domingo, 29 de septiembre de 2019

Creepy Mundo



Me gusta la madurez despiadada que marchita el corazón y desgaja lentamente aquel cuerpo despojado. Me gusta, inexorable, el segundero del reloj que siega el tiempo como la guadaña de la Parca. Me gusta el olor dulzón de naturaleza ya madura que da paso sin remedio al acre olor de podredumbre. Me gusta sentir ese olor de podrido emanado por los fluidos en que tú te has convertido. Me gusta la mistura de tu esencia que de sólida pasa a líquida y luego, pegajosa y lentamente, exhala tu último hálito a la atmósfera silente. Me gusta ver al gusano mordiente que poco a poco va mascando tu carne inanimada absorbiendo tu sustancia que pronto será mosca. Me gusta la alimaña que hunde su hocico buscando tus entrañas de sangre ya cuajada. Me gusta ver la sombra que dejas en el suelo, la tierra empapada por tu orgánico velo. Me gusta como el verde, el rojo y amarillo, poco a poco, pasan a gris, y a pardo y ocre, y la luz mortecina que no puede escapar de aquel bosque cenagoso que antaño fue frondoso. Me gusta un cementerio por todos olvidado, de lápidas ya deshechas con nombres ya borrados, sólo por las malvas recordados. Me gusta la telaraña antigua y polvorienta, que sin dueña atesora el botín exoesqueleto de algún insecto desdichado. Me gusta la humedad que anega las secas estructuras privadas de absorber el líquido elemento y que sólo sirven de alimento a la lenta maceración que las transformará en ungüento. Me gusta alimentar al humus con lo que algún día estuvo vivo y ahora como alimento es embebido. Me gusta la herrumbre que hasta los más bruñidos barrotes, poco a poco, va deshaciendo liberando las almas atrapadas. Me gusta el olvido que implacable va cubriendo nuestra vida con su pesado velo. Me gusta la ciénaga que poco a poco va absorbiendo el reguero otoñal, y en su interior, va cociendo los cuerpos ya sin vida entre fétidos estertores. Me gusta la cadaverina y la putrescina, que de aquel solomillo ya olvidado emanan y perfuman el ambiente. Me gusta aquel anciano sólo por su olor delatado que en un piso quedó olvidado por sus seres allegados. Me gusta la mosca persistente, con el buche lleno de larvas, que en un rincón de la ventana alumbra su descendencia y la habitación de moscas llena. Me gusta aquel escritor que un día alcanzó fama y sus libros son ahora pasto de las llamas. Me gusta la escalera que sube un viejo encorvado y que gime a cada paso sobre los mohosos escalones. Me gusta la hojarasca que se acumula debajo del columpio olvidado y ya totalmente oxidado. Me gusta la caja carcomida, de colores apagados que en un rincón han olvidado 2 enamorados que no recuerdan ni su nombre. En su interior, las cartas fervorosas de papel amarillento desdibujan los sentimientos de quienes ya no se conocen. Me gusta ver al día fenecer y que al anochecer las sombras se apoderen de todo al parecer. Me gusta ver como la vida se apaga al llegar la vejez y las tumbas abiertas esperan con placer. Me gusta oír la lejana algarabía de los niños en el parque que tragada lentamente por el sumidero del tiempo se apaga. Me gusta ver un bosque convertido en campo de ramas despojadas de su antigua verdura que parecen esqueletos bamboleados por el viento que corre entre la espesura. Me gusta ver los peces boquear en la ciénaga infecta de metales anegada. Me gustan los negros nubarrones avanzar inexorables sobre el ánimo de los hombres. En definitiva, ¡Me gusta el otoño!

domingo, 22 de septiembre de 2019

Espacio



Hoy quiero hablar de conceptos abstractos que nunca he entendido bien. Sé que la capacidad de abstracción ha ido incrementándose a medida que evoluciona el pensamiento humano, y es curioso comprobar como a medida que pasa el tiempo vamos recurriendo a conceptos cada vez más abstractos y difíciles de entender para explicar nuestro entorno.
Meterse ahora en el campo de la física consiste en enfrentarse a un modelo que parece cosa de meigas, que el entendimiento intuitivo humano hace ya mucho tiempo que dejó de entender, casi podríamos decir desde que Einstein enunció su Teoría de la Relatividad.
Se trata de un modelo que es como una entelequia apuntalada por cientos de ecuaciones y vericuetos matemáticos que se escapan a nuestra capacidad de abstracción. Por concretar, ¿qué es un hipercubo? ¿4 dimensiones espaciales? Yo lo entiendo como una especie de cubo de cubos pero si soy sincero conmigo mismo, he de reconocer que no lo entiendo en profundidad.
Pongamos otro ejemplo que demuestra el largo camino que hemos de recorrer para entender las instancias más transcendentales que nos atañen directamente. Recuerdo que una vez me sucedió una anécdota personal con un grupo de niños pequeños. El caso fue que en el cole tenían una tortuga viva como mascota de la clase y la pobre murió. Todos los niños hicieron un corro alrededor del cadáver del animal y los adultos les intentamos explicar que la tortuga se había muerto, a lo que algunos niños respondieron, ¿pero cómo que se ha muerto si está ahí? Decíamos los mayores, sí pero está muerta y los niños volvían a decir ¡pero si está ahí! Es decir, el concepto de la muerte no formaba parte de lo que a su corta edad podían entender, sólo entendían “está o no está” pero nada más allá.
Esto me lleva a pensar en otros dos conceptos abstractos en los que siempre he tenido que creer a modo de dogma religioso por no alcanzarme el entendimiento. Se trata de la nada y el infinito. Bueno, ni yo, ni los romanos lo hemos entendido nunca y así se reflejaba en su numeración que no atribuye signos al cero ni al infinito.
Porque si te paras a pensar cómo puedes definir la nada si no es con la negación del algo. ¿Qué es la nada? La no existencia, es la antítesis de la existencia pero ¿de qué sustancia está hecha la nada? ¿de vacío? ¿de espacio vacío? Pero el espacio es algo. Por tanto, ¿qué es la nada?
Algo similar, pero al revés, me ocurre con el concepto de infinito. Si algo es infinito, ¿donde están los límites que lo diferencian de las demás cosas? ¿cómo puedo definirlo si ni puedo circunscribirlo, delimitarlo, acotarlo en las dimensiones físicas?
Vamos, en cuanto me acerco a los límites de la existencia, tanto por abajo como por arriba, me quedo en cueros intelectuales. No sé dónde empieza y dónde acaba el SER.
Con esta debilidad mental que me caracteriza, me pongo ahora a intentar entender el tablero de juego, el marco espacial en el que se desarrolla el Universo físico. Comentan los astrónomos que el Universo está en expansión desde el Big Bang, es decir que el espacio físico va extendiéndose a partir de una singularidad, de un punto que estalló hace millones de años. ¿De verdad alguien entiende algo de este modelo? Porque yo, desde luego no.
Si el espacio tridimensional va extendiéndose continuamente, ¿qué ocupa? ¿el vacío, la nada? ¿Cómo puedo entender que el espacio se extiende para “ocupar” regiones que no son espacio?, ¿qué no se “ocupa” sino que se “crea” el espacio? ¿Dónde se encontraba el punto inicial del Big Bang?, ¿qué hay más allá de los confines del Universo?, ¿la nada? Ya estamos, ¡no entiendo nada!, nunca mejor dicho.
La única manera en la que vislumbro lejanamente una cierta comprensión del tema es recurriendo a mi metafísica de cabecera. Y me intentaré explicar. Yo  creo que todas las cosas físicas están imbuidas de la esencia del SER, precisamente porque son. Es decir, la esencia está por encima del entorno físico, y esta esencia es la que sustancia la realidad física de las cosas. Asumiendo este principio, que reconozco que no deja de ser mitológico, puedo explicar la expansión del Universo como el proceso de sustanciación de la materia, de conversión constante de esencia en materia. Así, a la pregunta de qué hay más allá de los confines del Universo, puedo contestar que sólo hay esencia inmaterial, potencialidad de ser, una especie de espiritualidad que puede convertirse en realidad física, y que de hecho lo hace, a medida que se expande el Universo.
Siento si he producido algún daño mental al lector, pero este es el único madero carcomido al que me he podido aferrar para siquiera vislumbrar una somera explicación de la realidad física que me rodea.

sábado, 14 de septiembre de 2019

No quiero llanear



Hace ya 10 años que escribí una entrada en este mismo blog titulada “Punto deInflexión” en la que intuía que estaba llegando poco a poco a un punto de mi vida en el que la trayectoria ascendente habitual se torcería para empezar a vivir de renta, de los ahorros vitales invertidos, quiero decir que mis ansias aspiracionales quedarían mermadas y mantenidas bajo mínimos para ir tirando, para disfrutar de la madurez sin mayores sobresaltos.
Tal como pronosticaba en esa entrada, unos cuantos años más tarde mi trayectoria vital empezó a empantanarse, a remansarse entre interminables meandros mientras cruzaba las llanuras del altiplano de mi madurez. No estuve exento de retos, la enfermedad me hizo cabalgar sobre potros indomados y la primera infancia de mis hijas fue el acicate para seguir en la brecha, en la lucha por mantener lo ya conseguido.
Ahora, a punto de cumplir la cincuentena, doy un puñetazo en la mesa y rompo con el plan establecido. ¡No quiero llanear! Me he dado cuenta de que no sé llanear, me produce incomodidad y hastío y además no quiero hacerlo, aunque para salir de ese remanso tenga que arriesgar los logros vitales conseguidos hasta ahora.
Quiero seguir aprendiendo porque dejar de aprender es dejar de adaptarse al medio y por tanto, entrar en decadencia. La vida, para ser vivida en plenitud, requiere un proceso continuo de adaptación a través del aprendizaje, no podemos permanecer estáticos en lo alto de una atalaya protegiendo el fuerte durante el resto de nuestra vida, ¡hay que pasar a la acción, al ataque! Con esto quiero decir que debemos seguir abonando nuestra trayectoria vital con nuevos conocimientos, con nuevos retos, con nuevas motivaciones y nuevas metas.
Yo quiero morir de camino a la meta porque siempre hay otra meta un poco más allá. Yo quiero morir joven, quiero decir con actitud joven, con ganas de aprender, sin estar de vuelta de todo. Qué la Parca me pille estudiando. Dejar de hacerlo sería aceptar la muerte en vida, transformarme en un muerto viviente. Como dice Dragó, cuando un varón deja de mirar a las chicas guapas por la calle, mal asunto, la Parca le ronda.
Así que, mi plan es invertir los ahorros vitales conseguidos hasta ahora en un nuevo negocio. Puede ser que salga escaldado, que la cosa no funcione pero vale la pena porque eso es vivir. No hacerlo sería entrar en hibernación, pasar por la vida con los ojos vendados y los oídos tapados. Hay que arriesgarse si se quieren alcanzar otras posiciones, en eso consiste la vida, en el camino hacia la posada, más que en la posada en sí misma. Si hago un puzle, me lo paso bien encajando las piezas y cuando está terminado se acabó la diversión. ¿Y entonces qué? ¿me quedo protegiendo el puzle para que no se desmonte o hago otro puzle? La respuesta está clara si queremos divertirnos.
Entonces, volviendo a mi entrada de hace 10 años, huyamos de los puntos de inflexión y subamos a caballo de una asíntota vertical que nos lleve hasta el infinito y más allá.