domingo, 26 de noviembre de 2017

La Granja Z


El principio

¿Es un virus un ser vivo? ¿Podemos considerar que una secuencia de ADN capaz de replicarse está viva? ¿Cómo un parásito puede estar por encima de su huésped en la escala evolutiva? ¿Estamos ante el fin de la raza humana?
Hacía años que la epidemia había comenzado en algún punto cerca de Prípiat. Nunca estuvo del todo claro pero aparentemente todo comenzó cuando reporteros de la BBC fueron a rodar un documental sobre el accidente nuclear de Chernobil y de cómo Prípiat se había convertido en una ciudad fantasma a raíz del mismo. Allí, alguien sufrió un accidente, un encuentro inesperado con una jauría de lobos que acorralaron y atacaron a un grupo de 3 reporteros. Ellos introdujeron el vector infeccioso a su regreso a Londres. Aparentemente, el virus Z1 tenía un periodo de incubación largo, de 96 horas, por lo que un número indeterminado de personas estuvieron expuestas al mismo en Heathrow y desde allí volaron hacia destinos repartidos por todo el mundo. EEUU, Argentina, India, China, Malasia, Sudáfrica, Alemania, Grecia y Turquía fueron entre otros los primeros focos infecciosos, todos causados por pasajeros provenientes de Londres.
Cuando el virus manifestó sus síntomas, su expansión fue imparable y en pocas semanas el planeta quedó sumido en el más absoluto caos. Los militares tomaron el control para proteger las grandes infraestructuras y asegurar su funcionamiento. La gente tenía mucho miedo, se establecieron zonas de exclusión protegidas de la plaga y fuertemente custodiadas por los distintos ejércitos. Aquellos seres, que algún día habían sido personas, parecían insaciables. Parecían estar sujetos a una especie de pulsión animal, guiados por un instinto primario de supervivencia que anulaba milenios de civilización, y que alienaba a toda aquella turba de pseudo-gente como si fueran un solo ser. Se comportaban como superdepredadores, atacaban en grupos y parecían conservar cierta capacidad de organización.
La famosa sentencia de Hobbes se hizo más real que nunca, “el hombre convertido en lobo para el hombre”. Era como si los infectados sufrieran una especie de muerte cerebral, siendo despojados de su conciencia racional y acto seguido, una epifanía animalesca, quedando al albur de una especie de cerebro reptiliano superdepredador. Parecía una nueva raza humana, una mutación hacia una especie con mayor capacidad de adaptación al entorno, con capacidad de absorber toda la vida en rededor, algo que había aparecido para quedarse.
Sin embargo, aquella nueva raza era estéril. Necesitaba al ser humano para sobrevivir y no dudó en parasitar a los humanos para convertirse en la especie dominante. Controló y absorbió toda la energía vital de los que se creían los amos del mundo. La raza humana fue dominada por el animal despiadado que todos llevamos dentro. Fuimos víctimas de nuestra propia naturaleza.
Los humanos llamaron a esta nueva especie parásita la raza Z. Y los Z pronto se dieron cuenta de que debían cuidar a su huésped, o más bien, cultivarlo, ya que dependían de él.

“Menos samba e mais trabalhar”

Aquella noche había sido terrible. Ni siquiera la salida del sol había conseguido aplacar los gritos y alaridos guturales cuyos ecos resonaban en el Sambódromo, muy lejos del habitual bullicio y animación que caracterizaban el recinto en otros tiempos.
Apostados cerca del Sambódromo Leo, Isaac y Sofía, tres de los ya muy escasos humanos libres,  contemplaban como aquel lugar, otrora lleno de luz y diversión, se había convertido en antesala de la muerte formando un complejo con la Granja 323, la Granja de las Favelas, que ahora era un asfixiante lugar repleto de personas asustadas, que sin saberlo, habían sido desposeídos ya de su condición humana para ser convertidos en mero ganado.
La zona de exclusión del Sambódromo de Río, nunca bajaba de cien personas y su función consistía en facilitar el cribado entre los humanos que pasarán a formar parte de la plaga y los destinados al consumo. Se trataba de un lugar infecto, e insalubre como consecuencia de la gran cantidad de fluidos orgánicos que decoraban sus rincones. En este lugar, los humanos que habían conseguido retener gran cantidad de su condición en las denominadas granjas se veían enfrentados a su destino real, inevitable y cruel. El espejismo terminaba de forma abrupta y sus peores sospechas se hacían realidad en escasos días. En las granjas nadie sabía que pasaba extramuros pero todos sabían que si salías, nunca más volvías. A pesar de que alguna vez habían reconocido a algún retornado, parecían volver desprovistos de toda condición humana, como si les hubieran lavado el cerebro y no recordaran en absoluto su pasado y sus lazos familiares.
El Sambódromo llevaba varios años funcionando y se encontraba totalmente impregnado de restos humanos, objetos que algún día significaron algo para sus dueños, prendas de ropa y zapatos desparejados, así como, una cantidad de sufrimiento muy considerable que rezumaba por sus mohosas paredes.
Los forzados habitantes provisionales de tan enorme estructura vagaban como almas en pena, interaccionando mínimamente unos con otros, extremadamente recelosos. El miedo era el leitmotiv de toda aquella nueva sociedad, era un miedo sobrenatural más allá de lo tiránico, era un miedo profundo y cerval, que rascaba en la propia naturaleza animalesca de los humanos confinados en estas condiciones tanto en el Sambódromo como en otras tantas zonas de exclusión repartidas por el mundo. Bajo el intenso miedo, las personas se convierten en seres huidizos, asociales, en los que el instinto de supervivencia mata todo posible atisbo de calor humano, de interacción racional con los congéneres o con el entorno. La raza Z sabía que esta era su mejor arma y testaba sus efectos devastadores sobre la condición humana con cada nueva remesa proveniente de la Granja de las Favelas.
Los tres muchachos se encontraban estudiando sobre el terreno las medidas de seguridad del recinto con la idea de encontrar alguna fisura por la que ayudar a aquellos pobres desdichados a escapar pero la verdad es que el lugar parecía inexpugnable.
—Normalmente los ciclos de rotación suelen ser de una semana y durante ese tiempo, ellos estudian el comportamiento de los reclusos con la idea de seleccionar a aquellos que “merecen” ser infestados con la plaga. Casi siempre es un 10% del total de reclusos aunque este porcentaje puede variar según la remesa —dijo Leo que ya llevaba varias semanas observando el funcionamiento del Sambódromo.
—Suelen buscar personas inteligentes, que son capaces de mantener la serenidad en estas condiciones. Incluso, hemos visto como seleccionaban a aquellos con más empatía, con comportamientos solidarios capaces de ayudar a los otros reclusos. Pero siempre evitan a toda costa a los líderes. Las personas que muestran conductas de liderazgo son matemáticamente destinadas al consumo —apostilló Sofía.
—Fíjate en aquel, el de la camiseta naranja, como ayuda a incorporarse a la señora mayor y le ofrece un poco de agua. Es el tipo de perfil favorito, solícito pero sumiso —volvió a intervenir Leo.
—Quizás el Sambódromo no es el mejor lugar para observar a los humanos porque existen escondrijos debajo de las gradas o en las suites de lujo pero al final todos los reclusos acaban apareciendo. Se comenta el caso de un interno que sobrevivió varias semanas oculto en este horrible lugar mientras veía pasar nuevas remesas de humanos. Finalmente, lo encontraron y curiosamente, no fue devorado. Le inocularon sangre infectada y pasó a ser uno de ellos. Ahora, es uno de los Granjeros Blancos, muy eficaz en su trabajo porque se conoce el Sambódromo al dedillo —explicó Leo.
Sofía se fijó en una chica que lloraba sentada en las frisas del sector 9. —Creo que está embarazada y eso es muy raro. Jamás extraen embarazadas de las granjas porque eso reduciría drásticamente la población. Debe habérseles colado sin darse cuenta y el problema ahora es que no puede volver a la granja de ninguna manera. Posiblemente pasará al servicio de alguna casa, al menos durante un tiempo hasta que tenga al niño.
Leo quería evitarlo a toda costa pero no pudo retener su mente que tomó el camino de la divagación derrotista. —¿Os acordáis cuando empezó todo?, pensábamos que lo controlaríamos como habíamos hecho siempre con todas las plagas a las que se ha enfrentado el ser humano a lo largo de la historia. Pero sin embargo, fue el ser humano quien se volvió contra sí mismo, fue como una especie de cáncer o enfermedad autoinmune que nos engañó, que buscó su propio sustento en nuestra base animal y de repente, nos dimos cuenta de que era como luchar contra nosotros mismos. ¿Cómo hemos podido caminar por esta abominable senda de destrucción?
—Ya sabes cómo sucedió todo, cómo en nuestro intento desesperado por salvarnos, nos condenamos para siempre con ese maldito suero experimental AntiZ-6 creado por los laboratorios gubernamentales de la NSA americana. En principio, parecía que funcionaba revirtiendo los efectos de la zombificación, regenerando los tejidos y deteniendo la putrefacción pero lo que originaron no fueron seres humanos, sino monstruos —dijo Isaac—. El cerebro no fue capaz de regenerarse por completo y creamos una evolución más terrorífica, si cabe, que el propio zombi. Un ente capaz de organizarse, de coordinar sus movimientos, de aferrarse a la existencia con todas sus fuerzas pero totalmente carente de humanidad, de moral, del más mínimo resquicio ético para con su entorno y los demás seres vivos. Y esa maldita doctora, egocéntrica y narcisista, no fue capaz de verlo, pensó que sería ella la elegida para salvar a la humanidad e inoculó el suero a miles de zombis con la firme convicción de que volverían a la vida que tenían antes de ser infectados.
Sofía intervino en la conversación. —Es cierto, casi había olvidado como fueron aquellas primeras semanas tras la expansión de la infección. Las autoridades no se cansaban de repetir que el ser humano había sido capaz de sobreponerse a muchas plagas a lo largo de la historia y que, ahora en pleno siglo XXI, teníamos los medios necesarios para revertir la situación y ponernos a salvo. Para cuando vieron que la situación se les iba de las manos, ya era demasiado tarde. Aquellas renacidos por el suero AntiZ-6, empezaron a organizarse, inmunes ya al virus Z. Empezaron a tomar conciencia de su poder y de su supremacía sobre la raza humana y empezaron a fabricar el suero AZ-6 masivamente. Eran despiadados y no vieron ninguna barrera para crear una nueva sociedad parásita en la que los humanos habíamos sido rebajados a la categoría de ganado, comida con patas.
—¿Cómo hemos podido llegar a este extremo de sumisión? —preguntó Leo azorado. Ahora ellos viven en las ciudades con todas las comodidades y nosotros somos sus sirvientes, los trabajadores que satisfacemos todas sus necesidades materiales en las granjas donde nos crían como simple ganado o en el peor de los casos para perpetuarse como especie.
Unos gritos sacaron al grupo de la depresión hipnótica en la que habían caído y el interior del Sambódromo volvió a reclamar la atención de los tres jóvenes.
—¡Fijaos en el sector norte, alguien ha prendido fuego a los asientos de las gradas y está gritando con un palo en alto! —exclamó Isaac. Pobre infeliz, el furgón de carga ya se encuentra en la exclusa de carga y creo que el chico tiene todas las papeletas para que se lo lleven en la remesa de hoy. No soportan más de 24 horas antes de volverse medio locos y desear la muerte a toda costa. Si os fijáis, los granjeros han tenido que vallar las gradas para evitar suicidios en masa.
El Sambódromo pareció quedarse vacio al entrar los “Granjeros Blancos”, que era como llamaban a los funcionarios encargados de atrapar al ganado humano. Les llamaban así por el color de su tez y porque iban ataviados con unos monos blancos al estilo de aquella mítica película de Stanley Kubrik. Su forma de actuar también era muy similar a  la hiperviolencia descreída que corría por las venas de los protagonistas de aquella película. Se comportaban como una jauría de lobos, organizados, gregarios y cuando cogían a una presa resultaba muy difícil que la dejaran escapar por mucho que pataleara. Efectivamente, el chico del palo fue acorralado y aturdido con un descarga eléctrica que pareció amansarle.
Los Granjeros Blancos fueron recorriendo el Sambódromo a medida que iban sacando de sus escondrijos a los humanos que se escondían como sabandijas, los aturdían con un poco de electricidad y los volteaban hacia el interior del furgón como si fueran sacos de carne y huesos.
Algunos humanos les plantaban cara en un último ademán de rebeldía y orgullo y entonces uno de los granjeros blancos le sostenía la mirada como aceptando el reto en actitud teatral mientras otro le descerrajaba una descarga de voltios por detrás entre grandes carcajadas.
—Hoy es el último día de la semana, así que creo que limpiarán las instalaciones —advirtió Isaac. Sí, ya veo los perros salvajes preparados debajo de la Tribuna. Me pregunto si esos animales pertenecen realmente al reino animal o son engendros creados por ellos porque ciertamente parecen perros zombi. Hemos de tener cuidado, esos animales son capaces de oler un humano a varios kilómetros, así que no nos quedaremos a ver el fin de fiesta.
—¡Esperad! Fijaos como al chico de la camiseta naranja le están dispensando un trato diferente, va a convertirse en uno de ellos. Lo han esposado y se lo llevan en aquel Hummer negro hacia el centro de la ciudad, donde se encuentra el Instituto de Conservación de la Especie. ¡Acaba de nacer un nuevo zombi!

domingo, 19 de noviembre de 2017

Plenitud


Durante la tarde, las dudas se mezclaban con la inapetencia y la líbido rebotaba contra una especie de muro que crecía minuto a minuto a medida que se acercaba la noche del sábado. Con los años el salvaje instinto sexual había dejado paso a una serena interacción de pareja cargada de amor pero también de multitud de problemas y fricciones causadas por el discurrir de la vida.
Casi en el olvido quedaban ya épocas pretéritas en las que las más desatadas pulsiones sexuales eran satisfechas en los lugares más insospechados, a hurtadillas, sin medios físicos ni comodidades, ¡pero que importaba!
La aventura de lo desconocido, la exploración de los húmedos terrenos del cuerpo en los que jamás se había entrado con tanta profundidad, el autodescubrimiento de algo que siempre había estado ahí, esperando a ser desvelado y utilizado, suponían un atractivo sin par, casi desesperado, ávido, furioso.
Los años habían ido limando las aristas de aquella furia sexual, habían ido trazando mapas sobre la piel con caminos muchas veces recorridos, podríamos decir que habían usurpado el ingenuo contento de la juventud para trocarlo en algo en que primaba el sentimiento del amor por encima de la satisfacción física.
Por eso al llegar la noche, navegábamos en un mar de dudas que se extendía entre el sofá y la televisión sin acabar de decidirnos a buscarnos o no. Pero finalmente la chispa indecisa surgió y los primeros besos cubrieron nuestros labios despertando inmediatamente  el casi olvidado sentimiento lujurioso. El besuqueo incendió rápido la llama animal, ya casi olvidada, creando un extraño sentimiento de extraña familiaridad y se extendió rápido a otras zonas del cuerpo todavía cubiertas de ropa. La temperatura subía por momentos, las orejas rojas y los pies fríos constituían un coctel de claroscuros que todavía sembraba la sombra de la duda en nuestros impulsos. La situación no era tan obnubilante como para cegar nuestro sentido del ridículo y por eso, de repente, se produjo un parón, una reflexión de la mente racional que intentaba imponerse a al cerebro visceral y reptiliano.
Casi se fue todo al traste pero un acto de voluntad, de amor misericordioso, nos dio el ánimo, al menos por esta vez, para continuar con el juego amoroso y hacer que el ardiente sentimiento se extendiera por todo el cuerpo hasta calentarnos los pies. En ese momento, volvimos a besarnos, quizá de forma más calculada que antes pero también más determinada y fue entonces cuando supimos que teníamos que abrir el melón, ¡ropa fuera ya!
La retorcida postura en la que se encontraban nuestros cuerpos no ayudó en absoluto en los trabajos para alcanzar la desnudez. Nos intentamos ayudar entre empujones y restregones sobre los brazos del sofá y algún que otro crujir de las costuras de las prendas sometidas a tanta tensión sexual. Los pantalones quedaron como adheridos a una de las piernas y algún calcetín se resistió a salir.
Por fin notamos la tersura templada de nuestra piel en contacto, un cuerpo sobre el otro, transfiriéndonos calor y las piernas entrelazadas con los pies que todavía seguían fríos. El torrente de besos se hacía cada vez más intenso, y húmedo mientras las manos se entrelazaban y los dos cuerpos iban lentamente convirtiéndose en uno solo, palpitante, trémulo, vibrante.
Como el vórtice de un tornado, recorrimos nuestros cuerpos explorando, devastando nuevas áreas de nuestra anatomía entrando lentamente en un frenesí sexual que nos llevaría al sagrado momento de la comunión entre dos seres.
De nuevo, las bocas se buscaron, las manos se entrelazaron y los sexos sucumbieron a una brutal atracción surgida de aquellos prolegómenos. La sensación de inundación corporal anegó los dos cuerpos, que se movían al unísono mientras entraban el uno dentro del otro y viceversa.
En aquel momento, ambos fueron conscientes de que habían encontrado la senda de la felicidad, esa que no necesita nada, que lo tiene todo y se contiene en sí misma. Tan solo se trataba de seguirla, de dejarse llevar montaña abajo mientras se apropiaban de su merecido festín sensorial.
En ese momento todo fue perfecto, la tensión justa para sostener el ritmo, sin prisa, sin cuestiones, sin justificaciones, sin reproches.  Ambos se sentían partícipes de la gran revelación del secreto de la vida y sentían que su objetivo en la Tierra estaba plenamente colmado. Habían vivido y vivían para ese momento absolutamente edificante. La sensación, casi indescriptible con palabras, les situaba en el centro del Universo en conexión total con la esencia del SER único proporcionándoles el sentimiento de plenitud absoluta.
Y de repente fueron devueltos a la mundana realidad, el latigazo de alta tensión cesó produciendo algo parecido a una atonía muscular y un sentimiento de alegre despreocupación les embargó después de la tormentosa borrachera. Se miraron con una sonrisa tonta en la cara mientras caían uno al lado del otro rendidos por el exceso de ejercicio físico.
La sensación de complicidad había sido increíble dejando un poso de tranquila felicidad compartida. Se quedaron mirando el techo desparramados sobre el sofá en un estado casi catatónico del que no hubieran querido salir nunca y sintiendo una curiosa sensación de… plenitud. 

viernes, 10 de noviembre de 2017

La noche oscura


Menos mal que a cada día le sigue su noche, con su oscuridad que todo lo envuelve, que todo lo tapa y lo permite. La noche es benevolente, nos contempla y nos comprende en nuestras horas bajas cuando el cansancio y el sueño se adueñan de nuestra voluntad. La noche es ese paréntesis en el  que morimos y volvemos a nacer cada día con renovada energía, es el intervalo del descanso que insufla aire fresco en nuestra percepción del mundo y que nos hará ver las cosas con renovada mirada al día siguiente. Aunque no lo parezca, se producen muchos procesos durante la noche, nuestro cerebro no para de visualizar la secuencia de imágenes que conformaron nuestro día, e incluso nuestra vida, y con todo ese material amasa decisiones, nuevas perspectivas y nuevos caminos que emprender con las primeras luces del día.
La noche me reconforta, esconde mis actos con su gran manto de oscuridad y me lanza hacia el descanso, esas pequeñas vacaciones de unas horas que nos damos todos cada día, o mejor dicho, cada noche. Cada noche siento una suave y templada sensación que me acompaña a lo largo de mis horas de vigilia nocturna, a veces materializada en una taza de café caliente entre las manos y que de cualquier forma, me induce un dulcísimo sentimiento de acompañamiento quizá de todas las almas de los noctámbulos que como yo pululan en la noche.
Es cierto que la noche puede ser traicionera si se lo permitimos, si no estamos en paz con nosotros mismos. Si no aceptamos nuestro día tampoco aceptaremos nuestra noche. Las preocupaciones, los problemas no resueltos y las metas por superar pueden abrir la puerta al insomnio y negarnos el natural discurrir del descanso y la regeneración. Hay que saber manejar la noche, comprender su mecanismo y entender las reglas del juego si no queremos que nos juegue una mala pasada. No solucionaremos de forma racional lo que no pudimos atajar durante el día y el acelerar nuestro ritmo durante la noche no nos traerá nada bueno. Cada momento tiene sus reglas y debemos entenderlas y acatarlas si queremos disfrutar del momento en su justa medida.
De hecho, hay personas más preparadas que otras para sacarle partido a la noche. Son aquellos que se activan con la oscuridad y, sin embargo, adolecen de una tremenda pereza a la hora de levantarse por las mañanas. Yo creo que los noctámbulos tienen una estructura cerebral diferente, pertenecen a lo que se llama un cronotipo lento, es pura fisiología. A ellos les pertenece la noche, que para ellos representa un campo fértil y abonado que permite materializar sus sueños. ¡Qué mejor momento para escribir un relato! No hay un buen relato de terror que se precie que no haya sido escrito con nocturnidad y alevosía. Los noctámbulos son grandes soñadores que sueñan despiertos y que cada noche se niegan a reconocer que la bienvenida hipnagógica está a la vuelta de la esquina.
Asimismo, los noctámbulos empedernidos aman el otoño, como es mi caso, el triunfo de las tinieblas que van extendiendo su oscuro manto sobre las horas del día. Los días se acortan y la vida se hace nocturna por momentos. La Naturaleza se prepara para dormir pero todavía es tiempo de recoger los frutos maduros de los olivos y las vides, los granados y los kakis, los castaños  y los boniatos. Mientras se aproxima la noche del año, la vida se desarrolla íntima, introvertida, escondida, al tiempo que los mecanismos de regeneración vital se ponen lentamente en marcha. Este gigantesco anochecer es perfecto para mirarse hacia dentro mientras disfrutamos de nosotros mismos. ¡Me encanta el otoño!
Y si el otoño es la noche del año, no puedo dejar de hablar de la noche de la vida, la oscuridad más severa y profunda, la oscuridad definitiva que no es otra que la muerte. Ansío desenvolver el regalo del ocaso de la vida, encarar la recta final donde la carga experiencial es tan elevada que nada me enfada ni me molesta. La sensación de arribada hacia el destino seguro me reconforta al mismo tiempo que desaparece la necesidad de justificar mis actos. Pero de nuevo es necesario estar en paz con uno mismo para poder saborear esta etapa de la vida con la mayor plenitud y sosiego. Aquí ya no caben las frustraciones ni las metas inalcanzables ni la insatisfacción permanente que nos espolea en busca de no se sabe muy bien qué. El ocaso es el gran momento apreciativo en el que damos valor a todo lo conseguido durante la vida. El ocaso es el delicioso momento de prepararse para el merecido descanso, un descanso que espero sea eterno.

lunes, 10 de julio de 2017

Enemigo mío


Con el paso de los años, mi bolsa de viaje se hace más y más pesada. Tanto, que a veces pienso que llegará algún día que no podré con ella.
Me levanto por las mañanas pensando que nueva trampa, suplicio o castigo tendrá preparado mi cuerpo para mí en este día, ¿podré sobrellevarlo?, ¿o me superará?
Por si no habéis captado a que me refiero todavía os diré que se trata de mi cuerpo, el vehículo portador de mi vida, con el que nací y realizaré todo el viaje hasta la muerte. Quizá es triste sentirlo así, como una carga que hay que acarrear de un lado para otro, siempre ofreciendo resistencia, siempre poniendo trabas. No puedo evitar considerarlo así, soy hijo de la tradición judeo-cristiana y también musulmana que nos presenta una dicotomía cuerpo-espíritu y nos promete que algún día seremos liberados de la pesada carga del cuerpo y podremos campar a nuestras anchas sin someternos a la tiranía de las limitaciones de la biología. Sin embargo, las corrientes de pensamiento orientales tienden a integrar cuerpo y mente en busca de una plenitud completa. El cuerpo no es el enemigo sino todo lo contrario, cuerpo y mente se retroalimentan en un círculo virtuoso. Por desgracia para nuestra sociedad occidental el yo está en la mente y el cuerpo es un añadido, más feo o más atlético o más orondo o incluso de sexo contrario al que realmente sentimos. Así que tenemos que moldearlo, someterlo o dominarlo pero él siempre acaba ganando la batalla diciéndonos con claridad que hay que tratarlo con respeto.
Mi sentir corporal se resume en la conocida frase “Virgencita que me quede como estoy” porque parece que llegada una edad, el cuerpo no puede más que caminar hacia el declive diario, inexorable, implacable.
Son quizás estos achaques los que me hacen sentir vivo pero sin embargo recuerdo los años de la infancia en los que literalmente “no era consciente de mi cuerpo”. Vivía como si no tuviera cuerpo, que se mostraba silencioso, sin quejarse nunca, respondiendo siempre con solvencia a los caprichos de la mente. Todavía recuerdo mi primer dolor de cabeza cuando pregunté a mi madre que era aquello y por qué me dolía. Quizá fue esa época en la que estuve o estaré más cerca de la utopía del espíritu liberado de la física material. Ahora me digo, “si me duele, es que estoy vivo”, no me queda otro premio de consolación.
Así que mi felicidad está tremendamente ligada a mi cuerpo, ¿cuánto crédito tendré esta vez hasta la próxima dolencia? ¿Podré pasar largo tiempo sin grandes achaques físicos?, es lo que se pregunta un hipocondriaco como yo, muy mal paciente, muy sensibilizado con respecto al malestar físico y adicto a los analgésicos mientras veo agrandarse cada vez más la distancia que me separa de mi propio cuerpo. Trazo mentalmente un arco hacia mi vejez y no puedo dejar de ver la divergencia cuerpo-mente. La mente que no parece envejecer, o mejor dicho, que envejece bien y el cuerpo que va hacia la decadencia que será en última instancia la razón de su muerte. El reloj biológico es insobornable y, con más o menos suerte, todos caminamos hacia el declive físico, a veces incluso ante la atónita mirada de nuestra mente.
Sé que debo cambiar e ir al encuentro de mi propio cuerpo que dejé abandonado en alguna cuneta de mí discurrir vital pero esa aceptación holística no es tan fácil de alcanzar. Si alguien tiene la receta, le estaría enormemente agradecido por compartirla conmigo.
De momento, a la espera del siguiente susto, se despide este vuestro doliente hijo de la humanidad.

domingo, 18 de junio de 2017

Junio


Hablar sobre un mes del año puede parecer trasnochado y poco original. Sin embargo, me he decidido a explicar las sensaciones que me provoca junio en un contexto emocional y emocionante porque siempre ha sido un mes especial.
No sólo es el mes en el que nací hace 47 años, es el mes de las metas, de los desvelos y de los anhelos. Recuerdo las calurosas noches de junio hincando codos para sacar los múltiples exámenes al calor del flexo. Recuerdo aquella sensación de cosquilleo al ver acercarse la meta pero sabiendo que todavía quedaban obstáculos en el camino antes de alcanzar la felicidad estival. Recuerdo mi esfuerzo sacando fuerzas de flaqueza mientras me asomaba por la ventana de mi habitación con la intención de capturar algo del aire fresco de la noche para seguir empollando las lecciones, ¡ay, los temidos exámenes finales! Había llegado hasta rezar pidiendo a Dios que me ayudara a aprobar alguno de los muchos exámenes que se concentraban en pocas semanas, en aquella época en la que era más creyente que ahora.
Y luego las notas, las intuiciones sobre los posibles resultados de los exámenes que me podían alzar hacia el Olimpo de los aprobados o hacer caer en el abismo de septiembre. Qué curioso, ahora que menciono septiembre, qué diferentes sensaciones y recuerdos me trae en comparación con junio. Septiembre tiene una textura emocional totalmente diferente que quizá comentaré en otra ocasión.
Volviendo a junio, todo en él es cambio, el curso, el clima que nos aboca al cegador e indolente julio, la fiesta de San Juan donde ofrecemos a la hoguera todo aquello que nos ha acompañado durante el largo invierno y quedamos desnudos y limpios para empezar de nuevo. El calor del sol, del fuego, de los petardos, de los flexos. El solsticio y las caricias de las olas del mar que comienzan a rozar nuestros pies, y el anhelado sentimiento de libertad vacacional. ¿No os ha pasado nunca que los días previos a las vacaciones son vividos con más júbilo que los propios días de asueto? A veces, lo que está por venir genera un sentimiento ilusorio más gozoso que el que sentimos cuando por fin vemos satisfechas… o no nuestras expectativas. Y eso es junio, ilusión y cambio. Para mí siempre a representado un renacer, dar un paso más hacia el crecimiento personal. De hecho el nombre de este mes parece provenir de la diosa romana Juno, diosa de la maternidad, que representa lo joven, lo juvenil.
Buscando un símil que me permita explicar que es para mí el mes de junio, no se me ocurre nada mejor que el de un funambulista cruzando de un extremo a otro de la cuerda floja, pisando con cierta inseguridad, sintiéndose protagonista de su propia vida, acariciando con las yemas de los dedos el éxito de la función pero mirando de vez en cuando hacia abajo con recelo. Junio representa la eclosión del verano, de los frutos cultivados durante todo el año, es el tiempo de empezar a recoger la cosecha, que a veces por desgracia es abundante en calabazas.
Os dejo con ese cosquilleo tan especial que se siente en este mes, el mes de la consagración de la primavera.

lunes, 27 de febrero de 2017

Querencia distópica


No sé por qué, últimamente me seducen extraordinariamente los escenarios post-apocalípticos. Me imagino formado parte de un grupo de supervivientes en un planeta Tierra desbastado por alguna plaga y teniendo como única meta llegar al final del día. Es una idea agradable, ilusionante, enriquecedora, atractiva que a veces me llevo a la cama con la idea de fantasear con ella mientras cojo el sueño. Y la verdad, ¿no sé porqué me resulta tan reconfortante esta idea?
Por eso, he intentado reflexionar un poco sobre ella con el fin de descubrir que se esconde tras estos deseos de arrasar la Tierra para poder empezar de nuevo.
Quizá se trata de un ansia de rebelión contra toda la sofisticación y superficialidad que la raza humana ha sido capaz de construir alejándose cada vez más de los principios simples que rigen la Naturaleza. Quizá es un grito de auxilio contra esta ajetreada vida que nos hemos impuesto y que nos aleja de nuestras serenas raíces naturales.
Me imagino que tras haber salvado la vida en el apocalipsis, quedaríamos unos cuantos con ganas de empezar de nuevo, de hacer borrón y cuenta nueva, de eliminar todo lo malo de la sociedad para quedarnos solo con lo bueno. Volveríamos a la madre tierra para obtener nuestro sustento, y gestionaríamos los dañados recursos de una manera ecuánime y responsable para volver a crear un entorno que pudiera acoger de nuevo una vida humana digna. Ya no servirían las reglas, ni las leyes actuales pero se tendrían que establecer unas mínimas normas de convivencia basadas en el vive y deja vivir. Ya no existirían las religiones porque muy pocos creerían en un dios que ha permitido un apocalipsis de tales dimensiones. No existiría el dinero, ni la economía, ni las bolsas, el valor de las cosas se mediría por otra escala. No existirían tampoco las élites dominantes ni las sociedades oprimidas, todos seriamos iguales todos renivelados de nuevo. Sólo quedaría el ansia por vivir, por empezar de nuevo por desprenderse de todo lo supletorio y dedicarse íntegramente a lo importante de la vida que en realidad es tan sencillo como vivir como un ser vivo más de la madre Naturaleza.
Por supuesto, siempre habría individuos e individuos, y quizá rápidamente se establecerían de nuevo roles, unos dominantes, con aspiraciones a liderar y otros más sumisos, con misiones más cercanas a ser obreros, artesanos, creadores de bienestar.
Todas estas imaginaciones me acarician la mente, sintiéndome muy protagonista porque todos los supervivientes seriamos protagonistas de nuestra historia, con cada acto, con cada palabra. La vida directamente en nuestras manos y no gobernadas por los designios de lejanas elites de poder que no llegamos ni a imaginar.
Sin embargo, quizá todo esto sólo responde a mi natural rebeldía iconoclasta y de tintes anarquistas. Por eso, al gobierno sólo le pido una cosa, que me deje tranquilo, que su función se haga invisible y me deje medrar a mis anchas. Por eso tengo un cierto sentimiento de rechazo a los símbolos de la tribu, no me identifico con nadie, me siento apátrida, no me gusta la Unión Europea que siento llena de hipocresía, y no me gustan las Naciones Unidas llena de intereses creados desde la Segunda Guerra Mundial.
Creo estar llegando al núcleo de mi querencia apocalíptica, es duro caminar solo por el mundo pero es más auténtico y me parece que por ahí van mis tiros. So pena de haber caído en los populismos que arrasan actualmente el planeta, mi auto-psicoanálisis me ha llevado a esta conclusión: ¡soy un anti-sistema!

martes, 7 de febrero de 2017

La hipótesis Gaia


En 1969 el químico James Lovelock ideó la hipótesis Gaia. Según  esta hipótesis la vida fomenta y mantiene unas condiciones adecuadas para sí misma, afectando al entorno, de manera que la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un todo coherente donde la vida, su componente característico, se encarga de autorregular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Es decir, que la biosfera autorregula las condiciones del planeta para hacer su entorno físico más hospitalario con las especies que conforman la «vida».
Por tanto, debemos asumir que a medida que la vida evoluciona sobre la superficie del planeta también va provocando un cambio dinámico de su entorno de manea que favorezca la existencia y requerimientos de especies más evolucionadas. En este sentido tendríamos un sistema en perfecto equilibrio que se extendería a lo largo del tiempo. Creo, sin embargo, que existe un “bug”, una puerta trasera en esta teoría que desestabilizaría la armonía planetaria proyectada por la hipótesis Gaia. Ese colapso del sistema se produciría con la aparición de la conciencia, y me explico.
En este sentido, a medida que la vida evoluciona y da lugar a la aparición de organismos más complejos, aparece la conciencia encarnada en aquellos organismos más evolucionados capaces de pensar, dotados de la capacidad cerebral de generar el pensamiento. Desde el momento que eso ocurre, entran en juego toda una serie de motores que no se encuentran en sintonía directa con la vida, es decir, los seres pensantes alteran ciertamente su entorno, la Tierra, pero no lo hacen en base a condicionantes naturales dirigidos a favorecer la supervivencia sino a intereses muy distintos que hasta podríamos clasificar de “idiotas”. Entran en juego el orgullo, el amor y el odio, la apreciación de la belleza, el miedo, la soberbia y toda la infinidad de productos de una mente pensante, todos ellos con una finalidad muy distinta que la de perpetuar la vida sobre el planeta.
Quiero con esto decir, que la especie con más capacidad de alterar el planeta, que es el ser humano, rompe con los fundamentos de la hipótesis Gaia ya que en general los motivos por los que modifica su entorno están bastante alejados de la premisa de perpetuar la vida en la Tierra. Entran en juego intereses económicos, motivaciones individuales en contraposición al interés colectivo, o simplemente estupidez que van dirigiendo al planeta hacia unos derroteros  que no suponen aumentar la habitabilidad de la Tierra. Más al contrario parecen encaminados a desolar la faz de la Tierra de tal forma que no sea posible la vida.
Por tanto, para mí, la hipótesis Gaia alcanzaría un clímax con la aparición de la conciencia, es decir, tendría como tope evolutivo la aparición de seres capaces de pensar y a partir de aquí se produciría una involución, una destrucción de la vida hacia estadios menos evolucionados como únicos posibles supervivientes. ¡Siempre hemos intuido que si la raza humana destruye la Tierra sólo se salvarían las cucarachas!
¿Quiero con esto decir que la conciencia es incompatible con la vida que la sostiene? Me temo que desde que aparece la capacidad de recrear la realidad en nuestra mente de forma individual y crear nuestra propia realidad, nos escindimos del todo, de la madre Naturaleza, y abandonamos nuestra condición de seres vivos basados en el carbono para creernos seres espirituales inmortales. Así, mientras nuestro nivel de conciencia no alcance niveles más elevados que rompan la dualidad individuo-entorno y que nos permitan entrar en comunión de nuevo con la Naturaleza, la vida sobre el planeta corre peligro de extinción.
Por eso creo que en los tiempos actuales la hipótesis Gaia chirría y me encantaría de todo corazón que alguien me demuestre lo contrario.

martes, 24 de enero de 2017

Compañeros de cama


Como de costumbre, me fui a la cama bastante tarde arropado por ese sentimiento de soledad mágica que envuelve la oscuridad de la noche y que tanto me gusta. La noche todo lo perdona y sólo he de rendir cuentas a la almohada, que en mi caso es bastante condescendiente. Luego el sueño lo limpia todo y con el alba nace un nuevo día y una nueva vida. Por eso me agrada mucho más la noche que el día, por eso soy un trasnochador empedernido.
Volviendo al caso que quiero describir hoy, eran cerca de las 3 de la madrugada cuando busqué el reconfortante calor de las sábanas de mi cama de matrimonio para darles reposo a mis molidos huesos. Mi esposa dormía plácidamente en su lado de la cama emitiendo unas leves sibilancias al respirar.
Me introduje en la cama de un salto, acosado ligeramente por los monstruos, engendros y entidades misteriosas a las que había dedicado mis horas de asueto nocturno. Traté de dormir, de desprenderme de toda aquella carga psíquica. Nada más cerrar los ojos advertí un leve cambio en el ritmo respiratorio de mi mujer que se hizo más denso y pesado. No le di mayor importancia y seguí con el decidido deseo de conciliar el sueño. Sin embargo, más inesperados cambios me acechaban a las puertas del reino de Morfeo. El lado de la cama sobre el que descansaba mi mujer se fue hundiendo lentamente como si un gran peso reposara sobre él a medida que los leves sonidos respiratorios se transformaban en sonoros ronquidos. En ese momento tuve claro que algo no iba bien, que alguna de mis fantasías nocturnas me había acompañado hasta la cama y parecía cosificarse a mi lado. El pulso se me desbocó y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo mientras un sudor frio se apoderaba de mis sienes. No me atreví a girar la cabeza para vislumbrar si era sueño o realidad lo que allí estaba aconteciendo.
De repente, algo me rozó las piernas. Tenía un tacto áspero y al mismo tiempo pegajoso y húmedo. Yo seguía paralizado incapaz de mover un músculo para zafarme de aquella pesadilla que me arrastraba con fuerza. Comencé a rezar como un niño asustado mientras el otro lado de la cama se agitaba cada vez con más violencia.
Un olor pútrido anegó mis sentidos como proveniente de una fuerte respiración que generaba una corriente de aire por encima de mi cara. ¡¿Qué estaba pasando?!
Volví a sentir aquel tacto espantoso que se asemejaba a piel de pescado rodeándome las pantorrillas mientras ascendía piernas arriba. Yo me preguntaba cómo era posible permanecer inmóvil en una situación así, tal era el miedo atroz que me atenazaba. Entonces algo similar a un tentáculo se deslizó por debajo de mi nuca y rodeó mi cuello con ese tacto frio, húmedo y pegajoso que parecía estar apoderándose de mi cuerpo sin que yo pusiera remedio. La sensación de repugnancia me provocó una arcada que quedó medio ahogada por el terror que devastaba mi alma.
Aquel tentáculo se deslizaba alrededor de mi cuello con una intención clara que pronto se puso de manifiesto. Su fuerza constrictora se hizo mayor, lo que me obligó a tensar la musculatura del cuello para poder permitir el paso del aire. Pero su fuerza era mucho más poderosa que mi escasa resistencia y pronto caí presa de un ahogo nauseabundo que sacudió todo mi cuerpo. ¡Me ahogo, no puedo respirar! ¿Quién es el ser criminal que me ataca de esta manera?
De repente, en uno de mis postreros estertores, desperté de un salto completamente bañado en sudor. La noche me había jugado una mala pasada, acababa de tener un mal viaje. Sentí una profunda sensación de traición y abandono mientras mis sentidos volvían a la realidad. De nuevo volví a oír el respirar lento y regular de mi mujer a mi lado. Me resultó muy difícil controlar el estado azorado que agitaba mi alma pero al final, con una falsa sonrisa en la cara, volví a recostarme en la cama sintiendo una desagradable sensación agridulce. Tenía miedo de volver a dormirme por si caía de nuevo en la misma horripilante pesadilla. El miedo me impedía pegar ojo.
De repente, un ronquido profundo y gutural se apoderó de la oscuridad de la habitación, el corazón me dio un vuelco y quedé paralizado de nuevo. ¡No me atreví a girar la cabeza!...