sábado, 20 de febrero de 2016

Y no me di cuenta


Cuando era un niño, la vida pasaba lenta y pesada, con todo porvenir y una cierta angustia ante el enorme abanico de posibilidades que se abría ante mí. Era todo potencial y mi mente se debatía intentando cristalizar o concretar alguna de mis mil opciones. Todo estaba en la imaginación y la tarea consistía en traerlo desde el campo de las ideas y la fantasía hasta el terreno tangible de la realidad, ¿cómo hacer realidad alguno de esos sueños?, ¿cuál sería el mecanismo concreto para intentar materializar algunas de mis ensoñaciones?
Muchas veces he empujado inútilmente, en la dirección equivocada, pensando que aquello me podría llevar a alguna parte pero dando palos de ciego, sin tener una idea definida de futuro frente a mí, ¡Cuánto desperdicio! Si bien es verdad que siempre, absolutamente siempre, crecemos. Todas las experiencias vitales dejan un poso que nos configura, incluso aunque no nos demos cuenta.
Y sin darme cuenta, ese niño, ese mismo yo, con mis tonterías y mis bondades, alcanzó los años de la concreción, los años en que empezaron a cristalizar opciones concretas, caminos concretos que ya nunca podrían desandarse y decisiones concretas que marcarían el resto de mi vida. Fue una época en la que gocé de cierta perspectiva para constatar como lo potencial se realizaba en algo tangible, como un esfuerzo en una determinada dirección me llevaba a un lugar concreto y no a otro. Fue una época de construcción de mi casa, de mi bienestar, de toma de decisiones de las que me he arrepentido en ocasiones. Fue la época que me enseñó donde estaba la cima, me mostró el camino hacia una cima y yo lo tomé satisfecho y con un sentimiento de plenitud como si fuera sabedor del secreto de la vida.
Y no me di cuenta de que aquello tenía un precio, un precio pagado en horas, días y semanas de recorrido vital, de gran maduración hacia otras etapas de la vida de menos potencial y mucha más concreción, tanta que a veces parece una jaula de la que no puedo escapar.
Ahora tengo 45 años y tengo un trabajo concreto, una casa, una familia y un cuerpo concretos. No me he dado cuenta pero mi cuerpo, mi carcasa vital tiene ya muchas horas de vuelo, me he adentrado tanto en todos los caminos por los que he andado que ya no hay vuelta atrás, ya no sé volver, solo me queda seguir hacia delante, siempre pagando el tributo del tiempo. Yo sigo siendo el mismo, con mis tonterías y mis bondades y casi no me he dado cuenta del elevado precio que he pagado. Solo a veces, cuando miro a mi alrededor, y veo la vejez reflejada en las personas que me acompañan, soy ligeramente consciente de que, inconsciente de mi, también yo me estoy haciendo viejo. ¡Es increíble que esto me pase casi sin darme cuenta!
Y no me di cuenta y mis articulaciones se anquilosaron, y mi cuerpo se volvió rígido, y el pelo se me fue haciendo cada vez más ralo, la frente y la coronilla más despejadas, y me acostumbré a la travesía, a la velocidad de crucero que ahora me ha llevado tan lejos que ya no veo mi juventud ni con catalejo.
El suelo se va alejando cada vez más y ahora me lo pienso dos veces si he de sentarme en él, el libro se va acercando y ahora la letra es más borrosa que antaño pero yo sigo sin darme cuenta.
Ya no se ve tierra, navego por el ancho océano y me asusta encontrar la otra orilla que será la del eterno descanso. Tengo miedo de dejar el grifo de la vida abierto, sin darme cuenta, y descubrir un día que la cisterna se ha vaciado, que ya no queda agua para alimentar mis minutos y mis horas.
Quiero darme cuenta, quiero ser consciente de cada cana, quiero saborear cada instante sin perder la perspectiva de mi vida y sintiendo la satisfacción de lo que está bien empleado. Despertar del sueño de la rutina, que el día a día parezca un nuevo invento irrepetible cada día. Sin embargo, quizá el no darme cuenta es un mecanismo de defensa que me protege del vértigo escatológico de la vida, quizá un feliz y despreocupado crucero es la mejor solución para llegar a buen puerto. Definitivamente creo que el no tener conciencia del paso del tiempo es sinónimo de felicidad, no hay que tener miedo a dejar el grifo de la vida abierto y descubrir algún día que ya se acaba. Así que, prefiero seguir sin darme cuenta.