domingo, 29 de noviembre de 2009

Punto de Inflexión


Hace bastantes años que imagino la vida humana, la del individuo, como un proceso de crecimiento dividido en 2 etapas.

En la primera etapa, el proceso se me antoja de ascensión, cuesta arriba, de acopio de experiencia y conocimientos. Sin embargo, la segunda etapa sería una etapa reflexiva, cuesta abajo, de creación de nuevas ideas. En la primera parte, descubrimos el mundo y nos preguntamos por qué es así, y queremos cambiarlo; es una etapa reivindicativa. En la segunda parte, aceptamos la realidad y hacemos cálculos de que porcentaje de esa realidad podemos cambiar con el arsenal acumulado, como preparándonos para aceptar el balance final.

El punto que separa ambas etapas sería lo que he venido en llamar punto de inflexión, entre la primera etapa cóncava y la segunda convexa. Además, siempre he tenido la sensación íntima de que yo sería capaz de percibir ese punto de inflexión, esa transición entre la juventud y la madurez.

No cabe decir que la percepción de esta transición nos recuerda el inexorable transcurrir del tiempo y nos anuncia una todavía lejana vejez, pero no deja de ser un aviso sereno y tranquilo de algo que siempre habíamos considerado ajeno, el envejecimiento.

Una vez superado este punto, parece difícil emprender nuevos ascensos que nos llevarían a otras cumbres desde las que dejarnos caer. Ya caemos y la inercia no nos deja invertir el sentido del movimiento, aunque podemos hacer pequeños movimientos ondulatorios que no son más que esfuerzos por evitar el imaginado fin que nos espera al fondo del valle. Diríamos que la suerte esta echada, que no hay vuelta atrás, y por otro lado, ya está bien de tanto esfuerzo, es hora de disfrutar de los ahorros acumulados.

En un intento más de resistirme a esta transición, me pregunto qué le tiene que suceder a una persona para invertir esta tendencia. Lo cual sería como volver a nacer en otra vida, comenzar a ascender hacía otras cumbres que se vislumbran en la lejanía. Supongo que para volver a nacer, primero es necesario morir, así que la respuesta a esta pregunta se me antoja trágica, de ruptura, algo que sólo el destino es capaz de imponernos, ya que el ser humano es incapaz de autoinducirse la muerte, perder todos sus apoyos para volver a nacer.

Supongo, que después de cierto tiempo de resistirme a lo inevitable, oteando nerviosamente el horizonte, aceptaré el movimiento de caída, cobrándome en felicidad lo que tengo que pagar en vejez.

martes, 17 de noviembre de 2009

El país de Jauja


Prácticamente desde que el hombre tuvo la capacidad de filosofar, fue capaz de imaginar o proponer un estilo de vida basado en la búsqueda del placer, tanto material (sensorial) como espiritual. De hecho, creo que el mito de vivir teniendo acceso a todo lo deseado sin oposición alguna pertenece desde hace muchas centurias a la gran familia arquetípica. Esta corriente de pensamiento, denominada “hedonismo”, nos ha acompañado ya hasta nuestros días con representantes contemporáneos como Valérie Tasso.

Podríamos considerar como cualidad intrínseca al hedonismo, su natural contraposición a la moral imperante en cada momento histórico. Sin embargo, lo que me ha llamado la atención últimamente es el juego de antagonismos en contraposición a la moral judeo-cristiana, que en definitiva ha regido la conducta moral occidental desde hace 2000 años.

En particular, me voy a centrar en la metáfora que nos brindó el destino, cuando Francisco Pizarro en su colonización del Perú, fundó la ciudad de Jauja antes de marchar hacia Cusco. En el tiempo que Pizarro pasó allí, los españoles pudieron disfrutar de una vida enormemente placentera gracias a los tambos o depósitos de comida y riquezas que los incas habían acumulado en tal localización. Aquella encrucijada fue el origen de la leyenda del País de Jauja, que ha servido de inspiración a diversos autores a lo largo de la historia.

En la génesis misma de la leyenda encontramos a autores como Lope de Rueda, que articuló uno de sus pasos o entremeses con las noticias que llegaban del Nuevo Mundo bajo el título de la Tierra de Jauja.

En esta obra, el autor, mediante animado dialogo entre sus 3 personajes, describe un lugar donde los ríos son de miel y de leche, de las fuentes brota mantequilla y los frutos de los árboles son buñuelos. Además en esta tierra azotan a los hombres que se empeñan en trabajar y pagan a aquellos que se entregan al dormir. Es como el mundo al revés.

Asimismo, mediante un proceso de “cross-fertilizing” que no he podido trazar con claridad, esta leyenda saltó hacia tierras germánicas a través del escritor Hans Sachs y su obra Schlaraffenland (El país de Jauja o El País de Cucaña).

Sin salir de aquellas latitudes, la chispa de la leyenda prendió en el pintor Pieter Brueguel el Viejo que inspirado por Sachs, produjo en 1567 el óleo que encabeza este post a modo de alegoría pictórica. Se representa a tres hombres vencidos por la bebida, obesos, y ataviados con diferente vestimenta para representar tres clases sociales: un caballero, un campesino y un hombre de letras, estudiante o clérigo. De esta manera se transmite la idea de que las debilidades y los vicios no entienden de clases y es más, cuanto más culta y refinada es la persona, se me antoja más proclive hacia el imaginario del vicio. El extraño huevo pasado por agua con patas se ha interpretado como una referencia a Satanás, mientras que el cuchillo que tiene dentro sería el sexo masculino. También aparece otro cuchillo o puñal clavado en un cerdo en la parte superior derecha del cuadro, imagen que también figura en el precedente literario de esta obra y que alude a la gula.

Llegando hasta nuestros días, he tropezado con una deliciosa obrita de ilustraciones para niños a cargo del dibujante lituano Kęstutis Kasparavičius basada en Shclaraffenland. En este cuento, que os recomiendo encarecidamente, he podido ver a los perros atados con longanizas y a los orondos humanos acercarse indolentes hasta auténticos castillos de comida. Además se ilustra a la perfección como el hedonista radical no pelea abiertamente por nada, eso sería tomar partido y compromiso, así que es preferible usar de técnicas más subrepticias para alcanzar los anhelos personales. La metáfora del huevo también aparece reflejada en este cuento.

Todas estas obras repescan la antigua idea de la abundancia y el regodeo vital desde una óptica cristiana. El placer es malo, el exceso es malo, es un engaño de Satanás para pervertir los sentidos y anclar el alma a lo más absolutamente material. Creo que echaré mano de la teoría de conjuntos para intentar desbrozar un poco este asunto y poner orden en las intersecciones y subconjuntos que veo ante mí.

1ª Intersección.

Ya me he pronunciado en posts anteriores a favor de un modus vivendi luchador como motor del crecimiento humano, por lo que aquí coincido con la doctrina cristiana que no ve con buenos ojos los excesos superfluos del cuerpo.

2ª Intersección.

Por otro lado, busco afanosamente el saborear cada instante de mi vida para vivir en mayor plenitud. Aquí coincido más con la visión de plenitud instantánea que nos aportan las doctrinas orientales. ¿Pero no es esto una forma de hedonismo?, ¿no es esto un hedonismo espiritual?

Con la idea de intentar dar una salida capaz de sublimar los subconjuntos comunes a través de una sola vía, me he encontrado con lo que se ha venido en llamar la “Psicología Positiva”, cuyo mayor promotor es el profesor de psicología Martin Seligman. La psicología positiva es una rama de la psicología, de reciente aparición, que busca comprender, a través de la investigación científica, los procesos que subyacen en las cualidades y emociones positivas del ser humano. Este enfoque psicológico se centra en potenciar estas cualidades creando un estilo de vida saludable. Así que, dejando a un lado el Utilitarismo, la sociedad actual nos ofrece una bonita oportunidad para darle gusto al cuerpo y a la mente pero recordando que esto no es Jauja.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Vivir por objetivos


El perspectivismo de Ortega considera la vida como el medio para alcanzar una meta externa. Cada persona está rodeada de un conjunto de circunstancias que la capacitan más o menos para alcanzar la meta. Pero yo me pregunto, dónde termina la vida para poder situar la meta fuera de ella.

Vivir por objetivos me parece artificial. Es entrar en un juego que nos hace esclavos de nuestro entendimiento caprichoso e incompleto.

¿Tiene el ser humano la suficiente capacidad para fijarse metas basadas en el entendimiento correcto del mundo?, ¿no es esto demasiado pretencioso?

Para mi el ser humano no deja de ser un animal con la capacidad de pensar, y los animales no necesitan razones para vivir. Desde el momento en que el ser humano acepta vivir la vida sin pedir explicaciones, empieza a ser un poco más feliz.

Asimismo, si la empresa individual no existe, menos existe la colectiva. Pero que fácil y reconfortante es afiliarse a una causa.

El ser humano, ante el vértigo que le produce el vacío existencial, busca y necesita jugar al juego del esfuerzo-meta-recompensa, y así, pasar anestesiado la mayor parte de su existencia. Porque que dolorosa es la angustia existencial pero al mismo tiempo, que auténtica.

El hombre obcecado en su vida pro-algo, de repente, descubre un día corriente y nada especial, que ha recibido la mayor recompensa en un acto de altruismo trivial. Y es este acto el que cuestiona toda la empresa de su vida, ¿es necesario ser esclavo de una meta romántico-pueril para vivir?

Y si en los tiempos que corren, nos preguntamos quién manda en el mundo, cualquiera respondería que la nación que mejor ha interiorizado este modo de vida pro-objetivo es Estados Unidos. Sin embargo, las naciones como Estados Unidos, impregnadas de pragmatismo, transmiten ese vacuo egoísmo pueril y mantienen su plano emocional en niveles de subdesarrollo. Sólo así se entiende que les maten 3000 personas en las Torres Gemelas y salga su presidente con una actitud hollywoodiense (o sea, relativa a la ficción) al estilo John Wayne.

Esta visión objetivista de la vida va muy bien para aglutinar la nación, mientras que la visión existencialista es más bien un posicionamiento individual difícil de poner bajo una misma bandera. Se vislumbra así una especie de anarquismo existencial que de todas formas se ve obligado a ceder algo de su terreno a las reglas de convivencia social. El planeta no es suficientemente grande para no tener que soportarnos.

Es necesario evolucionar hacia un nuevo estado de conciencia que alinee las almas en un nuevo estado de comunión, dentro de un nuevo campo gravitatorio.

Caminamos hacia la frontera del último imperio, pero este imperio caerá como han caído todos, y un nuevo orden de pensamiento será necesario puesto que el planeta se acaba, ya no hay espacio para nuevas civilizaciones locales.

domingo, 1 de noviembre de 2009

La Castanyera


Es tradición en Cataluña que por Todos los Santos se honre la memoria de los difuntos comiendo boniatos y castañas calentitos, intercalados con traguitos de vino dulce para facilitar la deglución. Como si de una metáfora alegórica se tratara, no hay mayor difunta en la sociedad actual que la figura de la Castañera.

Como suele pasar en estos tiempos de desarraigo y pérdida de identidad cultural, hacemos muchas cosas simplemente porque son tradición pero sin tener la más remota idea de su significado.

En muchas ocasiones el origen de las tradiciones es esencialmente pragmático, y el paso de los años le va dando un significado simbólico que va diluyéndose hasta el punto de que las personas empiezan a preguntarse por qué hacemos tal o cual solemne tontería, paso previo al abandono de la centenaria costumbre.

Un ejemplo muy claro en este sentido es la famosa engullida de uvas al son de las doce campanadas, que no es más que el fruto del ingenio de los viticultores españoles y de la sobreproducción acaecida en al año 1909. Esto superó a todos los anuncios de Freixenet juntos. Sí, sí, no es una tradición milenaria que esté escrita en la Biblia. Ahora, al que no se come las uvas en Nochevieja le espera un año de mala suerte y de penitencia en el consultorio de Rappel. Es tal la estrechez de miras, que podemos vivir en este limbo del empacho uvífero durante cientos de años, sin que a nadie se le ocurra que ningún país del mundo realiza semejante extravagancia para celebrar el año nuevo.

En el caso de Todos los Santos ocurre tres cuartos de lo mismo. En este caso el origen no es tan pícaro como en el de los viticultores. Indudablemente hay una raíz religiosa que se remonta a muy antiguo pero el aderezo castañero responde más bien a razones prácticas. Si en la Edad Media ibérica no se hubieran tocado tanto las campanas o no hubiera habido tanta escasez de cereal, los campaneros, y por extensión, toda su familia, no hubieran necesitado atiborrarse a castañas para seguir meneando el badajo durante toda la noche.

Fue así, como las familias empezaron a complementar su aporte de hidratos de carbono en esta noche tan respetuosa, y lo del vino dulce o blanco supongo que responde a una cierta deferencia por los muertos, para que aquello no pareciera una bacanal.

Y en este ambiente socio-cultural destaca la protagonista de mi post, la Castañera. La perdida figura de la matriarca, que aglutina a toda la familia en torno a la lumbre para alimentarla en los oscuros tiempos medievales. Esa matriarca que venía al mundo con la única función de parir, criar y propagar la especie humana. Era una figura femenina que se me antoja muy cercana a la primitiva mujer de las cavernas, ¿no fue la edad media una caverna?

Pero llegó el siglo XVIII, y con la revolución industrial, la mujer tuvo que echarse a la calle, a trabajar fuera de casa. Y con ella la Castañera, que montó su puesto ambulante de venta de castañas calentitas y tuvo que doblegarse a alimentar a extraños a cambio de unas monedas. Automáticamente, la Castañera perdió su motivación, su razón de ser. Aquello ya no era alimentar a los necesitados, era un espectáculo recreativo, una golosina para las frías noches de invierno viendo a la Castañera hacer saltar a su producto en el circo de la sartén agujereada.

Y como todo espectáculo, está sujeto a la moda y por tanto, pasa de moda. Ahora, las Castañeras, son simplemente fotografías veladas de un tiempo pasado, más oscuro que el culo de sus sartenes, que han pasado de ser un puntal alimenticio social a verdadera población marginal. Queda el tiempo que duren nuestros abuelos, la Castañera morirá con esa generación.

Y como no sabemos por que hacemos las cosas, abrazaremos con nuestro estado de natural alienación, una cosa que llaman Halloween. Porque a los niños les gusta más, porque así nos disfrazamos de vampiros, de zombies, de brujos y de brujas y de paso nos pintamos el pelo color panocha más propio de otras latitudes.

Quizá las Castañeras puedan reconvertirse en Calabaceras.