domingo, 10 de marzo de 2013

Insalutia (III y final)


   Cuando Gerty vio a Carlos atravesar el umbral de la puerta de casa, intuyó que algo no iba bien. Carlos volvió a casa como ido, su cuerpo estaba ahora cerca de Gerty pero su mente seguía aún en la colonia subterránea y no encontraba el momento de blanquear aquellos pensamientos. Se derramó en el sofá mientras cruzaban por su mente cientos de ideas desordenadas que generaban una especie de rum-rum difícil de apaciguar. Fue finalmente una noticia en el canal oficial de la Corporación, lo que le dio pie a iniciar una conversación y dar rienda suelta a sus cábalas e ilusiones.
   Mientras el locutor explicaba las fechorías de un grupo de humanos “U” que había logrado escapar de los laboratorios de la Corporación, Carlos desveló sus secretos anhelos a su sorprendida esposa.
   ¾He contactado con los marginales, Gerty, y he de decirte que existen alternativas. Podemos ser libres y ver crecer a nuestros hijos en libertad en una nueva humanidad. Lo que voy a contarte no lo creerás hasta que no lo veas con tus propios ojos pero puedo confirmarte que los rumores que nos hablaban de las ciudades subterráneas de los marginales son ciertos. He estado allí y he podido comprobar el elevado estado de desarrollo que han alcanzado. Me han enseñado como viven y he tenido un sentimiento de libertad jamás soñado por mi. ¡Gerty, tenemos que intentarlo!
   ¾¿De qué hablas Carlos? ¾dijo Gerty queriendo confirmar sus sospechas—. ¿No será de la alocada idea que tuvimos hace unos días cuando comenzamos a considerar seriamente la paternidad?
   ¾¡Sí, Gerty!, lo podemos hacer, existen alternativas a esta insulsa vida que nos han impuesto como una especie de anestésico. Tienen un proyecto serio, quieren volver a comenzar en Europa, ahora que su habitabilidad está fuera de toda duda. La vida humana en la Tierra está definitivamente condenada a la decadencia y la corrupción. Tanto tú como yo somos capaces de ver más allá de la trivial cotidianeidad para darnos cuenta de lo que está pasando realmente. ¡Podemos y debemos hacerlo!, podemos darnos una nueva oportunidad.
   ¾¡Carlos, estás loco!, cómo has podido llegar tan lejos con este tema ¾dijo Gerty visiblemente asustada.
   ¾Vivir aquí es como estar muerto, prefiero arriesgarme antes de prolongar esta hueca agonía. Sé sincera contigo misma y piensa en nuestros hijos. ¡Debemos darles una oportunidad!
   Gerty accedió a escuchar mientras Carlos iba relatando todo lo hablado y todo lo vivido en la colonia marginal. El tono usado por Carlos chispeaba cada vez más a medida que iba avanzando en su exposición, perfilando lentamente el proyecto de vivir en la luna de Júpiter denominada Europa. Esta luna había adquirido, desde hacía ya algunos años, una atmósfera respirable como consecuencia de las algas productoras de oxígeno que se habían plantado allá por los años 30.
   Gerty pudo comprobar que Carlos había realizado el viaje ya en su mente, que su proceso mental era ya irreversible y que una negativa por su parte condenaría al matrimonio y a su prole a una vida monótona, de subyugación y drogodependencia. Sin pensarlo demasiado, aceptó el reto y con una mirada condescendiente le mostró todo su apoyo a su querido marido.
   Los días fueron pasando lentamente después de que la pareja comunicara su intención a los marginales a través de Hodgkin. Esperaban una respuesta, algún tipo de reacción por parte de los marginales que les insuflara ánimos para seguir y les permitiera prepararse mentalmente para el gran viaje.
   La cascada final de eventos se inició 3 días antes del gran viaje. Carlos y Gerty fueron contactados por un marginal que les dio instrucciones precisas sobre qué deberían llevar y donde deberían estar en la noche elegida para dar comienzo a una nueva vida.
   La forma en que Gerty miraba a su esposo cambió desde la comunicación de los marginales, como indicando una especie de síndrome del nido que ya empezaba a adueñarse de la futura madre. Fueron haciendo todos los preparativos, no sin cierta sensación de angustia y miedo a lo desconocido, que de vez en cuando les sobresaltaba, más aún cuanto más se acercaba la fecha señalada.
   Por fin llegó la noche del 24 de Octubre, y Carlos Chagas y Gerty Cori se encaminaron hacia el punto de lanzamiento, convenientemente ataviados y pertrechados con lo imprescindible para el viaje según especificaciones de los dueños de la misión. Se trataba de un solitario hangar detrás de las montañas que delimitaban la ciudad por el noroeste. Un reducido grupo de operarios se desenvolvía frenéticamente en las inmediaciones del aerotransportador de última generación, realizando toda una serie de comprobaciones necesarias para el lanzamiento.
   Carlos y Gerty sintieron miedo, un miedo irracional inducido con toda seguridad por lo excepcional de la situación, pero enseguida fueron introducidos en la rutina prelanzamiento y el movimiento conjuró el creciente temor. Las operaciones avanzaban a buen ritmo, sin preguntas, como si se tratara de un mecanismo de relojería perfectamente sincronizado. En un momento determinado vieron el rostro de Hodgkin a través de uno de los grandes ventanales interiores del hangar y sus angustiados espíritus reaccionaron alegremente agarrándose al único elemento conocido que les ofrecía el entorno. Sin embargo, Hodgkin les devolvió un gesto más bien indolente que no entendieron, lo cual contribuyó a acrecentar la sensación de extrañeza.
   Por fin, alguien conocido se acercó a la atemorizada pareja y se ofreció como guía protector que les ayudaría en los primeros compases de aquella loca aventura. Se trataba de George Huntington, el contacto que había introducido a Carlos en el mundo de los marginales y le había suministrado la información que de alguna manera quería oír.
   —No tengáis miedo, los vuelos tripulados a las inmediaciones de Júpiter hace años que se convirtieron en algo rutinario por mucho que vosotros no hayáis tenido nunca una experiencia aeronáutica. Seguidme, vamos hacia los vestuarios donde os pondréis la indumentaria necesaria junto con las demás familias que  os acompañarán en este viaje —dijo George causando un tremendo efecto balsámico y tranquilizador en la atemorizada pareja.
   Entraron en un edificio anexo al hangar, que destilaba cierto aire decadente. Al abrir la puerta un largo pasillo forrado de trajes de astronauta se dibujó ante ellos.
   —Están ordenados por tallas, los de hombre a la derecha y los de mujer a la izquierda. Escoged los vuestros —espetó George sin demasiados reparos.
   A continuación, entraron en una sala que se encontraba ocupada por distintas parejas entregadas al frenesí de ajustarse los trajes espaciales. Al verse rodeados por otras personas que habían tomado su misma decisión, se sintieron instantáneamente aliviados. ¡Quién sabe si serían sus vecinos en su nuevo hogar!
   Nadie prestó demasiada atención a la nueva pareja que tan sólo recibió alguna que otra mirada furtiva de vez en cuando, y conforme fueron acabando, las parejas iban abandonando el vestuario por la puerta situada enfrente de la puerta de entrada. Sin embargo, cuando Carlos y Gerty comunicaron que estaban listos, George les encaminó hacia otra puerta, situada en un lateral, hecho al que no dieron mayor importancia amparados por la supuesta complejidad de un viaje de este tipo. Fueron conducidos hacia un ascensor que los elevó directamente hacia el módulo espacial. Pasaron a la cabina con la emoción a flor de piel y se extrañaron al no ver a nadie. Quizá los demás se encontraban a otro nivel, Carlos y Gerty no entendían nada pero se dejaron hacer dócilmente. Una voz metálica les conminó para que tomaran asiento en los dos grandes sillones centrales y se relajaran tanto como les fuera posible. Una vez acomodados, se dejaron cautivar por el impresionante paisaje de contornos violáceos y el maravilloso cielo estrellado que les ofrecía el espacio profundo. Carlos intentó tomar de la mano a Gerty pero la voz metálica les reiteró que permanecieran perfectamente sentados en sus sillones.  Se miraron sintiéndose como ilusionados colegiales y decidieron portarse bien.
   Fue entonces cuando sucedió algo inesperado para los confiados pasajeros. Dos parejas de brazaletes se cerraron súbitamente anclando fuertemente sus extremidades a sus respectivos asientos. Aquello no parecía formar parte de un trato mínimamente humano y sus corazones se sobresaltaron intuitivamente. El monótono sonido del motor de un brazo articulado se oyó en el exterior y, a continuación, un golpe seco contra el exterior del módulo. El brazo mecánico enganchó el módulo por su parte superior y lo separó de la plataforma que lo sustentaba, dejándolo a continuación sobre el volquete de un gran trailer que esperaba abajo.
   Tanto Carlos como Gerty tuvieron la potente sensación de que aquello no era normal, de que algo no marchaba bien. En la cabina del vehículo rodado, el señor Hodgkin le pasaba el plan de viaje al conductor. DESTINO: Laboratorio Central de la Corporación. PROPÓSITO: reciclaje biológico de dos organismos superiores.
   —Siempre me han parecido tremendamente eufemísticos estos planes de viaje —dijo el conductor socarronamente—. Todos sabemos que en cuanto crucemos las puertas del Laboratorio Central, estos dos desgraciados serán despojados de su condición humana y convertidos en organismos de experimentación de clase “U”.
   —Sí, ellos deben morir si queremos que nuestro proyecto tenga éxito —dijo Hodgkin. Al menos no serán conscientes de ello, en unos minutos, les será inoculada una dosis de virus cerebral que los despojará de todo atisbo de conciencia humana. ¡No es tan fácil escapar de la morbocracia!

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