domingo, 18 de diciembre de 2011

Jubilación



Dedicada con afecto a Manel Ferrer, un colega que está a punto de dar el paso.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Papá, ¡hay un monstruo en el pasillo!

Estaba resultando una tediosa y monótona tarde de domingo en la que las ansiadas horas de asueto se habían convertido en incómodas compañeras. La frenética y, al mismo tiempo, improductiva actividad de los niños penduleaba entre la calma tensa y la guerra abierta.

Después del último combate a muerte que había tenido lugar en el cuadrilátero del comedor, se firmó el penúltimo tratado de paz express, rubricado con un besito. El coyuntural descenso del estado de alerta produjo en uno de los niños la relajación, casi involuntaria, de su esfínter uretral, lo cual conminó al niño a adentrarse solo en las oscuras profundidades del pasillo con el fin de aliviar la apremiante necesidad biológica. El baño se encontraba, más o menos, hacia la mitad del largo pasillo y el niño entró disparado, encendiendo la luz de un manotazo.

Curiosamente, al entrar al baño, le pareció percibir algo raro por el rabillo del ojo pero lo atribuyó al miedo a la oscuridad que como a la mayoría de niños de su edad, le apremiaba en sus desplazamientos intramuros. Dejó la puerta del baño semientornada pero aquella extraña percepción de presencia no le abandonó. Sentía como una mirada penetrante atravesaba la puerta y se clavaba en su espinazo por lo que no pudo darle más la espalda y decidió sentarse en la taza preso del enésimo estado de alerta de la tarde.

El prolongado reposo del ambiente familiar hizo sospechar al padre, que sabía perfectamente que cuando los niños callan es que algo malo están haciendo.

¾Biel, ¿has acabado ya? Ven, que tu hermano te está esperando para seguir jugando.

No obtuvo respuesta pero si ciertos ruidos que identificó con el movimiento de la puerta del baño y que aceptó por un “ya voy”.

Sin embargo, aquel chirriar de la puerta no era un desenfadado “ya voy”, sino la lenta y angustiada apertura de la puerta que empujada por el pie de Biel agrandaba la ranura por donde se escapaba la luz del baño.

Y qué era aquello que se encontraba como acurrucado sobre una de las paredes laterales del pasillo. Únicamente, distinguió dos pequeños luceros que parecían reflejar la luz que escapaba del servicio. El movimiento acompasado de estos dos puntos de luz hizo inevitable considerar que se trataba de unos pequeños ojillos y a partir de ese momento, a Biel le resultó bastante sencillo imaginar el contorno del resto de la cara. El miedo le atenazaba de manera galopante y no tuvo fuerza más que para pronunciar las ya tan manidas palabras habituales. ¾¡Papá, hay un monstruo en el pasillo!

Estas angustiadas palabras apenas alteraron el quehacer informativo del padre que navegaba entre las páginas del periódico dominical. Tan sólo fueron capaces de arrancar un apático comentario sobre los terrores infantiles. ¾Venga Biel, que no pasa nada. No me hagas levantar y vuelve inmediatamente al comedor.

¾No papá, que tengo miedo.

El padre que empezaba a removerse a disgusto en el sofá, exhortó a su hijo mayor a ir a rescatar a su hermano. ¾Yo no voy papá, que a mi también me da miedo, ¾ se apresuró a decir Alex que tan sólo era dos años mayor y también era víctima habitual de este tipo de terrores.

¾Bueno, yo también cuando era pequeño tenía miedo a la oscuridad, es normal,¾ pensó el padre condescendiente. ¾Pero mira que tenga que levantarme para sacarte del baño, con lo mayor que eres.

¾Es que papá, ¡hay un monstruo en el pasillo!

¾Venga Biel, sabes perfectamente que los monstruos no existen, que ya eres muy mayor para tener esos miedos tontos. Si has terminado ya, ven al comedor a jugar.

¾¡No voy porque hay un monstruo!

El padre iba enfadándose por momentos, enrocándose cada vez más contra la esquina del sofá con las páginas del diario como escudo protector.

¾Mira que eres pesado, pero si eso de los miedos ya lo estabas superando como tu hermano. No me hagas enfadar y ven inmediatamente aquí.

No hubo respuesta, por lo que el padre decidió finalmente sacar a Biel del abismo de los monstruos. Sin embargo, no quiso encender la luz de pasillo para así recorrer juntos la oscuridad atemorizante y que la experiencia sirviera para demostrar una vez más que eso de los monstruos son paparruchas de chiquillos. De esta manera, el progenitor ingresó en el oscuro corredor usando como única fuente de iluminación la tenue luz que emitía la pantalla de su teléfono móvil. Este era un recurso habitual para evitar encender las luces cuando por la noche los niños estaban ya durmiendo y él se levantaba para ir a la cocina o al baño.

Conforme se iba acercando a la puerta del baño, empezó a vislumbrar los dos pequeños puntos de luz que se encontraban como a media altura. El hecho le intrigó pero pensó que sería producto de algún reflejo originado en el interior del baño.

¾Ves como no hay nadie en el pasillo,¾ empezó a decir en voz alta como intentando convencerse a si mismo. Sin embargo, los dos puntos luminosos eran ahora los dueños de su atención y pudo comprobar como al ir acercándose se comportaban de acuerdo con las leyes de la perspectiva.

Cada vez más intrigado, se plantó delante de la puerta del baño y decidido a desenmascarar el misterio acercó la mortecina luz del móvil hacia el lugar donde se encontraban los dos pequeños rubís que ahora parecían tintarse de una tonalidad rojiza.

Una súbita descarga de adrenalina anegó su cuerpo al descubrir aquella faz, de mueca socarrona, nariz aguileña y vello ralo distribuido por toda la cara. Era una cara llena de oquedades en las cuales la luz temblaba como resistiéndose a entrar y la piel gris ceniza dejaba entrever cierta esencia orgánica representada en la amalgama de rojo, verde y amarillo que lucían sus mucosas. Un índice ungulado subió desde abajo a la zona de enfoque para indicarle, mediante un gesto atractivo, cual era el interés de aquella criatura que acto seguido dilató la sonrisa enseñando una parte de los amarillos dientes unidos por negros espacios intersticiales.

La puerta del baño se cerró bruscamente mientras el padre paralizado y en estado de shock intentaba aferrarse a cualquier indicio de realidad que su intelecto pudiese percibir en aquellos momentos. El móvil inició su camino hacia el estado de reposo apagando lentamente la pantalla con lo que la luz pareció escabullirse despavorida por los poros de la realidad. En cuanto el último fotón se hubo desvanecido, se oyó un chasquido sordo y contundente que dio paso a la apertura suave de la puerta del baño, la cual se recreó con un nuevo chirrido.

¾Papá, ¿estas bien?...

martes, 22 de noviembre de 2011

Lupus in Fabula


Érase una vez un lobo, padre de familia preocupado por la creciente escasez de los recursos alimenticios del bosque, que salió de casa un día con la muy loable intención de procurar algo que comer medianamente saludable a sus lobeznos. La astucia innata que le caracterizaba, le había permitido hasta entonces ir trampeando con la carne de conejo y alguna que otra perdiz pero el franco declive que estaba sufriendo aquel bosque como consecuencia de la presión demográfica humana de los alrededores hacía cada vez más difícil sacar adelante a la familia.

Mira tú por donde, que casi a modo de disculpa, los humanos le enviaron aquel día un tierno ejemplar, convenientemente señalizado con un color llamativo, que ciertamente podría servir para paliar la inminente situación de emergencia producida por la hambruna.

El lobo, agradecido por el altruista gesto de los humanos y sin descargarles por ello de su responsabilidad en la quiebra del ecosistema, aceptó la ayuda disponiéndose a administrarla de la mejor manera posible.

De esta manera, evitó dar rienda suelta a sus más bajos instintos que lo conminaban a abalanzarse sobre la pieza seccionándole la médula espinal de un certero mordisco en la nuca, cambiando este comportamiento por un refinado acercamiento que incluía la amable conversación con su comida.

¾Buenos días, Caperucita Roja, ¾ dijo él.

¾Muchas gracias, lobo.

¾¿Adónde vas tan temprano, Caperucita?

¾A ver a la abuela.

El lobo que quería inventariar la ayuda recibida para hacer un reparto más equitativo de la misma, le preguntó interesado, ¾¿qué llevas debajo del delantal?

A lo que la niña respondió solicita, ¾pastel y vino. Ayer lo hicimos. Con esto la abuela, que está algo débil, se alimentará y se fortalecerá.

El lobo tuvo que reprimir su euforia ante un torrente de información privilegiada de tal calibre. Aunque la bollería quebraría sin duda el saludable patrón alimenticio de su familia, la actual situación de escasez no le permitía mantener su refinado aporte proteínico habitual. Asimismo, el etanólico brebaje le ayudaría de buen seguro a sobrellevar la difícil situación en la que estaban inmersos él y su familia, así que no hizo ascos al contenido de la cestita.

Pero el dato realmente importante que le acababa de suministrar su comida era la posibilidad de acceder a más comida aunque de menor calidad. En tiempos de crisis no se puede tener el paladar regalado, y aunque más correosa, la abuelita podía representar un respiro para los maltrechos estómagos de su familia. Aún así, el lobo pensó que habría que tomar el mayor número de precauciones posibles antes de servir la abuelita en casa, ya que el calificativo débil le había puesto sobre aviso respecto a la posibilidad de que esa carne estuviera en mal estado por causa de alguna enfermedad.

El lobo prosiguió su interesada conversación con su comida antojándosele que ni el más refinado ser vivo usa tantos circunloquios para cubrir la necesidad básica de nutrirse.

¾Caperucita, ¿dónde vive tu abuela?

¾Todavía a un buen cuarto de hora andando por el bosque. Debajo de tres grandes encinas está su casa.

El lobo, que en aquel instante ya tenía planificado el acceso secuencial a la comida, le dijo a Caperucita:

¾Caperucita, mira las hermosas flores que están a tu alrededor, creo que no te estas fijando en lo bien que cantan los pajarillos.

Caperucita Roja abrió los ojos y cuando vio el bonito aspecto del bosque y como todo estaba lleno de flores, pensó: “Si le llevo a la abuela un ramo de flores, se alegrará; aún es pronto y podré llegar a tiempo”.

Y se desvió del sendero, adentrándose en el bosque para coger flores. El lobo en cambio, no desatendió ni un momento sus obligaciones laborales y se fue directamente a casa de la abuela para aliviar el sufrimiento del mundo de la mejor manera para todos, basándose en su amplia perspectiva de la situación que englobaba tanto la vertiente humana como la loba.

Una vez localizada la morada de la achacosa abuela, llamó a la puerta:

¾¿Quién es?

Con el encomiable objetivo de provocar la menor perturbación psicológica ante el inminente transito a mejor vida que se cernía sobre la abuelita, el lobo contestó condescendiente:

¾Caperucita Roja, traigo pastel y vino. Ábreme.

¾¡Mueve el picaporte! ¾ gritó la abuela. ¾Estoy muy débil y no puedo levantarme.

El lobo, pensando en dejar la carne más tierna para sus crías, abrió la puerta y sin decir una palabra, fue directamente a la cama de la abuela y se la tragó. Luego, en una demostración más de lo que tiene que hacer un padre por sus hijos, se puso sus vestidos y su cofia, se metió en la cama y corrió las cortinas.

Entre tanto, Caperucita Roja había seguido buscando flores y cuando tuvo un ramo generoso, se acordó de nuevo de la abuela y se puso de nuevo en camino hacia su casa. Se asombró de que la puerta estuviera abierta dejando la casa al antojo de vendedores de productos de Teletienda, medidores de la cal del agua y profetas del fin del mundo pero decidió no abrumar a la abuelita con el mundanal ruido y ser condescendiente con su comprensible estado de senectud.

Al entrar en la habitación, se encontró incomoda y pensó, “Dios mío, qué miedo tengo hoy, cuando, por lo general, me gusta estar tanto con la abuela”. Atribuyendo este sentimiento a los cambios hormonales de su incipiente adolescencia, se rehizo y exclamó:

¾Buenos días, ¾ pero no recibió contestación.

Luego fue a la cama y descorrió las cortinas; allí estaba la abuela con la cofia tapándole la cara y con lo que parecía una exacerbación de vello facial. Negándose a aceptar el efecto que el paso de los años iba causando en su abuela y trazando una sutil extrapolación hacia su propia vejez, la niña indicó:

¾¡Ay abuela, que orejas tan grandes tienes!

¾Sí y además las puedo orientar en todas direcciones. La madre Naturaleza hizo un buen trabajo. Verdad que podrían ser las de un buen depredador.

¾¡Ay abuela, que ojos tan grandes tienes!

¾Sí, la madre Naturaleza hizo un buen trabajo. Verdad que podrían ser los de un excelente depredador.

¾¡Ay abuela, que nariz tan grande tienes!

¾Sí, la madre Naturaleza hizo un buen trabajo. Verdad que podría ser la de un magnífico depredador.

¾¡Ay abuela, que dientes tan grandes tienes!

¾Veo que has llegado al meollo de la cuestión, no me negarás que la madre Naturaleza hizo un buen trabajo. Y por eso yo, fiel a mi esencia y obviando los escrúpulos y reticencias típicamente humanas, voy a devorarte.

Y saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a llevársela a la lobera donde loba y lobeznos esperaban hambrientos.

Pero en ese momento, un leñador que pasaba por allí, de esos que se dedicaban a la tala indiscriminada de árboles destruyendo el pulmón verde del planeta y el hábitat de muchas especies, se acercó al oír el estruendo.

Al entrar en la cabaña trató de intervenir con su habitual necedad y estrechez de miras pero apenas había alzado su hacha cuando el lobo se detuvo y le dijo:

¾Tu te crees que un hacha va a ser suficiente para cubrir la brecha entre el escaso entendimiento que te a dado la madre Naturaleza y el perfecto diseño de depredador con el que me ha hecho a mi.

Pensando en que estaba siendo un día con un prolífico aporte de proteínas, el lobo volvió a conversar con su potencial comida.

¾Si nos acompañas a Caperucita y a mi, te enseñaré el árbol más grande de este bosque, con el que tendrás madera para todo el mes, ¾ le dijo el lobo al gárrulo leñador. Y este, viéndose sobrepasado por la astucia del lobo no tuvo más remedio que aceptar. Por su lado, el lobo pensaba que debía compartir la ingente cantidad de proteínas que aquel bendito día había caído en sus manos con el resto de la comunidad que también estaba pasando apuros para llegar a fin de mes. Así que ni corto ni perezoso, se presentó con los dos humanos-comida, que ha decir verdad estaban cada vez más cerca del segundo término, en el mismísimo centro de la manada donde, obviando ya la retórica, leñador y Caperucita alcanzaron enteramente su condición de comida y pasaron a formar parte del ciclo de la vida.

Este episodio de entrega de comida a domicilio abrió los ojos empresariales del lobo que decidió impulsar una cadena de restaurantes “de” humanos en diferentes puntos del bosque profundo logrando detener el proceso de franca destrucción del ecosistema de la comarca.

Y así el lobo y su familia vivieron felices y comieron algo más que perdices.

Apuntes autobiográficos

Soy carnívoro por naturaleza, no me gusta la verdura. No tengo ácido úrico e intento comer tanto carnes rojas como blancas.

No me como a mis congéneres. El instinto no me deja, hecho que a priori me otorga muchas más posibilidades de supervivencia que la raza humana.

Vivo en comunidad, cazo en grupo, tengo un fuerte sentimiento familiar.

Cuido cariñosamente a mis lobeznos.

Vivo en la lobera que es una cueva.

Me gusta ir de correrías con los amigotes.

Vivo en el bosque profundo pero a veces visito a los humanos para dar cierta variedad a mi dieta con los animales de granja y los propios humanos.

El humano me tiene miedo pero yo también le tengo miedo al humano.

Soy protagonista de muchas historias y cuentos donde se me califica moralmente desde el punto de vista humano.

Tengo unos primos que se han vendido a la raza humana por unas bolitas de pienso. Son mentalmente débiles.

Estoy enamorado de la luna y cuando está plena le expreso mi amor mediante cantos de amplio espectro tonal, que los humanos no saben valorar en su entera significación y dificultad técnica y les atribuyen el peyorativo nombre de aullido.

En las historias que contamos a nuestros lobeznos, el papel de secundario malvado siempre lo hace un personaje que llamamos pastor, o en su defecto, un leñador. Entidades, ambas, muy poco respetuosas con la Naturaleza y altamente dañinas para la biosfera.

Los humanos nos han puesto el adjetivo de alimañas pero no saben que nosotros les llamamos antisistema porque son un animal altamente perjudicial para la Naturaleza y el ecosistema.

La sabiduría popular cuenta que alguna vez han intentado emular nuestra loable forma de ser mediante algo que llaman licantropía pero sin mucho éxito porque no pueden evitar seguir comiéndose a sus congéneres.

Cuando las vicisitudes del destino nos obligan a vivir en solitario, nos sabemos sacar las castañas del fuego y acumulamos gran arresto y sabiduría experiencial.

No tenemos ninguna de las actitudes psicológicas que nos atribuyen los humanos en el horroroso perfil psicológico que nos han encalomado mediante la proyección de muchos de sus propios defectos.

Dimos origen a la civilización occidental gracias al altruista acto de una de nuestras congéneres que se apiadó de dos cachorros humanos llamados Rómulo y Remo.

domingo, 30 de octubre de 2011

La Muerte (reflexiones sobre la representación antropomórfica de la muerte)


Esta es la típica representación del rostro de la Muerte. Pocos son capaces de sostenerle la mirada. Técnicamente hablando, es como si miraras una piedra. La piedra que llevamos dentro, al fin y al cabo, un objeto inanimado. Sin embargo, esta piedra parece que guarda algo de nosotros, es como una escultura de nuestro interior, un fotograma congelado de la película de nuestra existencia.

Cuando observamos una calavera, que antaño estuvo dotada para alojar nuestros cinco sentidos, se siente una muy extraña sensación al imaginar que ve sin mirar, oye sin escuchar, huele sin oler, paladea sin saborear y siente sin sentir. Aterroriza su vacuidad, su interior inerte. La carencia total y absoluta del menor resquicio de conciencia humana, entendiendo como tal, el estado cognitivo construido por el cerebro que un día habitó ese cráneo y que le otorgaba la capacidad de decidir y hacerse responsable de sus actos. Aún así, inconscientemente, le atribuimos una especie de cerebro reptiliano, es como si pensáramos que la Muerte se mueve por instinto. No piensa, no necesita pensar, carece del edificio mental que nos define en nuestra relación con todo lo que no somos nosotros. O sea, no tiene escrúpulos, ni los conoce, y eso nos da miedo.

Parece que sonríe, ¿verdad? Pero si no tiene músculos faciales, no existen en ella partes móviles capaces de expresar el menor atisbo emocional, exceptuando la mandíbula, claro, que puede imitar el movimiento de unas castañuelas, pero esto sólo transmite una inofensiva hilaridad. ¿De qué se ríe entonces?, ¿se ríe de nosotros mismos, sabedora de su triunfo absoluto?

Qué hay en el fondo de sus oscuras cuencas oculares. Qué anida allí que nos produce tanto miedo. ¿La oscuridad? Tan mayores y todavía tenemos miedo a la oscuridad. O estas oquedades son una ventana hacia… nuestro oscuro abismo interior. Ese fondo de la caverna del que salimos y que todavía guarda el secreto de nuestra existencia en el planeta Tierra. No queremos asomarnos, ¿verdad? No vaya a ser que no nos gusten esas revelaciones.

Y dónde fue a parar aquella prominente nariz aguileña. Aquel promontorio que era el punto más elevado de la geografía facial, resultó ser postizo, de broma. Resulta que la Muerte es chata.

Y no digamos la guerra que nos dieron las orejas, que si grandes, de soplillo, pareces Dumbo, tapón de cera… para luego descubrir que se las llevó el Tiempo.

No parece una gran conversadora, más bien parece parca en palabras, ya está todo dicho. No te esfuerces Hamlet en tu intento de tirarle de la lengua, su respuesta como consejera siempre es el silencio sepulcral. Tanta retórica y dialéctica para acabar así. Es para sentirse decepcionado, ¿no? Como vive en el momento de la verdad, no necesita hablar, sólo seguir el dictamen de la verdad del mundo. Su mente sólo es capaz de albergar absolutos, no entiende eso de “pero y si…”, se acabaron las disculpas de la carne.

Asimismo, es fácil intuir la silueta del resto de su cuerpo, la carne se quedó por el camino entre aquellos días felices de comilonas familiares y el reino del recuerdo siniestro en el que se encuentra ahora. A veces se tapa con una túnica negra y roída. ¿Es que tiene frío o es para dotarse de mayor entidad visual? Claro porque los huesos hacen poco bulto y a nadie le gusta ir desnudo, hasta la Muerte conserva cierto pudor.

Es curiosa también la tremenda agenda que gestiona. Tiene un montón de citas que hasta casi le falta tiempo. Es una incansable trabajadora siempre tan puntual, obsesionada con el relojito de arena, y parece que trabaja por cuenta ajena. Debe llevarse el honorífico título del “empleado del mes” casi siempre porque cuanto más trabajo hay, más feliz es. Lo suyo es vocacional.

Además en casa no para, parece que le gusta tener el jardín bien segado y siempre aparece con una solicita guadaña, dispuesta a segar y cosechar. Una clara apuesta por las herramientas de toda la vida, nada de aparatejos eléctricos que puedan fallar.

En fin, parece que hemos adoptado nuestra parte más dura y resistente como la personificación del paroxismo de la carne. La carne pagada de si misma, se refocila retorciéndose en forma de bellas facciones, nos engaña y define nuestra forma de ser, nuestro estilo de vida, nuestros ancestros familiares. Al llegar la Muerte, nos desnudamos, nos quitamos los disfraces, las tabletas de chocolate, las ruedas michelin, y nos presentamos como lo que somos… un poco feos.

jueves, 20 de octubre de 2011

Esos que se llaman seres humanos

El 13 de octubre de 2011, la realidad del mundo que hemos creado mostró su cara más horrible en Foshan. Mostró las garras y la pavorosa cara de la horrible bestia en la que nos hemos convertido.

La actual sociedad enferma en la que vivimos nos ha llevado a un grado de deshumanización tan extremo que nos hemos convertido en despojos andantes, basura mal pensante, narcisista y egocéntrica.

Wang Yue ha sido la desgraciada víctima de ese animal inmisericorde que se consume en sus propios jugos, y que no es otro que la actual sociedad produtivo-consumista, de la que China es el nuevo heraldo.

China es muy grande y, aún con grandes esfuerzos, no me gustaría generalizar pero da realmente miedo comprobar cual es el valor de una vida humana en la gran factoría del mundo. En qué estercolero ha quedado abandonado el ancestral acervo cultural que atesoraba China. En qué clase de ganado productivo hemos convertido a esa gente, ¿es que el gobierno les administra hasta el alma? Es tal el grado de alienación individual alcanzando en China que los mil millones de chinos se han convertido en una especie de ameba, de masa informe que acaba con la vida de una niña de 2 años como si se extirpara un molesto forúnculo.

Hace bastante tiempo que vengo dándole vueltas al asunto del comunismo en China. Cada día me sorprende más. Últimamente, me encontraba digiriendo como es eso de un comunismo de Porsches conducidos por tíos vestidos con mandil, cuando me entero que los ciudadanos deben pagarse sus propios gastos médicos al más puro estilo del capitalismo despiadado. Por otro lado, lo sucedido en Foshan el 13 de octubre de 2011, me ha dado otra clave por la cual el Partido mantiene bajo su bota a los mil millones de almas. La dichosa clave consiste en desarrollar una sociedad con un nivel moral y ético a la altura de una cucaracha. De esta manera, relegando la función cerebral de los ciudadanos al cerebro reptiliano, sus mandatarios pueden estar tranquilos de que el ganado se contentará con darles algo para comer y un camastro para dormir entre los turnos de trabajo.

La niña Wang Yue se debate entre la vida y la muerte, el conductor que la atropelló por dos veces tiene como máxima aspiración que la niña muera para no pagarle los gastos médicos, nadie irá a la cárcel y todos somos responsables. Mientras tanto, yo aborrezco la raza humana y me lamento de la crisis “mental” que nos ha tocado vivir.

En estos momentos, la vida de Wang Yue vale más que toda la China junta.

En honor a Wang Yue, tan sólo una vida humana.

(El video es altamente desagradable pero es que así somos)

miércoles, 19 de octubre de 2011

El Triángulo de los Monegros (Capítulo Final)


Mientras la distancia que le separaba del vehiculo que circulaba en sentido contrario se iba consumiendo lentamente, C.F.J. suplicó benevolencia a la realidad con el fin de obtener algún indicio que le diera la clave de lo que estaba pasando. Sin embargo, la realidad mostró su lado más terco cuando aquel Renault 8 volvió a aparecer delante de sus ojos atónitos. En esta ocasión su ocupante le dedicó una socarrona sonrisa que hacía gala sin reparos de la carencia de piezas dentales de aquel rostro huesudo de nariz aguileña.

C.F.J. intentó bloquear el torrente de pensamientos atropellados que inundaba su mente. Si su cerebro hubiera tenido un botón ON/OFF, este hubiera sido un buen momento para utilizarlo. Casi en estado de shock pasó por Peñalba y de forma masoquista miró hacia el balcón desde donde anteriormente había recibido el saludo de aquel grupo de ancianos. Estaba vacío. Por un momento la situación parecía recuperar cierta cordura. ¾Esto es un cúmulo de casualidades y nada más,¾ pensó con la urgencia de volver al mundo real. Pero desafortunadamente, se encontró con la mirada condescendiente de un agricultor de avanzada edad que con su pequeño tractor se había acercado a la valla que delimita el autopista.

Empezaba a sentir la necesidad imperiosa de pedir ayuda y la próxima gasolinera se le antojó un buen sitio para preguntar. Aminoró la marcha con la intención de parar pero a medida que circulaba por el carril de salida del autopista se iba dando cuenta que la reducción a lo absurdo le dejaba poco espacio para preguntar. Qué iba a preguntar, por donde se va a Zaragoza o si es esta la autopista AP-2. El sinsentido de aquella situación lo puso frente al espejo del ridículo por lo que sólo fue capaz de cruzar un par de miradas con el empleado de la gasolinera antes de volver a incorporarse al autopista sin haber detenido el vehiculo. Salió de aquella gasolinera desorientado, como si fuera el último clavo al que aferrarse antes de ser devorado por el malicioso bucle sin sentido que atormentaba su viaje.

Atravesó la localidad de Bujaraloz y avanzó unos kilómetros más con la agridulce certeza de saber que vendría después. Al menos, no le perseguía ningún camión cisterna y podía conducir con resignada calma.

Efectivamente, allí estaba el cartel anunciando su condena: Candasnos…

¾Me da todo igual,¾ pensó con la intención de conducir un rato sin más preocupaciones, como si nada de esto hubiera pasado. Era la típica estrategia del avestruz y así, se dispuso a sacar el látigo de la indiferencia. Pero la realidad no iba a dejarse dominar tan fácilmente y la serena determinación de C.F.J. salió huyendo como alma que lleva el diablo cuando aquel camión cisterna, que le esperaba en el arcén, su puso en marcha tras su paso para hacerle cercana compañía.

La presencia del camión tuvo su lado bueno. La omnipresente imagen del amedrentador morro de la cisterna ayudó a C.F.J. a realizar aquella iteración sin pensar en nada más, de forma rápida e indolora. Por supuesto, el camión le abandonó en la gasolinera cercana a Bujaraloz justo a tiempo para que su atropellada mente se diera cuenta de que el grado de inclinación solar había cambiado y el improductivo día estaba tocando a su fin. El luminoso del Hostal El Ciervo estimuló sus ganas de tirar la toalla, de abandonar la batalla momentáneamente y hacer borrón y cuenta nueva al día siguiente. Aparcó frente a la entrada y pidió una habitación en recepción. Por un momento pareció recuperar cierto control de la situación. Estaba reventado y todavía no sabía muy bien porque. Una ducha reparadora y una buena cama parecían el mejor remate posible del día.

Se encontraba en la habitación cuando su mujer le llamó al móvil extrañada por no haber recibido noticias suyas con anterioridad. Él mostró una fingida calma y le comunicó que había tenido un problema mecánico cerca de Zaragoza y esto le había generado un retraso considerable. Su mujer aplaudió la decisión de hacer noche en El Ciervo a pesar de que la llegada a la hora del entierro corría peligro. La conversación con su mujer animó bastante a C.F.J. que se puso inmediatamente a mirar los mapas que había en la mesilla de noche soñando con alcanzar el verde valle del Ebro. El cansancio le rindió sobre aquellos cuarteados mapas y un sueño ligero, sudoroso e intranquilo sólo le permitió cierta reparación física.

A la mañana siguiente, se despertó muy temprano y no dudó un momento en bajar al bar a desayunar para reemprender la marcha lo antes posible y poder pasar página definitivamente. La aparente normalidad con la que había pasado la noche, no hacía sospechar ninguna intrincada trampa del destino. Después de terminar su café, se dirigió a recepción para abonar la cuenta de la habitación y recuperar su DNI que había dejado la noche anterior mientras el recepcionista formalizaba su reserva. Esa mañana había otro recepcionista al que llevó su tiempo encontrar el documento de identidad requerido. Mientras C.F.J. esperaba impaciente, el recepcionista masculló una frase entre dientes que enervó la médula espinal del huésped. ¾Total, no lo vas a necesitar,¾ le pareció oír al atormentado viajero. A pesar de que el recepcionista negó y volvió a negar varias veces el haber abierto la boca, este difuso indicio fue suficiente para volverle a conectar con el sentimiento trágico del día anterior.

Salió lentamente del vestíbulo, cabizbajo y pensativo, y se dispuso a arrancar el Bora. ¾Es increíble el calor que empieza a hacer ya a estas horas del día, ¾ pensó mientras bajaba las ventanillas.

El Bora se encaminó lentamente hacia el carril de aceleración del autopista en sentido Zaragoza con la ilusión puesta en dejar atrás aquel odioso desierto. Hoy, había decidido tomarse las cosas con más calma, poco a poco y sin prisa. Así que, fue dejando atrás el pueblo de Bujaraloz a medida que crecía su alegría al contemplar un nuevo paisaje desértico no visto hasta ese momento. Su corazón latía con fuerza al tiempo que la incontenible alegría le hacía dar palmaditas al volante mientras se animaba a sí mismo diciendo, ¾¡vamos, vamos! De repente, un súbito pitido de claxon distrajo su atención. Sonaba como a viejo y cuando se dio cuenta, ya tenía aquel odioso coche a su altura procediendo a terminar la maniobra de adelantamiento. De nuevo el maldito Renault 8 que en esta ocasión parecía querer frenar su marcha y su vía de escape de aquel terrible bucle. En efecto, no tardó demasiado en aparecer la señal que indicaba la pronta entrada en la localidad de Candasnos.

En aquel momento comprendió que jamás saldría de allí. Como un Sísifo de la edad moderna había sido condenado a iterar interminablemente por aquel trozo de desierto del que no saldría vivo. Las manos sudorosas, el corazón desbocado, pensaba en su mujer y en sus hijas y hasta le pidió ayuda al alma de su tía abuela.

Llegó a la altura de aquella acacia de tronco blanquecino y retorcido, compañera de viaje y de suplicio. Usó la salida de Bujaraloz en un último intento para escapar de la pesadilla sin fin. El habitáculo del coche le resultaba cada vez más opresivo y como si se tratara de un barco que se hunde, sintió la necesidad de saltar al mar. Cogió el móvil para intentar comunicarle lo delicado y angustioso del momento a su mujer. Al marcar el número, escuchó al otro lado de la línea una voz automática que decía, ¾le informamos que no existe ningún número de teléfono con esa numeración.

Lanzó el móvil sobre el asiento del acompañante con gesto resignado y abrió la puertezuela enfrentándose a la achicharrante inmensidad del desierto. Comenzó a caminar sin rumbo fijo, huyendo de aquella maldita carretera y alegre por no tener que pasar más por allí. La espalda mojada de sudor, los zapatos polvorientos y la postura entregada a la gran bestia devoradora, así se adentró en el desierto…

A la mañana siguiente, Radio Zaragoza abría así su sección de sucesos: “un hombre de mediana edad cuyo nombre responde a las iniciales C.F.J. ha sido encontrado muerto cerca de la localidad de La Almolda. Se desconocen los motivos de su muerte así como los medios por lo que ha podido llegar hasta las inmediaciones de esta localidad de la comarca de los Monegros…

domingo, 16 de octubre de 2011

miércoles, 12 de octubre de 2011

El Triángulo de los Monegros (Capítulo Primero)

(clicar en la foto para ver el mapa)

Se subió al coche renegando de su tía abuela, y tan atropellado mentalmente, que casi olvidó despedirse de su mujer y sus hijas que le miraban preocupadas desde el umbral de casa. Si bien era cierto que la salud de la hermana de su abuela había ido empeorando en los últimos meses, nunca es plato de buen gusto la noticia de una defunción en la familia. Quizá, porque nos recuerda que nuestro puesto en la fila va avanzando posiciones hacia el precipicio del más allá, o quizá porque un hecho así obliga a compartir emociones íntimas con familiares que se tienen ya casi olvidados.

Además, por si fuera poca la negatividad con la que estaba afrontando todo el asunto, todavía le quedaban unas cuantas horas de viaje por carretera en pleno mes de julio. La razón de tal dispersión familiar radicaba en la circunstancia por la cual la familia, de origen castellano, se había dividido en 2 ramas hacía ya muchos años cuando su abuela había dejado el castizo Madrid para casarse con un industrial textil catalán encaprichado con ella. Así que, sin apenas tiempo para preparase, C.F.J. había pedido un permiso en el trabajo y en plena canícula se disponía a recorrer el trayecto Barcelona-Madrid en el menor tiempo posible.

Como era habitual en él, empezó a cansarse a los pocos kilómetros de puro aburrimiento y comenzó a realizar extrañas contorsiones tratando de desperezarse. Sólo la contemplación de la señal que anunciaba la proximidad de Fraga y el fin de la comunidad autónoma catalana pareció enervar ligeramente su adormilado sistema nervioso. El paso por Fraga le abrió las puertas del infierno pues el calor de aquel mes de julio era tan descomunal que sobre la carretera se formaban irisaciones a través de las cuales parecía temblar la realidad. Así, el ingreso en la comarca de los Monegros, de camino a Zaragoza, le produjo una extraña sensación de soledad e inmensidad, causada sin duda por la súbita e inusitada aridez del paisaje. Se trataba de una sensación de extraña incertidumbre paliada en cierta medida al ver aparecer el primer núcleo poblacional de aquel desierto, la localidad de Candasnos.

¾Cómo puede vivir gente aquí,¾ pensó mientras su ya viejo Volkswagen Bora engullía los ardientes kilómetros de aquella solitaria carretera. La calificación de solitaria no era baladí pues desde hacía ya unos cuantos kilómetros C.F.J. circulaba completamente solo por aquella autopista. ¾Cómo puede ser que en la España del siglo XXI exista un autopista por el que no circule nadie,¾ se preguntaba extrañado.

A medida que avanzaba, iba circunvalando el trozo de desierto disfrazado con grandes lunares verdes que rodea Candasnos y se disponía a atravesar una pequeña cadena montañosa que rompía la monótona planaridad del paisaje estepario. Se fijó a la derecha en el hito que mostraba el punto kilométrico de la autopista AP-2, KM 84. En ese preciso instante, sufrió un acceso de melancolía causado por el lejano recuerdo infantil de su tía abuela que durante muchos años fue para él casi como su segunda abuela. Aquel sentimiento que nos pone delante del espejo de lo que realmente somos y de lo que realmente valemos iba invadiendo lentamente hasta los capilares más finos de su cuerpo. Es como asistir a un gran juicio en el que se decide el destino de la humanidad, uno se pone su mejor traje mental, se reviste de pompa y circunstancia y se dispone a escuchar el veredicto que usualmente se toma como un viaje, el viaje. Al menos, el mundo se acuerda aunque sólo sea por unos instantes del viajero involuntario que comienza unas largas vacaciones a gastos pagados, y bien pagados.

Se estaba acercando a Peñalba cuando distinguió a lo lejos el destello de lo que parecía el parabrisas de un coche que circulaba en sentido contrario. El hilo que tensaba su angustia cedió por un momento mientras la constatación de que otro coche cruzaba aquel secarral le producía un tremendo efecto balsámico. Divisaba ya las casas de Peñalba cuando intersectó al otro vehiculo. Se trataba de un Renault 8 de esos con las ruedas traseras despatarradas cuyo ocupante ocultaba la cara tras un manido sobrero negro de ala corta. La composición parecía un fotograma extraído del baúl de los recuerdos y vaya por Dios, en vez de calmarse, el ritmo cardiaco de C.F.J. iba en aumento. Además, Peñalba no era más que cuatro casas y pronto se vio de nuevo abocado al desolador desierto. Eso sí, le dio tiempo a fijarse en un grupo de ancianos que le saludaba desde el balcón de una de las encaladas casas sobre el promontorio.

¾No sé si es que el calor seca los cerebros o que diablos pasa aquí pero estoy viendo gente muy rara,¾ pensó casi gritando.

Es curioso, pero sin saber de que forma o manera, aquel viaje estaba resultando emocionalmente cargante al son del serrucho de las cigarras mientras C.F.J. se cocía lentamente por culpa de que el aire acondicionado del Bora necesitaba una recarga.

A lo lejos se divisaban algunos retales verdes a los que se iba acercando lentamente. Justo antes de entrar en la zona verde que envolvía Bujaraloz, su retina capto a la derecha el seco y blanquecino tronco de una acacia que hacia las veces de portero del desierto. Ese tronco retorcido parecía el último vestigio de vida vegetal y junto a él se encontraban los restos calcinados por el sol de un vehiculo que creyó similar al suyo. Incluso el deslavazado color que aún se intuía en la chapa polvorienta coincidía con el de su Bora. No le dio mayor importancia y siguió su decidido camino hacia Bujaraloz.

Pasó por delante de una gasolinera pero decidió no parar porque todavía le quedaba medio depósito, y de repente, un camión cisterna se incorporó al autopista justo detrás de él. ¾Bueno, ya tengo compañía,¾ pensó.

Así, encaró Bujaraloz mientras el camión cisterna parecía cada vez más desesperado y realizaba escaramuzas en las que no guardaba la distancia de seguridad. Por un momento, pasó por su cabeza el recuerdo de aquella vieja película de Spielberg, quizás la única buena, “El diablo sobre ruedas”.

¾¡Pero qué cojones quiere este cabrón. Si éramos pocos parió la burra!¾ Y así, enfrascado como estaba en el tira y afloja con la cisterna, no vio la señal que indicaba el pueblo en cuyo término municipal acababa de entrar: Candasnos…

Mientras C.F.J. miraba compulsivamente por el retrovisor, el camión pareció aminorar la marcha separándose progresivamente del Bora para acabar estacionando finalmente en el arcén. Aquello no tenía ninguna explicación, lo cual no le impidió alcanzar cierta tranquilidad.

Continuó circulando desprevenido por aquella solitaria carretera aunque cierto sentimiento de deja vu iba apoderándose lentamente de su percepción. Casi como el fotograma de una cámara de alta velocidad, su retina captó algo en el borde de la carretera que desboco por completo los caballos de su ansiedad. No podía ser, ¾ese cartel indica que estoy en el KM 84. Ha debido ser el cansancio, iré despacio para fijarme en el siguiente punto kilométrico. Transcurrido un par de minutos, la silueta del siguiente mojón se recortaba sobre la blancura del desierto. A regañadientes alzo lentamente la vista y sí, no había duda, se trataba del KM 83.

De nuevo la sensación de soledad casi infantil del niño que pierde de vista a sus padres en el centro comercial se apoderó de él. ¾Debo reponerme, debe haber algún error. ¡Mira! alguien viene por ahí delante,¾ se dijo para sus adentros intentando calmarse...

CONTINUARÁ

viernes, 30 de septiembre de 2011

Teclados





La imaginación es como un teclado en blanco, las teclas las pones tú y la realidad escribe tus fantasías.

TECLADO USADO EN EL CERN


CRUCITECLADO

TECLADO POÉTICO

TECLADO MATEMÁTICO


TECLADO PARA RECORDAR DATOS PERSONALES


TECLADO NUBE

TECLADO LÓGICO










domingo, 14 de agosto de 2011

La vie en cirque. (Una actuación circense)


Quién me iba a decir a mi, una simple piedra de descampado, que yo iba a formar parte de un mundo de ilusión, de magia y de color, antes de que el implacable desarrollismo me enterrara para siempre debajo de los cimientos del bloque de viviendas que a buen seguro se construirá en la parcela que habito.

Desde que tengo uso de razón, yo siempre he sido una piedra de descampado. Ya sé que muy al principio, yo pertenecía a la muy noble y altanera madre Naturaleza, y que no hace muchos años, en términos geológicos, mi solar aún presentaba cierta nobleza en base a su fertilidad, ya que esta misma tierra que me rodea daba de comer al hombre. Sin embargo, desde el advenimiento de la revolución industrial (turística por estas tierras), mi hogar se ha convertido en un secarral blanquecino y polvoriento, batido por miles de suelas de zapatos y cubiertas de neumático a lo largo de los años. En él, sólo se acumula algún que otro desperdicio, chatarra y botellas, y en fin, en mi descampado todos esperamos ya el día en que el hombre nos tapará la boca para siempre y construirá una gran mole de pisos encima.

Sin embargo, un día de agosto, cuando el calor estaba a punto de fundir mi maltrecha estructura caliza, aparecieron por aquí un sinfín de camiones pintados con colores vivos. De esta flota invasora bajaron multitud de personas y empezaron a trabajar como siguiendo un guión perfectamente establecido. Ante esta gran agitación, todos pensamos que ya nos había llegado la hora pero nuestra gran sorpresa se producto al ver aparecer una gran carpa blanquiazul, rallada, y trufada de multitud de estrellas pegadas por la cara interior.

No sé si fue fruto de la casualidad pero conforme se iba levantando aquella estructura, vine a quedar en el mismísimo centro de la pista. El circo había renacido cual ave Fénix, y era tal como lo describían los más antiguos del solar que ya habían dado alojamiento hace muchos años a otro circo parecido, el espectáculo más antiguo del mundo.

Yo, acostumbrada al sol inmisericorde, el sucio polvo grisáceo y el tizne negro de las ruedas de los coches, me vi lavada y engalanada para actuar ante el gran público. La carpa había conseguido transformar una porción de terreno baldío y sin abolengo en un microcosmos abonado para la imaginación. El telón de tiras plateadas y brillantes, y las luces de colores me acariciaban la regada tez cada noche mientras yo me dejaba llevar por el histrionismo.

Qué más podía esperar una simple piedra del semidesértico sureste español, que tener la oportunidad de ser pisada por leones del Senegal y tigres de Bengala. Viajé desde el Atlas hasta las estepas de Asia pasando por la sabana africana, y me enredé entre las patas de camellos y bisontes, ponis enanos y domadores amigos de sus animales y del látigo eléctrico. Conmigo tropezó el payaso y juntos hicimos reír al público. Vi volar cuchillos por encima de mi cabeza, pelotitas de colores y malabares en forma de huso, y casi derribo al malabarista por un exceso de celo.

Cómo aplaudían los niños mientras los avispados empleados del circo conducían su cándido entendimiento por los vericuetos de la magia y la ilusión que hasta yo parecía hecha de guirlache. Una cosa está clara, el circo nunca morirá mientras existan niños.

Los números se iban sucediendo mientras el presentador, con esa prosodia tan característica de arrastre de la última sílaba de cada palabra iba dando entrada a los artistas del hambre.

Mientras los niños y yo mirábamos encandilados a la antipodista hacer girar el rulo a gran velocidad con sus pies, escuche algunas frases hilvanadas por mentes adultas que ahuyentaban ferozmente la magia, “¿no es esa la que me ha vendido el perrito caliente?"

Luego salió el tenor equilibrista que cantaba el “O Sole Mio” haciendo el pino y mostraba el músculo de su portentosa yugular inflada hasta el extremo por mor de la Gravedad de su do de pecho.

Por último apareció ella, la que turbó mi existencia para siempre mientras me acariciaba dulcemente con sus largas y sedosas telas rojas. Su grácil y delicado cuerpo parecía flotar entre los vaporosos movimientos de aquellas gasas que se comportaban como las manos fuertes y lascivas de un King Kong imaginario. La trapecista de las telas rojas representó para mi la auténtica Bajada del Ángel, tan típica de estas fechas, y me vistió de largo y me sacó a bailar. Fue para las calizas de mi ralea el comienzo de una nueva era, primero éramos montañas, luego producíamos patatas y ahora lucimos palmito glamurosamente.

Pero como todo en la vida, la función acabó y el Circo se tuvo que marchar. Poco a poco se arriaron las banderas y las carpas, luego desaparecieron los mástiles y las picas, y los rugidos felinos se fueron apagando lentamente al mismo tiempo que el sol de justicia la impartía sin piedad abrasando hasta la última brizna de magia.

De nuevo, he vuelto a ser una piedra de descampado, pero ahora, en las noches estrelladas sueño con la trapecista de las telas rojas y con sus caricias que me hacen sentirme el centro del planeta Tierra.

viernes, 5 de agosto de 2011

El Extraño Caso de Ulises Couto (SUCESOS ESTIVALES)


Había sido un año de mucho trabajo en la oficina. Apenas había tenido tiempo para estar con su mujer y sus hijas y empezaba a notar el efecto del estrés que lo convertía en un ser impaciente e irascible.

Últimamente, Ulises se cuestionaba con relativa frecuencia el estilo de vida 0ccidental consumista. ¿Por qué no podemos adoptar los fines de semana de 3 días?, ¿por qué no enfriamos un poco la economía mundial?, ¿para qué necesitamos tanto dinero y tantos bienes materiales?

Necesitaba un respiro y por eso Ulises había decidido tomarse en serio las vacaciones. Soñaba con largos momentos de relax, reflexión interna y libertad a raudales junto al mar. Como muchas veces sucede, su mente había distorsionado la realidad atribuyendo grandes expectativas a los días de asueto que casi parecían destinados a convertirse en un periodo iniciático.

Por fin llegó el 31 de julio y Ulises empezó a cargar el coche con las ilusiones a flor de piel. Al día siguiente saldrán de viaje para empezar una nueva vida, aunque sólo sea por unos días. El viaje fue muy tranquilo y hasta placentero. Nada que ver con las tradicionales operaciones salida convertidas en una especie de vía crucis hasta el paraíso soñado a causa de los infernales atascos. La atenazante crisis económica en la que se encontraba sumido el país hacía ya bastantes meses que había dejado las carreteras medio vacías. Después de conducir durante unas cuantas horas, llegaron a su destino, un pueblo playero en algún punto no muy lejos del cabo La Nao.

Como todavía quedaban unas cuantas horas de sol, entre todos decidieron que la mejor manera de quitarse el cansancio del viaje era darse un primer chapuzón en la playa sin entretenerse demasiado para poder estar a la hora de cenar en el hotel. Cogieron lo imprescindible y se dispusieron a bajar a la playa con cierta sensación de inseguridad, producto sin duda, de la falta de costumbre, ¡todavía tenían que aclimatarse!

Nada más pisar la arena de la playa, sobrecalentada por un sol de justicia que todavía lucía bastantes grados por encima del horizonte, Ulises sintió una fuerte sensación de irrealidad en la que el griterío de la gente pareció apagarse. La insolación era tan fuerte que hacía fácil suponer que no eran necesarios muchos minutos sin protección alguna para alcanzar un estado alterado de conciencia. Sin embargo, en aquella ocasión sintió ese típico sentimiento que siempre aparece en los instantes previos o inmediatamente posteriores al suceso de un hecho luctuoso. No le dio demasiada importancia y Ulises supuso que el estado de alerta, que solía ser su estado habitual, no había desaparecido todavía.

Caminaron entre sombrillas, las niñas extasiadas por la visión del mar, hasta que encontraron algunos centímetros cuadrados sin conquistar de los que tomaron posesión. La mujer de Ulises, le miraba de reojo porque lo notaba un poco raro.

Una vez montado el campamento, Ulises fue el primero en romper esa sutil barrera que divide el cuerpo entre la introversión invernal y la desnudez estival. Es como una delgada películas que nos hace reticentes al primer baño y que una vez rota, nos permite entregarnos a la Naturaleza y sentir que le pertenecemos.

- ¡Niñas, esperadme aquí afuera que voy a probar el agua, a ver si está buena!

Ulises Couto comenzó a adentrarse en el Mediterráneo un 1 de Agosto de 2011, mientras encaraba las olas de costado ofreciéndoles el hígado para evitar que le golpearan la barriga que se encontraba ocupada en la digestión. En un momento determinado giró la cabeza hacia la orilla donde vio expectantes a sus dos hijas. Con el ánimo renovado encaró de nuevo el rompeolas y lo superó, pasando a una zona más tranquila donde las olas pasaban sin cabellera. Por fin se zambulló completamente mientras un pensamiento extremadamente placentero recorría su columna vertebral. - ¡Oh, cuánto lo necesitaba!

Emergió mirando hacia la costa y en la lejanía de la orilla vio por última vez a sus dos hijas que no cabían en si mismas por meterse en el agua. Él las saludó con el brazo y se dispuso a salir para hacer partícipe a toda la familia del disfrute marino. Sin embargo, un pensamiento egoísta atravesó fugazmente su mente, - venga, un poquito más hacia dentro y ahora mismo salgo.

Comenzó a caminar mar adentro, y al tiempo que sus pies se desprendían del suelo arenoso empezó a sentir una extraña atracción por la inmensidad del mar como icono sublime de la libertad que tanto ansiaba en su vida cotidiana. Al mismo tiempo, algo empezó a susurrarle a los oídos palabras dulces, algo le alababa cariñosa y suavemente mientras él seguía nadando hacia la inmensidad del seno líquido, que sentía como si fuera el vientre materno.

Las niñas en la orilla presintieron que algo iba mal y corrieron asustadas a alertar a su madre que hacía rato se tostaba al sol vuelta y vuelta. La madre apenas fue capaz de vislumbrar la cabeza de su marido en la lejanía, sólo un instante, antes de que el juego de vaivenes producido por el oleaje le ocultara para siempre la visión de su marido.

En ese preciso instante, Ulises notó que algo tiraba de él suavemente hacia el fondo y que él, en lugar de sentir ahogo, sentía una dulce sensación de fusión con la Naturaleza, como si pudiera respirar bajo el agua y su cuerpo se hiciera agua.

Una lancha de salvamento partió veloz hacia la zona pero no encontraron nada. Era imposible, si se había ahogado, el cuerpo debería estar allí. Los voluntarios de salvamento no se atrevían a volver a la orilla y decir que no lo habían encontrado, era algo sin sentido. Sin embargo, la tardanza de estos y la llegada de una patrulla de la policía puso las cartas sobre la mesa, allí no había ni rastro de Ulises Couto.

Ulises Couto ya no pertenecía al mundo terrestre. Su cuerpo se había deshecho transmutándose en forma de moléculas de agua y su conciencia formaba parte ya de las profundidades marinas. Sin embargo, él no quiso abandonar a su familia y de vuelta a la ciudad donde residían, cuando su mujer y sus hijas contaban lo sucedido, se presentó delante de toda la familia en la lágrima que brotó de los ojos de su hija pequeña.

La Rosa de los Vientos (Onda Cero)