viernes, 8 de agosto de 2014

Selfies


Cada día que pasa son mayores las señales y los signos que nos indican como la sociedad actual se ha encaminado hacia el mayor egocentrismo narcisista de la historia.
Más que caminar, galopamos hacia el absoluto encumbramiento del “yo”, con una visión de la realidad construida alrededor de nosotros mismos, que se ha desprendido ya sin tapujos de la pesada carga de considerar las opiniones y gustos de los demás seres humanos que nos rodean, pareja, hijos, familia, amigos, etc…
Quien mejor que yo mismo me puede proporcionar placer y satisfacción sin tener que someterme a la frustración que seguro me acarreará el intento de construir otras relaciones humanas. No hay nadie que conozca mis gustos mejor que yo mismo. Si es mi cumpleaños, quien me va a hacer un mejor regalo que el que me pueda regalar yo mismo.
Otro de los signos de nuestra era es la falta de tiempo, es decir, la necesidad de conseguir recompensas psicológicas se vuelve acuciante, rápida y obligatoriamente práctica. Quien si no nosotros mismos nos podría devolver esas recompensas o ese placer de forma rápida. Sólo nosotros mismos podemos autocomplacernos de forma rápida y eficiente, de forma cada vez más depurada y sumisa, siguiendo los dictados de nuestro tirano interior.
Es decir, a pesar de estar hipercomunicados a través de las redes sociales y una miríada de canales de información, tendemos irremediablemente hacia la más absoluta soledad autocomplaciente. Hemos descubierto que nadie mejor que nosotros mismos nos puede proporcionar la felicidad y en este siglo XXI nos hemos quitado ya las máscaras de lo socialmente correcto para abandonarnos a lo que nuestra mente nos dicta como la mayor fuente de placer: nosotros mismos.
La cosa empieza a ser descaradamente aparente, con manifestaciones como la moda de “hacerse un selfie”, cuya interpretación nos dibuja una sociedad narcisista constituida por “yos” individuales que en realidad no interaccionan ni se mezclan pero sí se intercambian y se enseñan su “yoidad”. También es cierto que esta moda del selfie ha sido impulsada por dos hechos tecnológicos fundamentales, por una parte todos tenemos teléfono móvil con cámara y por otra, estos mismos teléfonos han empezado a incluir cámaras en ambos lados del terminal, lo cual nos ha permitido capturar la codiciada imagen especular de nosotros mismos. Narciso se enamoró de su imagen reflejada en las aguas de una fuente, nosotros hemos cambiado esas cristalinas aguas por la pantalla de un móvil pero también estamos enamorados de nuestra imagen y por ello la exhibimos enviándola a todos nuestros conocidos de la lista de contactos.
Dentro de la galaxia de recompensas psicológicas y placeres que los humanos podemos alcanzar, el sexo ocupa un lugar central, básico, casi de naturaleza animal. Pues bien, aquí también está sucediendo el fenómeno de la autocomplaciencia, que no es otra cosa que el onanismo. De nuevo, quien mejor que yo mismo me puede proporcionar placer sin los agotadores prolegómenos sexuales, el aburrido cortejo y la estresante necesidad de tener que considerar el placer del otro miembro de la pareja. La masturbación y el consumo de pornografía, es mucho más sencillo, práctico y rápido en cuanto a la obtención de placer sexual se refiere. La relaciones humanas son demasiado complejas, cansan, y en este siglo XXI, por fin nos hemos decidido a dar el paso y decir basta, existe un camino más fácil hacia la felicidad que no es otro que el camino de Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como.
Este hecho está haciéndose muy patente en países como Japón, con una industria pornográfica en apogeo y una sociedad que se ha lanzado a la autocomplaciencia sexual, como lo describe la sexóloga japonesa Mayumi Futamatsu en su libro “La habitación de al lado”
Asimismo, una nueva categoría social bautizada con el nombre de los “herbívoros” se está abriendo paso entre los jóvenes. Son personas que muestran indiferencia o aversión al sexo y por el contrario, se dedican a su cuidado personal, se interesan por la moda y son menos competitivos laboralmente. Es decir, se está abandonando claramente el juego de roles donde el macho dominante, el más fuerte y competitivo, copula con las hembras para asegurar una descendencia basada en la supervivencia del más fuerte. Estas parecían ser las reglas de juego de la supervivencia humana, las reglas de juego de la Naturaleza pues es un patrón que también se repite en otras especies animales, y sin embargo, el hombre del siglo XXI ha decidido romperlas, desafiando a la Naturaleza misma de la propia supervivencia como especie. Y el efecto de esta decisión es fácilmente cuantificable en números ya que Japón es un país con una de las tasas de natalidad más bajas del planeta. (Ver documental “El Imperio de los Sin Sexo” http://www.youtube.com/watch?v=AdUm52_yfQw)
Otra lectura que podríamos hacer de este derrotero que está tomando la sociedad actual es la dificultad para emprender proyectos conjuntos que aglutinen voluntades, ya que por definición, el yo se encierra en si mismo. Esta podría ser una de las razones de ese desencanto hacia lo social o hacia los movimientos reivindicativos que observamos actualmente. Es decir, no hay voluntad de construir una sociedad, preferimos mantenernos como entes aislados muy alejados de la complicidad.
En fin, el self-man parece el modelo de individuo al que nos dirigimos en este principio del siglo XXI y yo he de reconocer que no tengo la capacidad de vislumbrar más allá, el destino más lejano al que nos llevaran estas actitudes.

Telediarios de 2 rombos


Según el antiguo código de regulación de contenidos por rombos, que marcó a la primera generación española con acceso a la televisión, la presencia de 2 rombos en la esquina superior derecha significaba que el programa era no apto para menores de 18 años por su contenido sexual o violento.
Después de una larga temporada de exilio voluntario, en la que la deprimente realidad económica me aburría soberanamente, he vuelto con cierto pudor a ver los noticiarios televisivos para comprobar con estupor que las generosas raciones de muerte y violencia que se sirven en bandeja a la hora de comer son realmente nocivas para la salud.
A diferencia de las películas de terror, que sí son clasificadas de acuerdo con sus contenidos, los noticiarios televisivos no son ficción y constituyen la puerta de entrada a los hogares de grandes dosis de muerte y desolación en prime time.
Siempre se ha dicho que comer con la televisión encendida no era una buena práctica porque cohibía la comunicación familiar, sin embargo, actualmente yo diría que no se debe hacer bajo riesgo de sufrir una severa indigestión, una arcada incontrolable o una nausea existencial. ¿Puede un ser humano normal comerse unas croquetas mientras soporta la visión de un padre palestino fuera de si que porta a su hijo muerto y ensangrentado en brazos?, ¿es normal degustar la paella de la suegra o las lentejas de nuestra madre mientras observamos el penduleo de 5 narcos mexicanos ahorcados desde un puente por parte de un clan enemigo?, ¿os parece saludable mezclar los 200 muertos de la última tragedia aérea con la lechuga de la ensalada? Y si un niño pasa por delante del televisor a la hora de telediario, ¿qué creéis que pasará con su infancia?, ¿qué hemos de responder cuando nuestro hijo nos pregunta qué ha hecho ese señor que llevan a la cárcel a sabiendas de que es un violador?
Supongo que se necesita entrenamiento para ser capaz de hacer todas estas cosas mientras la muerte esparce su olor por encima de tu mesa y la barbarie humana hace ostentación de su enormidad. Es evidente que aquí está funcionando una severa elevación del umbral de sensibilidad a base de recibir diariamente una generosa cantidad de estímulos de desgracia y desolación. No hay otra forma para poder soportarlo. La sociedad actual y en concreto, el periodismo, han configurado una forma muy particular de vivir, basada en el morbo, que inyecta constantemente noticias desgraciadas ocurridas alrededor del mundo para que ningún humano civilizado se quede sin su ración de morbo y se sienta en parte reconfortado en la desgracia ajena, “lo mío no es tan grave, otros están peor”
Y así, creo que hemos llegado al punto de preguntarnos si es esto lo que realmente queremos, si deseamos que nuestros hijos eleven su umbral de sensibilidad tanto como para ir pisando muertos a la hora de comer, o si es este el tipo de periodismo que nos aporta algo, o por el contrario sólo aporta bazofia de la peor calaña. Antes de responder estas preguntas deberíamos desintoxicarnos un poco y quitarnos un poco de podredumbre para ver con mayor claridad. Una vez hecho esto, creo que todos estaríamos de acuerdo en colocar esos antiguos 2 rombos en la esquinita de la pantalla cuando los telediarios nos abren su perniciosa ventana al mundo.
O quizás es que la realidad que nos envuelve es realmente de 2 rombos y ahora que vivimos hiperconectados, la desgracia y la cara menos humana del ser humano fluyen a sus anchas por los canales de la comunicación. Si nos fijamos en una realidad más local, podremos comprobar como de vez en cuando suceden desgracias pero la gran mayoría de las cosas que suceden en el día a día son buenas para la comunidad y es por ello que esa comunidad es viable. Pues bien, el periodismo actual consiste es recolectar un buen puñado de desgracias diarias ocurridas en los cuatro extremos del mundo y vomitarlas todas juntas allá donde haya un osado televidente tan atrevido o imprudente como para encender la tele a la hora del telediario.
En mi reducido entender sólo veo dos soluciones: o los telediarios incluyen también un buen puñado de noticias buenas que compensen a las malas en un justo balance o nos vamos a ver telediarios más locales donde el número de desgracias está limitado por la geografía. La primera solución ya se ha intentado alguna vez pero sin éxito, ¡el morbo vende más! De hecho es lo que más vende. Descartada la primera solución podemos tomar una actitud “antiglobalización” y ver los telediarios de nuestra comunidad o de nuestra ciudad, y así contemplaremos los problemas que más nos importan por pura lógica de proximidad.

Yo por mi parte, si el censor no lo remedia, seguiré sin ver los telediarios y elegiré un medio escrito, ya sea prensa o Internet, que me permita hacer mi criba personal de noticias.