domingo, 9 de diciembre de 2012

El Otoño es Poesía



Hoy es domingo de lavandería,
barricadas blancas,
 trincheras multicolor,
y la colada que ríe, y espanta.
Camisas, faldas y lencería
en el domingo de lavandería.

En este Noviembre otoñal,
me envuelvo todo de poesía
que mi alma palia
como la luz del mediodía.

Naturaleza en otoño,
dorado elixir soñado
de la vida es el secreto,
maduro, sereno y sabio.
Sus gotas perlan mi ánimo
que las absorbe camino abajo.

Mi alma se baja al letargo
mirando hacia el solsticio,
curo heridas y suplicios
con remedios tristes y largos.

La mente vaga entre brumas
que nimban los esqueletos
del camposanto boscoso
en estado ebrio y frondoso.

En el día,
yo me pierdo a la ida
y me encuentro a la vuelta.
Busco la calidez del ocaso
y siempre encuentro refugio en el poniente
que imponente me muestra el ocaso.
¿No es acaso el otoño
el ocaso del año?

Ya cesan los vientos
y la escarcha enharina
las crestas del verde manto.
Ya caen las brumas
que rezuman desde lo alto
de las azules cimas.

Ya se cierne el frío invierno,
y al espíritu inánime
solo le resta esperar,
y soñar con las verduras
que arrancará el equinoccio.



Otros caminaron con más maestría que yo por los senderos del otoño, y huyendo de la comparación, aquí os dejo una colección de sus sentidos cantos de recogimiento.

EL OTOÑO
(Juan Ramón Jiménez)

            Ya el sol, Platero, empieza a sentir pereza de salir de sus sábanas, y los labradores madrugan más que él. Es verdad que está desnudo y que hace fresco.
            ¡Cómo sopla el norte! Mira, por el suelo, las ramitas caídas: es el viento tan agudo, tan derecho, que están todas paralelas, apuntadas al sur.
            El arado va, como una tosca arma de guerra, a la labor alegre de la paz, Platero; y en el ancha senda húmeda, los árboles amarillos, seguros de verdecer, alumbran a un lado y a otro, vivamente, como suaves hogueras de oro claro, nuestro rápido caminar.

El señor Otoño
(María Elena Walsh)

En una oxidada cafetera
ha llegado un señor,
un señor de galera
en una cafetera Ford.

Con peluca de fideo fino,
guantes patito, traje de papel,
va dejando por todo el camino
una luz parecida a la miel.

Dicen que el señor es peluquero
y también es pintor
y que tira el dinero
porque es muy despilfarrador.

El señor se para en una esquina
y del bolsillo de su pantalón
saca banderitas de neblina
y un incendio color de limón.

Con sus tijeritas amarillas
pasa por el jardín:
le cortó las patillas
y los bigotes al jazmín.

A los arbolitos de la plaza
un sobretodo de oro les compró,
y pintó la tarde con mostaza
aunque el sol le decía que no.

Dicen que el señor tiene en el cielo
un enorme taller
donde hará caramelos
de azúcar del atardecer.

Canta dulcemente con sordina
y se pasea como un inspector.
Prueba la primera mandarina
y se lleva la última flor.

El otoño de la vida
(Rosalía de Castro)

Una tarde de paz en el estío
en que al sopor del caluroso ambiente
se mezclaba lo fresco del rocío.

Hora en que el sol su brillantez perdía,
cubierto allá por las doradas nubes
donde hermosas sus luces escondía.

Sembrada de azucenas y verdura
selva en verdad de dilatado espacio,
convidaba al reposo y la tristura;

y en la pálida sombra que extendían
las ramas de sus árboles frondosos,
misteriosas dulzuras se escondían.

Ningún eco cercano se escuchaba,
ni el insecto de espléndidos colores
jugando por los aires revolaba.

Parece que en redor todo dormía,
que ni aun el aura entre las blandas flores
con su manso murmullo se sentía.

De cuando en vez algún ligero viento
que al mismo tiempo de nacer moría,
cual de un niño que expira el breve aliento.

Un eco inusitado produciendo
pasaba entre el verdor de aquel follaje,
y en el espacio al fin se iba extinguiendo.

Y al cabo en el silencio adormecidas
las olorosas plantas reposaban
en la sombra fresquísima escondidas...

...«Al que en la vida una vez
mira la fe ya perdida
que acarició su niñez
y la terrible vejez
siente venir escondida;
quien contempla la ilusión
de su esperanza soñada
muriendo en el corazón
al grito de la razón
¿qué es lo que queda?... ¡nada!...»

AMANECER DE OTOÑO
(Antonio Machado)
A Julio Romero de Torres

Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.

Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.

Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor;
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.

Sensación de otoño
(Vicente Gaos)

Amo el otoño y amo su tristeza,
su cielo gris, sus árboles borrosos
entre la niebla, vagamente hermosos...
¿No amáis también vosotros la belleza
desnuda del otoño? El alma empieza a hacerse
buena y honda. ¡Y qué piadosos
se hacen los viejos sueños ardorosos!
¡Qué humana ahora la naturaleza!
Oh cielo bajo, luz tan tamizada,
luz tan vencida, compasivo empeño
de dar al hombre asilo y sombra amada.
No sé si el mundo es ya triste o risueño.
Dios se ha dormido. El alma está callada.
Se me ha llenado el corazón de sueño.

Otoño
(José Hierro)

Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino.
Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos.
Ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.

Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito,
sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su cielo en las flores del vino,
para dar alegría al que sabe que vive
de nuevo has venido.
Con el humo y el viento y el canto y la ola temblando,
en tu gran corazón encendido.

VIENTO DE OTOÑO
(José Hierro)

Hemos visto, ¡alegría!, dar el viento
gloria final a las hojas doradas.
Arder, fundirse el monte en llamaradas
crepusculares, trágico y sangriento.

Gira, asciende, enloquece, pensamiento.
Hoy da el otoño suelta a sus manadas.
¿No sientes a lo lejos sus pisadas?
Pasan, dejando el campo amarillento.

Por esto, por sentirnos todavía
música y viento y hojas, ¡alegría!
Por el dolor que nos tiene cautivos,
por la sangre que mana de la herida
¡alegría en el nombre de la vida!
Somos alegres porque estamos vivos.

Otoño
(Manuel Machado)

En el parque, yo solo...
Han cerrado
y, olvidado
en el parque viejo, solo
me han dejado.

La hoja seca,
vagamente,
indolente,
roza el suelo...
Nada sé,
nada quiero,
nada espero.
Nada...

Solo
en el parque me han dejado
olvidado,
y han cerrado.

Otoño
(Salvador Espriu i Castelló)

El viento, los bosques
mueren besando la lenta
luz de la tarde.
Ejércitos de noche llegan
por los caminos solitarios.

DE OTOÑO
(Rubén Dario)

Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora

con aquella locura armoniosa de antaño?

Esos no ven la obra profunda de la hora,

la labor del minuto y el prodigio del año.



Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,

cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.

Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:

¡dejad al huracán mover mi corazón!


PENSAMIENTOS DE OTOÑO
(Rubén Dario)

(De Armand Silvestre)

Huye el año a su término
como arroyo que pasa,
llevando del Poniente
luz fugitiva y pálida.
Y así como el del pájaro
que triste tiende el ala,
el vuelo del recuerdo
que al espacio se lanza
languidece en lo inmenso
del azul por do vaga.
Huye el año a su término
como arroyo que pasa.

Un algo de alma aún yerra
por lo cálices muertos
de las tardes volúbiles
y los rosales trémulos.
Y de luces lejanas
al hondo firmamento,
en las alas del perfume
aun se remonta un sueño.
Un algo de alma aún yerra
por los cálices muertos.

Canción de despedida
fingen las fuentes turbias.
Si te place, amor mío,
volvamos a la ruta
que allá en la primavera
ambos, las manos juntas,
seguimos; embriagados
de amor y de ternura,
por los gratos senderos
de sus ramas columpian
olientes avenidas
que las flores perfuman.
Canción de despedida
fingen las fuentes turbias.

Un cántico de amores
brota mi pecho ardiente
que eterno abril fecundo
de juventud florece.
¡Que mueran, en buen hora
los bellos días! Llegue
otra vez el invierno;
renazca áspero y fuerte.
Del viento entre el quejido
cual mágico himno alegre
un cántico de amores
brota mi pecho ardiente.

Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío,
primavera inmortal!
Hermana del ígneo astro
que por la inmensidad
en toda estación vierte
fecundo sin cesar,
de su luz esplendente
el dorado raudal.
Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío!,
primavera inmortal!

viernes, 7 de diciembre de 2012

Creatividad Racional



            ¿En qué consiste el acto creativo?, ¿se trata del resultado de aplicar la razón?, o por el contrario, ¿implica la ruptura de las reglas racionales previamente establecidas?
Cuando intentamos definir la creatividad, esta cualidad parece estar necesariamente disociada de todo atisbo de intención racional, ya que la aplicación de la razón lógica nos llevaría a la creación de algo obvio. Es decir, parece que en el campo de la creación humana hay una fina línea que separa lo obvio de lo original e innovador.
            Si alguien resuelve una operación matemática y nos da el resultado como una nueva creación, todos diríamos que aquí no ha habido acto creativo (2+2=4). Sin embargo, si se equivoca al resolver la operación matemática, ¿tenemos entonces una creación? (2+2=3)
            Si un pintor retrata fielmente a una persona o capta un paisaje en un cuadro, ¿admitimos entones que ha habido creación? Posiblemente, todos diríamos que la Gioconda es una obra maestra de la creatividad humana.
            Es decir, la actividad intelectual humana aplicada a la creación de nuevas entidades siempre se apoya en elementos de la realidad o de la imaginación que ya existían previamente y los combina con una determinada intención racional para crear algo nuevo. Siempre hay intención racional en el acto creativo y por tanto, podríamos pensar que toda creación humana resulta al fin y al cabo en algo obvio.
            Ante tan decepcionante conclusión, se me ha despertado el espíritu de la rebeldía que gritando me dice “esto no puede ser así”. Me resisto a creer que toda la historia del arte sea producto del mero procesado lógico-racional de la realidad y la razón imperante en cada determinado momento de la historia. Desde que el hombre de Altamira plasmó en las paredes de una cueva su visión de la realidad, el hecho creativo se ha manifestado como algo mágico, como algo cuyo producto (la creación) tiene una entidad propia diferente a todo lo existente, hasta me atrevería a decir que tiene alma propia. Ni siquiera la más fiel obra del realismo se escapa de tener un porcentaje variable de lo que yo llamo la fractura creativa. Se trata de ese pequeño salto mortal intencionado que reta a la comprensión de la realidad, que matiza la naturaleza misma de la luz en un cuadro o la textura emocional en un texto o una pieza musical. Por supuesto, que en el cóctel también hay un porcentaje de razón-lógica pero asimismo lo hay de intuición, de error, de serendipia y hasta de locura.
            De acuerdo con la definición de razón que nos da el diccionario, se trata del acto de discurrir el entendimiento, pero es por eso, porque hay muchas cosas que no entendemos por lo que el desentendimiento reclama su porción en todos los actos de la naturaleza humana, incluidos los creativos. Y es gracias a esa enorme parcela de lo que no entendemos, que toda creación humana queda a salvo de la obviedad.
            A pesar de todo lo expuesto, ¿cabría la posibilidad de llegar a una comprensión tan profunda de la esencia del ser que nos permitiera fotocopiar almas? En ese caso, también sería posible hacer otras operaciones lógicas con almas: adiciones, sustracciones, multiplicaciones... ¿Se reduciría entonces la creación humana al ámbito de lo obvio? No sé la respuesta pero si sé que no es posible porque la pregunta esconde un contrasentido, la condición humana es incompatible con la perfección, esa cualidad pertenece al ámbito de las máquinas, así que, el acto creativo podrá preservar su independencia.


DEDICATORIA: Dedico esta entrada a mi querido amigo Carles, cuyos comentarios, intencionados o no, han propiciado la chispa que me ha hecho reflexionar.

viernes, 2 de noviembre de 2012

viernes, 12 de octubre de 2012

-60 segundos


Hace tiempo que quiero salir. Antes pensaba que aquí se estaba muy bien, ingrávido en el espacio y con todo un mundo por explorar. Pero ahora, este mundo se me ha quedado corto y hay algo que me impulsa a atravesar la puerta. Se percibe cierta excitación afuera, y llevo toda la mañana sintiendo apretujones que me impelen hacia la luz. No sé, no lo tengo claro todavía, presiento que mis sentidos van a verse agredidos por una llamarada de intensidad. Y además, que haré yo solo ahí fuera como una gota de agua que se separa de la gran nube, ¿lograré reencontrar el camino del agua? Quien me lo iba a decir, yo en la gran ceremonia de la individuación. ¡Por favor, necesito más tiempo, no estoy preparado todavía! ¡Algo se ha roto!, el líquido que me rodeaba ha desaparecido, qué significa esto. Creo que no hay vuelta atrás, la fuerza desahuciante se hace más intensa, noto mucha presión sobre mi cabeza y la luz es muy penetrante. Algo tira de mí, quiere arrebatarme,  secuestrarme para llevarme a un mundo desconocido y peligroso. Tengo la impresión de que no va a ser agradable, ¿por qué no me piden permiso? Me siento ninguneado. Mi mundo me está protegiendo y me coge con fuerza, quizá demasiada. Siento la tensión de la batalla sobre mi cuerpo que se estira sometido a dos fuerzas antagónicas. Me he convertido en el objeto de deseo de dos realidades que pugnan por mí. Siento que ya me arrancan de la nube, la fuerza separadora gana la batalla. Me quema la luz, siento frío y no puedo respirar. Con un bofetón de realidad, la abrasadora fuerza de la vida alimenta mis entrañas. Grito y lloro pero ya está hecho, estoy aquí.

Tierra


viernes, 5 de octubre de 2012

+60 segundos


Estoy cansado pero siento una extraña paz. Percibo que ya viene, por fin, ya estoy muy cansado. Esto no ha estado mal, hemos luchado mucho. Y mis hijas, ¿saldrán adelante? Son mayores ya, esto no será un problema. Pero quiero estar con ellas y con mi mujer, ella también está cansada ya. Por fin acaba, ya está todo el pescado vendido, ya todo está bien. Pero no lloréis, si estoy feliz y satisfecho. Mirad lo que he creado, miraos a vosotras mismas, estoy feliz. A vosotras todavía os queda un largo camino, ¡vivid! Pero yo ya he andado bastante, he hecho muchas cosas, he derramado mi cuerpo y mi alma sobre este mundo, y ha llegado el momento, y estoy feliz por ello. Ahora voy a desvelar el secreto, es emocionante, y además ya no me duele nada, mi cuerpo parece desaparecido en combate. Siento una serenidad que me acerca a la plenitud de este instante. Los peros han desaparecido ya, ya no hay trabas para ser, se cayó el intrincado castillo de la superficialidad. ¡Qué auténtico es esto! Aprovechad la oportunidad par ver algo auténtico, ya veréis como os da perspectiva y fuerzas para vivir. Esto es natural, forma parte de nuestra esencia. Creo que viene ya, ¡vamos! Quien me lo iba a decir, yo en la gran ceremonia de la igualación. Con vuestro permiso me marcho ya, adiós, estoy feliz.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Poesía otoñal

La serenidad del olmo

El viento fue el responsable

de elegir tu sitio en el mundo.

Allá has construido tu casa,

allá has tomado lo que es tuyo,

y lo has entregado todo.

Te integraste en la partitura de la vida

que resuena en tu interior con un eco infinito.

Tu instante contiene la conciencia Universal,

alfa y omega, principio y fin.

Olvidas el pasado,

no te importa el futuro,

saboreas el presente

dando sombra a los que a buen árbol se arriman.

Bajo tus ramas pasaron reyes y plebeyos,

señoritos y labriegos,

y todos contemplaron tu belleza,

y tu altanera calma.

Dejas pasar el tiempo

cruzando el puente entre el nacimiento y la muerte,

y escuchando la sinfonía de tu madurez

esperas tranquilo al rayo

que un día te hendirá

en aquella colina que lame el Duero.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Cruzar la línea del fracaso


Como padre de dos niñas de 3 y 7 años, he podido comprobar, especialmente en la mayor, la extrema intolerancia a la frustración provocada por la equivocación o el fracaso. Esta actitud me ha hecho recordar que yo también era así de niño y que, en mayor o menor medida, sigo acarreando un cierto porcentaje de esa intolerancia al fracaso.
No he estudiado psicología, así que hablaré desde el punto de vista más experiencial, lo sufrido y vivido en mis carnes y las de mis allegados, es decir, desde un punto de vista subjetivo pero no por ello menos general.
El cerebro de un recién llegado a la vida consciente-racional se cree superman, no quiere aceptar ni por asomo el largísimo camino que le queda por recorrer hasta llegar al nivel donde moran el común de los mortales ligeramente ilustrados y no digamos, si ponemos la meta un poco más allá por encima de la media. La dimensión del esfuerzo es tan titánica que yo sinceramente creo que la necesidad de hacerlo todo bien a la primera (cero frustración) debe ser un mecanismo de defensa del propio cerebro.
Sin embargo, como contrapartida, esta resistencia al fracaso no hace más que retrasar nuestra maduración mental, además de impedirnos un aprendizaje fluido, sin trabas y con un dialogo sereno con las fuentes de información.
Se da, por tanto, la maliciosa circunstancia de que a veces el niño va aprobando cursos, no porque le gusten las asignaturas ni lo que va aprendiendo, sino simplemente porque hace el esfuerzo que sea necesario para no tener que enfrentarse con ese señor tan feo que se llama fracaso y que nos recuerda que no somos perfectos, y que por tanto, somos vulnerables.
Así que nos aferramos a esa fantasía de la invulnerabilidad con uñas y dientes, siempre temerosos de cruzar la línea del error, del descalabro, del fallo por miedo a la decepción, la frustración, la desmotivación, la autocrítica.
Nadie quiere asomarse a la ventana del ensayo-error para ver que hay más allá, para imaginar otras realidades, porque ello supone cruzar por la fina cuerda del funámbulo sobre el valle de la crisis.
El riesgo de desequilibrio se dispara en aquel trance y esto nos vela una verdad, una verdad importante que está al otro lado sólo asequible a los valientes. Porque en mi opinión, uno no nace realmente a este mundo hasta que no se equivoca y se vuelve a levantar. Es necesario errar para aprender y para volver a nacer en la vulnerabilidad, en la humildad y en la valentía. La equivocación nos desnuda y nos permite caminar libres por el mundo sin máscaras de cemento armado, mostrándonos tal como somos, contando la verdad y dando autenticidad a todos nuestros actos y vivencias.
Decía Joseph Rudyard Kipling que “al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia”, pero yo les haría un poco de caso si vienen de un plano íntimo, interno, porque seguro que nos pueden enseñar algo de provecho.

sábado, 25 de agosto de 2012

La Vuelta a Casa


Iván siempre se había preguntado el porqué de esa trampilla cuadrada de unos 50 cm de lado que al fondo de su cuarto de baño rompía la estética de la pared de la ducha. No molestaba demasiado pero había quedado en el saco de las cosas a aclarar esperando que un día llegase la respuesta a su enigmática función. Después de la revitalizante ducha matinal, desayunó y se marchó al trabajo donde le esperaba un día ciertamente pesado.
Concluida la monótona jornada laboral, por fin llegó el ansiado momento de volver a casa. Aquel día lluvioso, Iván percibió un aire distinto al salir de la oficina. Quizá era esa mezcla de aromas que se desprende del suelo mojado cuando la lluvia actúa a modo de elixir vaporizando las sustancias que de otra forma hubieran sido demasiado pesadas para llegar a nuestras narices. Lo cierto es que hasta la luz tenía una tonalidad especial, ya que al gris plomizo de la borrasca se le añadían destellos anaranjados que parecían provenir de una luz crepuscular más propia de la primavera.
Quizá fue una decisión inconsciente, ir caminando a casa con la que estaba cayendo, pero necesitaba respirar un poco de aire exterior lixiviado por todo un día de lluvia. Se ajustó el cuello del anorak y la capucha, y comenzó a caminar intentando sortear los charcos diseminados por doquier. La indumentaria y la condición climatológica le hicieron adoptar una actitud cabizbaja, como de sumisión, sin dejar de mirar al suelo para evitar caer en un aguazal, cuando de pronto, sintió una sensación extraña que le hizo levantar la cabeza. Se había metido en una especie de callejón que no reconocía a pesar de que frecuentemente volvía a casa caminando desde la oficina. Era bastante angosto y estaba lleno de ajados cajones de madera que evocaban un uso industrial de la calle. Asimismo, el olor era bastante nauseabundo, entre quemado y descompuesto, lo cual provocó que la sensación de aturdimiento creciera por momentos.
Mientras su mente se revolvía entre las cenagosas aguas de la confusión, hubo algo que le devolvió rápidamente a la realidad en estado de alerta máxima. Los ladridos roncos y profundos de dos perros que se dirigían a gran velocidad hacia él, le provocaron una descarga tal de adrenalina que su cerebro estuvo a punto de la parálisis por colapso. En la rápida mirada que echó hacia atrás le pareció que sus perseguidores pertenecían a la raza Rottweiler, nombre que siempre le había evocado algo así como asesino despiadado en alguna lengua bárbara.
No tuvo otra opción, ¡correr!, hasta toparse con el elevado muro de ladrillo que remataba el culo del callejón, ¡estaba perdido!
En esas décimas de segundo que en momentos de seria amenaza parecen horas, pudo detectar por el rabillo del ojo derecho un estrecho ventanal a ras de suelo en uno de los viejos edificios que delimitaban el callejón. Carecía de las vidrieras correspondientes, así que, cuerpo a tierra pudo deslizarse rondando dentro de aquel húmedo sótano antes de que los canes hicieran presa, y luego taponar aquella entrada. Ciertamente, a Iván le resultó extraña la aparente torpeza o lentitud de los dos perros en el último momento, como si hubieran desistido motu propio de entrar en aquel edificio.
Superada la acuciante amenaza, Iván echó una mirada de reconocimiento de 360 grados para comprobar con cierta preocupación donde se había metido. Y lo más curioso y exasperante al mismo tiempo es que no recordaba que existieran unas instalaciones industriales abandonadas de tal magnitud en su barrio de reciente creación. ¡Dónde narices estaba!
La luz era tenue pero suficiente como para no tropezar con los innumerables objetos metálicos oxidados que se encontraban esparcidos sin orden por la estancia y que, sin saber muy bien porque, le recordaban a la estética de la vieja Unión Soviética.
Comenzó a caminar buscando una escalera para salir de aquel infierno húmedo y pestilente. Tropezó un par de veces con viejos dinamos oxidados mientras se fijaba en las extrañas manchas de hollín, óxido y humedad que engalanaban las paredes. Al fin llegó a alcanzar el carcomido pasamanos de lo que parecía una escalera de ladrillos cuyos escalones habían sido limados por el paso del tiempo adquiriendo más bien el aspecto de una rampa. Iván ascendió por ella para alcanzar el piso superior donde había mayor claridad a pesar de que el escenario no mejoraba sustancialmente.
El emparrillado que constituía las vidrieras se encontraba ennegrecido y lucía muchos huecos por los que pasaba libremente el aire. Los marcos de madera presentaban unos escasos jirones de pintura azul que mostraban antiguos esplendores. Al fondo, unas mesas de trabajo que por alguna extraña pirueta del destino habían acabado siendo el lugar del eterno reposo para una bota de trabajo desacordonada. Extrañas cubas metálicas fuera de sus soportes de giro, cables quemados por el suelo y un sistema de tuberías que recorría el techo en forma de ele con algunas llaves de paso por las que rezumaba todavía algún líquido de naturaleza desconocida. Todo ello cubierto por la pátina de polvo y mugre del olvido. El sonido de sus pasos, crepitante al caminar sobre el lecho de vidrios rotos y piedrecitas que cubría toda la planta, se mezclaba con el goteo intermitente y los apagados gruñidos de los perros provenientes del sótano.
Una gran plancha metálica apoyada sobre la pared del fondo parecía la puerta al nivel de la calle por lo que Iván corrió hacia ella para poder escapar de aquella atmósfera asfixiante y absurda en la que se encontraba inmerso. Aquello era efectivamente la puerta pero no pretendía moverse ni un centímetro como pago por el poco cuidado que se le había dispensado.
¡Desesperación!, cómo podía estar pasando esto.
La tonalidad de la luz se hacía cada vez más mortecina por lo que Iván se vio compelido a seguir subiendo para tratar de encontrar algún tipo de solución a su situación.
En el piso superior, el panorama era más o menos el mismo. En este piso los pájaros habían anidado entre el entramado de tuberías que discurría por el techo. Tabiques interiores derruidos y un fluorescente de extremos ennegrecidos colgando del techo por uno de ellos. En una de las esquinas había un butacón parcialmente calcinado que acrecentaba la sensación de turbación al estar tan fuera de conteIván se asomó a uno de los grandes ventanales que se encontraba más esquilmado para tratar de recomponer su situación desde las alturas pero justo en ese momento, oyó el ronco ladrido de los perros que ascendían a gran velocidad desde el sótano. Un sudor frío le heló la sangre mientras recogía del suelo una barra maciza de hierro. Con el contundente objeto en la mano corrió hacia el fondo de la planta donde parecía haber un horno encastado en la pared con una portezuela de 50 cm x 50 cm.

Los agresivos canes arrancaban la carrera ya sorteando los objetos de la planta superior e Iván en un último intento a la desesperada trató de abrir la portezuela metálica para parapetarse tras ella. Dentro estaba muy oscuro pero no dudó en penetrar hacia el interior mientras sujetaba la portezuela tras de si. El hueco era como un nicho terminado con una trasera por la que se filtraba una pequeña ranura de luz.
La trampilla trasera saltó de una patada e Iván apareció directamente sobre el plato de la ducha de su cuarto de baño con el corazón latiendo desbocado.
La colocó rápidamente en su sitio mientras se felicitaba aturdido por haber encontrado la razón de ser de esa extraña trampilla metálica colocada sutilmente al fondo de su cuarto de baño.

miércoles, 18 de julio de 2012

Juan Sin Tiempo


Aquella noche, Juan se encontraba como siempre atribulado con mil deseos, mil ilusiones y mil quehaceres, y con la creatividad desbocada campando a sus anchas. Desde hacía ya muchas jornadas, acumulaba un soberano cansancio a base de dormir más bien poco como consecuencia de esta servidumbre que lo encadenaba junto al ordenador.
Acababan de dar las 3 de la mañana en el pequeño reloj digital del ángulo inferior derecho de la pantalla plana y su insaciable déspota interior empezaba a mostrar signos de flaqueza y benevolencia hacia el castigado cuerpo que se bamboleaba frente al teclado.

JUAN: Sólo quiero acabar esta frase y me voy a dormir. Tendré que recuperar un poco de sueño porque no me aguanto en pié.

Sin embargo, los párpados le traicionaron por un momento y se cerraron como si no quisieran ver lo que estaba a punto de acontecer. El metacentro de su cuerpo salió de la posición de equilibrio y Juan dio un respingo para no caer de bruces al suelo. Justo en ese momento sus venas aceptaron la postrera inoculación de adrenalina y el corazón no pudo resistirlo, sufriendo un infarto fulminante que dejó a Juan suspendido en ese limbo que hay entre el sueño y la vigilia.
Juan no fue muy consciente de que su cuerpo había quedado tendido en el camino y siguió con el interés puesto es acabar las tareas adjudicadas a la noche. Sin embargo, y a pesar de todo, sentía una extraña sensación que no se atrevía a desenmascarar, por lo menos, hasta que no tuviera aquel párrafo terminado, que la musa de la imaginación es muy traidora y gusta de dejar párrafos inconclusos.
La sensación de extrañeza fue haciéndose cada vez más patente a medida que se oía con más claridad un lejano sonido de trompetas que acompañaba las voces de un coro angelical.

ÁNGELES: Juan, el Altísimo nos envía a comunicarte que has muerto y debes prepararte para abandonar este mundo. A comenzado tu cuenta atrás y debes dejar aquello que estabas haciendo.
JUAN: Pero, ¿de cuánto tiempo estamos hablando?
ÁNGELES: Algo más de 24 horas, dependiendo del tráfico.
JUAN: Bueno, entones todavía tengo tiempo para finalizar un par de quehaceres que sería una pena dejar inacabados. Prometo terminar a tiempo.
ÁNGELES: Por favor Juan, no te retrases en el día de tu entierro o de lo contrario el Todopoderoso no se hará cargo de tu alma.
JUAN: Bueno, ahora sí que he de darme prisa. Creo que voy a tener que priorizar mi lista de tareas pendientes. Subiré unas cuantas posiciones lo de pensar un epitafio. Acabaré esta entrada y lo del libro “Gestión eficaz del tiempo y control del estrés” tendré que dejarlo para otra vida por razones obvias. Lo único bueno de todo esto es que yo bajo presión rindo mucho mejor y seguro que ahora, que me esperan, se me ocurre como acabar este retorcido post de los demonios, con perdón. ¿Y aquella película de Woody Allen que dicen que está muy bien? Se llama Midnight in Paris o algo así, y me voy a quedar sin verla. Y el footing que tenía programado para mañana por la mañana, lo cancelo, ¿no? ¡Vaya fastidio! Tenía que pasarme esto justamente ahora que tengo la agenda a rebosar.
DIOS: ¡Juan, qué te están amortajando!
JUAN: Sí, y ya le dije a mi mujer que la chaqueta se me había quedado pequeña pero no hay manera de encontrar un ratito para acercarme al centro comercial a comprarme una chaqueta decente. Al final mira, hecho un adefesio.
DIOS: ¡Juan, que te están velando!
JUAN: ¡Tantas noches en vela que he pasado yo, que por una pasen ellos! Lo malo es al día siguiente, ¡qué no van a dar ni pico, ni pala con bola y ya veremos como acabo!
DIOS: ¡Juan, qué ya comienzan las exequias!
JUAN: Ya voy, ¡qué prisa! Como si no tuviera toda la eternidad. ¿Nos vamos a poner tacaños ahora por unos minutos de más?
DIOS: ¡Juan, qué el cura ya va por los Salmos!
JUAN: No, si no me quejo, me ha dejado bastante bien.
DIOS: ¡Juan, que el sacerdote se dirige hacia el ataúd hisopo en mano!
JUAN: Perdona Altísimo, ya he dado con el epitafio, ya voy acabando.
DIOS: ¡Juan, qué ya están dando el pésame!
JUAN: Permíteme saltarme este paso, siempre me ha parecido un poco falso y forzado. Es un acto de tedioso dolor.
DIOS: ¡Juan, qué vas camino del cementerio!
JUAN: Es que me acabo de acordar que dejé cuatro camisas en la lavandería, mi madre me había pedido una foto de cuerpo entero, me he dejado la lista de la compra en el bolsillo del pantalón que he puesto a lavar, no he contestado el correo que me envió mi amigo de la infancia hace más de un mes, he de pagar la cuota mensual del colegio de las niñas, para el fin de semana anuncian un alineamiento de Venus, la Tierra y Júpiter, cosa que no volverá a pasar en 250 años, y mañana tenemos reunión de la comunidad.
DIOS: ¡Juan, que te están dando tierra! Ya no llegas.
JUAN: La verdad es que no esperaba tanta gente. Así no hay quien pueda avanzar un par de pasos. Estos imprevistos son los que siempre me fastidian, pero no nos pongamos nerviosos.

El sepulturero dio la última palada y la apisonó cuidadosamente haciéndole un delicado lecho a la rosa que la viuda depositó como símbolo de su amor.
La apesadumbrada comitiva abandonó el lugar poco a poco, y justo cuando la viuda echaba la última mirada a modo de despedida, se presentó Juan, abrumado por la constatación de haber llegado tarde a su entierro. Quedó sentado junto a su lápida cuyo epitafio rezaba así: “Si no llego, no me esperéis”. Ahora, tenía toda la eternidad para reflexionar sobre como autodefinirse sin usar la palabra tiempo.

miércoles, 11 de julio de 2012

El escritor malogrado


Ciertamente, hacía bastante tiempo que le venía dando vueltas. Era como un runrún, como un malicioso gusano que iba royéndole el espíritu mientras él se dedicaba a buscar su daimón, su verdadera vocación.

Veía pasar la vida demasiado deprisa, y sentía como aquellos pequeños detalles, sólo perceptibles por un buen observador y que tanto le llenaban, se le escapaban entre los dedos de las manos a causa de su ajetreado modo de vida.
Qué feliz era observando las tribulaciones de los niños pequeños que se encontraban como en segundo plano. Él era un gran observador del segundo plano y con el tiempo había desarrollado una extraordinaria habilidad para observar la rica realidad que se encuentra más allá de la imagen principal que tenemos delante. Parapetado, precisamente, por esa imagen principal, podía observar tranquilamente sin denotar su indiscreción.
Tenía muy claro que el discurrir de la vida se componía de pequeñas acciones, a veces microscópicas, que ocurrían secuenciálmente y daban cuenta de los grandes hechos que todo el mundo percibe: aquel escarabajo que cruza la calle sin alterarse al ver pasar la rueda del autobús a 10 cm, una señora mayor que con una mirada le pide a un transeúnte anónimo que le ayude a salvar un obstáculo, el gorrión que se posa desprevenido en el alfeizar de la ventana mientras parece abandonarse a sus más íntimos diálogos, la sonrisa, inadvertida por la madre, del bebé que en sus brazos explora su primeras relaciones sociales, la gota de agua que se desprende de la cornisa para caer justo sobre la testa de algún afortunado,
Sí, lo tenía decidido. Quería dedicarse a escribir sobre todo aquello, quería plasmar sobre el blanco lienzo toda aquella tramoya sutil que sostenía la vida para hacerla visible al resto de los seres humanos. Abandonaría aquel estilo de vida insano para intentar sintonizar el ritmo de la Naturaleza. Y además, ya tenía pensado el lugar para su retiro vital. Las mismas tierras que habían cautivado a Machado y a Bécquer, que habían despertado el genio de estos dos grandes escritores servirían para dar rienda suelta a su pluma, se iría a Soria.
Después de un corto periodo de incertidumbre, en el que claramente percibía una sensación de no retorno, resolvió no pensarlo más, y dio el gran paso, no sin cierto vértigo existencial, hacia tierras castellanas. En realidad, era muy raro pues no tenía ascendentes en aquellas tierras pero el Duero, las alamedas, y el paisaje de leyenda que había creado en su mente rendida a la buena literatura le resultaban tan familiares que casi podía sentir la tibieza de la serena creatividad que allí le aguardaba.
Dudó entre Soria capital o algún otro pueblecillo bañado por las tranquilas aguas del Duero, pero eso sí, el Duero debía estar cerca, pues se había convertido en una suerte de arteria portadora de rico oxigeno para un cerebro hambriento como el suyo. Finalmente, escogió un barrio cerca del Parque del Castillo, en las afueras de la capital, que no perdía el contacto visual con el río, y consumó su acto migratorio.
Una vez convenientemente instalado, llegó el momento de sacar el oficio de escritor y para ello, escogió un bucólico paisaje de aguas de lento discurrir, y altas y frescas sombras arbóreas.  Se sentó sobre una gran piedra que hacía las veces de palco sobre el río y desembaló los trastos de escribir.
En aquella tarde otoñal, soplaba una leve brisa que movía las hojas de los altos chopos convirtiéndolos en una suerte de maracas cuyo sonido se entremezclaba con el incesante piar de las oropéndolas, el buitrón y otros pájaros de ribera. También se oía, como en un eco lejano, el sonido de alguna campana que punteaba las horas muertas de cautivadora observación. Allá a lo lejos paró a abrevar un rebaño de ovejas que venía ya de retirada mientras la luz crepuscular se hacía cada vez más tenue.
Aquella tarde, sintió varias veces el impulso de escribir para capturar ese sencillo transcurrir de la vida, pero el sentimiento de paz interior que empezaba a descubrir le hizo posponer sus deberes de escritor para otra tarde más ejecutiva.
A la siguiente tarde, acudió al mismo lugar y volvió a ser abducido por el espectáculo de la naturaleza fluente. Y lo mismo sucedió las tardes que siguieron a estas y las mañanas de invierno que vinieron luego. El papel quedó en blanco, la pluma se secó al no ser reclamada la tinta, y él cambió el oficio de escritor por el de sencillo observador en total sintonía con el ritmo natural.
Su espíritu quedó anegado de paz y serenidad, y con los años, tan solo una palabra apareció garabateada en su cuaderno de campo… “gracias”.