Cada
día que pasa son mayores las señales y los signos que nos indican como la
sociedad actual se ha encaminado hacia el mayor egocentrismo narcisista de la
historia.
Más
que caminar, galopamos hacia el absoluto encumbramiento del “yo”, con una visión
de la realidad construida alrededor de nosotros mismos, que se ha desprendido
ya sin tapujos de la pesada carga de considerar las opiniones y gustos de los
demás seres humanos que nos rodean, pareja, hijos, familia, amigos, etc…
Quien
mejor que yo mismo me puede proporcionar placer y satisfacción sin tener que
someterme a la frustración que seguro me acarreará el intento de construir
otras relaciones humanas. No hay nadie que conozca mis gustos mejor que yo
mismo. Si es mi cumpleaños, quien me va a hacer un mejor regalo que el que me
pueda regalar yo mismo.
Otro
de los signos de nuestra era es la falta de tiempo, es decir, la necesidad de
conseguir recompensas psicológicas se vuelve acuciante, rápida y
obligatoriamente práctica. Quien si no nosotros mismos nos podría devolver esas
recompensas o ese placer de forma rápida. Sólo nosotros mismos podemos
autocomplacernos de forma rápida y eficiente, de forma cada vez más depurada y
sumisa, siguiendo los dictados de nuestro tirano interior.
Es
decir, a pesar de estar hipercomunicados a través de las redes sociales y una miríada
de canales de información, tendemos irremediablemente hacia la más absoluta
soledad autocomplaciente. Hemos descubierto que nadie mejor que nosotros mismos
nos puede proporcionar la felicidad y en este siglo XXI nos hemos quitado ya
las máscaras de lo socialmente correcto para abandonarnos a lo que nuestra
mente nos dicta como la mayor fuente de placer: nosotros mismos.
La
cosa empieza a ser descaradamente aparente, con manifestaciones como la moda de
“hacerse un selfie”, cuya interpretación nos dibuja una sociedad narcisista constituida
por “yos” individuales que en realidad no interaccionan ni se mezclan pero sí
se intercambian y se enseñan su “yoidad”. También es cierto que esta moda del
selfie ha sido impulsada por dos hechos tecnológicos fundamentales, por una
parte todos tenemos teléfono móvil con cámara y por otra, estos mismos
teléfonos han empezado a incluir cámaras en ambos lados del terminal, lo cual
nos ha permitido capturar la codiciada imagen especular de nosotros mismos. Narciso
se enamoró de su imagen reflejada en las aguas de una fuente, nosotros hemos
cambiado esas cristalinas aguas por la pantalla de un móvil pero también
estamos enamorados de nuestra imagen y por ello la exhibimos enviándola a todos
nuestros conocidos de la lista de contactos.
Dentro
de la galaxia de recompensas psicológicas y placeres que los humanos podemos
alcanzar, el sexo ocupa un lugar central, básico, casi de naturaleza animal.
Pues bien, aquí también está sucediendo el fenómeno de la autocomplaciencia,
que no es otra cosa que el onanismo. De nuevo, quien mejor que yo mismo me
puede proporcionar placer sin los agotadores prolegómenos sexuales, el aburrido
cortejo y la estresante necesidad de tener que considerar el placer del otro
miembro de la pareja. La masturbación y el consumo de pornografía, es mucho más
sencillo, práctico y rápido en cuanto a la obtención de placer sexual se
refiere. La relaciones humanas son demasiado complejas, cansan, y en este siglo
XXI, por fin nos hemos decidido a dar el paso y decir basta, existe un camino
más fácil hacia la felicidad que no es otro que el camino de Juan Palomo, yo me
lo guiso y yo me lo como.
Este
hecho está haciéndose muy patente en países como Japón, con una industria
pornográfica en apogeo y una sociedad que se ha lanzado a la autocomplaciencia
sexual, como lo describe la sexóloga japonesa Mayumi Futamatsu en su libro “La
habitación de al lado”
Asimismo,
una nueva categoría social bautizada con el nombre de los “herbívoros” se está
abriendo paso entre los jóvenes. Son personas que muestran indiferencia o
aversión al sexo y por el contrario, se dedican a su cuidado personal, se
interesan por la moda y son menos competitivos laboralmente. Es decir, se está
abandonando claramente el juego de roles donde el macho dominante, el más
fuerte y competitivo, copula con las hembras para asegurar una descendencia
basada en la supervivencia del más fuerte. Estas parecían ser las reglas de
juego de la supervivencia humana, las reglas de juego de la Naturaleza pues es
un patrón que también se repite en otras especies animales, y sin embargo, el
hombre del siglo XXI ha decidido romperlas, desafiando a la Naturaleza misma de
la propia supervivencia como especie. Y el efecto de esta decisión es
fácilmente cuantificable en números ya que Japón es un país con una de las
tasas de natalidad más bajas del planeta. (Ver documental “El Imperio de los
Sin Sexo” http://www.youtube.com/watch?v=AdUm52_yfQw)
Otra
lectura que podríamos hacer de este derrotero que está tomando la sociedad
actual es la dificultad para emprender proyectos conjuntos que aglutinen
voluntades, ya que por definición, el yo se encierra en si mismo. Esta podría
ser una de las razones de ese desencanto hacia lo social o hacia los
movimientos reivindicativos que observamos actualmente. Es decir, no hay
voluntad de construir una sociedad, preferimos mantenernos como entes aislados
muy alejados de la complicidad.
En
fin, el self-man parece el modelo de individuo al que nos dirigimos en este
principio del siglo XXI y yo he de reconocer que no tengo la capacidad de
vislumbrar más allá, el destino más lejano al que nos llevaran estas actitudes.
3 comentarios:
Joan,
Lo último que me ha sorprendido entre la juventud actual ha sido la moda del “desafío de fuego” (fire challenge), que consiste en rociar una parte del cuerpo con alguna substancia inflamable, acercar una cerilla y grabar lo que aguanta el joven con la piel ardiendo para colgarlo seguidamente en internet y alcanzar así una popularidad instantánea. Ni que decir tiene que el experimento ya cuenta con víctimas mortales entre sus practicantes. La pregunta “¿es necesario alcanzar estas cotas de estupidez para llegar a ser famoso?” quizás tenga una respuesta afirmativa para un mundo cada vez más pequeño gracias a las redes sociales; quizás es una manera de destacar entre una masa de más de siete mil millones de habitantes del planeta; quizás la popularidad esté cada vez más al alcance de la mano si consigues que vean tu vídeo millones de seres humanos y, por qué no, un acceso a pingües ingresos si la publicidad quiere arroparte en tu intento de tea humana. El “selfie“ o los “sin sexo” son ejemplos menos duros que el que te cuento, pero con el mismo propósito autocomplaciente que tan bien nos describes. ¿Para cuándo una juventud que utilice el criterio para discernir lo bueno y provechoso de lo malo e inútil? Hay que esperar al movimiento del péndulo, que volverá a poner una poco de juicio a tanta tontería para, pasado un tiempo, empezar a desplazarse de nuevo hacia nuevas cotas de estulticia.
Suyo afectísimo,
Lluís
Hola Joan,
Suscribo plenamente todos tus pensamientos (un poco tarde!). Me viene a la cabeza el tema de la evolución-involución. Es evidente que el narcisismo compulsivo representa una involución que esperemos lleve a un cambio en un momento más o menos lejano y doloroso. Por otro lado el modelo animal del macho dominante que describes representa un aspecto de las relaciones humanas, pero de hecho las relaciones humanas son más complejas que las puramente animales, incluida la sexualidad. Ahí creo que ha habido una evolución que, además del desconcierto masculino, nos ha llevado a nuevas zonas con muchas posibilidades de crecimiento.
Felicidades de nuevo por tu impecable escrito.
Suyo no menos afectísimo
Carles
Amics,
gracias por vuestras afectuosas respuestas que me han proporcionado 2 bienes. Por un lado, como dice Carles en una de sus entradas de este año, me habéis obligado a releer mi texto sintiendo esa agradable sensación de autocomplacencia que Carles describe, y por otro lado, realmente habéis completado y enriquecido mi entrada original y al autor, por lo que os quedo como siempre muy agradecido, maestros.
Juan F.
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