martes, 22 de noviembre de 2011

Lupus in Fabula


Érase una vez un lobo, padre de familia preocupado por la creciente escasez de los recursos alimenticios del bosque, que salió de casa un día con la muy loable intención de procurar algo que comer medianamente saludable a sus lobeznos. La astucia innata que le caracterizaba, le había permitido hasta entonces ir trampeando con la carne de conejo y alguna que otra perdiz pero el franco declive que estaba sufriendo aquel bosque como consecuencia de la presión demográfica humana de los alrededores hacía cada vez más difícil sacar adelante a la familia.

Mira tú por donde, que casi a modo de disculpa, los humanos le enviaron aquel día un tierno ejemplar, convenientemente señalizado con un color llamativo, que ciertamente podría servir para paliar la inminente situación de emergencia producida por la hambruna.

El lobo, agradecido por el altruista gesto de los humanos y sin descargarles por ello de su responsabilidad en la quiebra del ecosistema, aceptó la ayuda disponiéndose a administrarla de la mejor manera posible.

De esta manera, evitó dar rienda suelta a sus más bajos instintos que lo conminaban a abalanzarse sobre la pieza seccionándole la médula espinal de un certero mordisco en la nuca, cambiando este comportamiento por un refinado acercamiento que incluía la amable conversación con su comida.

¾Buenos días, Caperucita Roja, ¾ dijo él.

¾Muchas gracias, lobo.

¾¿Adónde vas tan temprano, Caperucita?

¾A ver a la abuela.

El lobo que quería inventariar la ayuda recibida para hacer un reparto más equitativo de la misma, le preguntó interesado, ¾¿qué llevas debajo del delantal?

A lo que la niña respondió solicita, ¾pastel y vino. Ayer lo hicimos. Con esto la abuela, que está algo débil, se alimentará y se fortalecerá.

El lobo tuvo que reprimir su euforia ante un torrente de información privilegiada de tal calibre. Aunque la bollería quebraría sin duda el saludable patrón alimenticio de su familia, la actual situación de escasez no le permitía mantener su refinado aporte proteínico habitual. Asimismo, el etanólico brebaje le ayudaría de buen seguro a sobrellevar la difícil situación en la que estaban inmersos él y su familia, así que no hizo ascos al contenido de la cestita.

Pero el dato realmente importante que le acababa de suministrar su comida era la posibilidad de acceder a más comida aunque de menor calidad. En tiempos de crisis no se puede tener el paladar regalado, y aunque más correosa, la abuelita podía representar un respiro para los maltrechos estómagos de su familia. Aún así, el lobo pensó que habría que tomar el mayor número de precauciones posibles antes de servir la abuelita en casa, ya que el calificativo débil le había puesto sobre aviso respecto a la posibilidad de que esa carne estuviera en mal estado por causa de alguna enfermedad.

El lobo prosiguió su interesada conversación con su comida antojándosele que ni el más refinado ser vivo usa tantos circunloquios para cubrir la necesidad básica de nutrirse.

¾Caperucita, ¿dónde vive tu abuela?

¾Todavía a un buen cuarto de hora andando por el bosque. Debajo de tres grandes encinas está su casa.

El lobo, que en aquel instante ya tenía planificado el acceso secuencial a la comida, le dijo a Caperucita:

¾Caperucita, mira las hermosas flores que están a tu alrededor, creo que no te estas fijando en lo bien que cantan los pajarillos.

Caperucita Roja abrió los ojos y cuando vio el bonito aspecto del bosque y como todo estaba lleno de flores, pensó: “Si le llevo a la abuela un ramo de flores, se alegrará; aún es pronto y podré llegar a tiempo”.

Y se desvió del sendero, adentrándose en el bosque para coger flores. El lobo en cambio, no desatendió ni un momento sus obligaciones laborales y se fue directamente a casa de la abuela para aliviar el sufrimiento del mundo de la mejor manera para todos, basándose en su amplia perspectiva de la situación que englobaba tanto la vertiente humana como la loba.

Una vez localizada la morada de la achacosa abuela, llamó a la puerta:

¾¿Quién es?

Con el encomiable objetivo de provocar la menor perturbación psicológica ante el inminente transito a mejor vida que se cernía sobre la abuelita, el lobo contestó condescendiente:

¾Caperucita Roja, traigo pastel y vino. Ábreme.

¾¡Mueve el picaporte! ¾ gritó la abuela. ¾Estoy muy débil y no puedo levantarme.

El lobo, pensando en dejar la carne más tierna para sus crías, abrió la puerta y sin decir una palabra, fue directamente a la cama de la abuela y se la tragó. Luego, en una demostración más de lo que tiene que hacer un padre por sus hijos, se puso sus vestidos y su cofia, se metió en la cama y corrió las cortinas.

Entre tanto, Caperucita Roja había seguido buscando flores y cuando tuvo un ramo generoso, se acordó de nuevo de la abuela y se puso de nuevo en camino hacia su casa. Se asombró de que la puerta estuviera abierta dejando la casa al antojo de vendedores de productos de Teletienda, medidores de la cal del agua y profetas del fin del mundo pero decidió no abrumar a la abuelita con el mundanal ruido y ser condescendiente con su comprensible estado de senectud.

Al entrar en la habitación, se encontró incomoda y pensó, “Dios mío, qué miedo tengo hoy, cuando, por lo general, me gusta estar tanto con la abuela”. Atribuyendo este sentimiento a los cambios hormonales de su incipiente adolescencia, se rehizo y exclamó:

¾Buenos días, ¾ pero no recibió contestación.

Luego fue a la cama y descorrió las cortinas; allí estaba la abuela con la cofia tapándole la cara y con lo que parecía una exacerbación de vello facial. Negándose a aceptar el efecto que el paso de los años iba causando en su abuela y trazando una sutil extrapolación hacia su propia vejez, la niña indicó:

¾¡Ay abuela, que orejas tan grandes tienes!

¾Sí y además las puedo orientar en todas direcciones. La madre Naturaleza hizo un buen trabajo. Verdad que podrían ser las de un buen depredador.

¾¡Ay abuela, que ojos tan grandes tienes!

¾Sí, la madre Naturaleza hizo un buen trabajo. Verdad que podrían ser los de un excelente depredador.

¾¡Ay abuela, que nariz tan grande tienes!

¾Sí, la madre Naturaleza hizo un buen trabajo. Verdad que podría ser la de un magnífico depredador.

¾¡Ay abuela, que dientes tan grandes tienes!

¾Veo que has llegado al meollo de la cuestión, no me negarás que la madre Naturaleza hizo un buen trabajo. Y por eso yo, fiel a mi esencia y obviando los escrúpulos y reticencias típicamente humanas, voy a devorarte.

Y saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a llevársela a la lobera donde loba y lobeznos esperaban hambrientos.

Pero en ese momento, un leñador que pasaba por allí, de esos que se dedicaban a la tala indiscriminada de árboles destruyendo el pulmón verde del planeta y el hábitat de muchas especies, se acercó al oír el estruendo.

Al entrar en la cabaña trató de intervenir con su habitual necedad y estrechez de miras pero apenas había alzado su hacha cuando el lobo se detuvo y le dijo:

¾Tu te crees que un hacha va a ser suficiente para cubrir la brecha entre el escaso entendimiento que te a dado la madre Naturaleza y el perfecto diseño de depredador con el que me ha hecho a mi.

Pensando en que estaba siendo un día con un prolífico aporte de proteínas, el lobo volvió a conversar con su potencial comida.

¾Si nos acompañas a Caperucita y a mi, te enseñaré el árbol más grande de este bosque, con el que tendrás madera para todo el mes, ¾ le dijo el lobo al gárrulo leñador. Y este, viéndose sobrepasado por la astucia del lobo no tuvo más remedio que aceptar. Por su lado, el lobo pensaba que debía compartir la ingente cantidad de proteínas que aquel bendito día había caído en sus manos con el resto de la comunidad que también estaba pasando apuros para llegar a fin de mes. Así que ni corto ni perezoso, se presentó con los dos humanos-comida, que ha decir verdad estaban cada vez más cerca del segundo término, en el mismísimo centro de la manada donde, obviando ya la retórica, leñador y Caperucita alcanzaron enteramente su condición de comida y pasaron a formar parte del ciclo de la vida.

Este episodio de entrega de comida a domicilio abrió los ojos empresariales del lobo que decidió impulsar una cadena de restaurantes “de” humanos en diferentes puntos del bosque profundo logrando detener el proceso de franca destrucción del ecosistema de la comarca.

Y así el lobo y su familia vivieron felices y comieron algo más que perdices.

Apuntes autobiográficos

Soy carnívoro por naturaleza, no me gusta la verdura. No tengo ácido úrico e intento comer tanto carnes rojas como blancas.

No me como a mis congéneres. El instinto no me deja, hecho que a priori me otorga muchas más posibilidades de supervivencia que la raza humana.

Vivo en comunidad, cazo en grupo, tengo un fuerte sentimiento familiar.

Cuido cariñosamente a mis lobeznos.

Vivo en la lobera que es una cueva.

Me gusta ir de correrías con los amigotes.

Vivo en el bosque profundo pero a veces visito a los humanos para dar cierta variedad a mi dieta con los animales de granja y los propios humanos.

El humano me tiene miedo pero yo también le tengo miedo al humano.

Soy protagonista de muchas historias y cuentos donde se me califica moralmente desde el punto de vista humano.

Tengo unos primos que se han vendido a la raza humana por unas bolitas de pienso. Son mentalmente débiles.

Estoy enamorado de la luna y cuando está plena le expreso mi amor mediante cantos de amplio espectro tonal, que los humanos no saben valorar en su entera significación y dificultad técnica y les atribuyen el peyorativo nombre de aullido.

En las historias que contamos a nuestros lobeznos, el papel de secundario malvado siempre lo hace un personaje que llamamos pastor, o en su defecto, un leñador. Entidades, ambas, muy poco respetuosas con la Naturaleza y altamente dañinas para la biosfera.

Los humanos nos han puesto el adjetivo de alimañas pero no saben que nosotros les llamamos antisistema porque son un animal altamente perjudicial para la Naturaleza y el ecosistema.

La sabiduría popular cuenta que alguna vez han intentado emular nuestra loable forma de ser mediante algo que llaman licantropía pero sin mucho éxito porque no pueden evitar seguir comiéndose a sus congéneres.

Cuando las vicisitudes del destino nos obligan a vivir en solitario, nos sabemos sacar las castañas del fuego y acumulamos gran arresto y sabiduría experiencial.

No tenemos ninguna de las actitudes psicológicas que nos atribuyen los humanos en el horroroso perfil psicológico que nos han encalomado mediante la proyección de muchos de sus propios defectos.

Dimos origen a la civilización occidental gracias al altruista acto de una de nuestras congéneres que se apiadó de dos cachorros humanos llamados Rómulo y Remo.