Vuelvo de nuevo a insistir en el tema de la economía mundial. Y en esta ocasión me gustaría resaltar la perversidad de este juego que llamamos economía y que es algo más que comprar y vender cosas.
En mi entrada anterior, ya pedí disculpas a los economistas por profanar la materia de su devoción pero debo confesar que le estoy cogiendo el gustillo.
Para mí, el vocablo economía cobra su sentido del vocablo intercambio, las cosas muestran su valor, en tanto en cuanto, son intercambiadas entre personas. ¿Vale lo mismo un saco de patatas para el rico que para el indigente hambriento? He utilizado la expresión “muestran su valor” porque su valor no es algo intrínseco a ellas que pueda ser indicado como cualidad, sino que es algo cambiante que se manifiesta cuando se produce la transacción. Y no digamos cuando consideramos la introducción del dinero como contrato de compra-venta. Y dando un paso más hacia la subjetividad, el dinero dejó de estar respaldado por algo físico y de valor tangible (el oro, metal precioso y preciado por su escasez) y fue entonces cuando construimos al gran castillo de naipes de la avaricia, la codicia y la desigualdad. Porque no nos engañemos, la economía mundial se basa en eso precisamente, en que un saco de patatas no vale lo mismo para un rico que para un indigente hambriento.
Es decir, la palabra economía es, stricto sensu, equivalente a desigualdad.
Analicemos por un momento como aumentamos nuestra riqueza cada uno de nosotros. Yo compro algo material, pongamos un piso que tiene un precio en un determinado contexto socio-económico, lo guardo durante un tiempo y a continuación lo vendo bajo otras condiciones socio-económicas más favorables que hacen aumentar su precio. Al venderlo, yo me enriquezco y el que lo compra se empobrece. Yo, avalado por el sistema, he abusado del comprador. Pongamos otro ejemplo. Una empresa tiene dificultades para salir adelante y por esta razón vende muy barato su producto para así aumentar las ventas. Al comprar, yo me enriquezco y la empresa se empobrece. Con esta transacción vuelvo a incrementar la desigualdad.
Asimismo, también reconozco que hay multitud de ocasiones en que mi riqueza ni crece, ni mengua al hacer operaciones económicas. Pero donde está la perversidad del juego, pues en que siempre que alguien se enriquece es indefectiblemente a costa de que alguien se empobrezca. Así que no nos engañemos, en este juego de relatividades existen pobres porque hay ricos y viceversa.
Luego, algunos ricos intentan expiar sus pecados, que saben que los tienen, dando a los pobres algo de la calderilla que les sobra.
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