lunes, 21 de noviembre de 2016

La hacienda embrujada


No hay una razón más allá de la pura desesperación que justifique el acto de poner negro sobre blanco el motivo de mis desvelos.
Desde que compré la antigua casona, no han dejado de asediarme cada noche estos malditos sueños que perturban mi descanso.
¡Maldito sea el día en que al pasar por el camino del acantilado me fijé en ella, enhiesta en el mismo borde! Pensé que sería un buen lugar para establecerme como médico del pueblo e incluso montar un laboratorio de análisis clínicos. Es cierto que las altas paredes de tablones necesitaban una mano de pintura y fueron necesarias muchas reformas para acondicionarla pero nunca perdió su aire añejo, grisáceo, gótico y al mismo tiempo altanero y victoriano. Las pequeñas ventanas del piso alto le conferían un aspecto de mole de madera parda con demasiados sitios por donde crujir.
Ahora que es mía, me doy cuenta de que es demasiado grande, con varias plantas y muchas habitaciones y además, la mitad de ella vuela sobre el acantilado apuntalada por decenas de maderos carcomidos por el salitre. Desde el sótano, se puede ver como las olas rompen muy por debajo de la casa en un constante repiqueteo que a veces se vuelve ciertamente cargante.
Cuando estuvo acondicionada alojé en ella a mi familia, mi esposa y mis dos hijas que inmediatamente percibieron la atmósfera densa y brumosa que se respira en la casa. Ellas nunca entendieron porqué me decanté por aquella casa y si soy sincero, yo tampoco he llegado nunca a entender que extraña fuerza tiró de mi para intentar convertir aquella vieja casona en nuestro hogar familiar.
Lo cierto y verdad es que no puedo dormir por las noches. Siempre el mismo sueño recurrente, denso y cargado de extrañas fuerzas sobrenaturales que tiran de mí e intentan arrastrarme hacia los mismísimos infiernos. Me veo vagando por la casa con pasos inciertos y temerosos contraponiéndome siempre a una fuerza maligna que no me deja avanzar y resulta pegajosa como la mismísima brea. Parece, en mi sueño, que la casa está llena de entes perversos y corrompidos que disfrutan de mi sufrimiento al verme atrapado entre estas malditas paredes. Y hay momentos en los que creo zozobrar con el mar rompiendo debajo de mí y toda la casa parece adquirir una actitud hostil hacia mí y mi familia.
¿Y los vecinos? Cada vez tengo menos visitas, la gente parece huir como alma que lleva el diablo cuando vienen a visitarse por alguna dolencia.
Fue el barbero él que me dio algunas claves que me hicieron entender en parte la cargada atmósfera que se respira en la casa y ciertamente sé lo agradezco. Un aciago día me dijo que en tiempos de la guerra de secesión había sido un penal y de ahí el número tan elevado de habitaciones de reducido tamaño, eran las antiguas celdas del penal de Baltimore. Más tarde fue reconvertido en vivienda por unos parientes lejanos del afamado escritor Edgar A. Poe. Quién me iba a decir a mí que me había metido en un pozo de inmundicia como aquel, que incauto he sido al meter a mi familia en una ratonera como aquella en la que ahora nos encontramos todos atrapados sin posibilidades económicas para escapar.
Y así, taciturno y sin poder pegar ojo fueron pasando los días mientras mi carácter se agriaba cada vez más en busca de una solución desesperada. No sé si fue el sueño o la vigilia lo que me arrastró hacia una de las estancias más profundas y oscuras del sótano donde encontré aquel libro taimado y embrujado. No pude ver el contenido del libro cuando lo sometí a la luz de mi candil, las páginas eras negras como la pez, algo sin sentido pero cuya perversión era fácil de intuir. A la luz del día, el libro mostraba una oscuridad profunda, insondable, imposible de descifrar. Sin embargo, no tuve que esperar demasiado para vislumbrar el perverso contenido del libro. Fue una de las siguientes noches cuando el sueño me condujo a desentrañar el peligroso contenido del libro mediante un extraño ensalmo por el cual cuanto más negra era la oscuridad mejor se mostraba el contenido de sus páginas. Se trataba de un catálogo de monstruos, de engendros a cada cual más retorcido que impregnaban todo mi ser de pegajosa perversidad. Así fue desfilando aquella parada de entes, de fuerzas sobrenaturales del averno mientras yo me preguntaba aterrorizado cuál podía ser el origen de aquel marasmo de maldad. Y entonces lo vi, como si fuera un pastor de almas descarriadas emergiendo de las entrañas de aquel maldito libro nigromante. La mente capaz de parir todo aquel elenco de perversidades responsables de mis crueles desvelos no podía ser otra que la del maestro de Baltimore, Poe. El escritor atormentado por sus propias creaciones cuya alma vaga todavía perdida por aquellos lares que fueron su hogar en vida. El libro me mostraba a mis adversarios pero al mismo tiempo ejercía sobre mí un influjo dominante, esclavizador, que me sometía y me hacía librar mil batallas contra mí mismo y esos monstruos. ¡Maldito libro del demonio!
A la par que mis desvelos crecían sin límite, el pueblo también lo hacía y la casona del acantilado estaba cada vez menos aislada. Los barrios iban creciendo a medida que se llenaban de inmigrantes de todas las nacionalidades. Se dio la circunstancia que la vieja casona quedó cercada por un barrio habitado principalmente por chinos que no parecían tener reparos con el aciago pasado de la casa. La visitas a mi casa se incrementaron al mismo tiempo que el olor a comida china frita inundaba los alrededores de la gran casona. Sin embargo, yo seguí sufriendo aquellos aterradores sueños a pesar de que la casa parecía haber perdido en parte su aire amenazador por la sola proximidad de una mayor humanidad en las cercanías.
Mis suegros y mi hermano se instalaron también en el pueblo, en un barrio residencial no muy lejos de la casona de madera. Sus viviendas no tenían nada que ver con el aspecto de lo que siempre había sido la casa del acantilado. Tenían piscina y un aspecto moderno lleno de comodidades. Todo parecía dulcificar el tono amenazante de mi casa aunque yo seguía con mi tormento nocturno. De hecho, una de las pesadillas más aterradoras me acechaba a la vuelta de la esquina. Mis pesadillas evolucionaban al mismo tiempo que mi entorno y por eso aquel terrible sueño incorporó los nuevos elementos que conformaban mi vida emocional en aquel momento. Soñé  que la gran piscina comunitaria en lo alto de la colina se deshacía y su agua se derramaba enteramente sobre la casona buscando el acantilado y el mar. Soñé que aquellas aguas fangosas arrastraban a mis seres queridos como atrapados por el magnetismo maléfico de la casona y que al pasar por debajo de ella, eran despojados de sus almas que se incorporaban de esta manera a la legión de entes errantes que habitaban las lúgubres estancias de la casona. De nuevo luché con todo mi empeño contra las fuerzas paranormales que poseían aquel lugar pero fue imposible, mis familiares fueron despojados de su esencia y sus cuerpos echados al mar oscuro que rompía sobre las escarpadas paredes del acantilado.
Cuando desperté bañado en sudor, no quise moverme, no quise saber si mi sueño era cierto o sólo una nueva vuelta de tuerca del mecanismo que regía mi entendimiento. Quedé paralizado en mi cama, exhausto y sin fuerzas para seguir revelándome contra aquella dimensión fantasma que envolvía la casa.
¡Qué sea lo que Dios quiera!


NOTA: Adaptación enteramente basada en un sueño que rondó mi descanso una de las pasadas noches del mes de Noviembre.