En
este 2020, una parte importante de los ciudadanos del mundo hemos sido
deportados a nuestra isla desierta particular. No se han admitido excusas y las
fuerzas del orden nos han acompañado, casi a punta de pistola, hacia un retiro
forzoso en nuestra isla familiar.
Pero
no todas las islas son iguales. Unos se han ocupado de tener grandes islas, con
mucha extensión, pero bastante desiertas. Otros, sin embargo, tienen islas más
pequeñas pero llenas de cosas.
En
nuestra isla hemos comprado tranquilidad y mucho tiempo a cambio de experiencia
vivencial, que es lo que hemos pagado. Nuestra isla es como volver al vientre
materno durante una temporada, protegidos de la hostilidad exterior y
preparándonos para volver a nacer algún día, no tan lejano.
Ante
esta coyuntura, muchos nos hemos preguntado ¿y qué me llevo yo a una isla
desierta?¿recordáis las clásicas respuestas? Un libro, un mechero para hacer
fuego, una cuerda, un sombrero, una tienda de campaña….
Pues
no, esos objetos no han sido los que el ciudadano del siglo XXI se llevaría a
una isla desierta. Basándome en datos objetivos puedo decir que el humano
actual se llevaría papel higiénico a una isla desierta situando sus máximas
aspiraciones en mantener el culo limpio, que podría interpretarse
benévolamente, como el deseo de mantenerse sano. En definitiva, necesidades
básicas.
Al
cabo de unos días, ha pasado un barco de suministros por las distintas islas
preguntando que deseaban sus habitantes. Estos habitantes ya habían descubierto
que las hojas de palmera servían para tener el culo limpio, así que lo que han
pedido en masa ha sido cerveza y chocolate (excepto USA que ha pedido armas)
para reavivar el fuego de las recompensas mentales y empezar a velar por la
salud mental.
Por
otro lado, algunos habitantes de las islas, los menos capaces de realizar
introversión y vida contemplativa, han empezado a intentar comunicarse con las
otras islas mediante diversos medios, señales de humo, mensajes en una botella,
aplausos, música a las 8, tambores lejanos. Vamos, toda una serie de creativas
maneras de romper la soledad de la isla que, por otro lado, es una de las condiciones
que definen el vivir en una isla.
Otra
vez ha pasado el barco de suministros por las islas y en esta ocasión el
producto estrella ha sido el whisky. Bebida que demostraba a las claras que los
habitantes de las islas habían decidido evadirse de la realidad, es decir,
deprimir su nivel de conciencia para que el tan preciado tiempo que habían
comprado al entrar en la isla pasara rápido sin sacar de él el más mínimo provecho.
Al
pasar el tiempo, algunos ciudadanos más optimistas nos hemos dado cuenta de que
pensar en qué haremos cuando podamos salir de la isla es una droga aún más
fuerte que el alcohol para poder soportar el encierro. Pues eso, ¿habéis
pensado ya qué haréis cuando podamos salir de casa sin necesidad de sacar al
perro, ir a la farmacia, o ir a comprar alimentos?
¿Qué
es lo primero que haréis una vez rescatados de la isla desierta? ¿Ir al cine, a
un bar, ver a la familia que había quedado atrapada en otras islas? Yo
personalmente pienso en echarme al monte y perderme por el bosque durante
varias horas.
Y,
sin embargo, ya intuís que no funciona así. No va a haber un botón de on/off
que resetee la realidad y elimine ese programa que se había quedado colgado.
Vamos a estar obligados a seguir protegiéndonos, a evitar en la medida de lo
posible el contacto social, a no darnos la mano, ni abrazos, ni besos y a
evitar al animal más peligroso en esta crisis, el humano. Así como, a pagar la astronómica
factura económica de este retiro espiritual forzoso.
Por
tanto, no se trata de buscar en el exterior el lugar al que iremos cuando acabe
el confinamiento sino de buscar en nuestro interior. De morir para volver a
nacer, dejando en la isla desierta la persona que éramos para salir a una nueva
realidad, ya cambiada para siempre como personas nuevas que han aprovechado el
encierro forzoso como una catarsis renovadora. Y diré más, no se trata de que
cada uno de nosotros nos vayamos a un lugar diferente sino de que todos
suframos una epifanía conjunta y solidaria que nos haga más fuertes y más
sabios para construir una nueva sociedad.
2 comentarios:
Joan,
Por supuesto, lo primero que haré cuando salga del confinamiento será ver a mis hijas y a mis padres, que habrán pasado dos meses sólo comunicándome por vía telemàtica.
Dices en el párrafo final: “Por tanto, no se trata de buscar en el exterior el lugar al que iremos cuando acabe el confinamiento sino de buscar en nuestro interior. De morir para volver a nacer, dejando en la isla desierta la persona que éramos para salir a una nueva realidad, ya cambiada para siempre como personas nuevas que han aprovechado el encierro forzoso como una catarsis renovadora.” Tengo mis dudas de que esto suceda. En primer lugar, porque durante el confinamiento la mayoría de la gente se ha dedicado a consumir series, levadura para hacer pasteles y papel de váter, evadiéndose de cualquier reflexión interior. En segundo lugar porque nos enfrentamos a un virus que carece de sexo, ideología política o preferencias futbolísticas, luego nos trae al pairo si el enemigo es guapo o feo, de derechas o de izquierdas, sólo sabemos que puede matarnos, y ante una amenaza mortal es el cerebro reptiliano el que reacciona primero, buscando la defensa inmediata (quedarse en casa en nuestro caso). Por último, cuando tengamos luz verde para salir de nuevo y tomarnos unas cañas en un bar al aire libre, la gente se lanzará como locos a celebrar el fin de la condena.
Todo lo anterior no significa que no aprendamos algo como seres humanos, y a las muestras de generosidad me remito, empezando por el personal sanitario. Sabremos reaccionar mejor ante una nueva pandemia, que la habrá. Y quizás daremos prioridad a algunas cosa frente a otras: cuidar mejor de los abuelos y valorar más nuestro generoso sistema de salud. Pero no mucho más, de momento. Con el tiempo, este poso que nos habrá dejado el coronavirus será el germen de una nueva sociedad, pero con mucho tiempo por delante, en ningún caso justo cuando nos rescaten de nuestra isla.
Un abrazo,
Lluís
Lluís muchas gracias por tu comentario que como siempre me hace pensar un poco más. Respecto a lo que dices, estoy de acuerdo que la mayoría de la gente está viviendo el confinamiento simplemente como una privación de libertad, como el que está entre rejas y tacha los días que le faltan para salir. Es decir, ha desaprovechado la magnífica oportunidad que les brindaba la situación para reflexionar. Decía Antonio Escohotado que el año más productivo de su vida en cuanto a creación literaria fue el año que estuvo en la cárcel con Franco todavía vivo, nunca ha conseguido un nivel de concentración igualable. Pero creo, que algunos si hemos aprovechado para reflexionar y serán estos los que deben tirar hacia una nueva realidad.
Respecto al enemigo al que nos enfrentamos, es cierto que es como uno de esos relatos de terror que tanto me gustan con el final abierto, sin resolución que nos proteja de la amenaza. ¿Qué debemos hacer para evitarlo a parte de llevar mascarillas que ni siquiera estamos seguros de usar correctamente? Por tanto, quizá la mayor enseñanza de esta desgracia y por tanto el mejor remedio es la solidaridad. Nos hemos dado cuenta de la importancia de la solidaridad, desde el nivel individual, protegiéndonos y quedándonos en casa, hasta el nivel internacional y finalmente el nivel planetario. Una solidaridad transversal que afecta todos los ámbitos, ayuda sanitaria, investigaciones científicas, ralentización de la economía con el correspondiente coste. Si este valor calara un poquito, representaría nuestro pequeño paso hacia un mundo mejor después de esta pandemia.
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