domingo, 20 de septiembre de 2020

2020: CAMBIO DE CICLO HISTÓRICO

 


Todos aceptamos que el siglo XXI comenzó con la caída de las Torres Gemelas de Nueva York, ese hecho iba a marcar una forma de vivir y relacionarnos que a fin de cuentas sería el emblema de un nuevo siglo.

Quizá a estas alturas, todavía hay personas que, haciendo un alarde superlativo de falta de perspectiva y mirada de corto alcance, piensan que vamos a superar esta pandemia y todo volverá a ser como antes. Parece que la venda de la cotidianidad les nubla la mirada y no son capaces de ver más allá del siguiente partido de liga, de la siguiente quedada con amigos, el curro, o el próximo destino vacacional. Y por supuesto que superaremos la pandemia y el coronavirus quedará atrás pero el impacto y el salto evolutivo que ha producido y está produciendo el bichito perdurará. Ha aparecido para quedarse y para volver a imprimir el marchamo de un nuevo ciclo histórico. Quien no lo quiera ver es porque no levanta la mirada del suelo.

Sin pretender ejercer de iluminado, si me gustaría plasmar aquí algunas reflexiones que me saltan a la vista en este 2020. Nada más ponerme a escribir, me doy cuenta de que reflejar las implicaciones de la COVID19 en una entrada de mi blog es claramente un objetivo tan ambicioso como inabarcable. Aun así, daré unas pinceladas que me permitan esbozar las preocupaciones y desvelos que bullen dentro de mí.

Con la intención de empezar a construir un armazón estructural que soporte las ideas que aquí quiero plasmar, voy a dividir las implicaciones en 2 tipos: las individuales y las sociales.

Implicaciones individuales.

 - La primera ha sido impuesta por la amenaza sanitaria de la pandemia, así como un bofetón con la mano abierta y sin anestesia. Se trata del distanciamiento físico, que no social. El contacto físico, la presencia de tus congéneres rodeándote, el cara a cara, el roce, la palmada, el chorro de voz espetado en la cara, las palabras gruesas, el lenguaje no verbal, la sonrisa, todo esto se ha convertido en un lujo que las personas del siglo XXI no pueden permitirse. Ya nos podemos ir olvidando de la atención presencial al público, es decir, de la compra en el pequeño comercio, de ese gestor del banco que “vela” por tus ahorros y acabas sintiéndolo casi como un amigo que te da buenos consejos, de la voz humana al otro lado del teléfono cuando reportamos una avería o del médico de familia, toda una institución, que acompaña a las familias en sus problemas de salud. Esto quizá para los japoneses sea más llevadero, pero a los habitantes del Mediterráneo o más ampliamente a los habitantes del Sur nos revienta directamente la línea de flotación. Nosotros somos personas que amasamos nuestro discurso junto con las emociones que sentimos de manera que nuestra comunicación necesita de algo más que palabras para poder transmitir lo que sentimos. Si os habéis fijado cuando entablamos conversación en la calle con las mascarillas puestas y el distanciamiento parece que hablemos por Skype, parece que lo que tengamos delante sea una imagen de la persona y no la persona misma. Pues señores, esto es lo que hay, se acabaron las intersecciones de las esferas personales y los cuerpos vibrando al unísono.

Teletrabajo. Esto es algo que las empresas jóvenes y dinámicas como las startups veían como un alivio al no tener que soportar el peso de unas infraestructuras capaces de alojar a todos los trabajadores pero que, por otro lado, las empresas grandes, consolidadas y sobre todo en manos en empresarios de la vieja escuela veían con mucho recelo. Para estos empresarios carcas, que son los que por cierto mueven toda la pasta del país, se aplica en toda su rotundidad la conocida expresión “el ojo del amo engorda el caballo” y ven eso del teletrabajo como una manera estupenda para que el trabajador se escaquee. Sin embargo, esta pandemia ha acelerado el cambio que posiblemente se hubiera producido al cesar en sus cargos esa generación de empresarios viejos y les ha obligado a ir acostumbrándose por narices a dejar lo del relojito de fichar y a trabajar por objetivos, ¡qué los trabajadores de oficina no están en una cadena de producción de tornillos, por favor!

La vuelta al entorno rural. Y por otro lado, una de las maravillosas consecuencias de la posibilidad de teletrabajar es el retorno a la España vaciada, al contacto con la naturaleza abandonando el apiñamiento insano y contaminante de las grandes ciudades. Señores qué en España tenemos miles de Km2 llenos de Naturaleza y de vida para poder respirar un aire de calidad y comer sano con productos de km 0. Esto es una delicia, puedes elegir mar o montaña y criar a tus hijos en un entorno seguro y saludable sin transformarte en un Robinson Crusoe, es decir, en contacto con el pulso del mundo.

Sentimiento de solidaridad. Otro de los efectos que debería haber producido esta pandemia es el crecimiento de la empatía y la solidaridad. Sólo las mentes cafres, mejor no doy ejemplos, no se dan cuenta de que ante los problemas importantes todos somos iguales. Por ejemplo, esta pandemia no entiende de fronteras, ni de estatus sociales, ni de comunidades autónomas, ni de países y paisitos, ni de soluciones locales. Esta pandemia, como todos los problemas globales que nos afectan, requieren de una verdadera globalización del entendimiento. Basta ya del espectáculo lamentable de la OMS, de la UE, de USA, Rusia, China, etc… Necesitamos soluciones supranacionales, que serán tomadas por organizaciones legales o poderes ocultos supranacionales, se acabó lo de las fronteritas y yo en mi casita hago lo que quiero. Esta visión es únicamente propia de cobardes proteccionistas, individualistas y sobre todo muy egoístas.

Valoración de la salud por encima del estatus económico. Siempre hemos dicho que la salud es más importante que el dinero, pero creo que esta pandemia nos ha recordado que eso es justamente así. Por tanto, se ha producido un recalibrado de la escala de valores. Ya no se trata de trabajar sin parar para tener el mayor dinero posible y comprar muchas cosas para regocijarnos en el hedonismo como única recompensa vital. Ahora, valoramos más el estar sanos, el estar vivos y el tener la oportunidad de hacer lo que se hace cuando uno está bien de salud y vive en plenitud.

Implicaciones sociales.

Desplazamiento del foco de poder hacía organizaciones supranacionales, privadas o públicas, visibles u ocultas. Aquellos que todavía a estas horas se preguntan qué nación saldrá victoriosa de esta crisis es que no entienden nada, desde mi punto de vista. Señores, se acabaron los paisitos y los paisotes. Los que mueven los hilos actualmente ya no son los países, sino organizaciones con más poder que los países que, por tanto, gozan de bastante impunidad ya que su ámbito de actuación supera las fronteras y las jurisdicciones delimitadas por esas fronteras y que se lo están llevando crudo: Soros, Bill Gates, Bildelberg y otros muchos lobos disfrazados de corderitos. Son magos de la propaganda que usan el maravilloso instrumento de las redes sociales para generar estados de opinión y espejismos democráticos para ir conduciendo al rebaño mundial hacia los corrales de su gusto. Y en el epígrafe de las redes sociales meto también a los medios de comunicación, totalmente apesebrados y con la rodilla hincada, incapaces de denunciar nada, no sea que les cierren el chiringuito. El periodismo tiene que ser disidente porque si no ya no es periodismo, son sólo relaciones públicas, y la frase no es mía sino de Orwell, autor de la novela distópica 1984.

Siglo XXI, el siglo de la ética. El siglo XXI está lleno de grandes retos, avances tecnológicos y desafíos morales que van a necesitar una respuesta ética universal y humanista. Estoy hablando, por tanto, de un salto evolutivo en la conciencia de la humanidad. Desde mi punto de vista, hay que dar carpetazo ya a esta crisis de paradigma, de ideas, de ideología que ha caracterizado a la postmodenidad y entrar en una nueva etapa de la conciencia humana que ponga los pilares sobre los que se desarrollará la civilización de mañana próximo. Hay que levantar la vista de la televisión, del partido de fútbol de turno, de las pantallitas de los móviles y videoconsolas de juegos y pensar un poco como queremos que sea nuestro futuro. Está claro que para hacer este cambio se requieren grandes líderes de pensamiento y que sus ideas puedan ser traducidas en términos políticos y sociales que nos lleven a otros modelos de sociedad. El comunismo ya colapsó en el siglo XX pero ahora estamos viendo como el capitalismo también colapsa. Qué mierda de sociedad capitalista tenemos que los jóvenes no pueden ni comprarse un piso, ni alquilarlo por muy preparados que estén, es decir, no tienen futuro. Qué mierda de sociedad tenemos si nos dicen que el ejemplo a seguir son los chinos que son muy competitivos porque no paran de trabajar nunca bajo un régimen dictatorial. Qué mierda de sociedad tenemos cuando la sociedad se ha fracturado en 2 grupos separados por un abismo, los muy pobres y los muy ricos. Me parece que el capitalismo empieza a dar grandes resbalones.

Y si como he dicho los estados-nación van perdiendo fuelle en esta nueva etapa, yo creo que el peso del desarrollo vital debe caer en manos del individuo. Todos de manera individual deberíamos ser responsables de nuestra educación, de nuestro autoconocimiento, de nuestro respeto por el entorno, de nuestra salud. Sí, estoy hablando de libertad individual, de no dejar que otros piensen por nosotros, de tener cuidado con las palabras aduladoras que tanto nos gustan para calmar nuestro sesgo de confirmación. En definitiva, de transformarnos en libre-pensadores.

Bueno, llegados a este punto, me doy cuenta del inmenso pantano en el que me he metido y que supera con muy mucho las humildes aspiraciones de este blog. Esto da para escribir no un libro sino muchos libros que doy por seguro, serán escritos cuando se analice la pandemia de la COVID19 y como cambió el siglo XXI desde entonces.

¡Tenemos trabajo como sociedad, señores!