martes, 18 de agosto de 2009

Instinto Básico


Posiblemente, uno de los códigos más férreamente encriptados en el genoma de cada especie sea el de supervivencia. Me refiero a la supervivencia de la especie, que obviamente comienza por la supervivencia del individuo, pero que también engloba el hecho de la reproducción, de la procreación.

La especie humana es la única especie sobre el planeta Tierra que lucha contra esa ley de la Naturaleza. O si no lucha directamente, simplemente se le olvida el imperativo reproductivo, porque tenemos cosas más interesantes que hacer que traer al mundo niños, y luego criarlos, que es lo más costoso.

Los hombres y las mujeres de hoy en día, más ellas por la parte que les toca, tienen otras prioridades. Entre estas prioridades, no se encuentra la de vaciarse en un nuevo ser humano; son más bien tareas egocéntricas e individualistas radicadas en el campo del crecimiento personal y profesional. Solemos decir, es que tengo que aprender una profesión, es que quiero aprender idiomas, es que quiero viajar primero, es que mi situación económica no es favorable para tener hijos, etc…

Pero parémonos a reflexionar un momento; todos estos tesoros y toda esta sabiduría que acumulamos en nuestro haber, ¿dónde irá a parar?, ¿dónde terminará?, ¿nos acompañará en la otra vida o en el más allá todos hablan esperanto en lugar de inglés?

Para mí, los depositarios naturales de toda la sabiduría del ser humano son los hijos. Es a través de ellos como lograremos el crecimiento de la especie, la mayor adaptación al medio y en definitiva las mayores posibilidades de supervivencia como especie. Pero, ¿no son los hijos el baluarte de la supervivencia? Pues claro, pero antes de transferirles nuestro saber hacer, hay que tenerlos.

Debemos dejar a un lado nuestras carreras, nuestros estudios de post-grado y másteres en el extranjero, nuestros viajes, nuestra lucha por ascender en la empresa y hasta nuestros hobbies, y desempolvar la habilidad innata que nos concedió la Naturaleza para reproducirnos y perpetuarnos como especie.

Cuando uno hace esto, tiene la sensación de haber encontrado el objetivo principal para el que fue creado. Ya no es necesario seguir buscando, de repente todas las piezas encajan y todo lo que hemos aprendido tiene ya un destinatario. Los másteres y las ambiciones profesionales pasan a un segundo plano y nos damos cuenta, casi sorprendidos, de que hemos llevado a cabo la mayor de las hazañas que hubiéramos podido soñar. Estaba ahí, esperándonos, y sin embargo, toda nuestra vida la habíamos pasado perdidos en un laberinto de superficialidades que no llegaban a satisfacernos, ni a provocarnos un sentimiento de plenitud como el que alcanzamos después de ser padres. Este sentimiento de plenitud supone un punto de inflexión, un cambio de perspectiva vital que nos aporta gran serenidad pues de alguna manera sentimos que hemos cumplido el objetivo primordial para el que fuimos creados.

La sociedad actual está muy enferma, pues crecemos en la artificialidad de un millón de cosas inútiles, a espaldas de la Naturaleza que un día nos dio la vida y quizá, un día decida quitárnosla.

1 comentario:

carles p dijo...

A la significación de la paternidad le sucede lo que a todas las cosas importantes de la vida: las tenemos delante de los ojos y nos obstinamos en no verlas, o lo que es peor, en no quererlas ver. Algún día nos daremos cuenta (¡espero!) de que el progreso, la evolución y el crecimiento no se sitúan en contra de la naturaleza sino armónicamente con ella.