jueves, 20 de febrero de 2014

El País de la Ética

Desde el comienzo de la crisis integral que azota a la humanidad, hace ya más de un lustro, una de las cosas que, a mi entender, se encuentra en el ojo del huracán es el concepto de frontera. Hemos entendido por fin en qué consistía eso de la “globalización” asistiendo al estremecimiento del todo el planeta, hemos contemplado grandes movimientos migratorios de personas y de capitales, y hemos entendido por fuerza conceptos empresariales como la deslocalización.
En definitiva, las fronteras han sido pulverizadas, la confrontación de bloques se ha micronizado y los grandes recipientes contenedores de una forma de ser y de pensar han saltado hechos añicos en virtud de la fría lógica de los mercados financieros. De esta forma, inversores anónimos situados en cualquier punto del planeta han tenido en sus manos el destino de miles de personas radicadas en las antípodas de este, nuestro planeta, que ya parece que empieza a quedarse pequeño.
Las grandes civilizaciones de la historia, que tradicionalmente habían atesorado el testigo del saber y del progreso hasta que agotadas lo entregaban a la siguiente civilización emergente, han quedado ya como cosa del pasado, y ahora, es el planeta entero el que se rinde y desearía entregar el testigo para que alguien con pujanza renovada lo llevara a buen fin. Pero ese alguien no aparece y probablemente habremos de enfrentarnos a nosotros mismos, para morir y ser capaces de nacer de nuevo a otro tipo de vida.
Ahora más que nunca, siento que somos ciudadanos del mundo, de un mundo global por el que deambulamos con tan sólo una maletita donde guardamos nuestras señas de identidad, nuestro hecho diferencial con respecto a los otros seres humanos.
La necesidad, la búsqueda desesperada de trabajo, la prima de riego, los mercados financieros y los jinetes del apocalipsis sanitario, entre otros condicionantes, aplanan nuestra forma de ser para dejarnos homogéneos, más desnudos que nunca, todos iguales ante el implacable destino. Ya no hay cabida para florituras superficiales armadas con miles de euros o dólares, el juego de la moda se ha reducido a un hecho que siempre está de moda y que no es otra cosa que el tener algo que llevarse a la boca.
Pero a pesar de todo ello, es curioso comprobar como algunas personas todavía se afanan en preservar su hecho diferencial, y ponerlo como el estandarte que les conducirá hacia la salida de la crisis. Por esta razón, se esfuerzan por volver a repintar las fronteras, por remarcar la diferencia, por gritar que no todos somos iguales y que aquí las cosas se hacen de otra manera. Repiten este salmo de manera compulsiva esperando una salida al final de ese fervor patrio.
Yo no estoy en contra de la corriente identitaria antiglobalización, por supuesto que es mejor que la deshumanización global a la que nos somete el yugo de la crisis. Es muy posible que necesitemos saber quienes somos para poder salir de esta crisis aunque he de reconocer que me faltan partes del guión, es decir, no veo el final del camino. Tampoco lo ven los políticos que proponen la diferencia pero supongo que sienten la fuerza de su propia convicción y esto les alienta eficazmente.
Por otro lado, yo abogo por recuperar otra patria perdida, la de la ética, la de los valores HUMANOS. Una parcela que hay que buscar ciertamente en nuestro interior, en lugar de hacer crecer la altura de muros y vallas. Me gustaría considerarme, a mi mismo y a mis conciudadanos, como habitantes del País de la Ética. La ÉTICA, que también es universal, como decía Kant, pero que cristaliza en millones de formas diferentes cuando la aplicamos a nuestro día a día. No nos proporciona inmediatamente ese placentero sentimiento de pertenencia al grupo, que sí nos da ser forofos de un equipo de fútbol o votantes de un partido o nacionales de un determinado territorio, pero con el tiempo, sí que acabas desarrollando un sentido de pertenencia a un grupo de personas, las que obran bien, personas que brillan en cuanto te acercas un poco.
Huyamos de esa manía tan nuestra de clasificar, producto exclusivo del miedo y mecanismo de defensa,... este lo pongo en el grupo de los amigos, este en el de los enemigos. Si dejamos el miedo atrás y no nos encerramos en nuestras casas, seremos capaces de confiar y la chispa volverá a saltar construyendo una nueva sociedad, no precisamente con ladrillos, sino basada en el civismo.

¡Yo quiero ser ciudadano del país de la ética!