domingo, 1 de noviembre de 2009

La Castanyera


Es tradición en Cataluña que por Todos los Santos se honre la memoria de los difuntos comiendo boniatos y castañas calentitos, intercalados con traguitos de vino dulce para facilitar la deglución. Como si de una metáfora alegórica se tratara, no hay mayor difunta en la sociedad actual que la figura de la Castañera.

Como suele pasar en estos tiempos de desarraigo y pérdida de identidad cultural, hacemos muchas cosas simplemente porque son tradición pero sin tener la más remota idea de su significado.

En muchas ocasiones el origen de las tradiciones es esencialmente pragmático, y el paso de los años le va dando un significado simbólico que va diluyéndose hasta el punto de que las personas empiezan a preguntarse por qué hacemos tal o cual solemne tontería, paso previo al abandono de la centenaria costumbre.

Un ejemplo muy claro en este sentido es la famosa engullida de uvas al son de las doce campanadas, que no es más que el fruto del ingenio de los viticultores españoles y de la sobreproducción acaecida en al año 1909. Esto superó a todos los anuncios de Freixenet juntos. Sí, sí, no es una tradición milenaria que esté escrita en la Biblia. Ahora, al que no se come las uvas en Nochevieja le espera un año de mala suerte y de penitencia en el consultorio de Rappel. Es tal la estrechez de miras, que podemos vivir en este limbo del empacho uvífero durante cientos de años, sin que a nadie se le ocurra que ningún país del mundo realiza semejante extravagancia para celebrar el año nuevo.

En el caso de Todos los Santos ocurre tres cuartos de lo mismo. En este caso el origen no es tan pícaro como en el de los viticultores. Indudablemente hay una raíz religiosa que se remonta a muy antiguo pero el aderezo castañero responde más bien a razones prácticas. Si en la Edad Media ibérica no se hubieran tocado tanto las campanas o no hubiera habido tanta escasez de cereal, los campaneros, y por extensión, toda su familia, no hubieran necesitado atiborrarse a castañas para seguir meneando el badajo durante toda la noche.

Fue así, como las familias empezaron a complementar su aporte de hidratos de carbono en esta noche tan respetuosa, y lo del vino dulce o blanco supongo que responde a una cierta deferencia por los muertos, para que aquello no pareciera una bacanal.

Y en este ambiente socio-cultural destaca la protagonista de mi post, la Castañera. La perdida figura de la matriarca, que aglutina a toda la familia en torno a la lumbre para alimentarla en los oscuros tiempos medievales. Esa matriarca que venía al mundo con la única función de parir, criar y propagar la especie humana. Era una figura femenina que se me antoja muy cercana a la primitiva mujer de las cavernas, ¿no fue la edad media una caverna?

Pero llegó el siglo XVIII, y con la revolución industrial, la mujer tuvo que echarse a la calle, a trabajar fuera de casa. Y con ella la Castañera, que montó su puesto ambulante de venta de castañas calentitas y tuvo que doblegarse a alimentar a extraños a cambio de unas monedas. Automáticamente, la Castañera perdió su motivación, su razón de ser. Aquello ya no era alimentar a los necesitados, era un espectáculo recreativo, una golosina para las frías noches de invierno viendo a la Castañera hacer saltar a su producto en el circo de la sartén agujereada.

Y como todo espectáculo, está sujeto a la moda y por tanto, pasa de moda. Ahora, las Castañeras, son simplemente fotografías veladas de un tiempo pasado, más oscuro que el culo de sus sartenes, que han pasado de ser un puntal alimenticio social a verdadera población marginal. Queda el tiempo que duren nuestros abuelos, la Castañera morirá con esa generación.

Y como no sabemos por que hacemos las cosas, abrazaremos con nuestro estado de natural alienación, una cosa que llaman Halloween. Porque a los niños les gusta más, porque así nos disfrazamos de vampiros, de zombies, de brujos y de brujas y de paso nos pintamos el pelo color panocha más propio de otras latitudes.

Quizá las Castañeras puedan reconvertirse en Calabaceras.

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