Tengo
yo, en lo más íntimo de mi infancia, una pequeña balsa que construyó mi padre
como depósito para el riego pero con una segunda intención no disimulada
encaminada hacia el ocio acuático de mi hermano y mío.
Recuerdo
cuando una gran excavadora hizo el agujero en el suelo y yo, un chiquillo de
siete u ocho años, me metía en aquel socavón polvoriento con mis camiones de
juguete trasegando tierra de un lugar a otro de aquel microcósmos creado por el
agujero. Luego rellenamos el agujero con grandes cantos rodados, colos les decimos
en valenciano, para que la balsa-piscina tuviera una buena solera y no se
hundiera por el peso del agua, antes las cosas se hacían a conciencia. Luego
vino el hormigón y las paredes de ladrillo, que al ser una balsa de riego, se levantaban
metro y medio del nivel de suelo.
No se
instaló depuradora y las pareces se dejaron de áspero cemento, nada de finuras
de gresite o por lo menos azulejos. En verano, limpiábamos la balsa y se convertía
en una piscina de agua clara y en invierno, los batracios proliferaban, las
paredes se enverdecían y el suelo se encenagaba pasando a desempeñar funciones
de depósito para el riego.
Así
que, con el solsticio de verano, mi hermano y yo asistíamos al ritual de
limpiar la balsa con mi padre y reconvertirla en un espacio lúdico estival. La
balsa no es muy grande, unos 15 m3 de agua, pero en nuestra pequeña
mente infantil se nos antojaba un océano, donde navegar, sufrir tormentas con
fuertes marejadas, jugar al waterpolo y sobre todo zambullirnos de un salto. Cada
salto era como un bautismo, era como caer del cielo para emerger en este mundo,
como saltar al vacío de la vida, con todas sus incertidumbres y sus desafíos
futuros, sin flotador, como los polluelos que saltan del nido para aprender a
volar más o menos por las mismas fechas.
El
ritual de reconversión de la balsa en piscina ha continuado a lo largo de los
años y todavía hoy, mi padre con casi 80 años ha limpiado la balsa y hemos
podido disfrutarla como piscina. Yo, con casi 50, he vuelto a saltar para
zambullirme, no sin cierta precaución, y mis hijas de 14 y 10 años han
celebrado con gran algarabía la piscina que les había preparado el yayo.
Con
el salto al vacío, que todavía me guarda incertidumbres el futuro, he sentido
la liquida caricia del agua calentada por el sol. El efecto calmante bajo el
abrasador sol de Alicante y cómo cientos de gotitas de agua se convertían en
pequeños lentes que filtraban la luz y la descomponían esparciéndose sobre el lienzo
añil del cielo alicantino a mediodía.
El
niño que fui, y que todavía se esconde agazapado en alguna parte dentro de mí,
ha vuelto a sentir la felicidad en estado puro, el gozo de una piscina en
verano, y la despreocupación de las vacaciones. Hemos hecho olas con mis hijas,
que se sentían zozobrar en medio de la fuerte marejada y hemos dejado que el
candor infantil lo envolviese todo en la piscina-balsa que ya ha prestado
servicio a tres generaciones.
2 comentarios:
Joan,
Mahatma Gandhi dijo que la felicidad se da cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces está en armonía. Creo que la frase se adapta a la perfección con lo que nos cuentas en esta entrada de tu blog: piensas en tu infancia, dices lo que disfrutan tus hijas y juegas con ellas en un espacio entrañable para ti. A seguir gozando!
Lluís
Joan,
Mahatma Gandhi dijo que la felicidad se da cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces está en armonía. Creo que la frase se adapta a la perfección con lo que nos cuentas en esta entrada de tu blog: piensas en tu infancia, dices lo que disfrutan tus hijas y juegas con ellas en un espacio entrañable para ti. A seguir gozando!
Lluís
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