Hoy es domingo de
lavandería,
barricadas blancas,
trincheras multicolor,
y la colada que ríe, y
espanta.
Camisas, faldas y
lencería
en el domingo de
lavandería.
En este Noviembre
otoñal,
me envuelvo todo de
poesía
que mi alma palia
como la luz del
mediodía.
Naturaleza en otoño,
dorado elixir soñado
de la vida es el
secreto,
maduro, sereno y sabio.
Sus gotas perlan mi
ánimo
que las absorbe camino
abajo.
Mi alma se baja al
letargo
mirando hacia el
solsticio,
curo heridas y suplicios
con remedios tristes y
largos.
La mente vaga entre
brumas
que nimban los
esqueletos
del camposanto boscoso
en estado ebrio y
frondoso.
En el día,
yo me pierdo a la ida
y me encuentro a la
vuelta.
Busco la calidez del
ocaso
y siempre encuentro
refugio en el poniente
que imponente me muestra
el ocaso.
¿No es acaso el otoño
el ocaso del año?
Ya cesan los vientos
y la escarcha enharina
las crestas del verde
manto.
Ya caen las brumas
que rezuman desde lo
alto
de las azules cimas.
Ya se cierne el frío
invierno,
y al espíritu inánime
solo le resta esperar,
y soñar con las verduras
que arrancará el
equinoccio.
Otros caminaron con más
maestría que yo por los senderos del otoño, y huyendo de la comparación, aquí
os dejo una colección de sus sentidos cantos de recogimiento.
EL OTOÑO
(Juan
Ramón Jiménez)
Ya el sol, Platero, empieza a sentir
pereza de salir de sus sábanas, y los labradores madrugan más que él. Es verdad
que está desnudo y que hace fresco.
¡Cómo sopla el norte! Mira, por el
suelo, las ramitas caídas: es el viento tan agudo, tan derecho, que están todas
paralelas, apuntadas al sur.
El arado va, como una tosca arma de
guerra, a la labor alegre de la paz, Platero; y en el ancha senda húmeda, los
árboles amarillos, seguros de verdecer, alumbran a un lado y a otro, vivamente,
como suaves hogueras de oro claro, nuestro rápido caminar.
El señor
Otoño
(María
Elena Walsh)
En una oxidada cafetera
ha llegado un señor,
un señor de galera
en una cafetera Ford.
Con peluca de fideo
fino,
guantes patito, traje de
papel,
va dejando por todo el
camino
una luz parecida a la
miel.
Dicen que el señor es
peluquero
y también es pintor
y que tira el dinero
porque es muy
despilfarrador.
El señor se para en una
esquina
y del bolsillo de su
pantalón
saca banderitas de
neblina
y un incendio color de
limón.
Con sus tijeritas
amarillas
pasa por el jardín:
le cortó las patillas
y los bigotes al jazmín.
A los arbolitos de la
plaza
un sobretodo de oro les
compró,
y pintó la tarde con
mostaza
aunque el sol le decía
que no.
Dicen que el señor tiene
en el cielo
un enorme taller
donde hará caramelos
de azúcar del atardecer.
Canta dulcemente con
sordina
y se pasea como un
inspector.
Prueba la primera mandarina
y se lleva la última
flor.
El otoño
de la vida
(Rosalía
de Castro)
Una tarde de paz en el
estío
en que al sopor del
caluroso ambiente
se mezclaba lo fresco
del rocío.
Hora en que el sol su
brillantez perdía,
cubierto allá por las
doradas nubes
donde hermosas sus luces
escondía.
Sembrada de azucenas y
verdura
selva en verdad de
dilatado espacio,
convidaba al reposo y la
tristura;
y en la pálida sombra
que extendían
las ramas de sus árboles
frondosos,
misteriosas dulzuras se
escondían.
Ningún eco cercano se
escuchaba,
ni el insecto de
espléndidos colores
jugando por los aires
revolaba.
Parece que en redor todo
dormía,
que ni aun el aura entre
las blandas flores
con su manso murmullo se
sentía.
De cuando en vez algún
ligero viento
que al mismo tiempo de
nacer moría,
cual de un niño que
expira el breve aliento.
Un eco inusitado
produciendo
pasaba entre el verdor
de aquel follaje,
y en el espacio al fin
se iba extinguiendo.
Y al cabo en el silencio
adormecidas
las olorosas plantas
reposaban
en la sombra fresquísima
escondidas...
...«Al que en la vida
una vez
mira la fe ya perdida
que acarició su niñez
y la terrible vejez
siente venir escondida;
quien contempla la
ilusión
de su esperanza soñada
muriendo en el corazón
al grito de la razón
¿qué es lo que queda?...
¡nada!...»
AMANECER
DE OTOÑO
(Antonio
Machado)
A Julio Romero de Torres
Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros
toros. Zarzas, malezas, jarales.
Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de
violeta
quebrado el primer
albor;
a la espalda la
escopeta,
entre sus galgos agudos,
caminando un cazador.
Sensación
de otoño
(Vicente
Gaos)
Amo el otoño y amo su
tristeza,
su cielo gris, sus
árboles borrosos
entre la niebla,
vagamente hermosos...
¿No amáis también
vosotros la belleza
desnuda del otoño? El
alma empieza a hacerse
buena y honda. ¡Y qué
piadosos
se hacen los viejos
sueños ardorosos!
¡Qué humana ahora la
naturaleza!
Oh cielo bajo, luz tan
tamizada,
luz tan vencida,
compasivo empeño
de dar al hombre asilo y
sombra amada.
No sé si el mundo es ya
triste o risueño.
Dios se ha dormido. El
alma está callada.
Se me ha llenado el
corazón de sueño.
Otoño
(José
Hierro)
Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos
dejaron caer al camino.
Ya vuelves a andar por
los viejos paisajes desiertos.
Ceñido tu cuerpo por
todos los vientos de todos los siglos.
Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar
retumbando en tu pecho infinito,
sin espigas ni espinas
que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su
cielo en las flores del vino,
para dar alegría al que
sabe que vive
de nuevo has venido.
Con el humo y el viento
y el canto y la ola temblando,
en tu gran corazón
encendido.
VIENTO DE
OTOÑO
(José
Hierro)
Hemos visto, ¡alegría!,
dar el viento
gloria final a las hojas
doradas.
Arder, fundirse el monte
en llamaradas
crepusculares, trágico y
sangriento.
Gira, asciende,
enloquece, pensamiento.
Hoy da el otoño suelta a
sus manadas.
¿No sientes a lo lejos
sus pisadas?
Pasan, dejando el campo
amarillento.
Por esto, por sentirnos
todavía
música y viento y hojas,
¡alegría!
Por el dolor que nos
tiene cautivos,
por la sangre que mana
de la herida
¡alegría en el nombre de
la vida!
Somos alegres porque
estamos vivos.
Otoño
(Manuel
Machado)
En el parque, yo solo...
Han cerrado
y, olvidado
en el parque viejo, solo
me han dejado.
La hoja seca,
vagamente,
indolente,
roza el suelo...
Nada sé,
nada quiero,
nada espero.
Nada...
Solo
en el parque me han
dejado
olvidado,
y han cerrado.
Otoño
(Salvador
Espriu i Castelló)
El viento, los bosques
mueren besando la lenta
luz de la tarde.
Ejércitos de noche
llegan
por los caminos
solitarios.
DE OTOÑO
(Rubén
Dario)
Yo sé que hay quienes
dicen: ¿Por qué no canta ahora
con aquella locura
armoniosa de antaño?
Esos no ven la obra
profunda de la hora,
la labor del minuto y el
prodigio del año.
Yo, pobre árbol,
produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer,
un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la
juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover
mi corazón!
PENSAMIENTOS
DE OTOÑO
(Rubén
Dario)
(De Armand Silvestre)
Huye el año a su término
como arroyo que pasa,
llevando del Poniente
luz fugitiva y pálida.
Y así como el del pájaro
que triste tiende el
ala,
el vuelo del recuerdo
que al espacio se lanza
languidece en lo inmenso
del azul por do vaga.
Huye el año a su término
como arroyo que pasa.
Un algo de alma aún
yerra
por lo cálices muertos
de las tardes volúbiles
y los rosales trémulos.
Y de luces lejanas
al hondo firmamento,
en las alas del perfume
aun se remonta un sueño.
Un algo de alma aún
yerra
por los cálices muertos.
Canción de despedida
fingen las fuentes
turbias.
Si te place, amor mío,
volvamos a la ruta
que allá en la primavera
ambos, las manos juntas,
seguimos; embriagados
de amor y de ternura,
por los gratos senderos
de sus ramas columpian
olientes avenidas
que las flores perfuman.
Canción de despedida
fingen las fuentes
turbias.
Un cántico de amores
brota mi pecho ardiente
que eterno abril fecundo
de juventud florece.
¡Que mueran, en buen
hora
los bellos días! Llegue
otra vez el invierno;
renazca áspero y fuerte.
Del viento entre el
quejido
cual mágico himno alegre
un cántico de amores
brota mi pecho ardiente.
Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío,
primavera inmortal!
Hermana del ígneo astro
que por la inmensidad
en toda estación vierte
fecundo sin cesar,
de su luz esplendente
el dorado raudal.
Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío!,
primavera inmortal!
2 comentarios:
Joan,
La poesía en internet es algo que fluye a contracorriente. A la vertiginosa velocidad con la que el usuario navega de una página a otra, la poesía impone calma y sosiego para poder captar su mensaje. Si de verdad queremos que nos llegue algún átomo de la sensibilidad que pretende transmitirnos el poeta, es necesario tiempo y reposo para leer con detenimiento cada una de sus estrofas. Por ello me he obligado a leer y releer un único poema de tu selección cada vez que se daban estas condiciones. Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Rubén Darío me han hecho vibrar, tal y como yo esperaba; para el resto, mi reconocimiento a un esfuerzo, lástima que sin sintonizar con el fruto de su trabajo. ¿Todo el resto? No, Joan, que tu poesía me ha sorprendido por su frescura y desfachatez, ¡qué pedazo de científico “lletraferit” estás hecho!
Feliz año, amigo
Lluís
Lluís,
gracias a nuestra relación, que ya se extiende en el tiempo bastantes años, sé que no necesitamos ni dar, ni recibir halagos innecesarios. Por eso, comentarios como este le levantan a uno realmente el ánimo, más teniendo en cuenta que vengo de caminar sólo por el desierto por empeñarme en utilizar una forma de lenguaje humano que parece caído hoy ya en desuso.
En efecto, quizá la poesía no es práctica, quizá las palabras están demasiado rebuscadas, pero como forma de transmisión de emociones es insuperable. Se acerca más al lenguaje del alma, que no sabe de abreviaturas, ni de 140 caracteres, ni de prisas autoimpuestas,...
Muchas gracias por tus reflexiones que tanto ánimo me dan.
JF.
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