Hace bastantes años que imagino la vida humana, la del individuo, como un proceso de crecimiento dividido en 2 etapas.
En la primera etapa, el proceso se me antoja de ascensión, cuesta arriba, de acopio de experiencia y conocimientos. Sin embargo, la segunda etapa sería una etapa reflexiva, cuesta abajo, de creación de nuevas ideas. En la primera parte, descubrimos el mundo y nos preguntamos por qué es así, y queremos cambiarlo; es una etapa reivindicativa. En la segunda parte, aceptamos la realidad y hacemos cálculos de que porcentaje de esa realidad podemos cambiar con el arsenal acumulado, como preparándonos para aceptar el balance final.
El punto que separa ambas etapas sería lo que he venido en llamar punto de inflexión, entre la primera etapa cóncava y la segunda convexa. Además, siempre he tenido la sensación íntima de que yo sería capaz de percibir ese punto de inflexión, esa transición entre la juventud y la madurez.
No cabe decir que la percepción de esta transición nos recuerda el inexorable transcurrir del tiempo y nos anuncia una todavía lejana vejez, pero no deja de ser un aviso sereno y tranquilo de algo que siempre habíamos considerado ajeno, el envejecimiento.
Una vez superado este punto, parece difícil emprender nuevos ascensos que nos llevarían a otras cumbres desde las que dejarnos caer. Ya caemos y la inercia no nos deja invertir el sentido del movimiento, aunque podemos hacer pequeños movimientos ondulatorios que no son más que esfuerzos por evitar el imaginado fin que nos espera al fondo del valle. Diríamos que la suerte esta echada, que no hay vuelta atrás, y por otro lado, ya está bien de tanto esfuerzo, es hora de disfrutar de los ahorros acumulados.
En un intento más de resistirme a esta transición, me pregunto qué le tiene que suceder a una persona para invertir esta tendencia. Lo cual sería como volver a nacer en otra vida, comenzar a ascender hacía otras cumbres que se vislumbran en la lejanía. Supongo que para volver a nacer, primero es necesario morir, así que la respuesta a esta pregunta se me antoja trágica, de ruptura, algo que sólo el destino es capaz de imponernos, ya que el ser humano es incapaz de autoinducirse la muerte, perder todos sus apoyos para volver a nacer.
Supongo, que después de cierto tiempo de resistirme a lo inevitable, oteando nerviosamente el horizonte, aceptaré el movimiento de caída, cobrándome en felicidad lo que tengo que pagar en vejez.
2 comentarios:
Hola Joan,
Maravillosa reflexión sobre las etapas de la vida. En la antigua India la vida se dividía en tres etapas: 0-20 años: crecimiento y aprendizaje; 20-40 años: reproducción, trabajo, mantenimiento de ascendentes y descendentes; 40-60 años: filosofía.
Creo que las dos etapas que describes son el resultado del cruzamiento de tendencias; una que crece con la edad (la que acaba resultando en la madurez) y la otra que decrece (la que experimentamos en la primera parte de la vida). Existe un reducido grupo de gente que es capaz de mantener gran parte de la energía de la primera parte durante la experiencia de la segunda: los grandes creadores y los sabios que mantienen la curiosidad infantil hasta el final.
Tus posts ganan en profundidad con el tiempo, como el buen vino.
Felicidades!
Te agradezco de todo corazón tus palabras de aliento. Ciertamente, me doy cuenta de que no existe mayor aventura que el viaje interior, aunque sólo sea para arañar un poco las puertas de la conciencia.
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