Yo me considero una persona poco religiosa que arrastrado por los aires de laicismo que azotan la sociedad actual, he caído en un cómodo agnosticismo.
Esto se plasma en mi vida con el hecho de que nunca intento convencer a nadie de que existe Dios y una vida después de la muerte física pero tampoco lo negaré. En definitiva, mi posición vital podría resumirse en que no necesito la existencia de otra vida, o de otra dimensión que nos haga eternos, para poder disfrutar plenamente de mi vida actual. Si hay algo más, ya me enteraré cuando me muera pero acepto sin miedo que el fin último de las personas sea única y exclusivamente un montoncito de polvo.
He de confesar, en un acto de sinceridad honesta, que en los momentos difíciles, transcendentales y angustiosos de mi vida he pedido ayuda dentro y fuera de este mundo, sin representar este hecho una falta de coherencia con mis convicciones.
Quizá debido a mi posición vital centrada, sin descartar ni aceptar nada de plano, me sentí atraído por releer de nuevo sin imposiciones, lo que de niño había leído por obligación y tenia ya casi olvidado. Se trata de un libro, o más bien una colección de libros, recogida bajo el título de La Biblia.
Me di cuenta en aquel preciso instante de que las paredes de mi casa no acogían un ejemplar de aquella obra desde hacia ya varios años.
Podríamos decir que este libro recoge y aglutina el conjunto de normas morales que articulan nuestra sociedad occidental española. Salvando las distancias, es como la Constitución del 78.
Y no es que entre las paredes de mi casa no se respete ninguna de las reglas morales ilustradas en la Biblia, pues estamos inmersos en una sociedad cristiana que infunde sus valores a través de muchas vías o canales. En realidad, yo soy de la idea de que el hecho religioso, y en concreto el cristianismo, lo llevamos bien impreso en nuestra mente desde el despertar de nuestra conciencia.
Así que ante la constatación de tamaña falta, me dispuse sin demora a comprar un ejemplar de esta aleccionadora obra, que algunos llegan a considerar como un manual de instrucciones sin el cual no sabrían como conjugar el verbo vivir.
¿Dónde va uno cuando quiere comprar un best-seller a buen precio? Pues al Fnac.
A partir de este punto, relataré la agotadora aventura de comprar una Biblia en una gran superficie, máxime un sábado por la tarde.
Al traspasar el umbral de la tienda y a sabiendas de que estaba buscando el libro más vendido de la historia, me dirigí sin dudarlo a la sección de los 10 libros más vendidos. Cual fue mi desilusión al no encontrarlo en el puesto nº 1 del ranking. En su lugar encontré un libro llamado “El Secreto” que habla del poder oculto y sin explorar que hay en nuestro interior y de cómo aplicarlo para mejorar los distintos aspectos de nuestras vidas como dinero, salud, relaciones, felicidad,… Pensé entonces que quizá le habían cambiado el nombre y ahora se llamaba así, pero al ojearlo comprobé que aquel libro no era la Biblia.
Ya me extrañaba a mi que el Vaticano hubiera consentido en cambiarle el título por otro más comercial y con más gancho.
Y entonces caí en la cuenta de que estaba mirando en los libros de “No Ficción” y era posible que atendiendo al sentir actual, hubieran decidido colocarlo en la sección de “Ficción”.
Satisfecho de haber encontrado una explicación, me fui de nuevo al nº 1 de los libros de “Ficción” y de nuevo otra desilusión. En su lugar, no sé que de un pijama a rayas y no creo que en la época de Jesucristo usaran pijama y mucho menos a rayas. Por si había bajado en el ranking durante todos estos años, me cercioré de que no se encontraba en posiciones inferiores, tanto de “ficción” como de “no ficción” pero sin mayor éxito.
Fue entonces cuando comenzó mi particular vía crucis por las distintas secciones de la tienda, siempre guiado por el ejercicio de la lógica.
La sección que me pareció más adecuada en principio, desde un punto de vista superficial, fue la “Histórica y aventuras”. Esto teniendo en cuenta que los responsables de la tienda hubieran considerado la Biblia como un libro de historia, asimilando su parábolas a pequeñas aventuras. Sin embargo, no lo encontré allí, ya que todos sabemos que la Biblia más que un libro de historia es un libro histórico. Acepté el buen criterio de la tienda en este sentido y pasé a buscarlo en otras secciones más adecuadas.
Poniendo más atención esta vez para no volver a equivocarme, me dirigí a la sección de “Biografías”, atendiendo sobre todo a que el Nuevo Testamento podría considerarse como una biografía de Jesús. Sin embargo, allí tampoco encontré el ansiado libro y empecé a constatar que no sería fácil de encontrar. Algo que no entendía estaba fallando.
De repente, vino a mi mente una reflexión. Seguro que bajo el paradigma metro-cursi de la sociedad actual, la Biblia había sido clasificada como un libro de autoayuda. No en vano ya lo decía Karl Max, “la religión es el opio del pueblo” y para aquellos que no cultivan opio podría ser una buena fuente de alivio. Así que me fui como una flecha a la sección de libro práctico, subsección autoayuda. Recorrí con el dedo los diferentes títulos, “Aprende a hablar en público”, “Sea feliz”, “Triunfe en los negocios y en la vida”, “Cambie el Prozac por el yoga”, “Conviértase al Budismo para alcanzar la paz espiritual”. Era increíble, había sido capaz de encontrar un libro que loaba las excelencias del budismo pero nada sobre el libro de referencia del cristianismo.
Empecé a perder la esperanza de llevarme a casa el buscado libro aquella tarde. Pensé entonces que quizá los aires de materialismo que azotan nuestra sociedad en los tiempos actuales, habían llevado a los responsables de la tienda a clasificar la Biblia como un libro de “ciencia-ficción y fantasía”. Deseé no encontrarla en esta sección, olvidada y denostada en un rincón, pero de todas formas me dirigí hacia allá para descartar tan humillante opción.
Derrotado ya, decidí buscar orientación en los empleados de la tienda y me dirigí a un punto de información. Por el camino me crucé con la sección de “Comics”, que también chequeé por si el nivel de degradación había sido tal como para compartir estantería con Son Goku y otros mangas japoneses (sin despreciar este fenómeno de masas que viene del país nipón).
Una vez en el mostrador, esperé a que no hubiera nadie más aparte del dependiente y pregunté en voz baja,
- por favor, ¿tienen la Biblia?
El dependiente ni se inmutó y sin levantar la cabeza de la pantalla del ordenador, dijo,
- a ver, ¿autor?
Esta pregunta me cogió con el pie cambiado y sólo acerté a decir,
- creo que “Dios”.
Al cabo de unos segundos, el dependiente contestó con voz monótona y aburrida,
- no aparece ningún autor con ese nombre en nuestra base de datos, puede decirme cuando fue escrito.
- Bueno creo que la versión definitiva fue ensamblada por primera vez en el año 393.
- ¡Uy!, creo que no tenemos libros tan antiguos en nuestro catálogo.
- Ya, pero es que el libro sigue de actualidad.
- Pues siendo tan antiguo le sugiero que eche un vistazo en la Feria del libro antiguo y de ocasión, quizá allí lo encuentre. Es que nosotros sólo vendemos libros modernos. Sin embargo, aquí a la salida hay una pequeña tienda donde venden estampitas de santos, escapularios y exvotos, quizá allí lo encuentre.
Salí cabizbajo y finalmente compré una Biblia en aquella tienda que olía a rancio y a cera quemada. El mismo olor que desprende nuestra moral actual.
Esto se plasma en mi vida con el hecho de que nunca intento convencer a nadie de que existe Dios y una vida después de la muerte física pero tampoco lo negaré. En definitiva, mi posición vital podría resumirse en que no necesito la existencia de otra vida, o de otra dimensión que nos haga eternos, para poder disfrutar plenamente de mi vida actual. Si hay algo más, ya me enteraré cuando me muera pero acepto sin miedo que el fin último de las personas sea única y exclusivamente un montoncito de polvo.
He de confesar, en un acto de sinceridad honesta, que en los momentos difíciles, transcendentales y angustiosos de mi vida he pedido ayuda dentro y fuera de este mundo, sin representar este hecho una falta de coherencia con mis convicciones.
Quizá debido a mi posición vital centrada, sin descartar ni aceptar nada de plano, me sentí atraído por releer de nuevo sin imposiciones, lo que de niño había leído por obligación y tenia ya casi olvidado. Se trata de un libro, o más bien una colección de libros, recogida bajo el título de La Biblia.
Me di cuenta en aquel preciso instante de que las paredes de mi casa no acogían un ejemplar de aquella obra desde hacia ya varios años.
Podríamos decir que este libro recoge y aglutina el conjunto de normas morales que articulan nuestra sociedad occidental española. Salvando las distancias, es como la Constitución del 78.
Y no es que entre las paredes de mi casa no se respete ninguna de las reglas morales ilustradas en la Biblia, pues estamos inmersos en una sociedad cristiana que infunde sus valores a través de muchas vías o canales. En realidad, yo soy de la idea de que el hecho religioso, y en concreto el cristianismo, lo llevamos bien impreso en nuestra mente desde el despertar de nuestra conciencia.
Así que ante la constatación de tamaña falta, me dispuse sin demora a comprar un ejemplar de esta aleccionadora obra, que algunos llegan a considerar como un manual de instrucciones sin el cual no sabrían como conjugar el verbo vivir.
¿Dónde va uno cuando quiere comprar un best-seller a buen precio? Pues al Fnac.
A partir de este punto, relataré la agotadora aventura de comprar una Biblia en una gran superficie, máxime un sábado por la tarde.
Al traspasar el umbral de la tienda y a sabiendas de que estaba buscando el libro más vendido de la historia, me dirigí sin dudarlo a la sección de los 10 libros más vendidos. Cual fue mi desilusión al no encontrarlo en el puesto nº 1 del ranking. En su lugar encontré un libro llamado “El Secreto” que habla del poder oculto y sin explorar que hay en nuestro interior y de cómo aplicarlo para mejorar los distintos aspectos de nuestras vidas como dinero, salud, relaciones, felicidad,… Pensé entonces que quizá le habían cambiado el nombre y ahora se llamaba así, pero al ojearlo comprobé que aquel libro no era la Biblia.
Ya me extrañaba a mi que el Vaticano hubiera consentido en cambiarle el título por otro más comercial y con más gancho.
Y entonces caí en la cuenta de que estaba mirando en los libros de “No Ficción” y era posible que atendiendo al sentir actual, hubieran decidido colocarlo en la sección de “Ficción”.
Satisfecho de haber encontrado una explicación, me fui de nuevo al nº 1 de los libros de “Ficción” y de nuevo otra desilusión. En su lugar, no sé que de un pijama a rayas y no creo que en la época de Jesucristo usaran pijama y mucho menos a rayas. Por si había bajado en el ranking durante todos estos años, me cercioré de que no se encontraba en posiciones inferiores, tanto de “ficción” como de “no ficción” pero sin mayor éxito.
Fue entonces cuando comenzó mi particular vía crucis por las distintas secciones de la tienda, siempre guiado por el ejercicio de la lógica.
La sección que me pareció más adecuada en principio, desde un punto de vista superficial, fue la “Histórica y aventuras”. Esto teniendo en cuenta que los responsables de la tienda hubieran considerado la Biblia como un libro de historia, asimilando su parábolas a pequeñas aventuras. Sin embargo, no lo encontré allí, ya que todos sabemos que la Biblia más que un libro de historia es un libro histórico. Acepté el buen criterio de la tienda en este sentido y pasé a buscarlo en otras secciones más adecuadas.
Poniendo más atención esta vez para no volver a equivocarme, me dirigí a la sección de “Biografías”, atendiendo sobre todo a que el Nuevo Testamento podría considerarse como una biografía de Jesús. Sin embargo, allí tampoco encontré el ansiado libro y empecé a constatar que no sería fácil de encontrar. Algo que no entendía estaba fallando.
De repente, vino a mi mente una reflexión. Seguro que bajo el paradigma metro-cursi de la sociedad actual, la Biblia había sido clasificada como un libro de autoayuda. No en vano ya lo decía Karl Max, “la religión es el opio del pueblo” y para aquellos que no cultivan opio podría ser una buena fuente de alivio. Así que me fui como una flecha a la sección de libro práctico, subsección autoayuda. Recorrí con el dedo los diferentes títulos, “Aprende a hablar en público”, “Sea feliz”, “Triunfe en los negocios y en la vida”, “Cambie el Prozac por el yoga”, “Conviértase al Budismo para alcanzar la paz espiritual”. Era increíble, había sido capaz de encontrar un libro que loaba las excelencias del budismo pero nada sobre el libro de referencia del cristianismo.
Empecé a perder la esperanza de llevarme a casa el buscado libro aquella tarde. Pensé entonces que quizá los aires de materialismo que azotan nuestra sociedad en los tiempos actuales, habían llevado a los responsables de la tienda a clasificar la Biblia como un libro de “ciencia-ficción y fantasía”. Deseé no encontrarla en esta sección, olvidada y denostada en un rincón, pero de todas formas me dirigí hacia allá para descartar tan humillante opción.
Derrotado ya, decidí buscar orientación en los empleados de la tienda y me dirigí a un punto de información. Por el camino me crucé con la sección de “Comics”, que también chequeé por si el nivel de degradación había sido tal como para compartir estantería con Son Goku y otros mangas japoneses (sin despreciar este fenómeno de masas que viene del país nipón).
Una vez en el mostrador, esperé a que no hubiera nadie más aparte del dependiente y pregunté en voz baja,
- por favor, ¿tienen la Biblia?
El dependiente ni se inmutó y sin levantar la cabeza de la pantalla del ordenador, dijo,
- a ver, ¿autor?
Esta pregunta me cogió con el pie cambiado y sólo acerté a decir,
- creo que “Dios”.
Al cabo de unos segundos, el dependiente contestó con voz monótona y aburrida,
- no aparece ningún autor con ese nombre en nuestra base de datos, puede decirme cuando fue escrito.
- Bueno creo que la versión definitiva fue ensamblada por primera vez en el año 393.
- ¡Uy!, creo que no tenemos libros tan antiguos en nuestro catálogo.
- Ya, pero es que el libro sigue de actualidad.
- Pues siendo tan antiguo le sugiero que eche un vistazo en la Feria del libro antiguo y de ocasión, quizá allí lo encuentre. Es que nosotros sólo vendemos libros modernos. Sin embargo, aquí a la salida hay una pequeña tienda donde venden estampitas de santos, escapularios y exvotos, quizá allí lo encuentre.
Salí cabizbajo y finalmente compré una Biblia en aquella tienda que olía a rancio y a cera quemada. El mismo olor que desprende nuestra moral actual.
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