jueves, 13 de agosto de 2009

Existencialismo



Los seres humanos somos los únicos gilipollas de la creación que pensamos que todo lo que sucede tiene un sentido metafísico. Todo responde a un objetivo, a un plan maestro universal, a un designio divino.

Por supuesto, al ver las cosas así, debemos admitir la existencia de una inteligencia superior, un entendimiento capaz de abarcar todo el espacio y el tiempo y todas las dimensiones que la física sea capaz de postular, que es quien guarda el secreto del sentido de la existencia de las cosas y a quien llamamos “Dios”.

Todo esto porque no podemos digerir que un padre de tres hijos, modelo de esfuerzo, un genio en física cuántica, querido por su familia y sus vecinos y que además toca el piano, muera de un golpe en la cabeza, una anodina mañana, al pisar la pastilla de jabón mientras se duchaba. Tenemos que dar un sentido a su muerte. Quizá, pensamos, estaba a punto de descubrir un nuevo tipo de reacción atómica que con el tiempo permitiría crear una nueva y más devastadora bomba atómica, y claro, el Ser superior tuvo que quitarlo de en medio para que no estropeara sus planes supremos, que por supuesto, están orientados a conseguir nuestro bien.

Este egocentrismo universal, del que carecen los caracoles, es el que nos condena, nos somete y nos usurpa la capacidad de vivir, ¡sólo vivir!

Por qué es tan difícil entender que la vida es una maravilla de la Naturaleza que no necesita justificaciones. El sustrato físico del Universo es capaz de organizarse y crear un espectáculo del que somos partícipes y que se llama vida.

Se trata de un corpúsculo gracioso, un balie de interacciones, un capricho de la materia que se ha propuesto divertirnos.

Hoy nace una hormiga que veinte días más tarde será aplastada por un niño bendito que corría ilusionado en el parque, hacia su columpio favorito. Pero nosotros no somos hormigas, ¿verdad? Sólo la Naturaleza nos recuerda de vez en cuando, que sí lo somos.

Entonces cuando uno se levanta por las mañanas, ¿para qué lo hace?

Porque las gallinas, las vacas, las moscas y el resto de animales no necesitan saberlo, pero nosotros sí que necesitamos saber cuál es nuestro fin. Porque si es simplemente para participar en el baile bioquímico diario, quizá no vale la pena. El espectáculo no es suficientemente bonito para nosotros, para merecer los esfuerzos que seguramente nos deparará el día.

¡Hay que ver!, somos las únicas biomoléculas cabreadas y frustradas de la creación. La Naturaleza ha llegado a crear tal nivel de organización, que las propias estructuras creadas se sienten con derecho a cuestionar a su creador, la Naturaleza.

Yo creo que, en términos cósmicos, este divertimento de la Naturaleza, llamado “seres humanos”, no va a durar mucho pues le ha salido contestón y quiere romper las reglas del juego.

Bueno, por tanto, para todos aquellos que necesitamos un motivo para vivir, nos debería servir el objetivo de nuestra propia razón de ser: desarrollar la vida, es decir, crecer.

No necesitamos pensar en vidas futuras y eternas que deslavazan nuestra vida actual y real. ¿Por qué no abrazamos nuestra vida y la aceptamos?, ¿porqué no dejamos de ser entes frustrados y servimos felizmente a nuestro principio y a nuestro fin?

Bailemos el baile sin perder nuestra capacidad de maravillarnos por el tremendo espectáculo que representa la vida.

Es una pena comprobar que a la sociedad actual le queda ya muy poco de esa capacidad de maravillarse, al ver batir las alas a una mariposa. Hemos perdido nuestro objetivo primigenio y nos hemos ido ensimismando en nuestro propio círculo de dolor y recompensa.

Ahora, al levantar la cabeza, incapaces de pensar por nosotros mismos, le hemos tenido que cargar el muerto de nuestra existencia a un ser superior que llamamos “Dios”.

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