domingo, 26 de noviembre de 2017

La Granja Z


El principio

¿Es un virus un ser vivo? ¿Podemos considerar que una secuencia de ADN capaz de replicarse está viva? ¿Cómo un parásito puede estar por encima de su huésped en la escala evolutiva? ¿Estamos ante el fin de la raza humana?
Hacía años que la epidemia había comenzado en algún punto cerca de Prípiat. Nunca estuvo del todo claro pero aparentemente todo comenzó cuando reporteros de la BBC fueron a rodar un documental sobre el accidente nuclear de Chernobil y de cómo Prípiat se había convertido en una ciudad fantasma a raíz del mismo. Allí, alguien sufrió un accidente, un encuentro inesperado con una jauría de lobos que acorralaron y atacaron a un grupo de 3 reporteros. Ellos introdujeron el vector infeccioso a su regreso a Londres. Aparentemente, el virus Z1 tenía un periodo de incubación largo, de 96 horas, por lo que un número indeterminado de personas estuvieron expuestas al mismo en Heathrow y desde allí volaron hacia destinos repartidos por todo el mundo. EEUU, Argentina, India, China, Malasia, Sudáfrica, Alemania, Grecia y Turquía fueron entre otros los primeros focos infecciosos, todos causados por pasajeros provenientes de Londres.
Cuando el virus manifestó sus síntomas, su expansión fue imparable y en pocas semanas el planeta quedó sumido en el más absoluto caos. Los militares tomaron el control para proteger las grandes infraestructuras y asegurar su funcionamiento. La gente tenía mucho miedo, se establecieron zonas de exclusión protegidas de la plaga y fuertemente custodiadas por los distintos ejércitos. Aquellos seres, que algún día habían sido personas, parecían insaciables. Parecían estar sujetos a una especie de pulsión animal, guiados por un instinto primario de supervivencia que anulaba milenios de civilización, y que alienaba a toda aquella turba de pseudo-gente como si fueran un solo ser. Se comportaban como superdepredadores, atacaban en grupos y parecían conservar cierta capacidad de organización.
La famosa sentencia de Hobbes se hizo más real que nunca, “el hombre convertido en lobo para el hombre”. Era como si los infectados sufrieran una especie de muerte cerebral, siendo despojados de su conciencia racional y acto seguido, una epifanía animalesca, quedando al albur de una especie de cerebro reptiliano superdepredador. Parecía una nueva raza humana, una mutación hacia una especie con mayor capacidad de adaptación al entorno, con capacidad de absorber toda la vida en rededor, algo que había aparecido para quedarse.
Sin embargo, aquella nueva raza era estéril. Necesitaba al ser humano para sobrevivir y no dudó en parasitar a los humanos para convertirse en la especie dominante. Controló y absorbió toda la energía vital de los que se creían los amos del mundo. La raza humana fue dominada por el animal despiadado que todos llevamos dentro. Fuimos víctimas de nuestra propia naturaleza.
Los humanos llamaron a esta nueva especie parásita la raza Z. Y los Z pronto se dieron cuenta de que debían cuidar a su huésped, o más bien, cultivarlo, ya que dependían de él.

“Menos samba e mais trabalhar”

Aquella noche había sido terrible. Ni siquiera la salida del sol había conseguido aplacar los gritos y alaridos guturales cuyos ecos resonaban en el Sambódromo, muy lejos del habitual bullicio y animación que caracterizaban el recinto en otros tiempos.
Apostados cerca del Sambódromo Leo, Isaac y Sofía, tres de los ya muy escasos humanos libres,  contemplaban como aquel lugar, otrora lleno de luz y diversión, se había convertido en antesala de la muerte formando un complejo con la Granja 323, la Granja de las Favelas, que ahora era un asfixiante lugar repleto de personas asustadas, que sin saberlo, habían sido desposeídos ya de su condición humana para ser convertidos en mero ganado.
La zona de exclusión del Sambódromo de Río, nunca bajaba de cien personas y su función consistía en facilitar el cribado entre los humanos que pasarán a formar parte de la plaga y los destinados al consumo. Se trataba de un lugar infecto, e insalubre como consecuencia de la gran cantidad de fluidos orgánicos que decoraban sus rincones. En este lugar, los humanos que habían conseguido retener gran cantidad de su condición en las denominadas granjas se veían enfrentados a su destino real, inevitable y cruel. El espejismo terminaba de forma abrupta y sus peores sospechas se hacían realidad en escasos días. En las granjas nadie sabía que pasaba extramuros pero todos sabían que si salías, nunca más volvías. A pesar de que alguna vez habían reconocido a algún retornado, parecían volver desprovistos de toda condición humana, como si les hubieran lavado el cerebro y no recordaran en absoluto su pasado y sus lazos familiares.
El Sambódromo llevaba varios años funcionando y se encontraba totalmente impregnado de restos humanos, objetos que algún día significaron algo para sus dueños, prendas de ropa y zapatos desparejados, así como, una cantidad de sufrimiento muy considerable que rezumaba por sus mohosas paredes.
Los forzados habitantes provisionales de tan enorme estructura vagaban como almas en pena, interaccionando mínimamente unos con otros, extremadamente recelosos. El miedo era el leitmotiv de toda aquella nueva sociedad, era un miedo sobrenatural más allá de lo tiránico, era un miedo profundo y cerval, que rascaba en la propia naturaleza animalesca de los humanos confinados en estas condiciones tanto en el Sambódromo como en otras tantas zonas de exclusión repartidas por el mundo. Bajo el intenso miedo, las personas se convierten en seres huidizos, asociales, en los que el instinto de supervivencia mata todo posible atisbo de calor humano, de interacción racional con los congéneres o con el entorno. La raza Z sabía que esta era su mejor arma y testaba sus efectos devastadores sobre la condición humana con cada nueva remesa proveniente de la Granja de las Favelas.
Los tres muchachos se encontraban estudiando sobre el terreno las medidas de seguridad del recinto con la idea de encontrar alguna fisura por la que ayudar a aquellos pobres desdichados a escapar pero la verdad es que el lugar parecía inexpugnable.
—Normalmente los ciclos de rotación suelen ser de una semana y durante ese tiempo, ellos estudian el comportamiento de los reclusos con la idea de seleccionar a aquellos que “merecen” ser infestados con la plaga. Casi siempre es un 10% del total de reclusos aunque este porcentaje puede variar según la remesa —dijo Leo que ya llevaba varias semanas observando el funcionamiento del Sambódromo.
—Suelen buscar personas inteligentes, que son capaces de mantener la serenidad en estas condiciones. Incluso, hemos visto como seleccionaban a aquellos con más empatía, con comportamientos solidarios capaces de ayudar a los otros reclusos. Pero siempre evitan a toda costa a los líderes. Las personas que muestran conductas de liderazgo son matemáticamente destinadas al consumo —apostilló Sofía.
—Fíjate en aquel, el de la camiseta naranja, como ayuda a incorporarse a la señora mayor y le ofrece un poco de agua. Es el tipo de perfil favorito, solícito pero sumiso —volvió a intervenir Leo.
—Quizás el Sambódromo no es el mejor lugar para observar a los humanos porque existen escondrijos debajo de las gradas o en las suites de lujo pero al final todos los reclusos acaban apareciendo. Se comenta el caso de un interno que sobrevivió varias semanas oculto en este horrible lugar mientras veía pasar nuevas remesas de humanos. Finalmente, lo encontraron y curiosamente, no fue devorado. Le inocularon sangre infectada y pasó a ser uno de ellos. Ahora, es uno de los Granjeros Blancos, muy eficaz en su trabajo porque se conoce el Sambódromo al dedillo —explicó Leo.
Sofía se fijó en una chica que lloraba sentada en las frisas del sector 9. —Creo que está embarazada y eso es muy raro. Jamás extraen embarazadas de las granjas porque eso reduciría drásticamente la población. Debe habérseles colado sin darse cuenta y el problema ahora es que no puede volver a la granja de ninguna manera. Posiblemente pasará al servicio de alguna casa, al menos durante un tiempo hasta que tenga al niño.
Leo quería evitarlo a toda costa pero no pudo retener su mente que tomó el camino de la divagación derrotista. —¿Os acordáis cuando empezó todo?, pensábamos que lo controlaríamos como habíamos hecho siempre con todas las plagas a las que se ha enfrentado el ser humano a lo largo de la historia. Pero sin embargo, fue el ser humano quien se volvió contra sí mismo, fue como una especie de cáncer o enfermedad autoinmune que nos engañó, que buscó su propio sustento en nuestra base animal y de repente, nos dimos cuenta de que era como luchar contra nosotros mismos. ¿Cómo hemos podido caminar por esta abominable senda de destrucción?
—Ya sabes cómo sucedió todo, cómo en nuestro intento desesperado por salvarnos, nos condenamos para siempre con ese maldito suero experimental AntiZ-6 creado por los laboratorios gubernamentales de la NSA americana. En principio, parecía que funcionaba revirtiendo los efectos de la zombificación, regenerando los tejidos y deteniendo la putrefacción pero lo que originaron no fueron seres humanos, sino monstruos —dijo Isaac—. El cerebro no fue capaz de regenerarse por completo y creamos una evolución más terrorífica, si cabe, que el propio zombi. Un ente capaz de organizarse, de coordinar sus movimientos, de aferrarse a la existencia con todas sus fuerzas pero totalmente carente de humanidad, de moral, del más mínimo resquicio ético para con su entorno y los demás seres vivos. Y esa maldita doctora, egocéntrica y narcisista, no fue capaz de verlo, pensó que sería ella la elegida para salvar a la humanidad e inoculó el suero a miles de zombis con la firme convicción de que volverían a la vida que tenían antes de ser infectados.
Sofía intervino en la conversación. —Es cierto, casi había olvidado como fueron aquellas primeras semanas tras la expansión de la infección. Las autoridades no se cansaban de repetir que el ser humano había sido capaz de sobreponerse a muchas plagas a lo largo de la historia y que, ahora en pleno siglo XXI, teníamos los medios necesarios para revertir la situación y ponernos a salvo. Para cuando vieron que la situación se les iba de las manos, ya era demasiado tarde. Aquellas renacidos por el suero AntiZ-6, empezaron a organizarse, inmunes ya al virus Z. Empezaron a tomar conciencia de su poder y de su supremacía sobre la raza humana y empezaron a fabricar el suero AZ-6 masivamente. Eran despiadados y no vieron ninguna barrera para crear una nueva sociedad parásita en la que los humanos habíamos sido rebajados a la categoría de ganado, comida con patas.
—¿Cómo hemos podido llegar a este extremo de sumisión? —preguntó Leo azorado. Ahora ellos viven en las ciudades con todas las comodidades y nosotros somos sus sirvientes, los trabajadores que satisfacemos todas sus necesidades materiales en las granjas donde nos crían como simple ganado o en el peor de los casos para perpetuarse como especie.
Unos gritos sacaron al grupo de la depresión hipnótica en la que habían caído y el interior del Sambódromo volvió a reclamar la atención de los tres jóvenes.
—¡Fijaos en el sector norte, alguien ha prendido fuego a los asientos de las gradas y está gritando con un palo en alto! —exclamó Isaac. Pobre infeliz, el furgón de carga ya se encuentra en la exclusa de carga y creo que el chico tiene todas las papeletas para que se lo lleven en la remesa de hoy. No soportan más de 24 horas antes de volverse medio locos y desear la muerte a toda costa. Si os fijáis, los granjeros han tenido que vallar las gradas para evitar suicidios en masa.
El Sambódromo pareció quedarse vacio al entrar los “Granjeros Blancos”, que era como llamaban a los funcionarios encargados de atrapar al ganado humano. Les llamaban así por el color de su tez y porque iban ataviados con unos monos blancos al estilo de aquella mítica película de Stanley Kubrik. Su forma de actuar también era muy similar a  la hiperviolencia descreída que corría por las venas de los protagonistas de aquella película. Se comportaban como una jauría de lobos, organizados, gregarios y cuando cogían a una presa resultaba muy difícil que la dejaran escapar por mucho que pataleara. Efectivamente, el chico del palo fue acorralado y aturdido con un descarga eléctrica que pareció amansarle.
Los Granjeros Blancos fueron recorriendo el Sambódromo a medida que iban sacando de sus escondrijos a los humanos que se escondían como sabandijas, los aturdían con un poco de electricidad y los volteaban hacia el interior del furgón como si fueran sacos de carne y huesos.
Algunos humanos les plantaban cara en un último ademán de rebeldía y orgullo y entonces uno de los granjeros blancos le sostenía la mirada como aceptando el reto en actitud teatral mientras otro le descerrajaba una descarga de voltios por detrás entre grandes carcajadas.
—Hoy es el último día de la semana, así que creo que limpiarán las instalaciones —advirtió Isaac. Sí, ya veo los perros salvajes preparados debajo de la Tribuna. Me pregunto si esos animales pertenecen realmente al reino animal o son engendros creados por ellos porque ciertamente parecen perros zombi. Hemos de tener cuidado, esos animales son capaces de oler un humano a varios kilómetros, así que no nos quedaremos a ver el fin de fiesta.
—¡Esperad! Fijaos como al chico de la camiseta naranja le están dispensando un trato diferente, va a convertirse en uno de ellos. Lo han esposado y se lo llevan en aquel Hummer negro hacia el centro de la ciudad, donde se encuentra el Instituto de Conservación de la Especie. ¡Acaba de nacer un nuevo zombi!

domingo, 19 de noviembre de 2017

Plenitud


Durante la tarde, las dudas se mezclaban con la inapetencia y la líbido rebotaba contra una especie de muro que crecía minuto a minuto a medida que se acercaba la noche del sábado. Con los años el salvaje instinto sexual había dejado paso a una serena interacción de pareja cargada de amor pero también de multitud de problemas y fricciones causadas por el discurrir de la vida.
Casi en el olvido quedaban ya épocas pretéritas en las que las más desatadas pulsiones sexuales eran satisfechas en los lugares más insospechados, a hurtadillas, sin medios físicos ni comodidades, ¡pero que importaba!
La aventura de lo desconocido, la exploración de los húmedos terrenos del cuerpo en los que jamás se había entrado con tanta profundidad, el autodescubrimiento de algo que siempre había estado ahí, esperando a ser desvelado y utilizado, suponían un atractivo sin par, casi desesperado, ávido, furioso.
Los años habían ido limando las aristas de aquella furia sexual, habían ido trazando mapas sobre la piel con caminos muchas veces recorridos, podríamos decir que habían usurpado el ingenuo contento de la juventud para trocarlo en algo en que primaba el sentimiento del amor por encima de la satisfacción física.
Por eso al llegar la noche, navegábamos en un mar de dudas que se extendía entre el sofá y la televisión sin acabar de decidirnos a buscarnos o no. Pero finalmente la chispa indecisa surgió y los primeros besos cubrieron nuestros labios despertando inmediatamente  el casi olvidado sentimiento lujurioso. El besuqueo incendió rápido la llama animal, ya casi olvidada, creando un extraño sentimiento de extraña familiaridad y se extendió rápido a otras zonas del cuerpo todavía cubiertas de ropa. La temperatura subía por momentos, las orejas rojas y los pies fríos constituían un coctel de claroscuros que todavía sembraba la sombra de la duda en nuestros impulsos. La situación no era tan obnubilante como para cegar nuestro sentido del ridículo y por eso, de repente, se produjo un parón, una reflexión de la mente racional que intentaba imponerse a al cerebro visceral y reptiliano.
Casi se fue todo al traste pero un acto de voluntad, de amor misericordioso, nos dio el ánimo, al menos por esta vez, para continuar con el juego amoroso y hacer que el ardiente sentimiento se extendiera por todo el cuerpo hasta calentarnos los pies. En ese momento, volvimos a besarnos, quizá de forma más calculada que antes pero también más determinada y fue entonces cuando supimos que teníamos que abrir el melón, ¡ropa fuera ya!
La retorcida postura en la que se encontraban nuestros cuerpos no ayudó en absoluto en los trabajos para alcanzar la desnudez. Nos intentamos ayudar entre empujones y restregones sobre los brazos del sofá y algún que otro crujir de las costuras de las prendas sometidas a tanta tensión sexual. Los pantalones quedaron como adheridos a una de las piernas y algún calcetín se resistió a salir.
Por fin notamos la tersura templada de nuestra piel en contacto, un cuerpo sobre el otro, transfiriéndonos calor y las piernas entrelazadas con los pies que todavía seguían fríos. El torrente de besos se hacía cada vez más intenso, y húmedo mientras las manos se entrelazaban y los dos cuerpos iban lentamente convirtiéndose en uno solo, palpitante, trémulo, vibrante.
Como el vórtice de un tornado, recorrimos nuestros cuerpos explorando, devastando nuevas áreas de nuestra anatomía entrando lentamente en un frenesí sexual que nos llevaría al sagrado momento de la comunión entre dos seres.
De nuevo, las bocas se buscaron, las manos se entrelazaron y los sexos sucumbieron a una brutal atracción surgida de aquellos prolegómenos. La sensación de inundación corporal anegó los dos cuerpos, que se movían al unísono mientras entraban el uno dentro del otro y viceversa.
En aquel momento, ambos fueron conscientes de que habían encontrado la senda de la felicidad, esa que no necesita nada, que lo tiene todo y se contiene en sí misma. Tan solo se trataba de seguirla, de dejarse llevar montaña abajo mientras se apropiaban de su merecido festín sensorial.
En ese momento todo fue perfecto, la tensión justa para sostener el ritmo, sin prisa, sin cuestiones, sin justificaciones, sin reproches.  Ambos se sentían partícipes de la gran revelación del secreto de la vida y sentían que su objetivo en la Tierra estaba plenamente colmado. Habían vivido y vivían para ese momento absolutamente edificante. La sensación, casi indescriptible con palabras, les situaba en el centro del Universo en conexión total con la esencia del SER único proporcionándoles el sentimiento de plenitud absoluta.
Y de repente fueron devueltos a la mundana realidad, el latigazo de alta tensión cesó produciendo algo parecido a una atonía muscular y un sentimiento de alegre despreocupación les embargó después de la tormentosa borrachera. Se miraron con una sonrisa tonta en la cara mientras caían uno al lado del otro rendidos por el exceso de ejercicio físico.
La sensación de complicidad había sido increíble dejando un poso de tranquila felicidad compartida. Se quedaron mirando el techo desparramados sobre el sofá en un estado casi catatónico del que no hubieran querido salir nunca y sintiendo una curiosa sensación de… plenitud. 

viernes, 10 de noviembre de 2017

La noche oscura


Menos mal que a cada día le sigue su noche, con su oscuridad que todo lo envuelve, que todo lo tapa y lo permite. La noche es benevolente, nos contempla y nos comprende en nuestras horas bajas cuando el cansancio y el sueño se adueñan de nuestra voluntad. La noche es ese paréntesis en el  que morimos y volvemos a nacer cada día con renovada energía, es el intervalo del descanso que insufla aire fresco en nuestra percepción del mundo y que nos hará ver las cosas con renovada mirada al día siguiente. Aunque no lo parezca, se producen muchos procesos durante la noche, nuestro cerebro no para de visualizar la secuencia de imágenes que conformaron nuestro día, e incluso nuestra vida, y con todo ese material amasa decisiones, nuevas perspectivas y nuevos caminos que emprender con las primeras luces del día.
La noche me reconforta, esconde mis actos con su gran manto de oscuridad y me lanza hacia el descanso, esas pequeñas vacaciones de unas horas que nos damos todos cada día, o mejor dicho, cada noche. Cada noche siento una suave y templada sensación que me acompaña a lo largo de mis horas de vigilia nocturna, a veces materializada en una taza de café caliente entre las manos y que de cualquier forma, me induce un dulcísimo sentimiento de acompañamiento quizá de todas las almas de los noctámbulos que como yo pululan en la noche.
Es cierto que la noche puede ser traicionera si se lo permitimos, si no estamos en paz con nosotros mismos. Si no aceptamos nuestro día tampoco aceptaremos nuestra noche. Las preocupaciones, los problemas no resueltos y las metas por superar pueden abrir la puerta al insomnio y negarnos el natural discurrir del descanso y la regeneración. Hay que saber manejar la noche, comprender su mecanismo y entender las reglas del juego si no queremos que nos juegue una mala pasada. No solucionaremos de forma racional lo que no pudimos atajar durante el día y el acelerar nuestro ritmo durante la noche no nos traerá nada bueno. Cada momento tiene sus reglas y debemos entenderlas y acatarlas si queremos disfrutar del momento en su justa medida.
De hecho, hay personas más preparadas que otras para sacarle partido a la noche. Son aquellos que se activan con la oscuridad y, sin embargo, adolecen de una tremenda pereza a la hora de levantarse por las mañanas. Yo creo que los noctámbulos tienen una estructura cerebral diferente, pertenecen a lo que se llama un cronotipo lento, es pura fisiología. A ellos les pertenece la noche, que para ellos representa un campo fértil y abonado que permite materializar sus sueños. ¡Qué mejor momento para escribir un relato! No hay un buen relato de terror que se precie que no haya sido escrito con nocturnidad y alevosía. Los noctámbulos son grandes soñadores que sueñan despiertos y que cada noche se niegan a reconocer que la bienvenida hipnagógica está a la vuelta de la esquina.
Asimismo, los noctámbulos empedernidos aman el otoño, como es mi caso, el triunfo de las tinieblas que van extendiendo su oscuro manto sobre las horas del día. Los días se acortan y la vida se hace nocturna por momentos. La Naturaleza se prepara para dormir pero todavía es tiempo de recoger los frutos maduros de los olivos y las vides, los granados y los kakis, los castaños  y los boniatos. Mientras se aproxima la noche del año, la vida se desarrolla íntima, introvertida, escondida, al tiempo que los mecanismos de regeneración vital se ponen lentamente en marcha. Este gigantesco anochecer es perfecto para mirarse hacia dentro mientras disfrutamos de nosotros mismos. ¡Me encanta el otoño!
Y si el otoño es la noche del año, no puedo dejar de hablar de la noche de la vida, la oscuridad más severa y profunda, la oscuridad definitiva que no es otra que la muerte. Ansío desenvolver el regalo del ocaso de la vida, encarar la recta final donde la carga experiencial es tan elevada que nada me enfada ni me molesta. La sensación de arribada hacia el destino seguro me reconforta al mismo tiempo que desaparece la necesidad de justificar mis actos. Pero de nuevo es necesario estar en paz con uno mismo para poder saborear esta etapa de la vida con la mayor plenitud y sosiego. Aquí ya no caben las frustraciones ni las metas inalcanzables ni la insatisfacción permanente que nos espolea en busca de no se sabe muy bien qué. El ocaso es el gran momento apreciativo en el que damos valor a todo lo conseguido durante la vida. El ocaso es el delicioso momento de prepararse para el merecido descanso, un descanso que espero sea eterno.