Quiero hablar aquí de la sempiterna dicotomía del cuerpo y la mente, ya tan manida, pero dándole, si es posible, un enfoque diferente que acude a mi, caprichoso, como una titubeante mariposa. A ver si logro convencer a la mariposa de que tome firme posición y defina lo que ahora, tan sólo revolotea en mi mente.
Y es que al disociar al hombre contemporáneo en su tradicional sistema bifásico, veo claramente el rol que ha adoptado cada parte; y es que parecen una pareja sado-masoquista, amo y esclavo, mente y cuerpo.
Esto no siempre ha sido así, ni siempre es así pues debemos tener nuestras necesidades básicas cubiertas para que florezcan estos roles. Cuando el hambre y las necesidades son el denominador común, es la mente la que se pliega al dictado del cuerpo y es lo físico, lo orgánico, lo biológico quien reclama su trono, tratando al pensamiento como un fiel esclavo.
Sin embargo, la civilización occidental, y en especial en aquellas sociedades donde existe lo que llamamos clase media, son la mente, el deseo, la idea, la imaginación, el ánimo los que tiranizan al cuerpo que se arrastra siguiendo la sombra del pensamiento.
Debido a la globalización, la mente del ser humano actual se nutre con una cantidad ingente de información, lo cual ha provocado una explosión del pensamiento de tal magnitud que la estructura biológica que lo sustenta ha sido rebasada ampliamente.
Necesitaríamos vivir varias vidas para satisfacer todos los deseos y ambiciones de nuestro yo, ese dictador insolente y abusivo que se encuentra en nuestro interior.
Yo quiero comprar un coche, yo quiero tener una casa, yo quiero tener éxito profesional y ganar mucho dinero, yo quiero tener un cuerpo esbelto, yo quiero tener hijos, yo quiero viajar a los lugares más recónditos porque son los más interesantes, yo quiero tener una relación de pareja enriquecedora, yo quiero…
Esa clase media que consiguió romper las estrecheces de la pobreza y propiciar la subida del nivel histórico, camina ahora, ciega de ambición hacia su autodestrucción.
En cien años hemos pasado de tener una mente pequeña, estrecha de miras, sin perspectiva, en un recipiente muy grande como nuestro insondable cuerpo, nuestra comarca, nuestro país, nuestro planeta, a tener una mente que se derrama e interacciona con todo el planeta y hasta el planeta se le queda pequeño, y pisamos
Es curioso como se cumple el dicho popular de que cuanto más tenemos, más queremos, y es que es una especie de adicción a vivir x2, x3, o xn, como para asegurarnos que uno de esos caminos nos llevará sin remisión a la felicidad. Desde una perspectiva orteguiana, el repertorio de posibilidades vitales que tenemos permanentemente delante de nosotros es tan amplio, que ahora el problema radica en la correcta elección. Estiramos la angustia de la decisión hasta el extremo, queriendo abarcarlo todo y es nuestro cuerpo quien paga los excesos de nuestra voraz ambición.
Nuestro cuerpo, harto de tanto maltrato, ha empezado a quejarse y la enfermedad es, a veces, la improvisada maestra que nos recuerda la realidad de las cosas.
¿Qué podemos hacer?, ¿volver a las cavernas?, ¿autoimponernos la disciplinada paz monacal?
No tengo la respuesta a la barbarie que enferma a la sociedad actual pero puedo apuntar un camino pragmático. Para mi, la palabra clave es “priorizar”, es decir, establecer las grandes prioridades de nuestra vida y luego bajar a lo cotidiano y disfrutar del instante.
Si bajamos al nivel íntimo del paso del tiempo, por desgracia, no se puede cerrar el grifo del torrente de instantes consecutivos que mana sin parar, así que, para vivir en la mayor plenitud posible hay que dejarse llevar y zafarse del eterno proceso decisorio (análisis de posibilidades, priorización, decisión, control de calidad de la decisión). Si se me permite el símil, creo que una vez bien orientados los polos del imán podemos dejarnos arrastrar por los acontecimientos, que de una forma u otra, terminan polarizados en la dirección escogida por nosotros.
Escuchemos a nuestro cuerpo, seamos amables con él y usémoslo como el vehículo portador de nuestra vida y no como un carro lleno de piedras que debemos arrastrar como una penitencia. Él será el mediador y el receptor de nuestra plenitud vital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario