domingo, 30 de agosto de 2009

Cuentos políticamente correctos


A lo largo de la historia, los cuentos siempre han tenido una función preventiva y moralizante. Con ellos se pretendía aleccionar a los niños sobre los peligros y trampas del mundo donde iban a crecer. Los cuentos de hadas son la llave que permite acceder a la mente infantil, precisamente porque se encuentran allí donde comienza la mente del niño, en su plano psicológico y emocional.

Por tanto, dada su función, es lógico suponer que a lo largo del tiempo, los cuentos de hadas hayan ido adaptándose a la moral imperante, con objeto de transmitir siempre un mensaje políticamente acorde con la sociedad contemporánea.

Para ilustrar esta afirmación, he podido disfrutar al comprobar la evolución sufrida por uno de los cuentos más populares de todos los tiempos, se trata de “Caperucita Roja”. Os contaré este cuento, al mismo tiempo que viajamos por el tiempo y os aseguro que vais a sorprenderos.

Podemos encontrar el origen de este cuento dentro de la tradición oral de varios países europeos allá por el siglo XIV. Las distintas versiones varían un poco en cuanto que la figura antagónica no siempre era un lobo, podía ser un ogro o un hombre lobo, y en cuanto al final. (para aquellos esclavos del reloj, os recomiendo que leáis la primera y la última de las versiones de este famoso cuento y luego, interpoléis las versiones intermedias)

De acuerdo con Paul Delarue, la versión que sirvió de inspiración a Charles Perrault es la siguiente:

“Hechos y tribulaciones de la Pequeña Caperucita Roja”

Había una vez una niña muy bonita. Su madre, que acababa de hacer pan, le pidió que le llevara un pedazo caliente y una botella de leche a su abuelita.

Entonces la niña se marchó y en un cruce de caminos se encontró con bzou, el hombre lobo, que le dijo, ¿dónde vas niñita?

Caperucita contestó, llevo este pan caliente y esta botella de la leche a mi abuelita.

¿Qué camino vas a tomar?, dijo el hombre lobo, ¿el camino de las agujas o el camino de los alfileres?

El camino de las agujas, dijo la niña. Bien, entonces yo tomaré el camino de los alfileres.

Mientras tanto el hombre lobo llegó a la casa de la abuela, la mató, y puso un poco de su carne en el armario y una botella de su sangre sobre el anaquel.

La niña llegó y llamó a la puerta. Empuja la puerta, dijo el hombre lobo, que esta atascada por un pedazo de paja mojada.

Buen día, abuelita. Le he traído un poco de pan caliente y una botella de leche.

Ponlo en el armario, mi niña y toma un poco de la carne que hay dentro y la botella de vino que está sobre el anaquel. Cuando la niña se comió la carne, un pequeño gato dijo, ¡Uff!... qué depravada es la niña que come la carne y bebe la sangre de su abuelita.

Desnúdate, mi niña, dijo el hombre lobo, y ven a acostarte a mi lado. ¿Dónde podría poner mi delantal? Lánzalo al fuego, mi niña, que no lo necesitarás más.

Y cada vez que ella preguntó donde debería poner el resto de sus prendas, el corpiño, el vestido, la enagua, las medias largas, el lobo respondió: Lánzalos al fuego, mi niña, que no los necesitarás más.

Cuando ella se metió en la cama, la niña dijo, ¡ay abuelita, qué peluda eres! ¡Es para mantenerme caliente, mi niña!

¡Ay abuelita, que uñas tan grandes tienes! ¡Son para rascarme mejor, mi niña!

¡Ay abuelita, que hombros tan grandes tienes! ¡Son para llevar la leña mejor, mi niña!

¡Ay abuelita, que orejas tan grandes tienes! ¡Son para oírte mejor, mi niña!

¡Ay abuelita, que narices tan grandes tienes! ¡Son para aspirar mejor mi tabaco, mi niña!

¡Ay abuelita, qué boca tan grande tienes! ¡Es para comerte mejor, mi niña!

¡Ay abuelita, tengo que hacer mis necesidades, déjame ir fuera!

¡Hazlo en la cama, mi niña!

¡Ay no abuelita, quiero ir fuera!

Bien, pero hazlo rápido.

El hombre lobo ató una cuerda de lana a su pie y la dejó ir fuera.

Cuando la niña estaba fuera, ató el final de la cuerda a un ciruelo que había en el patio. El hombre lobo se impaciento y dijo, ¿estás haciendo de vientre ahí? Cuando el lobo comprendió que nadie le contestaba, saltó de la cama y vio que la niña se había escapado.

Entonces la siguió, pero llegó a su casa justo cuando la niña entraba en ella.

Como podemos ver, no parece que una niña que canibaliza a su abuela y se acuesta desnuda con el lobo sea precisamente lo que queremos enseñarle a nuestros hijos. Además, el ardid para escapar no es especialmente astuto y refinado.

Eso debió parecerle a Charles Perrault, un funcionario real de la corte de Luis XIV, que en su afán de recoger las historias de la tradición oral europea, remodeló el cuento dentro de su libro “Los cuentos de la mamá Gansa”.

Este autor suprimió el lance en que el lobo, ya disfrazado de abuelita, invita a la niña a consumir la carne y la sangre, pertenecientes a la pobre anciana, a la que acaba de descuartizar. Al igual que en el resto de sus cuentos, quiso dar una lección moral a las jóvenes que entablan relaciones con desconocidos, añadiendo una moraleja explícita, inexistente hasta entonces en la historia.

Esta es su versión, publicada en 1697 con el título: “Le Petit Chaperon Rouge”

En tiempo del rey que rabió, vivía en una aldea una niña, la más linda de las aldeanas, tanto que loca de gozo estaba su madre y más aún su abuela, quien le había hecho una caperuza roja; y tan bien le estaba, que por caperucita roja conocíanla todos. Un día su madre hizo tortas y le dijo:

-Irás á casa de la abuela a informarte de su salud, pues me han dicho que está enferma. Llévale una torta y este tarrito lleno de manteca.

Caperucita roja salió enseguida en dirección a la casa de su abuela, que vivía en otra aldea. Al pasar por un bosque encontró al compadre lobo que tuvo ganas de comérsela, pero a ello no se atrevió porque había algunos leñadores. Preguntola a dónde iba, y la pobre niña, que no sabía fuese peligroso detenerse para dar oídos al lobo, le dijo:

-Voy a ver a mi abuela y a llevarle esta torta con un tarrito de manteca que le envía mi madre.

-¿Vive muy lejos? -Preguntole el lobo.

-Sí, -contestole Caperucita roja- a la otra parte del molino que veis ahí; en la primera casa de la aldea.

-Pues entonces, añadió el lobo, yo también quiero visitarla. Iré a su casa por este camino y tú por aquel, a ver cual de los dos llega antes.

El lobo echó a correr tanto como pudo, tomando el camino más corto, y la niña fuese por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr detrás de las mariposas y en hacer ramilletes con las florecillas que hallaba a su paso.

Poco tardó el lobo en llegar a la casa de la abuela. Llamó: ¡pam! ¡pam!

-¿Quién va?

-Soy vuestra nieta, Caperucita roja -dijo el lobo imitando la voz de la niña. Os traigo una torta y un tarrito de manteca que mi madre os envía.

La buena de la abuela, que estaba en cama porque se sentía indispuesta, contestó gritando:

-Tira del cordel y se abrirá el cancel.

Así lo hizo el lobo y la puerta se abrió. Arrojose encima de la vieja y la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pues hacía más de tres días que no había comido. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita roja, la que algún tiempo después llamó a la puerta: ¡pam! ¡pam!

-¿Quién va?

Caperucita roja, que oyó la ronca voz del lobo, tuvo miedo al principio, pero creyendo que su abuela estaba constipada, contestó:

-Soy yo, vuestra nieta, Caperucita roja, que os trae una torta y un tarrito de manteca que os envía mi madre.

El lobo gritó procurando endulzar la voz:

-Tira del cordel y se abrirá el cancel.

Caperucita roja tiró del cordel y la puerta se abrió. Al verla entrar, el lobo le dijo, ocultándose debajo de la manta:

-Deja la torta y el tarrito de manteca encima de la artesa y vente a acostar conmigo.

Caperucita roja lo hizo, se desnudó y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al aspecto de su abuela sin vestidos, y le dijo:

-Abuelita, tenéis los brazos muy largos.

-Así te abrazaré mejor, hija mía.

-Abuelita, tenéis las piernas muy largas.

-Así correré más, hija mía.

-Abuelita, tenéis las orejas muy grandes.

-Así te oiré mejor, hija mía.

-Abuelita, tenéis los ojos muy grandes.

-Así te veré mejor, hija mía.

Abuelita, tenéis los dientes muy grandes.

-Así comeré mejor, hija mía.

Y al decir estas palabras, el malvado lobo arrojose sobre Caperucita roja y se la comió.

En 1812, los hermanos Grimm, dieron otra vuelta de tuerca a la historia. Retomaron el cuento, y escribieron una nueva versión, que fue la que hizo que Caperucita fuera conocida casi universalmente, y que, aún hoy en día, es la más leída.

Los hermanos Grimm escribieron una versión más inocente, y con menos elementos eróticos que las publicadas anteriormente. Además añadieron un final feliz para el cuento, tal y como solían tener los cuentos de la época. Propusieron un final alternativo, en el que la abuelita, en un alarde de valor y heroísmo, salva a su nieta y a sí misma sin ayuda alguna. Este segundo final enlaza con la tradición italiana del cuento, en la que la mujer sabe arreglárselas sola ante la amenaza del peligro.

Esta es su versión, titulada Rotkäppchen”.

Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: “Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.”

“No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él. “Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo. “Buenos días, amable lobo.” - “¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja?” - “A casa de mi abuelita.” - “¿Y qué llevas en esa canasta?” - “Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.” - “¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?” - “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.”

Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta. “¿Quién es?” preguntó la abuelita. “Caperucita Roja,” contestó el lobo. “Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.” - “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil y no me puedo levantar.” El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.

Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: “¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. “¡Oh, abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.” - “Es para oírte mejor, mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.” - “Son para verte mejor, querida.” - “Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.” - “Para abrazarte mejor.” - “Y qué boca tan grande que tienes.” - “Para comerte mejor.” Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.

Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí. “¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él.”¡Hacía tiempo que te buscaba!” Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: “¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!”, y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quiso correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.

Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: “Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”

Finalmente, quiero mostraros la más políticamente correcta de todas las Caperucitas, que sin duda, podría ser ministra en cualquiera de los gobiernos occidentales. Es obra de James Finn Garner, que con una finísima ironía pone de manifiesto la mojigatería que azota nuestra sociedad actual. Esta es su divertida versión publicada en 1994.

Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.

Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.

De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.

- Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es, respondió.

- No sé si sabes, querida - dijo el lobo -, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.

Respondió Caperucita:

- Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial - en tu caso propia y globalmente válida - que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.

Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.

Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:

- Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio, en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.

- Acércate más, criatura, para que pueda verte - dijo suavemente el lobo desde el lecho.

- Oh! - repuso Caperucita -. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo pero, abuela, qué ojos tan grandes tienes!

- Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.

- Y, abuela, qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y a su modo indudablemente atractiva.

- Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.

- Y... abuela, qué dientes tan grandes tienes!

Respondió el lobo:

- Soy feliz de ser quien soy y lo que soy. Y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.

Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.

Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.

- ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.

El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.

- ¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense! cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita -. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?

Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.

sábado, 22 de agosto de 2009

Art decoq



¿Quién es el autor de esta obra de estilo naive?, ¿será algún autor contemporáneo súbdito de la abstracción?, ¿pertenece este cuadro a una nueva corriente artística como parece indicar el título de la entrada? Sólo pararos un instante a pensar quien puede ser el autor de esta imagen y enseguida os contaré la historia de esta creación.

Corría el año 2006, cuando una fría mañana de enero nos regaló la visión de un fino manto blanco que lo cubría todo, homogeneizando el paisaje y transportándonos por un rato a países de latitudes más septentrionales. Yo, fuera de mi, me hubiera querido ir a hacer muñecos de nieve o muñequitos porque la cosa no daba para mucho pero tenía que ir a trabajar. El único consuelo que me quedó fue coger la cámara y al menos así, capturar aquel momento tan extraordinario. Al llegar al polígono industrial donde trabajo en Sant Just Desvern, hice diversas fotos pero la sorpresa estaba reservada para el final. Entré en mi edificio y al subir a la terraza (4 alturas), para poder tener una mejor vista, comprobé con asombro que había sucedido en nuestro pequeño parterre verde, convertido por el momento en un inmaculado lienzo blanco. Algún ser vivo había utilizado el manto virgen creado por la nieve como una gran pizarra o lienzo para dejar su impronta de tintes claramente artísticos. Capturé aquella imagen con devoción y me felicité por como la naturaleza era capaz de mostrarme sus encantos, incluso en un polígono industrial.

Aunque no lo vi durante el proceso creativo, puedo intuir por sus huellas que se trataba de un artista muy especial. Espero no causar demasiada decepción si os digo que se trata de un artista no humano perteneciente al género de los córvidos, más en concreto, una urraca. Aquel animalillo sorprendente, había madrugado utilizando el lienzo níveo para trazar una caprichosa figura, que nada tiene que ver con el azar y mostrar sus dotes artísticas que no son más que la manifestación de su intelecto. Un cerebro de unos pocos gramos, es capaz de mostrarme que también puede desarrollar una actividad creativa, incluso atribuible al todo poderoso cerebro humano, como habéis llegado a pensar por unos momentos cuando maliciosamente pregunté por la autoría de la obra. Creo intuir que aquel animal sintió una sensación muy parecida a la que sentimos los humanos cuando caminamos sobre una superficie amplia y blanda sobre la que podemos dejar las huellas. ¿No habéis sentido alguna vez ese candor infantil al rallar una hoja en blanco?, es como si el cerebro se emocionara al descubrir un soporte virgen sobre el que poder volcarse, dejar su impronta.

No en vano, estas aves parecen ser unas de las aves más inteligentes y astutas, atendiendo a su comportamiento. Son bien conocidos rasgos que denotan inteligencia como su gran capacidad de comunicación con sus congéneres, la actuación en grupo, el almacenamiento de comida o su deleite por las cosas brillantes. Asimismo, la urraca es uno de los animales que más supersticiones y dichos tiene en la cultura popular, quizás igualada con el cuervo y el gato.

Por otro lado, un reciente estudio de la Universidad Goethe de Frankfurt ha demostrado que las urracas también pueden reconocerse ante el espejo, capacidad atribuida por el momento sólo a los primates y a los delfines. Por tanto, este estudio sugiere que las especies sin neocórtex (parte del cerebro que aporta la capacidad de raciocinio o de interpretación de las emociones) pueden alcanzar capacidades cognitivas similares a los mamíferos, a través de líneas evolutivas totalmente diferentes. (http://www.youtube.com/watch?v=HRVGA9zxXzk)

Adentrándonos en el plano psicológico, podríamos preguntarnos cual es su nivel de conciencia, entendiendo esta como el producto de la actividad cerebral. Es perfectamente posible, y así lo intuyen las personas amantes de los animales, que algunos animales alberguen emociones o sentimientos aunque sea a un nivel incipiente. Posiblemente aquella urraca hubiera agradecido una brillante moneda como pago por su creación.

Ante esta lección de humildad que la Naturaleza tuvo a bien administrarme una fría mañana de invierno, se abrieron en mi cabeza diversos interrogantes como los que siguen: ¿puede alcanzarse el plano consciente a través de estructuras físicas diferentes al cerebro humano?, ¿qué grupo mínimo de neuronas es necesario para generar una entidad consciente?, ¿seremos capaces de recrear una conciencia artificialmente?

No tengo las respuestas, quizás la Naturaleza nos las vaya dando poco a poco pero, es emocionante, ¿verdad?

Os dejo la foto original que yo coloreé burdamente para camuflar su origen.

martes, 18 de agosto de 2009

Instinto Básico


Posiblemente, uno de los códigos más férreamente encriptados en el genoma de cada especie sea el de supervivencia. Me refiero a la supervivencia de la especie, que obviamente comienza por la supervivencia del individuo, pero que también engloba el hecho de la reproducción, de la procreación.

La especie humana es la única especie sobre el planeta Tierra que lucha contra esa ley de la Naturaleza. O si no lucha directamente, simplemente se le olvida el imperativo reproductivo, porque tenemos cosas más interesantes que hacer que traer al mundo niños, y luego criarlos, que es lo más costoso.

Los hombres y las mujeres de hoy en día, más ellas por la parte que les toca, tienen otras prioridades. Entre estas prioridades, no se encuentra la de vaciarse en un nuevo ser humano; son más bien tareas egocéntricas e individualistas radicadas en el campo del crecimiento personal y profesional. Solemos decir, es que tengo que aprender una profesión, es que quiero aprender idiomas, es que quiero viajar primero, es que mi situación económica no es favorable para tener hijos, etc…

Pero parémonos a reflexionar un momento; todos estos tesoros y toda esta sabiduría que acumulamos en nuestro haber, ¿dónde irá a parar?, ¿dónde terminará?, ¿nos acompañará en la otra vida o en el más allá todos hablan esperanto en lugar de inglés?

Para mí, los depositarios naturales de toda la sabiduría del ser humano son los hijos. Es a través de ellos como lograremos el crecimiento de la especie, la mayor adaptación al medio y en definitiva las mayores posibilidades de supervivencia como especie. Pero, ¿no son los hijos el baluarte de la supervivencia? Pues claro, pero antes de transferirles nuestro saber hacer, hay que tenerlos.

Debemos dejar a un lado nuestras carreras, nuestros estudios de post-grado y másteres en el extranjero, nuestros viajes, nuestra lucha por ascender en la empresa y hasta nuestros hobbies, y desempolvar la habilidad innata que nos concedió la Naturaleza para reproducirnos y perpetuarnos como especie.

Cuando uno hace esto, tiene la sensación de haber encontrado el objetivo principal para el que fue creado. Ya no es necesario seguir buscando, de repente todas las piezas encajan y todo lo que hemos aprendido tiene ya un destinatario. Los másteres y las ambiciones profesionales pasan a un segundo plano y nos damos cuenta, casi sorprendidos, de que hemos llevado a cabo la mayor de las hazañas que hubiéramos podido soñar. Estaba ahí, esperándonos, y sin embargo, toda nuestra vida la habíamos pasado perdidos en un laberinto de superficialidades que no llegaban a satisfacernos, ni a provocarnos un sentimiento de plenitud como el que alcanzamos después de ser padres. Este sentimiento de plenitud supone un punto de inflexión, un cambio de perspectiva vital que nos aporta gran serenidad pues de alguna manera sentimos que hemos cumplido el objetivo primordial para el que fuimos creados.

La sociedad actual está muy enferma, pues crecemos en la artificialidad de un millón de cosas inútiles, a espaldas de la Naturaleza que un día nos dio la vida y quizá, un día decida quitárnosla.

domingo, 16 de agosto de 2009

Hastío dominical



Domingo, ese día que Dios creó para no hacer nada. Ese día, que por tanto, se sale de la normalidad, en el que el alma comienza a divagar, colgándose de los rincones como alma en pena.

Comienza el día con la ingenua ilusión de un niño, ¡es qué queda la mitad del fin de semana!

La mañana transcurre medio en pijama, entre tostadas, olor a café y legañas. El espíritu indolente traza el falso espejismo de un largo día de asueto y felicidad, pero se olvida de concretar cómo y de qué manera.

Nos alcanza la hora de comer, casi sin darnos cuenta, y entonces seguimos anestesiando, edulcorando y narcotizando la percepción de la cruda realidad que se avecina, entre cervezas y comidas pantagruélicas. Ese monstruo despiadado que en pocas horas nos hará bajar de un manotazo del limbo dominical, acecha para devolvernos con toda la dureza de un parto, a la vida real del hombre que osó morder la manzana. El sopor digestivo entra sigiloso y de nuevo nos abandonamos, sin remedio, flotando en la sopa de los sentidos.

Al despertar ya es tarde para todo. Son las seis y ahora sí sentimos que el domingo se escapa entre los dedos. Con una energía que ya quisiéramos para un lunes por la mañana, repasamos mentalmente la lista de cosas que deberíamos haber hecho aquel domingo. Nos ponemos manos a la obra de forma desordenada, olvidando que el gozo y el disfrute entran con suavidad y receptividad. Nos vemos atrapados en un meandro temporal y por mucho que pataleamos y bregamos, no conseguimos salir de aquel remolino e incorporarnos al cauce principal que discurre veloz hacia nuestro destino.

Las manecillas del reloj galopan inexorables y nos preguntamos si no tendrá algo que ver Einstein y su teoría de la Relatividad en nuestra percepción del tiempo. De repente, el tiempo se suspende en pleno desenfreno operativo, y sentimos que hemos perdido la batalla contra el 4º eje de este mundo, la flecha del tiempo.

Un sentimiento de extemporánea melancolía nos invade, es la melancolía de todos los domingos de la historia del mundo. Y es ahora, cuando curiosamente, nuestra mente abre las puertas de la percepción y alcanzamos un estado que nos hubiera gustado experimentar por la mañana. Pero ahora, sin embargo, sólo percibimos la luz mortecina de la tarde noche que se va apagando, junto a esa extraña sensación de atravesar las puertas del Limbo, de regreso a la segura y aburrida rutina laboral.

¡Menos mal que mañana es lunes!

sábado, 15 de agosto de 2009

El Yo insolente


Quiero hablar aquí de la sempiterna dicotomía del cuerpo y la mente, ya tan manida, pero dándole, si es posible, un enfoque diferente que acude a mi, caprichoso, como una titubeante mariposa. A ver si logro convencer a la mariposa de que tome firme posición y defina lo que ahora, tan sólo revolotea en mi mente.

Y es que al disociar al hombre contemporáneo en su tradicional sistema bifásico, veo claramente el rol que ha adoptado cada parte; y es que parecen una pareja sado-masoquista, amo y esclavo, mente y cuerpo.

Esto no siempre ha sido así, ni siempre es así pues debemos tener nuestras necesidades básicas cubiertas para que florezcan estos roles. Cuando el hambre y las necesidades son el denominador común, es la mente la que se pliega al dictado del cuerpo y es lo físico, lo orgánico, lo biológico quien reclama su trono, tratando al pensamiento como un fiel esclavo.

Sin embargo, la civilización occidental, y en especial en aquellas sociedades donde existe lo que llamamos clase media, son la mente, el deseo, la idea, la imaginación, el ánimo los que tiranizan al cuerpo que se arrastra siguiendo la sombra del pensamiento.

Debido a la globalización, la mente del ser humano actual se nutre con una cantidad ingente de información, lo cual ha provocado una explosión del pensamiento de tal magnitud que la estructura biológica que lo sustenta ha sido rebasada ampliamente.

Necesitaríamos vivir varias vidas para satisfacer todos los deseos y ambiciones de nuestro yo, ese dictador insolente y abusivo que se encuentra en nuestro interior.

Yo quiero comprar un coche, yo quiero tener una casa, yo quiero tener éxito profesional y ganar mucho dinero, yo quiero tener un cuerpo esbelto, yo quiero tener hijos, yo quiero viajar a los lugares más recónditos porque son los más interesantes, yo quiero tener una relación de pareja enriquecedora, yo quiero…

Esa clase media que consiguió romper las estrecheces de la pobreza y propiciar la subida del nivel histórico, camina ahora, ciega de ambición hacia su autodestrucción.

En cien años hemos pasado de tener una mente pequeña, estrecha de miras, sin perspectiva, en un recipiente muy grande como nuestro insondable cuerpo, nuestra comarca, nuestro país, nuestro planeta, a tener una mente que se derrama e interacciona con todo el planeta y hasta el planeta se le queda pequeño, y pisamos la Luna y acariciamos Marte con la imaginación y con nuestras sondas.

Es curioso como se cumple el dicho popular de que cuanto más tenemos, más queremos, y es que es una especie de adicción a vivir x2, x3, o xn, como para asegurarnos que uno de esos caminos nos llevará sin remisión a la felicidad. Desde una perspectiva orteguiana, el repertorio de posibilidades vitales que tenemos permanentemente delante de nosotros es tan amplio, que ahora el problema radica en la correcta elección. Estiramos la angustia de la decisión hasta el extremo, queriendo abarcarlo todo y es nuestro cuerpo quien paga los excesos de nuestra voraz ambición.

Nuestro cuerpo, harto de tanto maltrato, ha empezado a quejarse y la enfermedad es, a veces, la improvisada maestra que nos recuerda la realidad de las cosas.

¿Qué podemos hacer?, ¿volver a las cavernas?, ¿autoimponernos la disciplinada paz monacal?

No tengo la respuesta a la barbarie que enferma a la sociedad actual pero puedo apuntar un camino pragmático. Para mi, la palabra clave es “priorizar”, es decir, establecer las grandes prioridades de nuestra vida y luego bajar a lo cotidiano y disfrutar del instante.

Si bajamos al nivel íntimo del paso del tiempo, por desgracia, no se puede cerrar el grifo del torrente de instantes consecutivos que mana sin parar, así que, para vivir en la mayor plenitud posible hay que dejarse llevar y zafarse del eterno proceso decisorio (análisis de posibilidades, priorización, decisión, control de calidad de la decisión). Si se me permite el símil, creo que una vez bien orientados los polos del imán podemos dejarnos arrastrar por los acontecimientos, que de una forma u otra, terminan polarizados en la dirección escogida por nosotros.

Escuchemos a nuestro cuerpo, seamos amables con él y usémoslo como el vehículo portador de nuestra vida y no como un carro lleno de piedras que debemos arrastrar como una penitencia. Él será el mediador y el receptor de nuestra plenitud vital.

viernes, 14 de agosto de 2009

Una noche de furia


¡No quiero dormir!...

La noche es un inmenso paréntesis, un agujero en el tiempo que nos da paso a un limbo creativo y onírico.

La oscuridad lo envuelve todo, redondea los contornos, allana el terreno para que nuestra imaginación lo conquiste, nos abre una ventana hacia nuestro interior, magnifica los temores, anula la razón, nos devuelve al útero materno y nos traslada al nicho del descanso eterno, es una inmensa página negra para ser escrita con el fulgor de nuestra mente.

Hace más de un millón de años que el ser humano conquistó esta parcela del día. La misma Naturaleza que nos somete tirana al ritmo circadiano, escondía el secreto para poder escapar de esta tiranía, y ese secreto es el fuego. Nuestra capacidad de crear un pequeño sol en miniatura ha alumbrado durante millones de noches a insomnes creadores y otros tipos humanos de diversa calaña. Una vez dado el paso, hemos hecho cierta la frase que seguro algún profesor nos dijo en nuestra infancia-adolescencia, “entre la noche y el día no hay pared”. Pero sí que hay puerta y el portero Jano decide si nos deja pasar o nos envía directamente a los brazos de su amigo Morfeo, ¡cuánto odio a este amigo!

Aquellas veces que puedo atravesar el umbral, y superar la pájara de medianoche, entro con furia en el país de los sueños. Leo aquí y escribo allá, investigo esto y aquello y sobre todo hago planes, muchos planes. Imagino el día siguiente y pienso de que manera podría exprimir las horas del día para no derramar ni un solo segundo. Son noches en las que soy insaciable y construyo con furia mi vida personal. Salto de tema en tema, intento resolver los interrogantes del día y la cama siempre puede esperar.

A veces, es cuestión de pura necesidad, necesito reconstruir mi mundo cada noche.

jueves, 13 de agosto de 2009

Existencialismo



Los seres humanos somos los únicos gilipollas de la creación que pensamos que todo lo que sucede tiene un sentido metafísico. Todo responde a un objetivo, a un plan maestro universal, a un designio divino.

Por supuesto, al ver las cosas así, debemos admitir la existencia de una inteligencia superior, un entendimiento capaz de abarcar todo el espacio y el tiempo y todas las dimensiones que la física sea capaz de postular, que es quien guarda el secreto del sentido de la existencia de las cosas y a quien llamamos “Dios”.

Todo esto porque no podemos digerir que un padre de tres hijos, modelo de esfuerzo, un genio en física cuántica, querido por su familia y sus vecinos y que además toca el piano, muera de un golpe en la cabeza, una anodina mañana, al pisar la pastilla de jabón mientras se duchaba. Tenemos que dar un sentido a su muerte. Quizá, pensamos, estaba a punto de descubrir un nuevo tipo de reacción atómica que con el tiempo permitiría crear una nueva y más devastadora bomba atómica, y claro, el Ser superior tuvo que quitarlo de en medio para que no estropeara sus planes supremos, que por supuesto, están orientados a conseguir nuestro bien.

Este egocentrismo universal, del que carecen los caracoles, es el que nos condena, nos somete y nos usurpa la capacidad de vivir, ¡sólo vivir!

Por qué es tan difícil entender que la vida es una maravilla de la Naturaleza que no necesita justificaciones. El sustrato físico del Universo es capaz de organizarse y crear un espectáculo del que somos partícipes y que se llama vida.

Se trata de un corpúsculo gracioso, un balie de interacciones, un capricho de la materia que se ha propuesto divertirnos.

Hoy nace una hormiga que veinte días más tarde será aplastada por un niño bendito que corría ilusionado en el parque, hacia su columpio favorito. Pero nosotros no somos hormigas, ¿verdad? Sólo la Naturaleza nos recuerda de vez en cuando, que sí lo somos.

Entonces cuando uno se levanta por las mañanas, ¿para qué lo hace?

Porque las gallinas, las vacas, las moscas y el resto de animales no necesitan saberlo, pero nosotros sí que necesitamos saber cuál es nuestro fin. Porque si es simplemente para participar en el baile bioquímico diario, quizá no vale la pena. El espectáculo no es suficientemente bonito para nosotros, para merecer los esfuerzos que seguramente nos deparará el día.

¡Hay que ver!, somos las únicas biomoléculas cabreadas y frustradas de la creación. La Naturaleza ha llegado a crear tal nivel de organización, que las propias estructuras creadas se sienten con derecho a cuestionar a su creador, la Naturaleza.

Yo creo que, en términos cósmicos, este divertimento de la Naturaleza, llamado “seres humanos”, no va a durar mucho pues le ha salido contestón y quiere romper las reglas del juego.

Bueno, por tanto, para todos aquellos que necesitamos un motivo para vivir, nos debería servir el objetivo de nuestra propia razón de ser: desarrollar la vida, es decir, crecer.

No necesitamos pensar en vidas futuras y eternas que deslavazan nuestra vida actual y real. ¿Por qué no abrazamos nuestra vida y la aceptamos?, ¿porqué no dejamos de ser entes frustrados y servimos felizmente a nuestro principio y a nuestro fin?

Bailemos el baile sin perder nuestra capacidad de maravillarnos por el tremendo espectáculo que representa la vida.

Es una pena comprobar que a la sociedad actual le queda ya muy poco de esa capacidad de maravillarse, al ver batir las alas a una mariposa. Hemos perdido nuestro objetivo primigenio y nos hemos ido ensimismando en nuestro propio círculo de dolor y recompensa.

Ahora, al levantar la cabeza, incapaces de pensar por nosotros mismos, le hemos tenido que cargar el muerto de nuestra existencia a un ser superior que llamamos “Dios”.