sábado, 25 de agosto de 2012

La Vuelta a Casa


Iván siempre se había preguntado el porqué de esa trampilla cuadrada de unos 50 cm de lado que al fondo de su cuarto de baño rompía la estética de la pared de la ducha. No molestaba demasiado pero había quedado en el saco de las cosas a aclarar esperando que un día llegase la respuesta a su enigmática función. Después de la revitalizante ducha matinal, desayunó y se marchó al trabajo donde le esperaba un día ciertamente pesado.
Concluida la monótona jornada laboral, por fin llegó el ansiado momento de volver a casa. Aquel día lluvioso, Iván percibió un aire distinto al salir de la oficina. Quizá era esa mezcla de aromas que se desprende del suelo mojado cuando la lluvia actúa a modo de elixir vaporizando las sustancias que de otra forma hubieran sido demasiado pesadas para llegar a nuestras narices. Lo cierto es que hasta la luz tenía una tonalidad especial, ya que al gris plomizo de la borrasca se le añadían destellos anaranjados que parecían provenir de una luz crepuscular más propia de la primavera.
Quizá fue una decisión inconsciente, ir caminando a casa con la que estaba cayendo, pero necesitaba respirar un poco de aire exterior lixiviado por todo un día de lluvia. Se ajustó el cuello del anorak y la capucha, y comenzó a caminar intentando sortear los charcos diseminados por doquier. La indumentaria y la condición climatológica le hicieron adoptar una actitud cabizbaja, como de sumisión, sin dejar de mirar al suelo para evitar caer en un aguazal, cuando de pronto, sintió una sensación extraña que le hizo levantar la cabeza. Se había metido en una especie de callejón que no reconocía a pesar de que frecuentemente volvía a casa caminando desde la oficina. Era bastante angosto y estaba lleno de ajados cajones de madera que evocaban un uso industrial de la calle. Asimismo, el olor era bastante nauseabundo, entre quemado y descompuesto, lo cual provocó que la sensación de aturdimiento creciera por momentos.
Mientras su mente se revolvía entre las cenagosas aguas de la confusión, hubo algo que le devolvió rápidamente a la realidad en estado de alerta máxima. Los ladridos roncos y profundos de dos perros que se dirigían a gran velocidad hacia él, le provocaron una descarga tal de adrenalina que su cerebro estuvo a punto de la parálisis por colapso. En la rápida mirada que echó hacia atrás le pareció que sus perseguidores pertenecían a la raza Rottweiler, nombre que siempre le había evocado algo así como asesino despiadado en alguna lengua bárbara.
No tuvo otra opción, ¡correr!, hasta toparse con el elevado muro de ladrillo que remataba el culo del callejón, ¡estaba perdido!
En esas décimas de segundo que en momentos de seria amenaza parecen horas, pudo detectar por el rabillo del ojo derecho un estrecho ventanal a ras de suelo en uno de los viejos edificios que delimitaban el callejón. Carecía de las vidrieras correspondientes, así que, cuerpo a tierra pudo deslizarse rondando dentro de aquel húmedo sótano antes de que los canes hicieran presa, y luego taponar aquella entrada. Ciertamente, a Iván le resultó extraña la aparente torpeza o lentitud de los dos perros en el último momento, como si hubieran desistido motu propio de entrar en aquel edificio.
Superada la acuciante amenaza, Iván echó una mirada de reconocimiento de 360 grados para comprobar con cierta preocupación donde se había metido. Y lo más curioso y exasperante al mismo tiempo es que no recordaba que existieran unas instalaciones industriales abandonadas de tal magnitud en su barrio de reciente creación. ¡Dónde narices estaba!
La luz era tenue pero suficiente como para no tropezar con los innumerables objetos metálicos oxidados que se encontraban esparcidos sin orden por la estancia y que, sin saber muy bien porque, le recordaban a la estética de la vieja Unión Soviética.
Comenzó a caminar buscando una escalera para salir de aquel infierno húmedo y pestilente. Tropezó un par de veces con viejos dinamos oxidados mientras se fijaba en las extrañas manchas de hollín, óxido y humedad que engalanaban las paredes. Al fin llegó a alcanzar el carcomido pasamanos de lo que parecía una escalera de ladrillos cuyos escalones habían sido limados por el paso del tiempo adquiriendo más bien el aspecto de una rampa. Iván ascendió por ella para alcanzar el piso superior donde había mayor claridad a pesar de que el escenario no mejoraba sustancialmente.
El emparrillado que constituía las vidrieras se encontraba ennegrecido y lucía muchos huecos por los que pasaba libremente el aire. Los marcos de madera presentaban unos escasos jirones de pintura azul que mostraban antiguos esplendores. Al fondo, unas mesas de trabajo que por alguna extraña pirueta del destino habían acabado siendo el lugar del eterno reposo para una bota de trabajo desacordonada. Extrañas cubas metálicas fuera de sus soportes de giro, cables quemados por el suelo y un sistema de tuberías que recorría el techo en forma de ele con algunas llaves de paso por las que rezumaba todavía algún líquido de naturaleza desconocida. Todo ello cubierto por la pátina de polvo y mugre del olvido. El sonido de sus pasos, crepitante al caminar sobre el lecho de vidrios rotos y piedrecitas que cubría toda la planta, se mezclaba con el goteo intermitente y los apagados gruñidos de los perros provenientes del sótano.
Una gran plancha metálica apoyada sobre la pared del fondo parecía la puerta al nivel de la calle por lo que Iván corrió hacia ella para poder escapar de aquella atmósfera asfixiante y absurda en la que se encontraba inmerso. Aquello era efectivamente la puerta pero no pretendía moverse ni un centímetro como pago por el poco cuidado que se le había dispensado.
¡Desesperación!, cómo podía estar pasando esto.
La tonalidad de la luz se hacía cada vez más mortecina por lo que Iván se vio compelido a seguir subiendo para tratar de encontrar algún tipo de solución a su situación.
En el piso superior, el panorama era más o menos el mismo. En este piso los pájaros habían anidado entre el entramado de tuberías que discurría por el techo. Tabiques interiores derruidos y un fluorescente de extremos ennegrecidos colgando del techo por uno de ellos. En una de las esquinas había un butacón parcialmente calcinado que acrecentaba la sensación de turbación al estar tan fuera de conteIván se asomó a uno de los grandes ventanales que se encontraba más esquilmado para tratar de recomponer su situación desde las alturas pero justo en ese momento, oyó el ronco ladrido de los perros que ascendían a gran velocidad desde el sótano. Un sudor frío le heló la sangre mientras recogía del suelo una barra maciza de hierro. Con el contundente objeto en la mano corrió hacia el fondo de la planta donde parecía haber un horno encastado en la pared con una portezuela de 50 cm x 50 cm.

Los agresivos canes arrancaban la carrera ya sorteando los objetos de la planta superior e Iván en un último intento a la desesperada trató de abrir la portezuela metálica para parapetarse tras ella. Dentro estaba muy oscuro pero no dudó en penetrar hacia el interior mientras sujetaba la portezuela tras de si. El hueco era como un nicho terminado con una trasera por la que se filtraba una pequeña ranura de luz.
La trampilla trasera saltó de una patada e Iván apareció directamente sobre el plato de la ducha de su cuarto de baño con el corazón latiendo desbocado.
La colocó rápidamente en su sitio mientras se felicitaba aturdido por haber encontrado la razón de ser de esa extraña trampilla metálica colocada sutilmente al fondo de su cuarto de baño.