sábado, 25 de febrero de 2012

Vampirismo Escatológico


Después de una noche psicológicamente tormentosa, Ude se levantó rarito. Una extraña sensación de desorientación, como de haber perdido el hilo, se apoderaba de su indolente despertar mientras se afeitaba hipnotizado ante el espejo.

El grito de su mujer, recordándole lo tarde que era, le sacó del estado hipnótico en el que se encontraba, como atrapado todavía por el peso de las mantas. Casualmente, en ese preciso instante pasaba la cuchilla de su maquinilla por la prominencia de la nuez y el sobresalto provocó un movimiento brusco y poco calculado que terminó en un profundo corte.

¾¡Qué mala suerte!, con la prisa que tengo y la hemorragia que no se estanca.

Ude ya veía peligrar la blancura del cuello de su camisa y todo eran viajes al rollo de papel del water y torpes manotazos. Finalmente, bajó como pudo y sin tiempo de desayunar cogió su maletín y salió disparado dándole un beso a su mujer en el cogote.


De camino a la oficina, tuvo ocasión de comprobar otra vez la frenética actividad que se desarrollaba últimamente en el tanatorio.

¾¡Cabrones, no habéis parado de echar leña al fuego en toda la noche, eh!,¾ pensó arrogante mientras se acercaba con su coche al tanatorio municipal. En verdad, enseguida le empezó a extrañar el fulgor de algo que reflejaba el sol de la mañana. Conforme fue acercándose, comprobó que realmente era como si hubiera un espejo debajo del contenedor de basura de la puerta trasera del tanatorio. Cuando estaba tan solo a unos metros, redujo la velocidad y pudo constatar con claridad que se trataba de un fluido espeso y muy oscuro el que hacía las veces de improvisado espejo.

Con creciente desazón, superó su ángulo de visión sobre los cubos de basura comprobando que en la parte trasera había una pequeña jauría de gatos disputándose lo que parecía una mano. Detuvo el coche para fijarse con atención pero cuando uno de los gatos enfrascados en el festín giró la cabeza y clavó su mirada en él, no pudo más que continuar con mayor inquietud, si cabe, al no haber podido comprobar cual era el objeto de tal devoción felina. Ude entró en el autopista queriendo echar tierra de por medio, haciendo como si no hubiera visto nada y deseando que al volver por la noche no hubiera más visiones de ese tipo esperándole en el camino.

El día en la oficina fue anodino, tiznado todo él de aquella pátina de desencanto, de indolencia vital. Al llegar la tarde, fue comprobando como la gente iba marchándose feliz a sus casas, lo cual encajaba perfectamente en el plan de vida que el sistema nos tiene preparado a todos. La gente suele esbozar una cansada sonrisa a la salida del trabajo pero, sin embargo, a Ude todavía le quedaban bastantes cosas por hacer y quizá, la posible visión de una merienda gatuna no le seducía demasiado a la hora de salir.

Al cabo de diez minutos de introspección, en los que no había oído ni un ruido, se dio cuenta de que probablemente estaba solo en la oficina. Ude tenía un buen despacho con un gran ventanal a su espalda por el que la luz iba extinguiéndose a eso de las seis de la tarde. Casi sin darse cuenta, cayó víctima del cansancio acumulado y sentado como estaba, sus párpados se cerraron por un momento.

Algo a su espalda empezó a llamarle poderosamente la atención pero él se resistía a girarse. De repente, empezó a oír el agudo chirriar de un objeto punzante que rascaba el vidrio y que, en base a la entonación que acompañaba al sonido, se le antojaba que iba describiendo círculos. Ude intuía que lo que le esperaba a su espalda no iba a ser nada agradable, presentía la malignidad de la situación. Sin embargo, no pudo resistir la curiosidad y se dio la vuelta sobre si mismo con la vaga esperanza de que aquel sonido fuera sólo producto del viento. Cuando todavía no había concluido el giro, el rabillo de su retina empezó a vislumbrar una extraña forma que nada tenía que ver con el viento. Sin embargo, continuó girando hasta estar frente a frente con aquello. La muy aparente reacción de espanto que sufrió fue de tal calibre que hasta le hizo sentir vergüenza delante de aquella criatura inmunda y babeante que le miraba fijamente con ojos reptilianos. Se le erizó hasta el último pelo de su cuerpo y sus cinco litros de sangre parecieron aglutinarse formando un bolo que rebotó entre las cuatro paredes de su cuerpo.

Lo que tenía delante de sus narices nada tenía que ver con las visiones vaporosas de vampiros visitantes que tan metidas tenemos en el subconsciente. Más bien parecía el paria de los vampiros, sucio, descarnado, enseñando las encías abiertas de las cuales brotaba un líquido amarillento como el pus; la apariencia tremenda de lo que la tierra misericordiosa debería mantener eternamente oculto. Las uñas sucias y afiladas seguían rascando el vidrio mientras su cabeza realizaba movimientos espasmódicos que no parecían posibles para un cuello humano. Pero su mirada era lo peor, era una mezcla de la afilada y resabiada mirada vampírica, y la mirada vegetal perdida propia de los cuerpos sin alma. Torcía la boca en una mueca socarrona mientras su mejilla abierta dejaba entrever algunos molares ennegrecidos por la putrefacción que estaban acostumbrados a masticar. Los andrajos que portaba acogían nidos de gusanos que retozaban entre sus vísceras rezumantes y en algunas partes de su cuerpo la piel se transparentaba dejando ver todo un manual de anatomía, con sus vasos sanguíneos, sus huesos fracturados y sus órganos, que parecían pedir comida mediante lentos movimientos espasmódicos. Todo el conjunto estaba sujeto a una suerte de peristaltismo que parecía absorber toda la vida a su alrededor. De los miembros inferiores, nada se sabía, pues la criatura se sostenía colgada en el vacío de un décimo piso mostrando unos pellejos colgantes poco más abajo de las ingles.

El chasquido que anunciaba la aparición de una grieta en el cristal le sacó de su ensueño, devolviéndole a una realidad que, en principio, le pareció cómica. Se había dormido en el trabajo, sólo unos minutos que le parecieron una eternidad. Miró a su alrededor, se vio solo y de nuevo la oleada de pavor le invadió. Ya había tenido bastante por aquel día, así que recogió apresuradamente los documentos que empapelaban la mesa y se levantó como un resorte, siempre sin mirar atrás.

Cuando se encaminaba hacia la puerta de su despacho, Ude consiguió sobreponerse, riéndose de si mismo y de lo tonto que era, pero justo al girar el pomo de la puerta para salir, comenzó a escuchar tras de sí el mismo chirrido metálico circular que le había enervado unos minutos antes. Decidido a no mirar hacia atrás, cerró la puerta tras de si. Al entrar apresuradamente en el ascensor para bajar al parking, tropezó con Avlas, un empleado de mantenimiento que precisamente se dirigía al despacho de Ude para reparar el termostato del aire acondicionado. La caja de herramientas cayó al suelo mientras Avlas pronunciaba maldiciones.

¾Me voy de regreso a casa…pasando por el tanatorio,¾ pensó Ude.

D Q W

sábado, 18 de febrero de 2012

Supervitaminarse

No manejo datos objetivos al respecto pero intuyo que la humanidad siempre ha tenido a su alcance sustancias químicas exógenas que le han permitido tratar diversos males y afecciones. Este hecho sanatorio ha generado una relación muy especial entre los humanos y determinados productos químicos, que han sido considerados en muchas ocasiones algo propio de los dioses. De ahí, que en la antigüedad eran los chamanes quienes atesoraban el saber farmacológico y las sustancias químicas se encontraban en el Olimpo de los remedios milagrosos.

Una vez superada esta fase mítica, la química también ha sido usada para quitar la vida y hubo toda una tradición de envenenadores, que sabían poner las obedientes moléculas a su servicio, y que alcanzaron su máxima expresión durante el Imperio Romano y la posterior Edad Media.

Con el advenimiento de la farmacología moderna, que en España yo situaría después de la segunda guerra mundial, las sustancias químicas entraron con todos los honores dentro del campo de los avances benefactores de la humanidad.

Me da la impresión de que a medida que se consolidaba una clase media en España, crecía simultáneamente la sensación de que las medicinas pueden curar prácticamente todas las enfermedades y alargar la esperanza de vida hasta límites insospechados. De esta forma, con el paso del tiempo, la ciencia proveerá el remedio farmacológico para todo, es decir, que en la mente del ciudadano común anida la idea de que una vez reducido el cuerpo humano a un mecanismo biológico desvelado, el curso de las enfermedades, que entonces se llamarán procesos biológicos anómalos, podrá ser intervenido con esas entidades químicas xenobióticas que llamamos fármacos.

Yo mismo he sido producto de aquella generación de madres confiadas que acumulaban en casa botiquines con una solución para casi todo: diarreas, quemados, golpes, constipados y hasta gripes eran curados en casa, casi sin la necesidad de ir al médico, me refiero cuando todavía había barra libre de antibióticos.



De mi niñez recuerdo unos cuantos medicamentos que siempre circulaban por casa como el Lacteol o el Agua del Carmen, un lingotazo de 55 grados de alcohol que siempre sacaba mi abuela para combatir los sobresaltos que te da la vida, o el ungüento de Cañizares, con aquella literatura del prodigio que decía: “Los granos, panadizos, pañales, tumores, golondrinos, fístulas, llagas, úlceras, caries de los huesos, abcesos escrofulosos, etc, etc… Son curados en brevísimo tiempo con este remedio privilegiado”.

La literatura farmacológica de aquella época denotaba esa confianza ciega en los remedios de la ciencia y su lectura, hoy en día, arranca irremediablemente una sonrisa. Qué sirvan como ejemplo unos cuantos prospectos que muestro a continuación.

Nada mejor que un buen chute de Thorazina para calmar la mala leche de los abuelos, así dan menos guerra que el ficus benjamina del comedor.

Quién no ha oído hablar de tomar decisiones a golpe de testosterona, allá donde haga falta un macho... Androxil. Por cierto, la publicidad comenta que está incluido en el nuevo Petitorio (no confundir con pepitoria), que era algo así como el catálogo de la botica. ¡Pues me lo pido!

Todos sabemos que la Coca-Cola fue diseñada como bebida medicinal pero esto también le ocurre al 7UP.

En cuanto a los antibióticos, parece que los fabricantes se empeñaban en matar los bichos a cañonazos o con soplete o lanzallamas.




Ahora bien, lo de que los virus se van con un buen carajillo, eso lo hemos tenido claro desde siempre. En este caso con un buen grog.


¡Qué sería Bayer sin su Aspirina! Pero que sería con su Aspirina-Heroína que llegó a comercializar a principios del siglo pasado. Al lado de esto, la Cafiaspirina se queda a la altura del betún.


Eso que los niños vayan probando lo que es bueno... para la tos.

Y para el dolor de muelas, todo el mundo sabe que lo que va mejor es la cocaina, sobre todo para aliviar el dolor de los dientes de leche.

¿Y si el niño no nos deja dormir por la noche? Eso los antiguos lo tenían clarísimo, se le daban 5 gotitas de brebaje de 46 grados con opio y a dormir toda la noche como angelítos.

Luego estaba esa publicidad que hoy en día molesta a la vista. Pastillas sobre perniciosas mantequillas, un tio dándose crema para los golpes con el cigarrito en la boca, o subida de bilirubina con un limón por montera.




Y lo que seguro que nadie se metería ahora, son estos supositorios radioactivos para aumentar el vigor sexual. A más de uno se le debió iluminar el miembro como una bombilla.

Ahora, bien entrados en el siglo XXI, aquel niño que ante el más mínimo malestar físico acudía a su madre, convertida en chamán doméstico, en busca del remedio más oportuno, ya no cree en la fantasía alopática. Si bien es verdad que las medicinas alivian una considerable cantidad de sufrimiento, hay que considerarlas como algo propio de los hombres, no de los dioses.

Me despidiré como decía Super Ratón al acabar sus capítulos “hasta el próximo programa amiguitos y no olviden supervitaminarse y mineralizarse”.