domingo, 9 de diciembre de 2012

El Otoño es Poesía



Hoy es domingo de lavandería,
barricadas blancas,
 trincheras multicolor,
y la colada que ríe, y espanta.
Camisas, faldas y lencería
en el domingo de lavandería.

En este Noviembre otoñal,
me envuelvo todo de poesía
que mi alma palia
como la luz del mediodía.

Naturaleza en otoño,
dorado elixir soñado
de la vida es el secreto,
maduro, sereno y sabio.
Sus gotas perlan mi ánimo
que las absorbe camino abajo.

Mi alma se baja al letargo
mirando hacia el solsticio,
curo heridas y suplicios
con remedios tristes y largos.

La mente vaga entre brumas
que nimban los esqueletos
del camposanto boscoso
en estado ebrio y frondoso.

En el día,
yo me pierdo a la ida
y me encuentro a la vuelta.
Busco la calidez del ocaso
y siempre encuentro refugio en el poniente
que imponente me muestra el ocaso.
¿No es acaso el otoño
el ocaso del año?

Ya cesan los vientos
y la escarcha enharina
las crestas del verde manto.
Ya caen las brumas
que rezuman desde lo alto
de las azules cimas.

Ya se cierne el frío invierno,
y al espíritu inánime
solo le resta esperar,
y soñar con las verduras
que arrancará el equinoccio.



Otros caminaron con más maestría que yo por los senderos del otoño, y huyendo de la comparación, aquí os dejo una colección de sus sentidos cantos de recogimiento.

EL OTOÑO
(Juan Ramón Jiménez)

            Ya el sol, Platero, empieza a sentir pereza de salir de sus sábanas, y los labradores madrugan más que él. Es verdad que está desnudo y que hace fresco.
            ¡Cómo sopla el norte! Mira, por el suelo, las ramitas caídas: es el viento tan agudo, tan derecho, que están todas paralelas, apuntadas al sur.
            El arado va, como una tosca arma de guerra, a la labor alegre de la paz, Platero; y en el ancha senda húmeda, los árboles amarillos, seguros de verdecer, alumbran a un lado y a otro, vivamente, como suaves hogueras de oro claro, nuestro rápido caminar.

El señor Otoño
(María Elena Walsh)

En una oxidada cafetera
ha llegado un señor,
un señor de galera
en una cafetera Ford.

Con peluca de fideo fino,
guantes patito, traje de papel,
va dejando por todo el camino
una luz parecida a la miel.

Dicen que el señor es peluquero
y también es pintor
y que tira el dinero
porque es muy despilfarrador.

El señor se para en una esquina
y del bolsillo de su pantalón
saca banderitas de neblina
y un incendio color de limón.

Con sus tijeritas amarillas
pasa por el jardín:
le cortó las patillas
y los bigotes al jazmín.

A los arbolitos de la plaza
un sobretodo de oro les compró,
y pintó la tarde con mostaza
aunque el sol le decía que no.

Dicen que el señor tiene en el cielo
un enorme taller
donde hará caramelos
de azúcar del atardecer.

Canta dulcemente con sordina
y se pasea como un inspector.
Prueba la primera mandarina
y se lleva la última flor.

El otoño de la vida
(Rosalía de Castro)

Una tarde de paz en el estío
en que al sopor del caluroso ambiente
se mezclaba lo fresco del rocío.

Hora en que el sol su brillantez perdía,
cubierto allá por las doradas nubes
donde hermosas sus luces escondía.

Sembrada de azucenas y verdura
selva en verdad de dilatado espacio,
convidaba al reposo y la tristura;

y en la pálida sombra que extendían
las ramas de sus árboles frondosos,
misteriosas dulzuras se escondían.

Ningún eco cercano se escuchaba,
ni el insecto de espléndidos colores
jugando por los aires revolaba.

Parece que en redor todo dormía,
que ni aun el aura entre las blandas flores
con su manso murmullo se sentía.

De cuando en vez algún ligero viento
que al mismo tiempo de nacer moría,
cual de un niño que expira el breve aliento.

Un eco inusitado produciendo
pasaba entre el verdor de aquel follaje,
y en el espacio al fin se iba extinguiendo.

Y al cabo en el silencio adormecidas
las olorosas plantas reposaban
en la sombra fresquísima escondidas...

...«Al que en la vida una vez
mira la fe ya perdida
que acarició su niñez
y la terrible vejez
siente venir escondida;
quien contempla la ilusión
de su esperanza soñada
muriendo en el corazón
al grito de la razón
¿qué es lo que queda?... ¡nada!...»

AMANECER DE OTOÑO
(Antonio Machado)
A Julio Romero de Torres

Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.

Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.

Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor;
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.

Sensación de otoño
(Vicente Gaos)

Amo el otoño y amo su tristeza,
su cielo gris, sus árboles borrosos
entre la niebla, vagamente hermosos...
¿No amáis también vosotros la belleza
desnuda del otoño? El alma empieza a hacerse
buena y honda. ¡Y qué piadosos
se hacen los viejos sueños ardorosos!
¡Qué humana ahora la naturaleza!
Oh cielo bajo, luz tan tamizada,
luz tan vencida, compasivo empeño
de dar al hombre asilo y sombra amada.
No sé si el mundo es ya triste o risueño.
Dios se ha dormido. El alma está callada.
Se me ha llenado el corazón de sueño.

Otoño
(José Hierro)

Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino.
Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos.
Ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.

Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito,
sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su cielo en las flores del vino,
para dar alegría al que sabe que vive
de nuevo has venido.
Con el humo y el viento y el canto y la ola temblando,
en tu gran corazón encendido.

VIENTO DE OTOÑO
(José Hierro)

Hemos visto, ¡alegría!, dar el viento
gloria final a las hojas doradas.
Arder, fundirse el monte en llamaradas
crepusculares, trágico y sangriento.

Gira, asciende, enloquece, pensamiento.
Hoy da el otoño suelta a sus manadas.
¿No sientes a lo lejos sus pisadas?
Pasan, dejando el campo amarillento.

Por esto, por sentirnos todavía
música y viento y hojas, ¡alegría!
Por el dolor que nos tiene cautivos,
por la sangre que mana de la herida
¡alegría en el nombre de la vida!
Somos alegres porque estamos vivos.

Otoño
(Manuel Machado)

En el parque, yo solo...
Han cerrado
y, olvidado
en el parque viejo, solo
me han dejado.

La hoja seca,
vagamente,
indolente,
roza el suelo...
Nada sé,
nada quiero,
nada espero.
Nada...

Solo
en el parque me han dejado
olvidado,
y han cerrado.

Otoño
(Salvador Espriu i Castelló)

El viento, los bosques
mueren besando la lenta
luz de la tarde.
Ejércitos de noche llegan
por los caminos solitarios.

DE OTOÑO
(Rubén Dario)

Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora

con aquella locura armoniosa de antaño?

Esos no ven la obra profunda de la hora,

la labor del minuto y el prodigio del año.



Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,

cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.

Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:

¡dejad al huracán mover mi corazón!


PENSAMIENTOS DE OTOÑO
(Rubén Dario)

(De Armand Silvestre)

Huye el año a su término
como arroyo que pasa,
llevando del Poniente
luz fugitiva y pálida.
Y así como el del pájaro
que triste tiende el ala,
el vuelo del recuerdo
que al espacio se lanza
languidece en lo inmenso
del azul por do vaga.
Huye el año a su término
como arroyo que pasa.

Un algo de alma aún yerra
por lo cálices muertos
de las tardes volúbiles
y los rosales trémulos.
Y de luces lejanas
al hondo firmamento,
en las alas del perfume
aun se remonta un sueño.
Un algo de alma aún yerra
por los cálices muertos.

Canción de despedida
fingen las fuentes turbias.
Si te place, amor mío,
volvamos a la ruta
que allá en la primavera
ambos, las manos juntas,
seguimos; embriagados
de amor y de ternura,
por los gratos senderos
de sus ramas columpian
olientes avenidas
que las flores perfuman.
Canción de despedida
fingen las fuentes turbias.

Un cántico de amores
brota mi pecho ardiente
que eterno abril fecundo
de juventud florece.
¡Que mueran, en buen hora
los bellos días! Llegue
otra vez el invierno;
renazca áspero y fuerte.
Del viento entre el quejido
cual mágico himno alegre
un cántico de amores
brota mi pecho ardiente.

Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío,
primavera inmortal!
Hermana del ígneo astro
que por la inmensidad
en toda estación vierte
fecundo sin cesar,
de su luz esplendente
el dorado raudal.
Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío!,
primavera inmortal!

2 comentarios:

Lluís P. dijo...

Joan,

La poesía en internet es algo que fluye a contracorriente. A la vertiginosa velocidad con la que el usuario navega de una página a otra, la poesía impone calma y sosiego para poder captar su mensaje. Si de verdad queremos que nos llegue algún átomo de la sensibilidad que pretende transmitirnos el poeta, es necesario tiempo y reposo para leer con detenimiento cada una de sus estrofas. Por ello me he obligado a leer y releer un único poema de tu selección cada vez que se daban estas condiciones. Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Rubén Darío me han hecho vibrar, tal y como yo esperaba; para el resto, mi reconocimiento a un esfuerzo, lástima que sin sintonizar con el fruto de su trabajo. ¿Todo el resto? No, Joan, que tu poesía me ha sorprendido por su frescura y desfachatez, ¡qué pedazo de científico “lletraferit” estás hecho!

Feliz año, amigo

Lluís

Juan Francisco Caturla Javaloyes dijo...

Lluís,

gracias a nuestra relación, que ya se extiende en el tiempo bastantes años, sé que no necesitamos ni dar, ni recibir halagos innecesarios. Por eso, comentarios como este le levantan a uno realmente el ánimo, más teniendo en cuenta que vengo de caminar sólo por el desierto por empeñarme en utilizar una forma de lenguaje humano que parece caído hoy ya en desuso.
En efecto, quizá la poesía no es práctica, quizá las palabras están demasiado rebuscadas, pero como forma de transmisión de emociones es insuperable. Se acerca más al lenguaje del alma, que no sabe de abreviaturas, ni de 140 caracteres, ni de prisas autoimpuestas,...
Muchas gracias por tus reflexiones que tanto ánimo me dan.

JF.