martes, 14 de junio de 2022

EL FIN DE LA ALDEA GLOBAL

 


Decía la máxima latina “divide y vencerás” y en los convulsos años 20 de este siglo XXI, se vuelve a presentar como el primer paso para la resolución de los problemas que nos acucian.

A nivel sanitario con la pandemia COVID, hemos podido comprobar que el aislamiento y el bloqueo del trasiego de personas han sido determinantes para cortar la cadena de contagios de este indeseable virus que tantas vidas a segado. Es decir, algo que empezó en un mercado de Wuhan ha alcanzado rápidamente todos los rincones del planeta y ha sido necesaria la segmentación (restricción de la libertad de movimiento, pasaporte COVID, vacunas administradas a distintos grupos poblacionales, etc…) para atajar la crisis sanitaria mundial que hemos padecido.

La invasión de Ucrania por parte de Putin ha sido el segundo hecho luctuoso que ha puesto de manifiesto las desventajas de la globalización. Hemos podido comprobar como un problema regional causaba una crisis energética, económica y alimentaria mundial.

La globalización lleva años haciendo que todo el planeta se comporte como un ente unitario en la que cada una de sus partes se ha especializado en una función orgánica y la suma de todas ellas permite que Gea siga viviendo.

Y de nuevo, hemos tenido que segmentar, poner barreras y buscar la autosuficiencia para atajar los efectos perniciosos que la guerra en Ucrania bombea hacia todo el planeta.

La globalización transforma el planeta entero en un ente orgánico que se comporta como cualquier organismo vivo en el que todos sus órganos trabajan al unísono. Qué pasa cuando el hígado trabaja mal, o cuando el riñón no funciona o no digamos si tenemos un problema en el cerebro. Todo nuestro ser funciona mal, toda nuestra supervivencia se pone en riesgo. Esto es el símil de lo que representa la globalización para la especie humana. Cualquier desajuste local se convierte de inmediato en un problema global.

Y tal como ya han empezado a vislumbrar las avezadas mentes del foro de Davos, la solución pasa por cargase la globalización. Se trata de poner cortafuegos, barreras que segmenten el campo de juego de manera que podamos actuar sobre la parcela que funciona mal sin comprometer todo el sistema.

Yo estoy de acuerdo, para mí la globalización ha acarreado siempre más problemas de los que ha solucionado porque siempre se ha comportado como un mecanismo que favorece a los grandes flujos de dinero que campan a sus anchas con en el escenario global. La globalización ha sido el mecanismo por el cual hemos podido delinquir fuera de nuestra casa, y me explico. Hemos podido pagar sueldos que no pagaríamos en nuestra casa, exigir condiciones laborales que no aceptaríamos en nuestra casa, pagar unos impuestos irrisorios que tampoco pagaríamos en nuestra casa, maltratar el medioambiente como no nos atrevemos a hacerlo en nuestra casa (contaminar, ensuciar, desforestar, sobreexplotar, etc…). Vamos, convertirnos en auténticos hooligans que no toman el té a las 5 levantando el dedo meñique.

Dicho esto, nos encontramos con el siguiente problema a resolver: definir cuál es la unidad funcional que nos define y nos permite ser autosuficientes. Si le preguntamos a un catalán, se apresurará a decir que es Catalunya pero quizá sería España o hasta la Unión Europea, la que podríamos definir como nuestra unidad funcional. Mucho me temo que abordaremos esta cuestión, no desde el pragmatismo y la funcionalidad, sino desde el corazón o incluso desde el cerebro reptiliano.

¡Qué los campos de Castilla vuelvan a producir trigo! ¡Qué España sea energéticamente autosuficiente, con nuestro sol, nuestro viento y nuestro mar! Quién piensa que vamos a pasar hambre en España con nuestra agricultura y nuestra ganadería.

Vuelta a la autarquía porque debemos limitar la capacidad del ser humano de “explotar”, en el sentido más explosivo del término, el planeta Tierra poniendo mamparos de contención que contengan a Putin y a todos sus hijos.

sábado, 30 de abril de 2022

¡EXPLOSIÓN DE VIDA!

    Al llegar la primavera a mi tierra, veo como toda la energía verde, y amarilla, y lila, y blanca… estalla, explota con rabia en una producción furiosa de materia orgánica.

    Es como un parto, en el que la madre Tierra alumbra todo su poder dormido durante el invierno. El estallido de vida es tan fuerte que casi podemos oírlo y, por supuesto, verlo, olerlo, tocarlo.

    La madre Tierra y el padre Cielo se fecundan, se alimentan mutuamente, se mezclan haciendo subir el suflé de su pasión natural que engendra tallos, hojas, troncos y flores.

    ¡Viva la primavera! La primavera explota, explota la vida.