viernes, 10 de agosto de 2018

¡Religión, mi religión!



Sí, yo tengo la valentía y el arrojo de pensar por mí mismo. Tengo la desfachatez de cuestionar absolutamente toda brizna de dogmatismo que me venga impuesta, ¡no lo acepto!
Es cierto, fui bautizado, qué remedio, pero en cuanto he tenido uso de razón, y eso no ha sido al cumplir la mayoría de edad, me he cuestionado el dogma central y hasta el rito que mis congéneres beatos siguen como borregos.
Creo que toda persona ha de hacerse preguntas y contestárselas en un sentido o en otro, hablarle cara a cara a Dios en un dialogo de tú a tú sin agachar las orejas por el peso de los siglos. Y que de esta conversación valiente, caminando por el borde del precipicio de la absoluta nada y la angustia de Sartre, ha de salir una postura, una posición personal aunque sea la más osada, la que no cree en nada y para la que todo es un sinsentido. Todos sentiremos durante un tiempo el vértigo de que nuestra existencia carezca del más mínimo sentido o propósito pero al final del camino encontraremos una meta, un objetivo al que aferrarnos y construir así nuestra propia religión. Todo hombre y mujer ha de construirse su propia religión en algún momento de su vida.
Ante estas palabras, estoy seguro que en otros tiempos ya me habría ganado un billete directo a la hoguera pero en esta etapa de crisis y desencanto que vivimos en la actualidad no queda más remedio que construirte tu propio paradigma, tu propio código de valores porque no lo vas a encontrar en el exterior.
Esto puede acabar mal en el sentido de que cada ser humano podría tener un código diferente de conducta, lo cual haría harto complicado el entendimiento, pero creo que siempre ha de prevalecer el haz y deja hacer, siempre que no machaques al prójimo, ahí podríamos situar la línea roja.
A mí personalmente me ha pasado lo que acabo de relatar, pasando por distintas etapas de mi vida en las que he sido católico practicante, para pasar a desencantado, luego a agnóstico sin llegar al ateísmo convencido y finalmente, a mis 48 años, pienso en la existencia de un Ser esencial, el Ser único que anima todas las cosas. Esta existencia cristaliza en todos nosotros, se hace carne, o piedra, o madera y todo vuelve al océano de su esencia cuando muere o desaparece. No existe ni el bien, ni el mal porque ambos están incluidos en el mismo ser, así que no comulgo en absoluto con la existencia de un Dios bueno y su antagonista el demonio.
Si busco el sentido a mi vida, me doy cuenta de que todas las razones y sus contrarios están incluidos en el mismo recipiente, en el mismo ser, o sea, que por ahí no vamos bien. Así que, en mi debilidad ocasionada por la consciencia humana, sólo le pido a ese Ser esencial que tenga a bien permanecer cristalizado en forma de Juan Francisco durante unos cuantos años, cuantos más mejor, para seguir disfrutando de toda la belleza que Él es capaz de crear a mi alrededor.

viernes, 3 de agosto de 2018

Mis días más felices



Hace unas semanas leí en La Vanguardia que el día 20 de Junio era el día más feliz del año. Y por supuesto para darle empaque, han bautizado el día con un nombre en inglés, el “yellow day”.  Ya tenemos otro mito en la constelación de días clasificados como el “black Friday”, el “ciber Monday” o el “blue Monday” del que hablaré más tarde.
Si bien es cierto, y así lo reconozco, que el mes de Junio es un mes especial, de despertar, de emociones saltarinas, de meta volante. Termina el curso escolar, los exámenes finales acechan al albor de los primeros calores y la felicidad vacacional o el fracaso de ir para Septiembre están a tocar de la punta de los dedos. Pero no sólo son los exámenes sino que realmente parece terminar un ciclo vital con el fin de la primavera y el inicio del verano escenificado en la fiesta de San Juan. En la mágica noche quemamos todo lo antiguo y vaciamos la pesada mochila que arrastramos desde el inicio del año para comenzar de nuevo. Así, es un comienzo en la luz, un comienzo agitado, zumbante, vigoroso, muy diferente al inicio del año después de la Navidad.
Nos zambullimos en una estación que casi satura nuestros sentidos, el calor haciendo palpitar la naturaleza y nuestros cuerpos vibrando al ritmo de las cigarras que atronan los secos eriales de los entornos rurales. Hasta las noches parecen convertirse en día dándonos una mínima tregua para recuperarnos del cansancio diario.
Es cierto, estoy de acuerdo, Junio es un mes feliz si bien Julio y Agosto pueden llegar a ser un poco agobiantes bajo los efectos perniciosos del excesivo calor, nuestros cuerpos sometidos a una especie de estrés oxidativo, sudando sin parar y con nuestras funciones biológicas al borde del colapso.
Así que a pesar de que Junio, mes en el que nací, me gusta mucho, cada vez aborrezco más el infernal calor y me hago de la liga de los que prefieren la quietud, la oscuridad y el frio del invierno.
Y esto me lleva al “blue Monday”, fecha que coincide con el tercer lunes de enero y que según los mismos entendidos representa el día más triste del año. Sería una especie de depresión post-coital después de la vorágine navideña, de las alegrías consumistas y de la lista de buenos deseos para el año nuevo en la que nos pegamos un tortazo con la dura realidad de nuestras vidas. No aparecen jolgorios en el horizonte lejano y todo parece gris como el cielo del invierno.
Reconozco que el coctel no parece muy halagüeño y los sesudos dinamizadores de tendencias reconocen que en esta época es mejor no esperar demasiado. Sin embargo, miro el calendario y compruebo que el próximo “blue Monday” será el 21 de enero que es justo el día en que nació mi hija Sara y que fue y siempre será uno de los días más felices de mi vida. Así que me reafirmo con lo de hacerme de la liga del invierno y celebrar con toda la alegría interior los cortos días de esta estación, aportando yo el calor necesario para que la vida humana fluya con suavidad sin los extremos del caluroso verano.
En resumen, que todo es relativo y particular al individuo y que debemos huir de las etiquetas que intentan encasillar hasta nuestras emociones más básicas, alegría, tristeza; por favor déjeme a mi decidir cuando quiero sentirlas y este año que viene, si me apetece, celebraré el “happy Monday” el 21 de Enero junto a la tarta de cumpleaños de mi hija.