domingo, 30 de octubre de 2011

La Muerte (reflexiones sobre la representación antropomórfica de la muerte)


Esta es la típica representación del rostro de la Muerte. Pocos son capaces de sostenerle la mirada. Técnicamente hablando, es como si miraras una piedra. La piedra que llevamos dentro, al fin y al cabo, un objeto inanimado. Sin embargo, esta piedra parece que guarda algo de nosotros, es como una escultura de nuestro interior, un fotograma congelado de la película de nuestra existencia.

Cuando observamos una calavera, que antaño estuvo dotada para alojar nuestros cinco sentidos, se siente una muy extraña sensación al imaginar que ve sin mirar, oye sin escuchar, huele sin oler, paladea sin saborear y siente sin sentir. Aterroriza su vacuidad, su interior inerte. La carencia total y absoluta del menor resquicio de conciencia humana, entendiendo como tal, el estado cognitivo construido por el cerebro que un día habitó ese cráneo y que le otorgaba la capacidad de decidir y hacerse responsable de sus actos. Aún así, inconscientemente, le atribuimos una especie de cerebro reptiliano, es como si pensáramos que la Muerte se mueve por instinto. No piensa, no necesita pensar, carece del edificio mental que nos define en nuestra relación con todo lo que no somos nosotros. O sea, no tiene escrúpulos, ni los conoce, y eso nos da miedo.

Parece que sonríe, ¿verdad? Pero si no tiene músculos faciales, no existen en ella partes móviles capaces de expresar el menor atisbo emocional, exceptuando la mandíbula, claro, que puede imitar el movimiento de unas castañuelas, pero esto sólo transmite una inofensiva hilaridad. ¿De qué se ríe entonces?, ¿se ríe de nosotros mismos, sabedora de su triunfo absoluto?

Qué hay en el fondo de sus oscuras cuencas oculares. Qué anida allí que nos produce tanto miedo. ¿La oscuridad? Tan mayores y todavía tenemos miedo a la oscuridad. O estas oquedades son una ventana hacia… nuestro oscuro abismo interior. Ese fondo de la caverna del que salimos y que todavía guarda el secreto de nuestra existencia en el planeta Tierra. No queremos asomarnos, ¿verdad? No vaya a ser que no nos gusten esas revelaciones.

Y dónde fue a parar aquella prominente nariz aguileña. Aquel promontorio que era el punto más elevado de la geografía facial, resultó ser postizo, de broma. Resulta que la Muerte es chata.

Y no digamos la guerra que nos dieron las orejas, que si grandes, de soplillo, pareces Dumbo, tapón de cera… para luego descubrir que se las llevó el Tiempo.

No parece una gran conversadora, más bien parece parca en palabras, ya está todo dicho. No te esfuerces Hamlet en tu intento de tirarle de la lengua, su respuesta como consejera siempre es el silencio sepulcral. Tanta retórica y dialéctica para acabar así. Es para sentirse decepcionado, ¿no? Como vive en el momento de la verdad, no necesita hablar, sólo seguir el dictamen de la verdad del mundo. Su mente sólo es capaz de albergar absolutos, no entiende eso de “pero y si…”, se acabaron las disculpas de la carne.

Asimismo, es fácil intuir la silueta del resto de su cuerpo, la carne se quedó por el camino entre aquellos días felices de comilonas familiares y el reino del recuerdo siniestro en el que se encuentra ahora. A veces se tapa con una túnica negra y roída. ¿Es que tiene frío o es para dotarse de mayor entidad visual? Claro porque los huesos hacen poco bulto y a nadie le gusta ir desnudo, hasta la Muerte conserva cierto pudor.

Es curiosa también la tremenda agenda que gestiona. Tiene un montón de citas que hasta casi le falta tiempo. Es una incansable trabajadora siempre tan puntual, obsesionada con el relojito de arena, y parece que trabaja por cuenta ajena. Debe llevarse el honorífico título del “empleado del mes” casi siempre porque cuanto más trabajo hay, más feliz es. Lo suyo es vocacional.

Además en casa no para, parece que le gusta tener el jardín bien segado y siempre aparece con una solicita guadaña, dispuesta a segar y cosechar. Una clara apuesta por las herramientas de toda la vida, nada de aparatejos eléctricos que puedan fallar.

En fin, parece que hemos adoptado nuestra parte más dura y resistente como la personificación del paroxismo de la carne. La carne pagada de si misma, se refocila retorciéndose en forma de bellas facciones, nos engaña y define nuestra forma de ser, nuestro estilo de vida, nuestros ancestros familiares. Al llegar la Muerte, nos desnudamos, nos quitamos los disfraces, las tabletas de chocolate, las ruedas michelin, y nos presentamos como lo que somos… un poco feos.

jueves, 20 de octubre de 2011

Esos que se llaman seres humanos

El 13 de octubre de 2011, la realidad del mundo que hemos creado mostró su cara más horrible en Foshan. Mostró las garras y la pavorosa cara de la horrible bestia en la que nos hemos convertido.

La actual sociedad enferma en la que vivimos nos ha llevado a un grado de deshumanización tan extremo que nos hemos convertido en despojos andantes, basura mal pensante, narcisista y egocéntrica.

Wang Yue ha sido la desgraciada víctima de ese animal inmisericorde que se consume en sus propios jugos, y que no es otro que la actual sociedad produtivo-consumista, de la que China es el nuevo heraldo.

China es muy grande y, aún con grandes esfuerzos, no me gustaría generalizar pero da realmente miedo comprobar cual es el valor de una vida humana en la gran factoría del mundo. En qué estercolero ha quedado abandonado el ancestral acervo cultural que atesoraba China. En qué clase de ganado productivo hemos convertido a esa gente, ¿es que el gobierno les administra hasta el alma? Es tal el grado de alienación individual alcanzando en China que los mil millones de chinos se han convertido en una especie de ameba, de masa informe que acaba con la vida de una niña de 2 años como si se extirpara un molesto forúnculo.

Hace bastante tiempo que vengo dándole vueltas al asunto del comunismo en China. Cada día me sorprende más. Últimamente, me encontraba digiriendo como es eso de un comunismo de Porsches conducidos por tíos vestidos con mandil, cuando me entero que los ciudadanos deben pagarse sus propios gastos médicos al más puro estilo del capitalismo despiadado. Por otro lado, lo sucedido en Foshan el 13 de octubre de 2011, me ha dado otra clave por la cual el Partido mantiene bajo su bota a los mil millones de almas. La dichosa clave consiste en desarrollar una sociedad con un nivel moral y ético a la altura de una cucaracha. De esta manera, relegando la función cerebral de los ciudadanos al cerebro reptiliano, sus mandatarios pueden estar tranquilos de que el ganado se contentará con darles algo para comer y un camastro para dormir entre los turnos de trabajo.

La niña Wang Yue se debate entre la vida y la muerte, el conductor que la atropelló por dos veces tiene como máxima aspiración que la niña muera para no pagarle los gastos médicos, nadie irá a la cárcel y todos somos responsables. Mientras tanto, yo aborrezco la raza humana y me lamento de la crisis “mental” que nos ha tocado vivir.

En estos momentos, la vida de Wang Yue vale más que toda la China junta.

En honor a Wang Yue, tan sólo una vida humana.

(El video es altamente desagradable pero es que así somos)

miércoles, 19 de octubre de 2011

El Triángulo de los Monegros (Capítulo Final)


Mientras la distancia que le separaba del vehiculo que circulaba en sentido contrario se iba consumiendo lentamente, C.F.J. suplicó benevolencia a la realidad con el fin de obtener algún indicio que le diera la clave de lo que estaba pasando. Sin embargo, la realidad mostró su lado más terco cuando aquel Renault 8 volvió a aparecer delante de sus ojos atónitos. En esta ocasión su ocupante le dedicó una socarrona sonrisa que hacía gala sin reparos de la carencia de piezas dentales de aquel rostro huesudo de nariz aguileña.

C.F.J. intentó bloquear el torrente de pensamientos atropellados que inundaba su mente. Si su cerebro hubiera tenido un botón ON/OFF, este hubiera sido un buen momento para utilizarlo. Casi en estado de shock pasó por Peñalba y de forma masoquista miró hacia el balcón desde donde anteriormente había recibido el saludo de aquel grupo de ancianos. Estaba vacío. Por un momento la situación parecía recuperar cierta cordura. ¾Esto es un cúmulo de casualidades y nada más,¾ pensó con la urgencia de volver al mundo real. Pero desafortunadamente, se encontró con la mirada condescendiente de un agricultor de avanzada edad que con su pequeño tractor se había acercado a la valla que delimita el autopista.

Empezaba a sentir la necesidad imperiosa de pedir ayuda y la próxima gasolinera se le antojó un buen sitio para preguntar. Aminoró la marcha con la intención de parar pero a medida que circulaba por el carril de salida del autopista se iba dando cuenta que la reducción a lo absurdo le dejaba poco espacio para preguntar. Qué iba a preguntar, por donde se va a Zaragoza o si es esta la autopista AP-2. El sinsentido de aquella situación lo puso frente al espejo del ridículo por lo que sólo fue capaz de cruzar un par de miradas con el empleado de la gasolinera antes de volver a incorporarse al autopista sin haber detenido el vehiculo. Salió de aquella gasolinera desorientado, como si fuera el último clavo al que aferrarse antes de ser devorado por el malicioso bucle sin sentido que atormentaba su viaje.

Atravesó la localidad de Bujaraloz y avanzó unos kilómetros más con la agridulce certeza de saber que vendría después. Al menos, no le perseguía ningún camión cisterna y podía conducir con resignada calma.

Efectivamente, allí estaba el cartel anunciando su condena: Candasnos…

¾Me da todo igual,¾ pensó con la intención de conducir un rato sin más preocupaciones, como si nada de esto hubiera pasado. Era la típica estrategia del avestruz y así, se dispuso a sacar el látigo de la indiferencia. Pero la realidad no iba a dejarse dominar tan fácilmente y la serena determinación de C.F.J. salió huyendo como alma que lleva el diablo cuando aquel camión cisterna, que le esperaba en el arcén, su puso en marcha tras su paso para hacerle cercana compañía.

La presencia del camión tuvo su lado bueno. La omnipresente imagen del amedrentador morro de la cisterna ayudó a C.F.J. a realizar aquella iteración sin pensar en nada más, de forma rápida e indolora. Por supuesto, el camión le abandonó en la gasolinera cercana a Bujaraloz justo a tiempo para que su atropellada mente se diera cuenta de que el grado de inclinación solar había cambiado y el improductivo día estaba tocando a su fin. El luminoso del Hostal El Ciervo estimuló sus ganas de tirar la toalla, de abandonar la batalla momentáneamente y hacer borrón y cuenta nueva al día siguiente. Aparcó frente a la entrada y pidió una habitación en recepción. Por un momento pareció recuperar cierto control de la situación. Estaba reventado y todavía no sabía muy bien porque. Una ducha reparadora y una buena cama parecían el mejor remate posible del día.

Se encontraba en la habitación cuando su mujer le llamó al móvil extrañada por no haber recibido noticias suyas con anterioridad. Él mostró una fingida calma y le comunicó que había tenido un problema mecánico cerca de Zaragoza y esto le había generado un retraso considerable. Su mujer aplaudió la decisión de hacer noche en El Ciervo a pesar de que la llegada a la hora del entierro corría peligro. La conversación con su mujer animó bastante a C.F.J. que se puso inmediatamente a mirar los mapas que había en la mesilla de noche soñando con alcanzar el verde valle del Ebro. El cansancio le rindió sobre aquellos cuarteados mapas y un sueño ligero, sudoroso e intranquilo sólo le permitió cierta reparación física.

A la mañana siguiente, se despertó muy temprano y no dudó un momento en bajar al bar a desayunar para reemprender la marcha lo antes posible y poder pasar página definitivamente. La aparente normalidad con la que había pasado la noche, no hacía sospechar ninguna intrincada trampa del destino. Después de terminar su café, se dirigió a recepción para abonar la cuenta de la habitación y recuperar su DNI que había dejado la noche anterior mientras el recepcionista formalizaba su reserva. Esa mañana había otro recepcionista al que llevó su tiempo encontrar el documento de identidad requerido. Mientras C.F.J. esperaba impaciente, el recepcionista masculló una frase entre dientes que enervó la médula espinal del huésped. ¾Total, no lo vas a necesitar,¾ le pareció oír al atormentado viajero. A pesar de que el recepcionista negó y volvió a negar varias veces el haber abierto la boca, este difuso indicio fue suficiente para volverle a conectar con el sentimiento trágico del día anterior.

Salió lentamente del vestíbulo, cabizbajo y pensativo, y se dispuso a arrancar el Bora. ¾Es increíble el calor que empieza a hacer ya a estas horas del día, ¾ pensó mientras bajaba las ventanillas.

El Bora se encaminó lentamente hacia el carril de aceleración del autopista en sentido Zaragoza con la ilusión puesta en dejar atrás aquel odioso desierto. Hoy, había decidido tomarse las cosas con más calma, poco a poco y sin prisa. Así que, fue dejando atrás el pueblo de Bujaraloz a medida que crecía su alegría al contemplar un nuevo paisaje desértico no visto hasta ese momento. Su corazón latía con fuerza al tiempo que la incontenible alegría le hacía dar palmaditas al volante mientras se animaba a sí mismo diciendo, ¾¡vamos, vamos! De repente, un súbito pitido de claxon distrajo su atención. Sonaba como a viejo y cuando se dio cuenta, ya tenía aquel odioso coche a su altura procediendo a terminar la maniobra de adelantamiento. De nuevo el maldito Renault 8 que en esta ocasión parecía querer frenar su marcha y su vía de escape de aquel terrible bucle. En efecto, no tardó demasiado en aparecer la señal que indicaba la pronta entrada en la localidad de Candasnos.

En aquel momento comprendió que jamás saldría de allí. Como un Sísifo de la edad moderna había sido condenado a iterar interminablemente por aquel trozo de desierto del que no saldría vivo. Las manos sudorosas, el corazón desbocado, pensaba en su mujer y en sus hijas y hasta le pidió ayuda al alma de su tía abuela.

Llegó a la altura de aquella acacia de tronco blanquecino y retorcido, compañera de viaje y de suplicio. Usó la salida de Bujaraloz en un último intento para escapar de la pesadilla sin fin. El habitáculo del coche le resultaba cada vez más opresivo y como si se tratara de un barco que se hunde, sintió la necesidad de saltar al mar. Cogió el móvil para intentar comunicarle lo delicado y angustioso del momento a su mujer. Al marcar el número, escuchó al otro lado de la línea una voz automática que decía, ¾le informamos que no existe ningún número de teléfono con esa numeración.

Lanzó el móvil sobre el asiento del acompañante con gesto resignado y abrió la puertezuela enfrentándose a la achicharrante inmensidad del desierto. Comenzó a caminar sin rumbo fijo, huyendo de aquella maldita carretera y alegre por no tener que pasar más por allí. La espalda mojada de sudor, los zapatos polvorientos y la postura entregada a la gran bestia devoradora, así se adentró en el desierto…

A la mañana siguiente, Radio Zaragoza abría así su sección de sucesos: “un hombre de mediana edad cuyo nombre responde a las iniciales C.F.J. ha sido encontrado muerto cerca de la localidad de La Almolda. Se desconocen los motivos de su muerte así como los medios por lo que ha podido llegar hasta las inmediaciones de esta localidad de la comarca de los Monegros…

domingo, 16 de octubre de 2011

miércoles, 12 de octubre de 2011

El Triángulo de los Monegros (Capítulo Primero)

(clicar en la foto para ver el mapa)

Se subió al coche renegando de su tía abuela, y tan atropellado mentalmente, que casi olvidó despedirse de su mujer y sus hijas que le miraban preocupadas desde el umbral de casa. Si bien era cierto que la salud de la hermana de su abuela había ido empeorando en los últimos meses, nunca es plato de buen gusto la noticia de una defunción en la familia. Quizá, porque nos recuerda que nuestro puesto en la fila va avanzando posiciones hacia el precipicio del más allá, o quizá porque un hecho así obliga a compartir emociones íntimas con familiares que se tienen ya casi olvidados.

Además, por si fuera poca la negatividad con la que estaba afrontando todo el asunto, todavía le quedaban unas cuantas horas de viaje por carretera en pleno mes de julio. La razón de tal dispersión familiar radicaba en la circunstancia por la cual la familia, de origen castellano, se había dividido en 2 ramas hacía ya muchos años cuando su abuela había dejado el castizo Madrid para casarse con un industrial textil catalán encaprichado con ella. Así que, sin apenas tiempo para preparase, C.F.J. había pedido un permiso en el trabajo y en plena canícula se disponía a recorrer el trayecto Barcelona-Madrid en el menor tiempo posible.

Como era habitual en él, empezó a cansarse a los pocos kilómetros de puro aburrimiento y comenzó a realizar extrañas contorsiones tratando de desperezarse. Sólo la contemplación de la señal que anunciaba la proximidad de Fraga y el fin de la comunidad autónoma catalana pareció enervar ligeramente su adormilado sistema nervioso. El paso por Fraga le abrió las puertas del infierno pues el calor de aquel mes de julio era tan descomunal que sobre la carretera se formaban irisaciones a través de las cuales parecía temblar la realidad. Así, el ingreso en la comarca de los Monegros, de camino a Zaragoza, le produjo una extraña sensación de soledad e inmensidad, causada sin duda por la súbita e inusitada aridez del paisaje. Se trataba de una sensación de extraña incertidumbre paliada en cierta medida al ver aparecer el primer núcleo poblacional de aquel desierto, la localidad de Candasnos.

¾Cómo puede vivir gente aquí,¾ pensó mientras su ya viejo Volkswagen Bora engullía los ardientes kilómetros de aquella solitaria carretera. La calificación de solitaria no era baladí pues desde hacía ya unos cuantos kilómetros C.F.J. circulaba completamente solo por aquella autopista. ¾Cómo puede ser que en la España del siglo XXI exista un autopista por el que no circule nadie,¾ se preguntaba extrañado.

A medida que avanzaba, iba circunvalando el trozo de desierto disfrazado con grandes lunares verdes que rodea Candasnos y se disponía a atravesar una pequeña cadena montañosa que rompía la monótona planaridad del paisaje estepario. Se fijó a la derecha en el hito que mostraba el punto kilométrico de la autopista AP-2, KM 84. En ese preciso instante, sufrió un acceso de melancolía causado por el lejano recuerdo infantil de su tía abuela que durante muchos años fue para él casi como su segunda abuela. Aquel sentimiento que nos pone delante del espejo de lo que realmente somos y de lo que realmente valemos iba invadiendo lentamente hasta los capilares más finos de su cuerpo. Es como asistir a un gran juicio en el que se decide el destino de la humanidad, uno se pone su mejor traje mental, se reviste de pompa y circunstancia y se dispone a escuchar el veredicto que usualmente se toma como un viaje, el viaje. Al menos, el mundo se acuerda aunque sólo sea por unos instantes del viajero involuntario que comienza unas largas vacaciones a gastos pagados, y bien pagados.

Se estaba acercando a Peñalba cuando distinguió a lo lejos el destello de lo que parecía el parabrisas de un coche que circulaba en sentido contrario. El hilo que tensaba su angustia cedió por un momento mientras la constatación de que otro coche cruzaba aquel secarral le producía un tremendo efecto balsámico. Divisaba ya las casas de Peñalba cuando intersectó al otro vehiculo. Se trataba de un Renault 8 de esos con las ruedas traseras despatarradas cuyo ocupante ocultaba la cara tras un manido sobrero negro de ala corta. La composición parecía un fotograma extraído del baúl de los recuerdos y vaya por Dios, en vez de calmarse, el ritmo cardiaco de C.F.J. iba en aumento. Además, Peñalba no era más que cuatro casas y pronto se vio de nuevo abocado al desolador desierto. Eso sí, le dio tiempo a fijarse en un grupo de ancianos que le saludaba desde el balcón de una de las encaladas casas sobre el promontorio.

¾No sé si es que el calor seca los cerebros o que diablos pasa aquí pero estoy viendo gente muy rara,¾ pensó casi gritando.

Es curioso, pero sin saber de que forma o manera, aquel viaje estaba resultando emocionalmente cargante al son del serrucho de las cigarras mientras C.F.J. se cocía lentamente por culpa de que el aire acondicionado del Bora necesitaba una recarga.

A lo lejos se divisaban algunos retales verdes a los que se iba acercando lentamente. Justo antes de entrar en la zona verde que envolvía Bujaraloz, su retina capto a la derecha el seco y blanquecino tronco de una acacia que hacia las veces de portero del desierto. Ese tronco retorcido parecía el último vestigio de vida vegetal y junto a él se encontraban los restos calcinados por el sol de un vehiculo que creyó similar al suyo. Incluso el deslavazado color que aún se intuía en la chapa polvorienta coincidía con el de su Bora. No le dio mayor importancia y siguió su decidido camino hacia Bujaraloz.

Pasó por delante de una gasolinera pero decidió no parar porque todavía le quedaba medio depósito, y de repente, un camión cisterna se incorporó al autopista justo detrás de él. ¾Bueno, ya tengo compañía,¾ pensó.

Así, encaró Bujaraloz mientras el camión cisterna parecía cada vez más desesperado y realizaba escaramuzas en las que no guardaba la distancia de seguridad. Por un momento, pasó por su cabeza el recuerdo de aquella vieja película de Spielberg, quizás la única buena, “El diablo sobre ruedas”.

¾¡Pero qué cojones quiere este cabrón. Si éramos pocos parió la burra!¾ Y así, enfrascado como estaba en el tira y afloja con la cisterna, no vio la señal que indicaba el pueblo en cuyo término municipal acababa de entrar: Candasnos…

Mientras C.F.J. miraba compulsivamente por el retrovisor, el camión pareció aminorar la marcha separándose progresivamente del Bora para acabar estacionando finalmente en el arcén. Aquello no tenía ninguna explicación, lo cual no le impidió alcanzar cierta tranquilidad.

Continuó circulando desprevenido por aquella solitaria carretera aunque cierto sentimiento de deja vu iba apoderándose lentamente de su percepción. Casi como el fotograma de una cámara de alta velocidad, su retina captó algo en el borde de la carretera que desboco por completo los caballos de su ansiedad. No podía ser, ¾ese cartel indica que estoy en el KM 84. Ha debido ser el cansancio, iré despacio para fijarme en el siguiente punto kilométrico. Transcurrido un par de minutos, la silueta del siguiente mojón se recortaba sobre la blancura del desierto. A regañadientes alzo lentamente la vista y sí, no había duda, se trataba del KM 83.

De nuevo la sensación de soledad casi infantil del niño que pierde de vista a sus padres en el centro comercial se apoderó de él. ¾Debo reponerme, debe haber algún error. ¡Mira! alguien viene por ahí delante,¾ se dijo para sus adentros intentando calmarse...

CONTINUARÁ