viernes, 30 de enero de 2009

¡María, María que el chocolatito se lo están comiendo!


Atención todo el mundo que la Buena Nueva os tengo que comunicar; es Navidad y por fin la careta me voy a quitar.
Hace varios años que vengo buscándole el sentido a la Navidad.
Una vez perdido casi todo su significado religioso, he buscado el mensaje navideño en el reencuentro con la familia, en la armonía espiritual que parece envolver el mundo en estas fechas, en los buenos propósitos para el año nuevo, en los regalos que aparecen debajo del árbol, en los copos de nieve que enharinan campos y ciudades, en los belenes y mercados navideños, en el muérdago y el acebo y hasta en los lotes navideños. Y lo único que he encontrado es hipocresía, hipocresía e hipocresía, voluntaria o involuntaria, pero al fin y al cabo, hipocresía.
Quitémonos todos la careta de Papá Noel o del Rey negro Baltasar y reconozcamos cual es nuestro único y verdadero dios, San Pantagruel.
¡Dejadme qué como este año las gambas están caras, creo que podré con un polvorón más, o dos!
Esa es la auténtica Estrella de Oriente que seguimos en Navidad y que nos lleva directamente a consumir. Consumo medio kilo de gambas o una pantalla plana pero sólo el consumo tapa los agujeros de mi maltrecha integridad personal. Sólo el consumo me aleja de la realidad y me transporta en una delicada nubecilla al país de los pastorcillos, los renos, los camellos y los abetos.
Dejad que los judíos machaquen palestinos, que ahora no me puedo levantar de la mesa hasta que las gambas que la pueblan reciban el homenaje que se merecen.
Pero estamos en crisis, así que apagad las luces del árbol; ¡no que entonces también se apagará la esencia de estas fiestas, o sea, el consumo! Bueno pues encendedlas, pero que pedalee alguien en plan ecosocialista para mantener el árbol bien brillante.
Hipocresía, hipocresía, hipocresía…
Y como traca final, la noche de Reyes. Esa noche tan mágica para los niños y tan consumista para los padres.
Gente ofreciendo sus últimos estertores al dios del consumo a las diez de la noche del día 5. Gente comprando por obligación, porque la ocasión lo exige y con la mente tan embotada que sólo caben en ella una bufanda, una colonia o unos calcetines.
No nos damos cuenta de que quizá el mejor regalo sería un buen rato de animada y rica conversación.
Cuando por fin acaban las fiestas del exceso, nuestro cuerpo y nuestra mente celebran la vuelta a la rutina, el orden y la mesura.
Quizá la lectura positiva sería que gracias a la Navidad nos damos cuenta cuan maravilloso es llevar una vida comedida y sostenible, en la que saboreemos el valor de las pequeñas cosas importantes.
Gracias a Dios, tenemos todo el año por delante, así qué, ¡feliz año nuevo!

No hay comentarios: