lunes, 27 de febrero de 2017

Querencia distópica


No sé por qué, últimamente me seducen extraordinariamente los escenarios post-apocalípticos. Me imagino formado parte de un grupo de supervivientes en un planeta Tierra desbastado por alguna plaga y teniendo como única meta llegar al final del día. Es una idea agradable, ilusionante, enriquecedora, atractiva que a veces me llevo a la cama con la idea de fantasear con ella mientras cojo el sueño. Y la verdad, ¿no sé porqué me resulta tan reconfortante esta idea?
Por eso, he intentado reflexionar un poco sobre ella con el fin de descubrir que se esconde tras estos deseos de arrasar la Tierra para poder empezar de nuevo.
Quizá se trata de un ansia de rebelión contra toda la sofisticación y superficialidad que la raza humana ha sido capaz de construir alejándose cada vez más de los principios simples que rigen la Naturaleza. Quizá es un grito de auxilio contra esta ajetreada vida que nos hemos impuesto y que nos aleja de nuestras serenas raíces naturales.
Me imagino que tras haber salvado la vida en el apocalipsis, quedaríamos unos cuantos con ganas de empezar de nuevo, de hacer borrón y cuenta nueva, de eliminar todo lo malo de la sociedad para quedarnos solo con lo bueno. Volveríamos a la madre tierra para obtener nuestro sustento, y gestionaríamos los dañados recursos de una manera ecuánime y responsable para volver a crear un entorno que pudiera acoger de nuevo una vida humana digna. Ya no servirían las reglas, ni las leyes actuales pero se tendrían que establecer unas mínimas normas de convivencia basadas en el vive y deja vivir. Ya no existirían las religiones porque muy pocos creerían en un dios que ha permitido un apocalipsis de tales dimensiones. No existiría el dinero, ni la economía, ni las bolsas, el valor de las cosas se mediría por otra escala. No existirían tampoco las élites dominantes ni las sociedades oprimidas, todos seriamos iguales todos renivelados de nuevo. Sólo quedaría el ansia por vivir, por empezar de nuevo por desprenderse de todo lo supletorio y dedicarse íntegramente a lo importante de la vida que en realidad es tan sencillo como vivir como un ser vivo más de la madre Naturaleza.
Por supuesto, siempre habría individuos e individuos, y quizá rápidamente se establecerían de nuevo roles, unos dominantes, con aspiraciones a liderar y otros más sumisos, con misiones más cercanas a ser obreros, artesanos, creadores de bienestar.
Todas estas imaginaciones me acarician la mente, sintiéndome muy protagonista porque todos los supervivientes seriamos protagonistas de nuestra historia, con cada acto, con cada palabra. La vida directamente en nuestras manos y no gobernadas por los designios de lejanas elites de poder que no llegamos ni a imaginar.
Sin embargo, quizá todo esto sólo responde a mi natural rebeldía iconoclasta y de tintes anarquistas. Por eso, al gobierno sólo le pido una cosa, que me deje tranquilo, que su función se haga invisible y me deje medrar a mis anchas. Por eso tengo un cierto sentimiento de rechazo a los símbolos de la tribu, no me identifico con nadie, me siento apátrida, no me gusta la Unión Europea que siento llena de hipocresía, y no me gustan las Naciones Unidas llena de intereses creados desde la Segunda Guerra Mundial.
Creo estar llegando al núcleo de mi querencia apocalíptica, es duro caminar solo por el mundo pero es más auténtico y me parece que por ahí van mis tiros. So pena de haber caído en los populismos que arrasan actualmente el planeta, mi auto-psicoanálisis me ha llevado a esta conclusión: ¡soy un anti-sistema!

martes, 7 de febrero de 2017

La hipótesis Gaia


En 1969 el químico James Lovelock ideó la hipótesis Gaia. Según  esta hipótesis la vida fomenta y mantiene unas condiciones adecuadas para sí misma, afectando al entorno, de manera que la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un todo coherente donde la vida, su componente característico, se encarga de autorregular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Es decir, que la biosfera autorregula las condiciones del planeta para hacer su entorno físico más hospitalario con las especies que conforman la «vida».
Por tanto, debemos asumir que a medida que la vida evoluciona sobre la superficie del planeta también va provocando un cambio dinámico de su entorno de manea que favorezca la existencia y requerimientos de especies más evolucionadas. En este sentido tendríamos un sistema en perfecto equilibrio que se extendería a lo largo del tiempo. Creo, sin embargo, que existe un “bug”, una puerta trasera en esta teoría que desestabilizaría la armonía planetaria proyectada por la hipótesis Gaia. Ese colapso del sistema se produciría con la aparición de la conciencia, y me explico.
En este sentido, a medida que la vida evoluciona y da lugar a la aparición de organismos más complejos, aparece la conciencia encarnada en aquellos organismos más evolucionados capaces de pensar, dotados de la capacidad cerebral de generar el pensamiento. Desde el momento que eso ocurre, entran en juego toda una serie de motores que no se encuentran en sintonía directa con la vida, es decir, los seres pensantes alteran ciertamente su entorno, la Tierra, pero no lo hacen en base a condicionantes naturales dirigidos a favorecer la supervivencia sino a intereses muy distintos que hasta podríamos clasificar de “idiotas”. Entran en juego el orgullo, el amor y el odio, la apreciación de la belleza, el miedo, la soberbia y toda la infinidad de productos de una mente pensante, todos ellos con una finalidad muy distinta que la de perpetuar la vida sobre el planeta.
Quiero con esto decir, que la especie con más capacidad de alterar el planeta, que es el ser humano, rompe con los fundamentos de la hipótesis Gaia ya que en general los motivos por los que modifica su entorno están bastante alejados de la premisa de perpetuar la vida en la Tierra. Entran en juego intereses económicos, motivaciones individuales en contraposición al interés colectivo, o simplemente estupidez que van dirigiendo al planeta hacia unos derroteros  que no suponen aumentar la habitabilidad de la Tierra. Más al contrario parecen encaminados a desolar la faz de la Tierra de tal forma que no sea posible la vida.
Por tanto, para mí, la hipótesis Gaia alcanzaría un clímax con la aparición de la conciencia, es decir, tendría como tope evolutivo la aparición de seres capaces de pensar y a partir de aquí se produciría una involución, una destrucción de la vida hacia estadios menos evolucionados como únicos posibles supervivientes. ¡Siempre hemos intuido que si la raza humana destruye la Tierra sólo se salvarían las cucarachas!
¿Quiero con esto decir que la conciencia es incompatible con la vida que la sostiene? Me temo que desde que aparece la capacidad de recrear la realidad en nuestra mente de forma individual y crear nuestra propia realidad, nos escindimos del todo, de la madre Naturaleza, y abandonamos nuestra condición de seres vivos basados en el carbono para creernos seres espirituales inmortales. Así, mientras nuestro nivel de conciencia no alcance niveles más elevados que rompan la dualidad individuo-entorno y que nos permitan entrar en comunión de nuevo con la Naturaleza, la vida sobre el planeta corre peligro de extinción.
Por eso creo que en los tiempos actuales la hipótesis Gaia chirría y me encantaría de todo corazón que alguien me demuestre lo contrario.