factible realizar el cambio y cargados de ilusión pusieron la primera piedra con la redacción de la Constitución de Cádiz de 1812. Pronto se vio que no iba a ser fácil y fueron muchos los infructuosos intentos de liberarse de las “caenas” en parte por los últimos coletazos del absolutismo pero sobre todo porque en España no existía una cultura democrática arraigada que permitiese contrastar las diferentes ideas y opiniones de forma civilizada, es decir, mediante la palabra, y la tendencia natural de los españoles era resolver sus diferencias mediante las armas, el linchamiento y el asesinato del adversario político en medio de las calles. El poder de la Iglesia, siempre reaccionario y contrario a las modernas libertades, fue otro factor a tener en cuenta en el freno de las aspiraciones libertarias del pueblo español.
Así se sucedieron abdicaciones monárquicas varias, la efímera primera República y la monarquía-dictadura de Alfonso XIII y Miguel Primo de Ribera hasta llegar por fin al que podría haber sido el desembarco definitivo de España en el plano de la democracia y la soberanía popular. Pero España seguía sin estar preparada para ejercer el poder del pueblo.
Muchos sesudos expertos dicen que la Guerra Civil Española tuvo como causa principal el descontento del generalato con las instituciones de la joven república. Es cierto, lo acepto, la República siempre vio a los mandos del ejército como una amenaza y no los trató muy bien pero yo creo que esa no fue la verdadera causa de la Guerra Civil. En mi opinión, la verdadera causa fue de nuevo la inexistencia de un modus operandi democrático y respetuoso con el contrincante político. Los españoles no estaban preparados para ejercer el poder popular, para que los designios del país cayeran en manos de la gente, para tomar las riendas de su propio futuro.
El tiempo de la República se mostró como extraordinariamente volátil y a pesar de que había grandes oradores, no era precisamente la palabra el arma más peligrosa. La inseguridad ciudadana campaba por las calles, y era allí donde los anarco-sindicalistas de la CNT, los monárquicos, los carlistas, los de izquierdas y los de derechas resolvían sus disputas a tiros. Hasta los intelectuales como Ortega y Unamuno, que habían abrazado la república en un primer momento como no podía ser de otro modo, terminaron aborreciendo el clima de crispación social y vandalismo ideológico que se apoderó de España.
Así que vuelvo a reiterar que la Guerra Civil española se produjo principalmente porque el pueblo no estaba preparado para ser libre, no había alcanzado la mayoría de edad en cuanto a la res pública y había demasiada propensión a tomar el atajo corto e intentar eliminar, en el sentido completo de la palabra, a los que pensaban diferente.
La victoria de Franco en la guerra volvió a retirarnos la mayoría de edad política, nos dejó convertidos en adolescentes políticos que se divierten con el futbol y los toros pero que no están capacitados para decidir y participar en la definición de su presente y su futuro.
Para mí, la dictadura de Franco fue una dictadura arbitral con poca carga ideológica más allá de perpetuarse en el poder y mantener el rebaño en paz sin que nadie se salga del redil. Se trató de una usurpación de la libertad que aparentemente no se había sabido administrar con mesura y con respeto por parte de los españoles cuando la tuvieron en sus manos.
La restitución de la monarquía fue, para mí, una salida necesaria, casi obligada para recuperar cierto grado de liberalismo democrático en una de sus formas más benignas que es la monarquía parlamentaria pero sin olvidar que el jefe del estado es el Rey.
Pero yo me pregunto, ¿estamos ahora, ya el pleno siglo XXI, realmente preparados para vivir en democracia? ¿Estamos preparados para participar en la vida pública de nuestro país buscando entre todos las mejores decisiones para el conjunto de los españoles? Desgraciadamente pienso que no, que nuestra democracia renquea todavía bastante. Y es que España sigue enferma todavía, sigue sin reconocerse a sí misma y ahora con este defecto agravado por la usurpación de sus símbolos por parte del fascismo de la Falange y el propio franquismo.
Fíjense que en nuestro país no se discute sobre los grandes temas que deberían articular el estado como la educación, el empleo, la sanidad, la energía o el estado de bienestar en el que se enmarcan las pensiones. Temas que requerirían grandes consensos y pactos de estado cediendo muchos de los intereses individuales en pro del bien común. ¡Seguimos preguntándonos quienes somos!, desenterrando muertos como el que desentierra los viejos desencuentros que no supimos resolver con la palabra, especialmente por parte de la izquierda mientras que la derecha democrática mantiene sus complejos y es incapaz de echar hacia adelante.
Por poner un ejemplo, es como cuando una persona tiene un problema psicológico que la bloquea y la ensimisma cerrándose hacia dentro. Esta persona no puede ocuparse de los problemas importantes que le rodean y que necesitan de una mente clara y despejada para encontrar una buena solución.
Por tanto, creo que España no estará plenamente preparada para la democracia mientras no resuelva su problema identitario, se identifique con sus símbolos y tradiciones y acepte un código de valores común definitorio de la nación española e interiorizado por todos los españoles. Así lo hacen los alemanes, los suizos, los japoneses, los ingleses y los americanos entre otras muchas naciones que sienten el orgullo de pertenecer a su nacionalidad.