jueves, 26 de mayo de 2011

Nudismo conceptual

La libertad del verdugo


Caminando solitaria por los arrabales de la gran ciudad mientras se alejaba lentamente de ella con cierto sentimiento de tristeza, se encontró la silla eléctrica con la horca que venía también cabizbaja y pensativa. Ambas sentían esa tristeza tan particular de los que se saben acabados y olvidados, y empezaron a conversar como dos viejos colegas de oficio que recuerdan sus años de esplendor juvenil.

- Silla, ¿por qué vienes tan pensativa? Tú que eres tan moderna, fruto de la tecnología y que fuiste diseñada casi al alimón con la energía que te alimenta -dijo la horca-. Y añadió, -es cierto que ya tienes algunos años desde que Edison y sus colegas quisieran dar alguna utilidad práctica al recién descubierto fenómeno de la electrocución, pero no te puedes quejar, el país que te vio nacer todavía te utiliza aunque ya no seas la estrella. Es verdad, que a veces, la descarga de tus más 2000 voltios no es suficiente para matar a una persona y esto hace mucho daño a tu reputación pero debes entender que nadie es perfecto.

- Tienes mucha razón en todo lo que dices, sabia horca, y quiero decirte que siempre me he sentido un poco culpable por haberte arrebatado tu reinado, pero aun así, me tendrás que reconocer que tampoco tienes motivos para estar triste -dijo la silla-. Tu mecanismo es tan rudimentario como efectivo, cualquier paisito tercermundista o dictadura bananera puede hacer uso de tus servicios con un porcentaje de éxito muy elevado, sólo es necesaria una buena cuerda.

En estos consuelos andaban absortas la silla y la horca, cuando de repente se encontraron con la cámara de gas, que también hacía el camino de retirada no demasiado contenta.

- Hola amiga cámara, nunca te habíamos visto tan abatida. Tú que inventaste el exterminio masivo, casi industrial. Es cierto que nunca has sido demasiado fina pero tu cota de productividad no la ha superado nadie. Si quieres puedes unirte a nosotras -dijeron al unísono la silla y la horca-, y las tres continuaron el camino dejando la gran ciudad a su espalda cada vez más lejos.

En un momento dado de su viaje camino del exilio, vieron a lo lejos el resplandor de una hoguera. Cuando llegaron a su altura, allí estaba la hoguera languideciendo, y entablaron conversación con ella.

- Hoguera no estés triste. Tú siempre has sido para nosotras mentor indiscutible. Te sucede como a la horca, tu efectividad reside en tu sencillez -dijo el trío con una sola voz consonante-. Has desempeñado tu trabajo desde hace miles de años, ni que decir tiene que eres la decana del exterminio institucional premeditado. ¡Aviva esas brasas!, levanta el ánimo y camina con nosotras. Así nos darás calorcito cuando caiga la noche.

El grupo iba creciendo en su viaje al exilio. Con cierto reparo y prevención, se encontraron a la cruz que evitaba acercarse demasiado a la hoguera.

- No esperábamos encontrarnos un personaje tan ilustre como tú -dijo el coro sorprendido-. Es cierto que ya has caído en desuso, por eso estabas tan lejos de la ciudad, pero diste pie a toda una religión y tu estilizada silueta es un símbolo al que se aferran los cristianos con amor.

- ¿Cómo lo has conseguido? A nosotras nos odian sin excepción. No me puedo ni imaginar que ellos me tuvieran todo el día entre sus manos, miles de sillitas penduleando colgadas de sus cuellos -dijo la silla eléctrica.

- Soy un artilugio antiguo y un poco rudo. Hay sistemas de matar mucho más refinados como el garrote vil que camina unos metros más adelante –se excusó la cruz.

Como la cruz nunca miente, enseguida se encontraron al pobre garrote que no era ni la sombra de lo que había sido no tantos años ha.

- Nos apena muchísimo verte así, si bien es cierto que tu mecanismo requería de la actuación de un verdugo experto y de estado físico poderoso para producir la muerte instantánea por dislocación cervical, y que la mayoría de las veces sólo eras capaz de provocar una muerte lenta por estrangulamiento.

- Siempre me he considerado un poco vulgar, por eso me llamaban “vil”. Sin embargo, hay otros artilugios mucho más nobles, dignos de reyes como la guillotina que camina unos metros más adelante -dijo el garrote.

La guillotina agradeció estas palabras al garrote.

- La verdad es que perfeccioné el trabajo de la espada o el hacha que a veces era un poco chapucero en función del actuante, pero aun así, siento la misma aflicción que vosotros.

La marcha de la melancolía iba así creciendo en adeptos y más parecía una procesión de plañideras. De repente, los gritos de alguien que corría por detrás les sobresaltaron. Se trataba de la inyección letal que también quería unirse al grupo.

- ¡Esperadme compañeros!, no os olvidéis de mi, que yo también traigo un gran disgusto.

- ¿Cómo puede ser?, tú que eres el más limpio y refinado de todos los del ramo. Tú que entras tan sigilosamente por las venas del reo, sin aspavientos ni escenitas para los espectadores y produces casi una muerte dulce. ¿Qué te sucede a ti que eres el más evolucionado de nuestra especie? -preguntaron todos con el corazón en un puño.

- Tengo que deciros que ya sé que es lo que tanto nos aflige, y no tenemos nada que hacer contra eso. Ha llegado a mis oídos que la libertad arrasa las ciudades. Compañeros, por fin son libres… y no existe mayor asesino que la libertad sin principios ni valores.


In memóriam, dedicado a Topsy, una de las primeras víctimas de la silla eléctrica.