jueves, 6 de octubre de 2016

Negros


Enric cruzó azorado el amplio jardín del palacete que constituía el hogar de los Sagnier desde hacía ya varias generaciones. El palacete estaba situado en la calle de Eduard Fontseré en la parte alta de Barcelona con vistas al Observatori Fabra. Los dos hijos de la familia salieron a recibir a su padre con gran algarabía pues esperaban el manojo de churros que su padre les solía traer los domingos por la mañana cuando salía a comprar la prensa.
- ¡Dolors! No te vas a creer la atracción espectáculo que han traído al Parque del Tibidabo. Esta misma tarde vamos todos juntos a dar una vuelta, que los niños hace días que me lo piden.
-¡Cualquier excusa es buena para visitar tu querido parque! Seguro que no es para tanto- dijo la esposa quitándole importancia al tema.
-No creo que esté exagerando Dolors, me han dicho que es algo inaudito, lo nunca visto en el mundo civilizado. Directamente traídos de Guinea Ecuatorial. Nada comparable con gorilas o chimpancés, esto hemos de verlo.
Los niños asentían con gran alborozo y ya trazaban ilusionados planes para la magnífica tarde que les aguardaba.
Después de comer, la familia se dispuso a subir al Tibidabo dando un paseo pues no vivían muy lejos del parque. La expectación iba in crescendo a medida que se acercaban al templo del Sagrado Corazón en cuya construcción se encontraba enfrascado el marqués por aquella época.
Cuando alcanzaron la entrada del parque recompusieron la compostura y se dirigieron de inmediato al cercado que abarrotaba una multitud de curiosos.
Allí, detrás de aquel cercado deambulaban los cuerpos semidesnudos de los miembros de la tribu fulah. Se trataba de unos cuerpos estupendos, como esculpidos por un tornero. De color bronce,  las venas marcadas sobre las turgentes extremidades y una completa inexistencia de adiposidades redundantes. No cabe decir que una de las cosas que más atraía al popular gentío, especialmente al masculino, era la costumbre que los fulah tenían de ir con el torso desnudo. Algunas mujeres se sonrojaban al ver semejante espectáculo, no acostumbradas a las enormes porciones del cuerpo que los taparrabos dejaban ante la vista de los asombrados mirones.
En aquel año de 1925, Barcelona no quería quedar a la zaga de las grandes ciudades occidentales que ya habían experimentado con experiencias similares. Lo más salvaje de la selva africana traído para ilustrar la anonadada mirada del burgués acostumbrado a las muchas comodidades del mundo moderno. Los zoos humanos eran el culmen de la ciencia antropológica poniendo a los ejemplares traídos de África en su justo lugar evolutivo en comparación con el urbanita que los observaba.
-¿Qué os parecen?¿No son espléndidos?- dijo el marqués con entonación triunfal.
-Ay Enric, no sé si esto es lo más adecuado para los niños- dijo su esposa con un tono avergonzado
-Mujer, los chicos han de ver mundo para que se les despierte la mente.
-Me dan un poco de pena Enric. Podríamos haberles traído algo de comer- dijo la mujer intentando expiar el sentimiento de culpa que la embargaba.
-¡Pero es que no has leído el cartel, Dolors!
Casi cubierto por la avalancha de curiosos, había un cartel que informaba de la prohibición: “NO ALIMENTAR A LOS NEGROS, QUE YA LES DAMOS DE COMER NOSOTROS”

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NOTA: Los grupos de negros africanos fueron expuestos en Barcelona, así como en Madrid y otras grandes ciudades. Hay que buscar los orígenes de estos espectáculos etno-zoologicos en los freaks-shows de América y Europa. En concreto, un grupo de 150 negros de la tribu Aschanti fueron expuestos en la calle Ronda Universitat, 35 durante el año 1897. Posteriormente, otro numeroso grupo de 100 negros traídos del Senegal fueron expuestos en el Tibidabo, en el lugar que hoy ocupa la atracción del avión giratorio. El último zoológico humano del que se tiene constancia en Barcelona es el de la tribu fulah, de Guinea Ecuatorial, que se instaló en 1925, también en el Tibidabo.