lunes, 25 de marzo de 2013

El fin de la política


A pesar de ser un título ciertamente presuntuoso, me ha parecido adecuado para describir el estado agonizante de una de tantas cosas que en estos tiempos de crisis parece haber agotado su discurso.
España es un caso flagrante de este fenómeno pero desde la caída de los bloques, creo que este fin se palpa también a nivel internacional. La vieja confrontación izquierda-derecha parece ya trasnochada y todos aquellos que siguen viendo la vida desde esa perspectiva, como por ejemplo los agentes sociales, se dedican a clamar situaciones del pasado para mantener encendida la llamita de la confrontación ideológica.
Cada vez es más frecuente oír en España una frase pronunciada por los conciudadanos que saben leer la realidad, que dicen que todos los partidos del arco parlamentario son lo mismo y que, en realidad, deben someterse a los designios de la economía de mercado que campa a sus anchas por el mundo.
Desde mi humilde punto de vista, hace ya tiempo que la vida de las personas en el mundo desarrollado está gobernada exclusivamente por los dictados de la economía que se ha erigido como una especie de tirano que somete a los pueblos bajo las despóticas e inhumanas leyes del mercado. El mercado se ha proclamado como el señor único al que todos debemos servir si queremos seguir viviendo en este mundo dominado por lo material y por un sistema de recompensa psicológica basada en el consumo.
Hemos dejado a un lado la moralidad, los sistemas de redistribución de la riqueza y hasta el respeto a la vida de las personas para aceptar con toda naturalidad las leyes de los inversores, los juicios de las agencias de calificación y la tiranía del “tanto tienes, tanto vales”.
La voluntad política de la sociedad ha quedado a un lado, como mera comparsa del yugo aplicado por la economía, y de esta manera, el ideario político ha ido diluyéndose, hasta confundirse y transformase en una especie de reminiscencia antigua que a nadie ilusiona. Un ejemplo muy aparente de este hecho está siendo la perdida de soberanía de las naciones cuando el rey “dinero” empieza a hablar y a ordenar lo que le conviene. Nadie se atreve a toserle por miedo de quedar excluido, en una especie de marginación, fuera del sistema capitalista mundial. Tenemos miedo de reencontrarnos con el ser humano desnudo, tal como es, de volver a nuestra esencia y dejar atrás todo ese andamio de artificialidad y artificiosidad construido tras largos lustros de respaldar esos títulos notariales que se llaman billetes y que ahora se han convertido el papelitos del Monopoli.
La herramienta que diseñamos, que pensamos para vivir mejor, se ha envenenado y ahora se autoalimenta de sus mismas carencias convirtiéndose en algo perverso y hueco que ya no representa un valor material, o hasta espiritual de la sociedad. Hemos puesto la vida al servicio de la herramienta que nos inventamos para supuestamente vivir mejor, el objeto real al servicio del modelo y finalmente, hemos perdido el oremus y nos dedicamos diariamente a boquear asfixiados con el fin de volver a la ciénaga en la que se ha convertido nuestro sistema de vida.
El miedo azota los pueblos, y algunas personas que no entienden como un país puede valer hoy la mitad de lo que valía ayer si el sol ha salido por el mismo sitio y sus ciudadanos han trabajado y vivido las mismas horas, apuntan a la causa del problema y deciden volver al trueque para obviar ese utensilio que se ha emponzoñado, que ya no sirve y cuyo uso constituye en si mimo un problema.
En mi ignorancia, intuyo que no saldremos del problema mientras las personas no tomen las riendas de su futuro, y vuelvan a poner a la economía al servicio del hombre, y no al revés. La voluntad política de organización de la sociedad ha de estar por encima de la economía, que no deja de ser un “sistema” para hacernos las cosas más fáciles, en vez de ser un sistema de dominación. Creo que la democracia liberal proclamada por Francis Fukuyama como “el fin de la historia” necesita una puesta a punto, un ajuste severo que sanee la corrupción a la que la ha abocado su propio narcisismo.
Debemos recuperar la ilusión y la creencia en unos valores morales y sociales que nos permitan volver a poner las cosas en su sitio.

Hoy cumplo 100


Casi sin pensarlo, he echado un vistazo al contador de entradas de mi blog y he visto que alcanzaba la categoría de las centenas. No sé si eso significa que me hecho mayor intelectualmente, no lo creo, pero sí significa que hay un camino recorrido y un crecimiento inherente.
Porque si hay algo que tengo que agradecerle a mi blog, y por tanto, a mi mismo, es la oportunidad de crecimiento personal que me ha regalado. Con cada nueva entrada, con cada nueva reflexión y con cada nueva historia, he aprendido un poquito más y he crecido interiormente. Ese era el objetivo principal del blog y es verdad que se ha cumplido con creces, si bien es cierto que si mi poder de convocatoria hubiera sido mayor y el DIALOGO más generoso, se hubieran alcanzado cotas de mayor enriquecimiento.
Me gustaría expresar mi más sincero agradecimiento a todos aquellos que alguna vez habéis perdido algo de tiempo leyendo alguna de mis entradas y en especial, a aquellos que os habéis decidido a contestarme, a escribir un comentario como Lluís, Carles, Fran, Ana, Manel, Maite o Carla. Espero que mis entradas os hayan permitido pensar y crecer aunque sea un poco. También os animo a escribir, aunque algunos ya lo hacéis mucho mejor que yo, porque el escribir permite ordenar el pensamiento y el mundo interior de cada cual.
Sólo me queda avisaros de que continúo teniendo ganas de aprender y de compartir aquello que aprenda. Espero que esta curiosidad me dure muchos años porque intuyo que si algún día desaparece, habré entrado en la recta final.

2008-2013: 100 entradas y ganas de escribir más…

domingo, 10 de marzo de 2013

Insalutia (III y final)


   Cuando Gerty vio a Carlos atravesar el umbral de la puerta de casa, intuyó que algo no iba bien. Carlos volvió a casa como ido, su cuerpo estaba ahora cerca de Gerty pero su mente seguía aún en la colonia subterránea y no encontraba el momento de blanquear aquellos pensamientos. Se derramó en el sofá mientras cruzaban por su mente cientos de ideas desordenadas que generaban una especie de rum-rum difícil de apaciguar. Fue finalmente una noticia en el canal oficial de la Corporación, lo que le dio pie a iniciar una conversación y dar rienda suelta a sus cábalas e ilusiones.
   Mientras el locutor explicaba las fechorías de un grupo de humanos “U” que había logrado escapar de los laboratorios de la Corporación, Carlos desveló sus secretos anhelos a su sorprendida esposa.
   ¾He contactado con los marginales, Gerty, y he de decirte que existen alternativas. Podemos ser libres y ver crecer a nuestros hijos en libertad en una nueva humanidad. Lo que voy a contarte no lo creerás hasta que no lo veas con tus propios ojos pero puedo confirmarte que los rumores que nos hablaban de las ciudades subterráneas de los marginales son ciertos. He estado allí y he podido comprobar el elevado estado de desarrollo que han alcanzado. Me han enseñado como viven y he tenido un sentimiento de libertad jamás soñado por mi. ¡Gerty, tenemos que intentarlo!
   ¾¿De qué hablas Carlos? ¾dijo Gerty queriendo confirmar sus sospechas—. ¿No será de la alocada idea que tuvimos hace unos días cuando comenzamos a considerar seriamente la paternidad?
   ¾¡Sí, Gerty!, lo podemos hacer, existen alternativas a esta insulsa vida que nos han impuesto como una especie de anestésico. Tienen un proyecto serio, quieren volver a comenzar en Europa, ahora que su habitabilidad está fuera de toda duda. La vida humana en la Tierra está definitivamente condenada a la decadencia y la corrupción. Tanto tú como yo somos capaces de ver más allá de la trivial cotidianeidad para darnos cuenta de lo que está pasando realmente. ¡Podemos y debemos hacerlo!, podemos darnos una nueva oportunidad.
   ¾¡Carlos, estás loco!, cómo has podido llegar tan lejos con este tema ¾dijo Gerty visiblemente asustada.
   ¾Vivir aquí es como estar muerto, prefiero arriesgarme antes de prolongar esta hueca agonía. Sé sincera contigo misma y piensa en nuestros hijos. ¡Debemos darles una oportunidad!
   Gerty accedió a escuchar mientras Carlos iba relatando todo lo hablado y todo lo vivido en la colonia marginal. El tono usado por Carlos chispeaba cada vez más a medida que iba avanzando en su exposición, perfilando lentamente el proyecto de vivir en la luna de Júpiter denominada Europa. Esta luna había adquirido, desde hacía ya algunos años, una atmósfera respirable como consecuencia de las algas productoras de oxígeno que se habían plantado allá por los años 30.
   Gerty pudo comprobar que Carlos había realizado el viaje ya en su mente, que su proceso mental era ya irreversible y que una negativa por su parte condenaría al matrimonio y a su prole a una vida monótona, de subyugación y drogodependencia. Sin pensarlo demasiado, aceptó el reto y con una mirada condescendiente le mostró todo su apoyo a su querido marido.
   Los días fueron pasando lentamente después de que la pareja comunicara su intención a los marginales a través de Hodgkin. Esperaban una respuesta, algún tipo de reacción por parte de los marginales que les insuflara ánimos para seguir y les permitiera prepararse mentalmente para el gran viaje.
   La cascada final de eventos se inició 3 días antes del gran viaje. Carlos y Gerty fueron contactados por un marginal que les dio instrucciones precisas sobre qué deberían llevar y donde deberían estar en la noche elegida para dar comienzo a una nueva vida.
   La forma en que Gerty miraba a su esposo cambió desde la comunicación de los marginales, como indicando una especie de síndrome del nido que ya empezaba a adueñarse de la futura madre. Fueron haciendo todos los preparativos, no sin cierta sensación de angustia y miedo a lo desconocido, que de vez en cuando les sobresaltaba, más aún cuanto más se acercaba la fecha señalada.
   Por fin llegó la noche del 24 de Octubre, y Carlos Chagas y Gerty Cori se encaminaron hacia el punto de lanzamiento, convenientemente ataviados y pertrechados con lo imprescindible para el viaje según especificaciones de los dueños de la misión. Se trataba de un solitario hangar detrás de las montañas que delimitaban la ciudad por el noroeste. Un reducido grupo de operarios se desenvolvía frenéticamente en las inmediaciones del aerotransportador de última generación, realizando toda una serie de comprobaciones necesarias para el lanzamiento.
   Carlos y Gerty sintieron miedo, un miedo irracional inducido con toda seguridad por lo excepcional de la situación, pero enseguida fueron introducidos en la rutina prelanzamiento y el movimiento conjuró el creciente temor. Las operaciones avanzaban a buen ritmo, sin preguntas, como si se tratara de un mecanismo de relojería perfectamente sincronizado. En un momento determinado vieron el rostro de Hodgkin a través de uno de los grandes ventanales interiores del hangar y sus angustiados espíritus reaccionaron alegremente agarrándose al único elemento conocido que les ofrecía el entorno. Sin embargo, Hodgkin les devolvió un gesto más bien indolente que no entendieron, lo cual contribuyó a acrecentar la sensación de extrañeza.
   Por fin, alguien conocido se acercó a la atemorizada pareja y se ofreció como guía protector que les ayudaría en los primeros compases de aquella loca aventura. Se trataba de George Huntington, el contacto que había introducido a Carlos en el mundo de los marginales y le había suministrado la información que de alguna manera quería oír.
   —No tengáis miedo, los vuelos tripulados a las inmediaciones de Júpiter hace años que se convirtieron en algo rutinario por mucho que vosotros no hayáis tenido nunca una experiencia aeronáutica. Seguidme, vamos hacia los vestuarios donde os pondréis la indumentaria necesaria junto con las demás familias que  os acompañarán en este viaje —dijo George causando un tremendo efecto balsámico y tranquilizador en la atemorizada pareja.
   Entraron en un edificio anexo al hangar, que destilaba cierto aire decadente. Al abrir la puerta un largo pasillo forrado de trajes de astronauta se dibujó ante ellos.
   —Están ordenados por tallas, los de hombre a la derecha y los de mujer a la izquierda. Escoged los vuestros —espetó George sin demasiados reparos.
   A continuación, entraron en una sala que se encontraba ocupada por distintas parejas entregadas al frenesí de ajustarse los trajes espaciales. Al verse rodeados por otras personas que habían tomado su misma decisión, se sintieron instantáneamente aliviados. ¡Quién sabe si serían sus vecinos en su nuevo hogar!
   Nadie prestó demasiada atención a la nueva pareja que tan sólo recibió alguna que otra mirada furtiva de vez en cuando, y conforme fueron acabando, las parejas iban abandonando el vestuario por la puerta situada enfrente de la puerta de entrada. Sin embargo, cuando Carlos y Gerty comunicaron que estaban listos, George les encaminó hacia otra puerta, situada en un lateral, hecho al que no dieron mayor importancia amparados por la supuesta complejidad de un viaje de este tipo. Fueron conducidos hacia un ascensor que los elevó directamente hacia el módulo espacial. Pasaron a la cabina con la emoción a flor de piel y se extrañaron al no ver a nadie. Quizá los demás se encontraban a otro nivel, Carlos y Gerty no entendían nada pero se dejaron hacer dócilmente. Una voz metálica les conminó para que tomaran asiento en los dos grandes sillones centrales y se relajaran tanto como les fuera posible. Una vez acomodados, se dejaron cautivar por el impresionante paisaje de contornos violáceos y el maravilloso cielo estrellado que les ofrecía el espacio profundo. Carlos intentó tomar de la mano a Gerty pero la voz metálica les reiteró que permanecieran perfectamente sentados en sus sillones.  Se miraron sintiéndose como ilusionados colegiales y decidieron portarse bien.
   Fue entonces cuando sucedió algo inesperado para los confiados pasajeros. Dos parejas de brazaletes se cerraron súbitamente anclando fuertemente sus extremidades a sus respectivos asientos. Aquello no parecía formar parte de un trato mínimamente humano y sus corazones se sobresaltaron intuitivamente. El monótono sonido del motor de un brazo articulado se oyó en el exterior y, a continuación, un golpe seco contra el exterior del módulo. El brazo mecánico enganchó el módulo por su parte superior y lo separó de la plataforma que lo sustentaba, dejándolo a continuación sobre el volquete de un gran trailer que esperaba abajo.
   Tanto Carlos como Gerty tuvieron la potente sensación de que aquello no era normal, de que algo no marchaba bien. En la cabina del vehículo rodado, el señor Hodgkin le pasaba el plan de viaje al conductor. DESTINO: Laboratorio Central de la Corporación. PROPÓSITO: reciclaje biológico de dos organismos superiores.
   —Siempre me han parecido tremendamente eufemísticos estos planes de viaje —dijo el conductor socarronamente—. Todos sabemos que en cuanto crucemos las puertas del Laboratorio Central, estos dos desgraciados serán despojados de su condición humana y convertidos en organismos de experimentación de clase “U”.
   —Sí, ellos deben morir si queremos que nuestro proyecto tenga éxito —dijo Hodgkin. Al menos no serán conscientes de ello, en unos minutos, les será inoculada una dosis de virus cerebral que los despojará de todo atisbo de conciencia humana. ¡No es tan fácil escapar de la morbocracia!

Insalutia (II)

   Al día siguiente, mientras se encontraba produciendo un nuevo lote de individuos “U” no podía dejar de pensar en el tema y aquella misma mañana, se puso en contacto con Thomas Hodgkin, cuyos flirteos con los marginales eran por todos conocidos.
   ¾¿Sr. Hodgkin?, me llamo Carlos Chagas y me pongo en contacto con usted para… no sé como expresarlo, se trata de algo muy personal.
   ¾Bueno, soy todo oídos. No es muy frecuente que un sanador de la Corporación, aunque sea de bajo rango, se ponga en contacto conmigo. Usted dirá.
   ¾Perdone, no me mal interprete Sr. Hodgkin ¾dijo Carlos sintiendo que una oleada de rubor congestionaba su rostro—. Me pongo en contacto con usted a título personal por un tema que nada tiene que ver con la organización que usted dirige. No es que su función pública promoviendo el derecho a una muerte digna no me parezca algo absolutamente loable, sin embargo, se trata de otra cosa. Yo quiero hablarle, más bien, del derecho a la vida, a una vida digna.
   Mi mujer y yo hace tiempo que queremos formar parte del carrusel de la vida, creando nueva vida, y alcanzar esa plenitud que veo en aquellas personas que han sido padres. Sin embargo, hay un problema, no podemos aceptar que esa vida nazca ya dañada, esclava de un sistema que usa la enfermedad como yugo de dominación. Créame, es una situación muy angustiosa.
   Hodgkin captó enseguida el cariz de la conversación, y aunque condescendiente, se afanó por rebajar las ansias subversivas de su atribulado interlocutor.
   ¾Sepa que le entiendo, yo también he sido padre y sé lo duro que puede ser aceptar la lacra de la subyugación genética, pero a pesar de ello, no le aconsejo que siga por ese camino, no sabe usted bien lo proceloso que puede llegar a ser. ¡Hágame caso y no ponga en riesgo su vida, la de su mujer y la de su ansiada descendencia!
   ¾Me temo Sr. Hodgkin que ya he cruzado la línea de no retorno respecto a ese tema ¾dijo Carlos—. Tanto mi mujer como yo sólo somos capaces de imaginar un futuro, el futuro de ver crecer a nuestros hijos en libertad. Ninguna otra opción tiene sentido para nosotros.
   ¾Y bien, ¿qué es entonces lo que quiere de mi? ¾dijo Thomas Hodgkin con tono contrariado.
   ¾Me explicaré sin más rodeos, Sr. Hodgkin. Sus contactos con los marginales son de sobra conocidos y…, yo le suplico que me pertita acceder a ellos. ¡Qué al menos me permita explorar una nueva vía para tratar de romper esta cadena que nos somete!
   ¾Extrañas palabras viniendo de un empleado de la Corporación ¾dijo Hodgkin regodeándose en su mofa—. Pero veo que sus palabras son de sincera desesperación. Seguro que algo cambiaría si hubiera muchos como usted, pero bien, veré que puedo hacer.
   Si ellos acceden recibirá instrucciones precisas. Confío en que usted pondrá de su parte la discreción que un asunto de este cariz requiere.
   ¾Sí, no se preocupe Sr. Hodgkin ¾dijo Carlos con un sentido agradecimiento—. Le prometo estar a la altura del paso que me dispongo a dar.
   Tan sólo fueron necesarios 3 días para que un individuo desconocido se acercara a Carlos y, con un gesto más que discreto,  le entregara un pequeño papel con muchas dobleces que contenía unas coordenadas de posición.
   Una vez en casa, Carlos pudo comprobar que se trataba de un suburbio alejado y muy deteriorado. Le costaría un cierto tiempo alcanzar la posición pero no era imposible y además, muy comprensible. La hora del contacto también era lógica, así que, sin involucrar todavía a su amada esposa, salió de camino hacia lo imposible cuando el sol empezaba a descender por el horizonte.
   A medida que se alejaba del centro de la ciudad, el paisaje iba adquiriendo tonos gris ceniza cada vez más oscuros. El color de la tez de los residentes también cambiaba en consonancia con el entorno y sus rostros cerúleos mostraban cada vez con más descaro las venas que canalizaban un líquido que alguna vez fue sangre pero ahora era más parecido al anticongelante. Tuvo que pasar el punto de control a partir del cual no se garantizaba la salubridad del aire, el agua o la tierra del subsuelo mientras Carlos se dedicaba a tapar con trapos húmedos todas las entradas de aire que poseía el modesto vehículo de combustión metabólica que podía permitirse. Su proverbial hipocondría sufrió un agudo ataque que casi da al traste con su determinación. Sin embargo, Carlos pudo reponerse para alcanzar lo que parecía un descampado semiboscoso. Abandonó el vehículo y comenzó a andar por aquel terreno baldío. El medio metro de maleza que cubría los cascotes de los antiguos edificios de apartamentos proletarios hacia muy difícil el avance  pero aquel era el punto de contacto. Finalmente, se fijó en que a su lado derecho, a unos 20 metros de distancia, se erigía una herrumbrosa puerta metálica delimitada por dos altos pilares de mampostería que parecían pretender poner puertas al campo.
   Carlos se dirigió titubeante hacía la única estructura que todavía se mantenía en pie y al llegar a la puerta deslizó su cuerpo por el escaso hueco que dejaban las 2 puertas eternamente entreabiertas. La sensación de ridículo se esfumó rápidamente al oír el chisporroteo del cable electrificado que nacía a ambos extremos de la puerta y se perdía en la espesura del bosque. Caminó unos diez pasos hacia el interior de la masa boscosa cuando el chasquido de una rama rota le advirtió que no estaba solo. Antes de que la preocupación pudiera contaminar su ánimo, aparecieron ante él dos individuos, uno más alto que el otro, pero con un aspecto físico que destilaba salud por todos sus poros, no parecían pertenecer a la raza de la humanidad imperante. Se acercaron a Carlos e hicieron presa de sus antebrazos justo por debajo de las axilas para acompañarle con sutil firmeza hacia el 4 x 4 solar que esperaba al cabo de lo que parecía una pista forestal.
   En la parte posterior del 4x4 no se veía nada y Carlos estuvo dando botes en su interior durante al menos media hora. La pista  se encontraba en bastante mal estado y estos antiguos vehículos, con su dura suspensión, no hacían el viaje nada confortable. Notó que, más o menos a mitad de camino, bajaron una fuerte pendiente pero la penumbra lo envolvía todo cada vez con mayor persistencia, lo cual dio al traste con cualquier posibilidad de saber donde estaba.
   Se oyó una algarabía infantil y el vehículo se detuvo. La apertura del portón posterior dio paso a una visión extraña. Se trataba de la boca de una mina por la que transitaba libremente un grupo de infantes que parecían celebrar la visita del desconocido. Carlos fue acompañado a la entrada y después de recorrer unos 100 m de túnel, se vio abocado a la contemplación de una visión de fábula. Tenía ante sí lo que parecía una ciudad underground conformada por una especie de plaza natural alrededor de la cual partían de forma radial una serie de túneles a modo de calles. Un individuo, de unos 60 años, les salió al encuentro identificándose como la persona encargada de las relaciones con los medicalizados.
   Carlos no daba crédito a sus ojos al ver como la vida en esta ciudad se desarrollaba de forma armónica y serena como si de una colmena se tratara, donde cada uno tiene su misión perfectamente interiorizada.
   George, que así se llamaba el sexagenario anfitrión, empezó a hablar poco a poco y poniendo las bases necesarias para hacer posible la comprensión entre dos mundos tan distintos.
   Lo primero que sorprendió a Carlos fue ver tanta luz en una mina, luz que parecía natural. George le confirmó que en efecto se trataba de luz natural y le explicó el sistema a través del cual la luz penetraba en el subsuelo. Esta maravilla de la ingeniería estaba formada por grandes cables de fibra óptica que recogían la luz en la superficie mediante unos cristales circulares de gran diámetro encargados de focalizar, a modo de una gran lupa, toda la luz hacia el cable de fibra. Luego estos cables se iban ramificando por los diferentes túneles, perfundiendo todo el espacio con luz, que finalmente era difundida mediante pequeñas lupas divergentes.
   Ante tal avance tecnológico, Carlos comprendió enseguida que no se encontraba delante una sociedad atrasada o retrograda, y el mito de los marginales comenzó a deshacerse lentamente en su interior. Aún así, Carlos tenía muchas dudas acerca de aquella gente, cómo estaban organizados, cómo era su día a día, cómo combatían la enfermedad. Mientras accedían a lo que parecía un centro público encastado en la roca, George le transmitió serenidad con una mirada condescendiente que parecía decir “todo a su tiempo, Carlos”.
   Una vez en el interior del edificio, accedieron a una estancia fronteriza con la roca viva y se sentaron cómodamente alrededor de una mesa circular. Su anfitrión le ofreció un vaso de zumo de zanahoria y continuaron su animada y asombrosa charla.
   ¾Hace años que vivimos al amparo de esta mina pero además no somos la única comunidad de sangre limpia que existe en la Tierra. Existen otros grupos como nosotros, con los que mantenemos una comunicación casi diaria. Durante todos estos años el mundo de la superficie y nosotros hemos adoptado formas divergentes de organización. Ellos han optado por la dominación tiránica y abominable mientras que nosotros nos hemos entregado a un sistema que llamamos democracia de las ideas y que consideramos como la forma de organización socio-política más evolucionada del ser humano.
   Ante la atónita pose de Carlos, el ya cansado George Huntington prosiguió con sus explicaciones.
   ¾La característica angular que define este sistema es la concentración de la autoridad en las ideas, no en las personas. Es decir, se trata de un sistema de consenso social permanente en el que el destino de la comunidad es decidido entre todos, de manera que la autoridad jamás se concentra en una persona o grupo de personas. Aquí no hay presidentes, ni gobiernos, ni individuos que detenten el poder. Aquí el poder sólo lo tienen las ideas, las mejores ideas.
   Parece complicado pero la tecnología actual nos lo ha puesto muy sencillo. Todos disponemos de nuestros “demófonos” donde los asuntos que requieren decisiones se plantean telemáticamente y el pueblo vota las mejores soluciones. Esto se hace para cada asunto y de esta manera es como si el pueblo hablara y expresara su voluntad constantemente.
   Carlos sintió incluso cierto vértigo ante tal despliegue de libertad individual y quedó maravillado y a la vez convencido de que este era el entorno en el que quería ver crecer a sus hijos. George prosiguió su descriptiva charla.
   ¾Además, otro de los pilares fundamentales en los que se apoya nuestra sociedad es la plena integración con la Naturaleza y el modo de vida sostenible. Vivimos en armonía con nuestro entorno, al ritmo que nos impone la Naturaleza en comunicación constante con el medio natural. La luz natural nos permite cultivar nuestros alimentos en el interior de la mina y nuestra ropa así como lo que hay en el interior de nuestras casas procede de productos naturales ligeramente procesados. No nos permitimos el lujo de crear materiales sintéticos que luego no encuentran su lugar en el ciclo de la vida. Además, cada día hacemos una carga masiva de energía solar en nuestros acumuladores y esto nos permite cubrir nuestras necesidades energéticas también por las noches.
   ¾Pero, ¿qué pasa si os ponéis enfermos? ¾dijo Carlos mostrando cierta ansiedad.
   ¾Aquí abajo, la enfermedad no existe como concepto ¾prosiguió George. Ya ves cuan alejados estamos de vosotros. Aquí, cuando una persona enferma, su estado se considera algo natural y se trata naturalmente buscando siempre que el cuerpo no pierda la comunión con el entorno. Acumulamos un enorme saber y experiencia entorno a la “farmacología” natural y la muerte es considerada como una forma natural de volver a la Naturaleza de donde nunca nos alejamos demasiado.
   A estas alturas de la conversación, Carlos se encontraba plenamente convencido del paso que acababa de iniciar y quiso saber sobre el proyecto de ocupar otro mundo para empezar desde cero con un modelo de sociedad que podríamos llamar saludable. Carlos no pudo esperar más y preguntó a quemarropa.
   ¾Quiero saber sobre el proyecto Europa. Sé que estáis planeando una misión en ese satélite, que queréis huir de la Tierra.
   ¾Bueno Carlos, no vayas tan deprisa. Si bien es cierto que desde que se descubrió el océano interior de Europa como fuente casi inagotable de oxígeno y se montaron las primeras bases estables, hemos soñado con refundar una nueva civilización humana en Europa, sin embargo, el proyecto está todavía muy verde. Aún así, estamos seleccionando personas excepcionales para enviar una primera avanzadilla con el fin de preparar el gran éxodo.
   ¾Y la cuestión es saber si mi esposa y yo somos personas excepcionales, supongo ¾se adelantó nerviosamente Carlos, interrumpiendo al sexagenario.
   ¾Debes serenarte Carlos. Comprenderás nuestras reticencias respecto a una persona que viene del otro lado. ¡Por Dios, eres un medicalizado!
   ¾Sí, pero mi intención de crear vida me ha hecho ver las cosas claras. ¿No tiene esta decisión más valor precisamente por venir de donde vengo?
   ¾Tu decisión te honra y créeme que la tendremos muy en cuenta pero debes reflexionar un poco más. Todavía hay tiempo, tenemos un viaje previsto para dentro de pocos meses. Te recomiendo que lo hables con tu mujer y si os consideráis preparados para una vivencia de esta responsabilidad, nos hagas llegar tu voluntad a través del señor Hodgkin. Todavía hay demasiadas cosas que no entiendes de nuestro mundo y nosotros debemos estudiar tu pasado y el de tu esposa para saber si reunís los requerimientos mínimos para una misión de esta importancia.
   —Ten por seguro que no os defraudaremos, señor Huntington. Mi esposa y yo hemos vivido adormilados durante muchos años pero el deseo de ser padres nos ha devuelto la lucidez perdida.
   —Qué así sea, señor Chagas —sentenció Huntington—. Creo que tu visita ha terminado, te acompañaré a la salida.
   En el viaje de vuelta hacia la puerta, Carlos se fue fijando con fruición en todo aquello que formaba parte de aquel entorno subterráneo hasta que un pequeño cuerpo de niña se entrometió en su campo de visión.
   ¾¿Qué le sucede a aquella niña? ¾preguntó ágil.
   ¾Está enferma ¾dijo George contrariado.
   ¾¿Qué tiene? ¾preguntó de nuevo con la intención de ayudar.
   ¾Gastroenteritis, pero no conseguimos detener la diarrea con nuestros remedios.
   ¾Actualmente, la gastroenteritis es muy fácil de tratar con los fármacos adecuados. Creo que tengo alguno en el coche ¾dijo Carlos solícito.
   ¾¡No!, la niña debe morir… antes de que esa peste farmacológica vuestra corrompa irremisiblemente la pureza de nuestra raza. Sólo dejando actuar plenamente a la sabia Naturaleza podemos evolucionar. Lo que hacéis vosotros ahí fuera va contra natura. Sostenéis a los débiles, les permitís tener hijos y la especie humana se debilita cada vez más. El refinamiento genético es absolutamente imprescindible si queremos sobrevivir como especie.
   Carlos no tuvo más remedio que proseguir su camino, fuertemente contrariado con aquella imagen agridulce que le producía un cierto vértigo. El vértigo de la libertad para enfermar, el vértigo de caminar por la vida sin ningún tipo de protección, una forma de vida definitivamente más auténtica pero también mucho más peligrosa.

Insalutia (I)


   Un fluorescente parpadeaba incómodamente a unos diez metros de la pareja de técnicos de la Corporación General de Xenobióticos que avanzaba por el largo y níveo pasillo adyacente a la sala de germinación. Carlos siempre había puesto en duda la viabilidad, y hasta la moralidad, del regio sistema morbodominante que gobernaba la vida de las personas desde hacía más de un siglo. Esta actitud le había dispensado más de un disgusto pero no le había impedido ascender puestos en el escalafón socio-sanitario hasta alcanzar el puesto de sanador regional 010.
   Carlos y el orondo Samuel Pickwick caminaban embutidos en su traje de neopreno aluminizado blanco que les protegía de infecciones oportunistas, sin duda mortales para su débil sistema inmune.
   ¾Hemos logrado erradicar el sufrimiento casi en su totalidad. Ahora tenemos un control total sobre el cuerpo humano, ¿qué hay de malo en eso? ¾dijo Samuel.
   ¾Sí, pero se trata de un bienestar artificial, nada es auténtico. Además, la hipocondría a uniformizado a la sociedad y eliminando la creatividad individual que al fin y al cabo es un acto de valentía. No sé, siento que ahora somos como robots sin alma, vacíos por dentro.
   ¾Sabes que el liberalismo del siglo XXI no nos condujo a nada bueno. Es mejor, ¡no!, imprescindible, que la sociedad funcione como una gran máquina perfectamente engrasada y a salvo de excentricidades individuales.
   ¾No creo que a esto le podamos llamar vida. Tenemos una sociedad de enfermos crónicos que sólo son capaces de sonreír bajo los efectos de los antidepresivos ¾argumentó contrariado Carlos.
   ¾No digas eso, son personas cuyos cuerpos viven y respiran en perfecta armonía con los fármacos que les suministramos desde la Corporación General. El problema no es un problema si tiene solución y ya sabes que nuestro sumo sanador está empeñado en romper el primer axioma de la Ley de Supervivencia Universal, aquel que dice que toda vida inteligente tiende a su autodestrucción. Por cierto, deberías pedirle a tu sanador que te aumente la dosis de IMAO, últimamente tienes pensamientos muy raros.
   La atribulada pareja fue llegando al final del aséptico pasillo mientras lanzaban alguna que otra mirada indolente a través de los vidrios que separaban el corredor de la sección de asmáticos no natos que se extendía a su derecha.
   ¾¡Por fin acaba otra pesada y tediosa jornada laboral! No sé ni cuantos óvulos he fecundado hoy pero no te preocupes por mi, en cuanto llegue a casa me meteré un chute de glucosa refinada, que ya sabes lo bien que me va para levantar el ánimo ¾concluyó Carlos a modo de despedida mientras se introducía en su cabina de esterilización individual.
   Una vez en la calle, Carlos se dirigió hacia la estación de transporte metropolitano de aire estéril. ¡Qué mala suerte!, había olvidado su tarjeta de transporte en el laboratorio, así que, decidió pagarse un tren sucio, que es como llamaban a los transportes convencionales, y usar la máscara de papel que siempre llevaba consigo. Al subir al vagón pudo comprobar que no había tenido demasiada suerte con el acompañamiento. Al fondo del vagón moraba un viejo desaliñado que no paraba de toser y expulsar esputos en un pañuelo que no daba para más. Un poco más cerca de él, había sentado un trabajador de la construcción que no parecía muy preocupado por el aire que respiraba y que, de hecho, emitía un fuerte hedor a sudor.
   Fueron necesarios tan solo dos minutos para que Carlos empezara a preocuparse. Su síndrome de inmunodeficiencia genética no le permitía exponerse de esa manera a posibles agentes infecciosos por lo que no esperó al final del trayecto. Un paseo por las calles a la luz del ocaso seguro que le sentaría mejor, a pesar de que el barrio por el que se encontraba transitando en ese momento no era especialmente saludable.
   Nada más alcanzar el nivel de la calle, se fijó en un grupo de camellos que se encontraba dirimiendo la forma más rentable de distribuir los analgésicos que habían conseguido robar de uno de los almacenes de la Corporación General. Principalmente, paracetamol y ácido acetil salicílico que ahora se tomaban prácticamente a diario por una gran parte de la población en dosis cercanas a su nivel tóxico. Desde que la ley constitucional prohibiera la síntesis de cualquier producto químico fuera de los cauces públicos autorizados, había mucho contrabando de xenobióticos, especialmente en los barrios de alto poder adquisitivo.
   Carlos continuó con ligero desazón su accidentada vuelta a casa por aquellas calles grises, llenas de edificios inteligentes construidos durante la revolución robótica de la segunda mitad del siglo XXI. Las fachadas ennegrecidas y decadentes todavía mostraban los signos de la última gran guerra, que fue el origen del orden social imperante en la actualidad, la morbocrácia. Por otro lado, si había una especie que empezaba a postularse como ganadora en la lucha por la supervivencia en este planeta eran las ratas, ni siquiera huían por la cercanía del ser humano, parecían darnos permiso para pasar por sus territorios. En los barrios habitados por la población menos enferma habían tenido que excavar un muro de contención que se hundía más de 15 metros en el subsuelo para evitar que  estas bestias entraran en contacto con las personas.
   A cuatro manzanas de su casa, se encontró con la cola del suministro semanal de fármacos para los desempleados, inválidos y gente de la tercera edad. Ya casi no recordaba que una de las máximas del gobierno era que ningún enfermo se quedara sin sus medicinas. Lo que le sorprendió un poco es que la cola fuera tan larga, ya que era necesaria receta y eso no era fácil de conseguir para este tipo de gente improductiva que sólo contaba con un sanador por cada 300 pacientes. Escondidos en el anonimato de la cola había algún que otro miembro de la raza “U”, que se escapaban de los laboratorios de la Corporación pero que resultaban fáciles de descubrir para un sanador 010. Esta raza de humanos inferiores solía arrastrar un síndrome de adicción polifarmácologica durante toda su corta vida debido a que era una etnia creada y diseñada para servir como animales de laboratorio en el descubrimiento de nuevos fármacos.
   El paisaje urbano comenzaba a cambiar tímidamente intercalando, cada vez con mayor frecuencia, edificios más modernos y bien conservados. Sin embargo, súbitamente sintió un hedor que le abofeteó los cinco sentidos. Al superar la esquina, Carlos pudo descubrir la fuente emisora de tan terrible olor. Tumbado en el suelo con la cabeza ladeada contra las planchas metálicas que conformaban la fachada del edificio y el cuello llevado a su máximo punto de tensión, se encontró con un anciano de cabellos gris ceniza, más bien escasos y vestido con harapos. Los ojos abiertos como platos mientras de la boca le colgaba un hilito de saliva amarillenta y en la mano semicerrada tenía un frasco vacío de torazina. Al parecer, había ingerido todo el bote de pastillas excepto algunas que cayeron al suelo después de resbalar por las comisuras de su boca. Los casos de sobredosis eran frecuentes en la sociedad actual, producto de la desesperación ocasionada por las respectivas enfermedades. Carlos estaba obligado a informar a la unidad móvil de esterilización urbana para que retiraran el cadáver y limpiaran un poco todo aquello, y así lo hizo.
   Por fin llegó a la entrada principal de su edificio autosostenible que para un empleado 010 de la sanidad pública no estaba nada mal. Introdujo su tarjeta inteligente y pronunció su nombre “Carlos Chagas”. Las puertas del ascensor que le conduciría directamente a su piso se abrieron y Carlos subió sólo, como siempre, este sistema no permitía confraternizar con los vecinos del mismo bloque.
   Al entrar en casa, Carlos percibió un fuerte olor a café mezclado con desinfectante. Su esposa Gerty acababa de hacerse un enema de café con fines purificativos. Esta técnica natural servía para eliminar una gran cantidad de toxinas y por eso ella lo solía hacer una vez por semana.
   Alguna que otra vez, habían hablado de que les gustaría tener un hijo, o más bien solicitar la fecundación artificial y germinación de un hijo portador de sus genes. Sin embargo, el hecho de saber que el código genético que daría lugar a su hijo iba a ser alterado para introducir el gen subyugante por el cual la morbocrácia dominaría completamente al individuo les hacía desistir de la idea a la espera de un insospechado cambioA Carlos le apenaba el tipo de vida que llevaban, cargada de miedos y prevenciones, y estaba empezando a sentir cierta desesperación. Se derrumbó en el sofá mientras encendía el canal de noticias. El preocupado locutor relataba la captura de algunos miembros del grupo marginal de humanos que todavía podían llamarse mamíferos. Estos grupos vivían escondidos en los bosques, donde encontraban casi todo lo necesario para alimentarse y se reproducían mediante el tradicional embarazo y parto natural. A pesar de su condición marginal, Carlos sintió mucha envidia y así se lo comentó a Gerty, que en ese momento también se dejaba caer en el sofá.
   ¾Podríamos contactar con ellos e intentar tener un hijo natural y libre ¾dijo Carlos.
   ¾Sí, sería un sueño pero eso es casi imposible. En algún momento habremos de aceptar el sistema morbodominante.
   Carlos prefirió no seguir con la conversación que se le antojaba improductiva pero la semilla de la subversión había quedado prendida en su interior.

viernes, 1 de marzo de 2013

El Macho Cabrio


Quizá es demasiado ambicioso para un post el deseo de tratar de rastrear el significado del símbolo cáprido desde un punto de vista religioso o antropológico.
Este símbolo que ha llegado hasta nuestros días con un claro significado perverso, taimado y lujurioso dentro del contexto judeo-cristiano, no siempre tuvo unas connotaciones tan negativas.
El origen del símbolo parece encontrarse en Egipto y más en concreto en la antigua ciudad de Mendes, situada en la zona del delta del Nilo, y que fue capital de Egipto durante la 29 dinastía (alrededor del año 400 AC). En este territorio se adoraba al carnero relacionándolo con la divinidad Ammon, que es uno de los principales dioses egipcios. Este dios se representaba en forma de animal con cabeza de carnero y su culto estaba vinculado con la fertilidad y la preservación de la vida. Asimismo, también se celebraban ceremonias de expiación que consistían en abandonar en medio del desierto a un carnero cargado simbólicamente con las culpas del pueblo. Este rito de expiación pasó a la cultura judía dando lugar a la festividad del Yom kippur y a la expresión popular de “chivo expiatorio”.
Por otra parte, este símbolo de la fertilidad fue exportado a la comunidad rural griega de Arcadia, situada en la región periférica del Peloponeso, y con el tiempo llegó a convertirse en el dios Pan. En la mitología griega, Pan era el semidiós de los pastores y rebaños representando la fertilidad y la sexualidad masculina desenfrenada. Pan era cazador, curandero y músico, de hecho gustaba de tocar la siringa, que pasó a llamarse flauta de pan. También le agradaban las fuentes y la sombra de los bosques y tenía por inquebrantable la hora de la siesta, mostrándose especialmente irascible si se le molestaba en los momentos de sueño diurno.
En la mitología romana se identifica a este dios con FaunoComo deidad, Pan representaba a toda la naturaleza salvaje y de esta forma, se le atribuía la generación del miedo enloquecedor. De aquí derivó la palabra pánico que, en principio, significaba el temor masivo que sufrían manadas y rebaños ante el tronar y la caída de rayos, es decir, ante la fuerza de la naturaleza desatada.
En cuanto a su culto, los ritos de fertilidad originales fueron asumidos a partir del siglo V por las Bacantes y duraron hasta bien entrada la Edad Media. Desde entonces, y hasta nuestros días, la imagen tradicional de Pan se asocia con la imagen del diablo (en forma de macho cabrío) y los aquelarres. De hecho, la palabra aquelarre proviene del euskera akelarre formada por dos partes: "aker" que significa macho cabrío; "larre" que significa campo.
De esta manera, el “macho cabrio” comienza siendo un animal considerado sagrado en el culto a la naturaleza, que encarna la fuerza de la misma y representa la generación de vida, y con la aparición del Cristianismo y la condenación herética de los cultos paganos, como el culto a Baphomet por parte de los Caballeros de la Orden del Temple, el macho cabrío pasa a ser el representante de la fuerza antagónica de la naturaleza y se le considera teosóficamente un símbolo maléfico. A partir de ese momento, su figura es satanizada, vinculándolo con el diablo y relacionándolo con la brujería. La iconografía religiosa cristiana transformó su imagen natural en un ser maligno y esta imagen ha llegado hasta nuestros días formando parte ya del substrato cultural de occidente.
Con el propósito de ejemplificar la fuerza que todavía conserva esta imagen, me he permitido escribir un pequeño relato donde el protagonista se enfrenta a esa parte animal e irracional de la naturaleza que llama a su puerta y le reta. Una vez señalado como presa, ¿creéis que tendrá alguna posibilidad de escapar?

Patas
A Avlas le extrañó ver tantos círculos en el gran ventanal del despacho al que había ido para reparar el termostato del aire acondicionado. Y lo más curioso es que parecían hechos por fuera, así que no acababa de explicárselo.
     ¾Han debido ser los que limpian los vidrios por fuera colgados de un andamio ¾pensó. Estos chicos son un desastre pero teniendo en cuenta lo que les pagan por jugarse el pellejo, ya está bien todo lo que hacen.
     Avlas terminó el trabajito y como esa noche le tocaba quedarse de guardia, bajó a la pequeña habitación que los de mantenimiento usaban como despacho y se dispuso a pasar las horas de la mejor manera posible. Esta habitación aunque era pequeña, tenía salida directa al exterior. Las noches en la soledad de aquel edificio, bueno compartidas con el vigilante de la garita de la entrada, eran interminables y a veces deseaba que se rompiera algo durante la noche para poder tener con que entretenerse.
     Uno de sus recursos habituales para hacer más llevadera la espera era el consumo de prono cibernético, es decir, que Avlas aprovechaba la extrema facilidad con la que se podía acceder a contenido erótico libre de cargo en Internet para amenizar aquellas aburridas noches. Aquella noche la persiana de la puerta estaba bajada unas dos terceras partes, total fuera estaba oscuro y no había nada que ver. Avlas se pegó un verdadero atracón de porno en la red navegando de aquí para allá mientras se le iban abriendo simultáneamente nuevas páginas en el navegador. Hubo un momento en el que se dio cuenta de que tenía hasta diez páginas abiertas al mismo tiempo y la verdad se sentía un poco aturdido. Fue entonces cuando por el rabillo del ojo, le pareció observar cierto movimiento a través de la estrecha franja que dejaba la persiana en la puerta. No hizo demasiado caso, pensó que se trataría de algún reflejo o juego de luces. Unos minutos más tarde volvió a tener la extraña sensación de que algo se movía al otro lado de la puerta pero estaba tan enfrascado mentalmente en el visionado de gente desnuda en posturas imposibles que se sentía como enajenado, con los reflejos lentos, abotargados. Cuando este movimiento se reprodujo por tercera vez, no pudo ignorarlo, qué narices estaba merodeando por ahí fuera. Despegó la mirada de la pantalla del ordenador y giró la cabeza hacia la derecha para poder ver con claridad a través de la parte baja de la puerta acristalada. Fugazmente, vio algo que le provocó una gran lucha interna entre lo que aparentemente dictaba su sentido de la vista y el escaso raciocinio que le quedaba a esas horas de la noche. Se quedó mirando fijamente hacia aquel rectángulo oscuro que delimitaba la persiana bajada y de repente, captó una imagen que le heló la sangre produciéndole un escalofrío que recorrió su cuerpo como un latigazo. Lo que se dibujaba a través del vidrio de la puerta eran dos patas de macho cabrío, dos pezuñas que demostraban socarronas el carácter bípedo de su poseedor. Al levantar la vista y trazar el contorno imaginario del cuerpo poseedor de aquellas patas, casi pudo adivinar el punto por el que la cabeza de aquello le estaba mirando a través de las rendijas de la persiana. Las patas trazaron algunos movimientos sobre si mismas mientras Avlas iba cerrando, una por una, todas las ventanas de su navegador. Durante aquellos instantes, que le parecieron una eternidad, Avlas se preguntó si una simple puerta acristalada sería suficiente para mantener a aquello en el exterior pero de repente entendió que el ser que le miraba burlón a través de las rendijas de la persiana tenía la intención de esperarle en algún punto del camino. Algo había desatado a la bestia irracional y lujuriosa y, antes o después, tendría que abrir la puerta de su vida para dejarle entrar.