La
hora zen viene determinada por la luz, la luz marca su principio y su fin. Yo
la llamo la hora IOI (palo-cero-palo), apropiándome de uno de los símbolos
icónicos introducidos en la cultura popular por J.J.Benitez.
El
IOI puede representar varias cosas pero para mí representa el tránsito, el
cambio de tercio, los asuntos del dios Jano. Un palo-cero-palo no es más que un
dios Jano, una puerta de tránsito entre dos estados. Y precisamente de eso va
esta entrada, del tránsito entre el día y la noche que es el que más me encanta
a mí. Digamos que mis despertares no son demasiado agradables.
Volviendo
al asunto de la hora zen, como se leía en los antiguos relojes de sol, “Omnia
vulnerant; ultima necat”, o lo que es lo mismo “todas las horas hieren; la
última mata”. Como digo, en esta mágica hora la luz frisa la superficie del
jardín, y se filtra entre las miríadas de las enhiestas hojitas verdes de la
grama, que actúan como un tamiz de claroscuros devolviendo a la vista aquellas
longitudes de onda que más amansan y menos hieren.
Observo,
en un ángulo de 90º con respecto al sol, una hilera de hormigas que transita
por el perfil del tronco de uno de esos árboles tropicales que han invadido
nuestros jardines. Las hormigas parecen proyectar también largas sombras sobre
el tronco. Todo actúa de tamiz cuando el sol está tan bajo, hasta mi cuerpo y el
de los miembros de mi familia que pasan por el jardín actuan de tamiz
proyectando sombras grotescas.
Pero
no sólo la luz define la hora palo-cero-palo. Yo diría que el olfato es el
siguiente protagonista. Todo el ambiente exhala el aroma extraído por una
jornada de ardiente sol, todo huele a madurez, a la humedad que vuelve con el rocío.
Si
tenemos la suerte de albergar plantas aromáticas o con flores en nuestro
jardín, ellas nos regalarán su perfume cada atardecer como las chicas que se
acicalan para salir de verbena. Es fácil caer enamorado en sus redes.
Y así
llegamos al tercer canto de sirena, el sonido. La Naturaleza empieza a callar,
dejando que los sonidos más atrevidos rompan el aire.
Ora
un piar, ora una cigarra que se resiste a dejar para mañana su rasgar, ora una
hoja que se desprende de un árbol.
Los
sonidos se vuelven discretos, lejanos, suaves y van tocando, una a una, las
cuerdas del arpa de nuestra alma.
Finalmente,
añadiría el tacto. Si estás cerca del mar, la brisa suave y melífera te
acaricia durante todo el atardecer. Y si dejas que esta brisa lama la piel
desnuda de tu cuerpo, sentirás como tu olor y el calor de tu cuerpo también se
incorporan a la sinfonía sensorial de un atardecer en el jardín al lado del
mar.
3 comentarios:
Joan,
en su libro "El Alquimista", Paulo Coelho escribe: "las cosas más simples son también las más extraordinarias, y sólo los sabios pueden verlas". Leyendo tu hora zen, reconozco a un hombre observador, sensible y, efectivamente, sabio.
Lluís
Exquisita. Poética. Zen. Sabia. Antigua. Moderna. Vieja. Joven.
Felicidades
Carles
Amigos, el jardín que tengo en mi casa de El Campello tiene un extraordinario efecto balsámico sobre mi ánimo cuando el sol se esconde por el poniente. Dicen que el cielo de Alicante tiene una luminosidad que no se encuentra en otras zonas de España. Sea como fuere, las sensaciones brotan en mi y tenía que ponerlas por escrito. ¡Muchas gracias por vuestros motivadores comentarios!
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