domingo, 10 de marzo de 2013

Insalutia (II)

   Al día siguiente, mientras se encontraba produciendo un nuevo lote de individuos “U” no podía dejar de pensar en el tema y aquella misma mañana, se puso en contacto con Thomas Hodgkin, cuyos flirteos con los marginales eran por todos conocidos.
   ¾¿Sr. Hodgkin?, me llamo Carlos Chagas y me pongo en contacto con usted para… no sé como expresarlo, se trata de algo muy personal.
   ¾Bueno, soy todo oídos. No es muy frecuente que un sanador de la Corporación, aunque sea de bajo rango, se ponga en contacto conmigo. Usted dirá.
   ¾Perdone, no me mal interprete Sr. Hodgkin ¾dijo Carlos sintiendo que una oleada de rubor congestionaba su rostro—. Me pongo en contacto con usted a título personal por un tema que nada tiene que ver con la organización que usted dirige. No es que su función pública promoviendo el derecho a una muerte digna no me parezca algo absolutamente loable, sin embargo, se trata de otra cosa. Yo quiero hablarle, más bien, del derecho a la vida, a una vida digna.
   Mi mujer y yo hace tiempo que queremos formar parte del carrusel de la vida, creando nueva vida, y alcanzar esa plenitud que veo en aquellas personas que han sido padres. Sin embargo, hay un problema, no podemos aceptar que esa vida nazca ya dañada, esclava de un sistema que usa la enfermedad como yugo de dominación. Créame, es una situación muy angustiosa.
   Hodgkin captó enseguida el cariz de la conversación, y aunque condescendiente, se afanó por rebajar las ansias subversivas de su atribulado interlocutor.
   ¾Sepa que le entiendo, yo también he sido padre y sé lo duro que puede ser aceptar la lacra de la subyugación genética, pero a pesar de ello, no le aconsejo que siga por ese camino, no sabe usted bien lo proceloso que puede llegar a ser. ¡Hágame caso y no ponga en riesgo su vida, la de su mujer y la de su ansiada descendencia!
   ¾Me temo Sr. Hodgkin que ya he cruzado la línea de no retorno respecto a ese tema ¾dijo Carlos—. Tanto mi mujer como yo sólo somos capaces de imaginar un futuro, el futuro de ver crecer a nuestros hijos en libertad. Ninguna otra opción tiene sentido para nosotros.
   ¾Y bien, ¿qué es entonces lo que quiere de mi? ¾dijo Thomas Hodgkin con tono contrariado.
   ¾Me explicaré sin más rodeos, Sr. Hodgkin. Sus contactos con los marginales son de sobra conocidos y…, yo le suplico que me pertita acceder a ellos. ¡Qué al menos me permita explorar una nueva vía para tratar de romper esta cadena que nos somete!
   ¾Extrañas palabras viniendo de un empleado de la Corporación ¾dijo Hodgkin regodeándose en su mofa—. Pero veo que sus palabras son de sincera desesperación. Seguro que algo cambiaría si hubiera muchos como usted, pero bien, veré que puedo hacer.
   Si ellos acceden recibirá instrucciones precisas. Confío en que usted pondrá de su parte la discreción que un asunto de este cariz requiere.
   ¾Sí, no se preocupe Sr. Hodgkin ¾dijo Carlos con un sentido agradecimiento—. Le prometo estar a la altura del paso que me dispongo a dar.
   Tan sólo fueron necesarios 3 días para que un individuo desconocido se acercara a Carlos y, con un gesto más que discreto,  le entregara un pequeño papel con muchas dobleces que contenía unas coordenadas de posición.
   Una vez en casa, Carlos pudo comprobar que se trataba de un suburbio alejado y muy deteriorado. Le costaría un cierto tiempo alcanzar la posición pero no era imposible y además, muy comprensible. La hora del contacto también era lógica, así que, sin involucrar todavía a su amada esposa, salió de camino hacia lo imposible cuando el sol empezaba a descender por el horizonte.
   A medida que se alejaba del centro de la ciudad, el paisaje iba adquiriendo tonos gris ceniza cada vez más oscuros. El color de la tez de los residentes también cambiaba en consonancia con el entorno y sus rostros cerúleos mostraban cada vez con más descaro las venas que canalizaban un líquido que alguna vez fue sangre pero ahora era más parecido al anticongelante. Tuvo que pasar el punto de control a partir del cual no se garantizaba la salubridad del aire, el agua o la tierra del subsuelo mientras Carlos se dedicaba a tapar con trapos húmedos todas las entradas de aire que poseía el modesto vehículo de combustión metabólica que podía permitirse. Su proverbial hipocondría sufrió un agudo ataque que casi da al traste con su determinación. Sin embargo, Carlos pudo reponerse para alcanzar lo que parecía un descampado semiboscoso. Abandonó el vehículo y comenzó a andar por aquel terreno baldío. El medio metro de maleza que cubría los cascotes de los antiguos edificios de apartamentos proletarios hacia muy difícil el avance  pero aquel era el punto de contacto. Finalmente, se fijó en que a su lado derecho, a unos 20 metros de distancia, se erigía una herrumbrosa puerta metálica delimitada por dos altos pilares de mampostería que parecían pretender poner puertas al campo.
   Carlos se dirigió titubeante hacía la única estructura que todavía se mantenía en pie y al llegar a la puerta deslizó su cuerpo por el escaso hueco que dejaban las 2 puertas eternamente entreabiertas. La sensación de ridículo se esfumó rápidamente al oír el chisporroteo del cable electrificado que nacía a ambos extremos de la puerta y se perdía en la espesura del bosque. Caminó unos diez pasos hacia el interior de la masa boscosa cuando el chasquido de una rama rota le advirtió que no estaba solo. Antes de que la preocupación pudiera contaminar su ánimo, aparecieron ante él dos individuos, uno más alto que el otro, pero con un aspecto físico que destilaba salud por todos sus poros, no parecían pertenecer a la raza de la humanidad imperante. Se acercaron a Carlos e hicieron presa de sus antebrazos justo por debajo de las axilas para acompañarle con sutil firmeza hacia el 4 x 4 solar que esperaba al cabo de lo que parecía una pista forestal.
   En la parte posterior del 4x4 no se veía nada y Carlos estuvo dando botes en su interior durante al menos media hora. La pista  se encontraba en bastante mal estado y estos antiguos vehículos, con su dura suspensión, no hacían el viaje nada confortable. Notó que, más o menos a mitad de camino, bajaron una fuerte pendiente pero la penumbra lo envolvía todo cada vez con mayor persistencia, lo cual dio al traste con cualquier posibilidad de saber donde estaba.
   Se oyó una algarabía infantil y el vehículo se detuvo. La apertura del portón posterior dio paso a una visión extraña. Se trataba de la boca de una mina por la que transitaba libremente un grupo de infantes que parecían celebrar la visita del desconocido. Carlos fue acompañado a la entrada y después de recorrer unos 100 m de túnel, se vio abocado a la contemplación de una visión de fábula. Tenía ante sí lo que parecía una ciudad underground conformada por una especie de plaza natural alrededor de la cual partían de forma radial una serie de túneles a modo de calles. Un individuo, de unos 60 años, les salió al encuentro identificándose como la persona encargada de las relaciones con los medicalizados.
   Carlos no daba crédito a sus ojos al ver como la vida en esta ciudad se desarrollaba de forma armónica y serena como si de una colmena se tratara, donde cada uno tiene su misión perfectamente interiorizada.
   George, que así se llamaba el sexagenario anfitrión, empezó a hablar poco a poco y poniendo las bases necesarias para hacer posible la comprensión entre dos mundos tan distintos.
   Lo primero que sorprendió a Carlos fue ver tanta luz en una mina, luz que parecía natural. George le confirmó que en efecto se trataba de luz natural y le explicó el sistema a través del cual la luz penetraba en el subsuelo. Esta maravilla de la ingeniería estaba formada por grandes cables de fibra óptica que recogían la luz en la superficie mediante unos cristales circulares de gran diámetro encargados de focalizar, a modo de una gran lupa, toda la luz hacia el cable de fibra. Luego estos cables se iban ramificando por los diferentes túneles, perfundiendo todo el espacio con luz, que finalmente era difundida mediante pequeñas lupas divergentes.
   Ante tal avance tecnológico, Carlos comprendió enseguida que no se encontraba delante una sociedad atrasada o retrograda, y el mito de los marginales comenzó a deshacerse lentamente en su interior. Aún así, Carlos tenía muchas dudas acerca de aquella gente, cómo estaban organizados, cómo era su día a día, cómo combatían la enfermedad. Mientras accedían a lo que parecía un centro público encastado en la roca, George le transmitió serenidad con una mirada condescendiente que parecía decir “todo a su tiempo, Carlos”.
   Una vez en el interior del edificio, accedieron a una estancia fronteriza con la roca viva y se sentaron cómodamente alrededor de una mesa circular. Su anfitrión le ofreció un vaso de zumo de zanahoria y continuaron su animada y asombrosa charla.
   ¾Hace años que vivimos al amparo de esta mina pero además no somos la única comunidad de sangre limpia que existe en la Tierra. Existen otros grupos como nosotros, con los que mantenemos una comunicación casi diaria. Durante todos estos años el mundo de la superficie y nosotros hemos adoptado formas divergentes de organización. Ellos han optado por la dominación tiránica y abominable mientras que nosotros nos hemos entregado a un sistema que llamamos democracia de las ideas y que consideramos como la forma de organización socio-política más evolucionada del ser humano.
   Ante la atónita pose de Carlos, el ya cansado George Huntington prosiguió con sus explicaciones.
   ¾La característica angular que define este sistema es la concentración de la autoridad en las ideas, no en las personas. Es decir, se trata de un sistema de consenso social permanente en el que el destino de la comunidad es decidido entre todos, de manera que la autoridad jamás se concentra en una persona o grupo de personas. Aquí no hay presidentes, ni gobiernos, ni individuos que detenten el poder. Aquí el poder sólo lo tienen las ideas, las mejores ideas.
   Parece complicado pero la tecnología actual nos lo ha puesto muy sencillo. Todos disponemos de nuestros “demófonos” donde los asuntos que requieren decisiones se plantean telemáticamente y el pueblo vota las mejores soluciones. Esto se hace para cada asunto y de esta manera es como si el pueblo hablara y expresara su voluntad constantemente.
   Carlos sintió incluso cierto vértigo ante tal despliegue de libertad individual y quedó maravillado y a la vez convencido de que este era el entorno en el que quería ver crecer a sus hijos. George prosiguió su descriptiva charla.
   ¾Además, otro de los pilares fundamentales en los que se apoya nuestra sociedad es la plena integración con la Naturaleza y el modo de vida sostenible. Vivimos en armonía con nuestro entorno, al ritmo que nos impone la Naturaleza en comunicación constante con el medio natural. La luz natural nos permite cultivar nuestros alimentos en el interior de la mina y nuestra ropa así como lo que hay en el interior de nuestras casas procede de productos naturales ligeramente procesados. No nos permitimos el lujo de crear materiales sintéticos que luego no encuentran su lugar en el ciclo de la vida. Además, cada día hacemos una carga masiva de energía solar en nuestros acumuladores y esto nos permite cubrir nuestras necesidades energéticas también por las noches.
   ¾Pero, ¿qué pasa si os ponéis enfermos? ¾dijo Carlos mostrando cierta ansiedad.
   ¾Aquí abajo, la enfermedad no existe como concepto ¾prosiguió George. Ya ves cuan alejados estamos de vosotros. Aquí, cuando una persona enferma, su estado se considera algo natural y se trata naturalmente buscando siempre que el cuerpo no pierda la comunión con el entorno. Acumulamos un enorme saber y experiencia entorno a la “farmacología” natural y la muerte es considerada como una forma natural de volver a la Naturaleza de donde nunca nos alejamos demasiado.
   A estas alturas de la conversación, Carlos se encontraba plenamente convencido del paso que acababa de iniciar y quiso saber sobre el proyecto de ocupar otro mundo para empezar desde cero con un modelo de sociedad que podríamos llamar saludable. Carlos no pudo esperar más y preguntó a quemarropa.
   ¾Quiero saber sobre el proyecto Europa. Sé que estáis planeando una misión en ese satélite, que queréis huir de la Tierra.
   ¾Bueno Carlos, no vayas tan deprisa. Si bien es cierto que desde que se descubrió el océano interior de Europa como fuente casi inagotable de oxígeno y se montaron las primeras bases estables, hemos soñado con refundar una nueva civilización humana en Europa, sin embargo, el proyecto está todavía muy verde. Aún así, estamos seleccionando personas excepcionales para enviar una primera avanzadilla con el fin de preparar el gran éxodo.
   ¾Y la cuestión es saber si mi esposa y yo somos personas excepcionales, supongo ¾se adelantó nerviosamente Carlos, interrumpiendo al sexagenario.
   ¾Debes serenarte Carlos. Comprenderás nuestras reticencias respecto a una persona que viene del otro lado. ¡Por Dios, eres un medicalizado!
   ¾Sí, pero mi intención de crear vida me ha hecho ver las cosas claras. ¿No tiene esta decisión más valor precisamente por venir de donde vengo?
   ¾Tu decisión te honra y créeme que la tendremos muy en cuenta pero debes reflexionar un poco más. Todavía hay tiempo, tenemos un viaje previsto para dentro de pocos meses. Te recomiendo que lo hables con tu mujer y si os consideráis preparados para una vivencia de esta responsabilidad, nos hagas llegar tu voluntad a través del señor Hodgkin. Todavía hay demasiadas cosas que no entiendes de nuestro mundo y nosotros debemos estudiar tu pasado y el de tu esposa para saber si reunís los requerimientos mínimos para una misión de esta importancia.
   —Ten por seguro que no os defraudaremos, señor Huntington. Mi esposa y yo hemos vivido adormilados durante muchos años pero el deseo de ser padres nos ha devuelto la lucidez perdida.
   —Qué así sea, señor Chagas —sentenció Huntington—. Creo que tu visita ha terminado, te acompañaré a la salida.
   En el viaje de vuelta hacia la puerta, Carlos se fue fijando con fruición en todo aquello que formaba parte de aquel entorno subterráneo hasta que un pequeño cuerpo de niña se entrometió en su campo de visión.
   ¾¿Qué le sucede a aquella niña? ¾preguntó ágil.
   ¾Está enferma ¾dijo George contrariado.
   ¾¿Qué tiene? ¾preguntó de nuevo con la intención de ayudar.
   ¾Gastroenteritis, pero no conseguimos detener la diarrea con nuestros remedios.
   ¾Actualmente, la gastroenteritis es muy fácil de tratar con los fármacos adecuados. Creo que tengo alguno en el coche ¾dijo Carlos solícito.
   ¾¡No!, la niña debe morir… antes de que esa peste farmacológica vuestra corrompa irremisiblemente la pureza de nuestra raza. Sólo dejando actuar plenamente a la sabia Naturaleza podemos evolucionar. Lo que hacéis vosotros ahí fuera va contra natura. Sostenéis a los débiles, les permitís tener hijos y la especie humana se debilita cada vez más. El refinamiento genético es absolutamente imprescindible si queremos sobrevivir como especie.
   Carlos no tuvo más remedio que proseguir su camino, fuertemente contrariado con aquella imagen agridulce que le producía un cierto vértigo. El vértigo de la libertad para enfermar, el vértigo de caminar por la vida sin ningún tipo de protección, una forma de vida definitivamente más auténtica pero también mucho más peligrosa.

No hay comentarios: