martes, 24 de enero de 2017

Compañeros de cama


Como de costumbre, me fui a la cama bastante tarde arropado por ese sentimiento de soledad mágica que envuelve la oscuridad de la noche y que tanto me gusta. La noche todo lo perdona y sólo he de rendir cuentas a la almohada, que en mi caso es bastante condescendiente. Luego el sueño lo limpia todo y con el alba nace un nuevo día y una nueva vida. Por eso me agrada mucho más la noche que el día, por eso soy un trasnochador empedernido.
Volviendo al caso que quiero describir hoy, eran cerca de las 3 de la madrugada cuando busqué el reconfortante calor de las sábanas de mi cama de matrimonio para darles reposo a mis molidos huesos. Mi esposa dormía plácidamente en su lado de la cama emitiendo unas leves sibilancias al respirar.
Me introduje en la cama de un salto, acosado ligeramente por los monstruos, engendros y entidades misteriosas a las que había dedicado mis horas de asueto nocturno. Traté de dormir, de desprenderme de toda aquella carga psíquica. Nada más cerrar los ojos advertí un leve cambio en el ritmo respiratorio de mi mujer que se hizo más denso y pesado. No le di mayor importancia y seguí con el decidido deseo de conciliar el sueño. Sin embargo, más inesperados cambios me acechaban a las puertas del reino de Morfeo. El lado de la cama sobre el que descansaba mi mujer se fue hundiendo lentamente como si un gran peso reposara sobre él a medida que los leves sonidos respiratorios se transformaban en sonoros ronquidos. En ese momento tuve claro que algo no iba bien, que alguna de mis fantasías nocturnas me había acompañado hasta la cama y parecía cosificarse a mi lado. El pulso se me desbocó y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo mientras un sudor frio se apoderaba de mis sienes. No me atreví a girar la cabeza para vislumbrar si era sueño o realidad lo que allí estaba aconteciendo.
De repente, algo me rozó las piernas. Tenía un tacto áspero y al mismo tiempo pegajoso y húmedo. Yo seguía paralizado incapaz de mover un músculo para zafarme de aquella pesadilla que me arrastraba con fuerza. Comencé a rezar como un niño asustado mientras el otro lado de la cama se agitaba cada vez con más violencia.
Un olor pútrido anegó mis sentidos como proveniente de una fuerte respiración que generaba una corriente de aire por encima de mi cara. ¡¿Qué estaba pasando?!
Volví a sentir aquel tacto espantoso que se asemejaba a piel de pescado rodeándome las pantorrillas mientras ascendía piernas arriba. Yo me preguntaba cómo era posible permanecer inmóvil en una situación así, tal era el miedo atroz que me atenazaba. Entonces algo similar a un tentáculo se deslizó por debajo de mi nuca y rodeó mi cuello con ese tacto frio, húmedo y pegajoso que parecía estar apoderándose de mi cuerpo sin que yo pusiera remedio. La sensación de repugnancia me provocó una arcada que quedó medio ahogada por el terror que devastaba mi alma.
Aquel tentáculo se deslizaba alrededor de mi cuello con una intención clara que pronto se puso de manifiesto. Su fuerza constrictora se hizo mayor, lo que me obligó a tensar la musculatura del cuello para poder permitir el paso del aire. Pero su fuerza era mucho más poderosa que mi escasa resistencia y pronto caí presa de un ahogo nauseabundo que sacudió todo mi cuerpo. ¡Me ahogo, no puedo respirar! ¿Quién es el ser criminal que me ataca de esta manera?
De repente, en uno de mis postreros estertores, desperté de un salto completamente bañado en sudor. La noche me había jugado una mala pasada, acababa de tener un mal viaje. Sentí una profunda sensación de traición y abandono mientras mis sentidos volvían a la realidad. De nuevo volví a oír el respirar lento y regular de mi mujer a mi lado. Me resultó muy difícil controlar el estado azorado que agitaba mi alma pero al final, con una falsa sonrisa en la cara, volví a recostarme en la cama sintiendo una desagradable sensación agridulce. Tenía miedo de volver a dormirme por si caía de nuevo en la misma horripilante pesadilla. El miedo me impedía pegar ojo.
De repente, un ronquido profundo y gutural se apoderó de la oscuridad de la habitación, el corazón me dio un vuelco y quedé paralizado de nuevo. ¡No me atreví a girar la cabeza!...