lunes, 26 de octubre de 2009

El señorito satisfecho


Desde que formo parte del sistema productivo, he observado que con cierta frecuencia sufro brotes anarco-utópicos que me hacen preguntarme el porqué de nuestra sociedad productivo-consumista.

En un devaneo imaginario, se me hacen posibles los fines de semana de 3 días o que todo el mundo trabajara de 8 a 15 horas. Pero, ¿cómo es esto posible? Pues por pura extrapolación humanitaria. Por ejemplo, mi abuelo o incluso mi padre trabajaban los sábados como un día más de la semana laboral, y fueron los modernos logros del trabajador, los que por compasión humana nos permitieron disfrutar de fines de semana de 2 días (las famosas 40 horas semanales). En Francia, a punto estuvieron de conseguir la reducción a 35 horas semanales, es decir, que si quito 3 horas más (o pongamos que fuerzo la máquina un poco) ya tenemos fines de semana de 3 días.

Existe, por tanto, una arbitrariedad a la hora de fijar el calendario laboral, o lo que es lo mismo, las exigencias productivas del sistema. Es fácil percibir que debe haber un equilibrio entre lo que debo producir y lo que quiero consumir. Cuanto más quiero, más debo esforzarme (productor y consumidor), más debo forzar la máquina del sistema.

Qué me perdonen los economistas pero a mi esto de la economía siempre me ha parecido algo artificial, como un juego –el monopoli, ¿quizás?-.

Y es precisamente en esta subjetividad que percibo en el sistema económico mundial donde prende mi candorosa idea de los trinos fines de semana.

¿Por qué no podemos bajar las revoluciones del motor de la economía mundial, en aras de una mayor calidad de vida? Tan sólo se trataría de bajar hasta un nuevo escalón de equilibrio deseo-producción.

Ya os imagináis donde termina esta historia. El balance último se encuentra en rebajar nuestro deseo hasta lo estrictamente necesario para vivir. En esta situación desaparecería el concepto de fin de semana porque las semanas no tendrían ni principio ni fin, donde el hombre trabajaría para vivir.

Una vez que nos hemos despojado del sofisticado traje de la economía mundial y observamos al hombre en su lucha diaria por subsistir, podemos hacernos nuevas preguntas.

¿Favorece la sobra de medios a la vida?, ¿es mejor la vida de un aristócrata heredero?, ¿crece y vive mejor aquel que nace en un entorno de abundancia y prerrogativas?

Mi sincera respuesta es no. Y es la misma respuesta que Ortega da en su libro La Rebelión de las Masas. Para mi, toda vida es lucha y se compone del esfuerzo por ser sí misma. Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son precisamente las que le dan sentido.

Desde mi punto de vista, el ser humano sólo crece ante la dificultad, en caso contrario degenera, se vuelve amorfo y sin sentido.

Ahora entiendo la vida monacal de aquellos monjes que se encierran en un monasterio, no sólo para orar, sino para reproducir así, a escala de laboratorio, la dicotomía esfuerzo-crecimiento.

Por esta razón me apeno, cuando veo al hombre de clase media de hoy en día comportarse como un señorito satisfecho. Tiene la errónea impresión de que la vida es esencialmente fácil, y se reafirma a si mismo tal cual es, dando por bueno y completo su haber moral e intelectual y descartando, desde mi punto de vista, toda posibilidad de crecimiento.

2 comentarios:

carles p dijo...

Hola otra vez, Joan,

Dices verdades como puños, precisamente porque las sientes como experiencia viva. La comparación de la vida monacal como la del laboratorio microscópico de experiencia/evolución me parece apropiadísima. De hecho, los meditadores Zen experienciados siempre dicen que lo que practican ellos no se puede explicar, hay que vivirlo. De forma individual, pero como experiencia "quasi científica" compartida, intersubjetiva.

El sistema actual, ya sabes, mima la regresión y el mantenimiento de los estadios poco desarrolladas.

Me pregunto qué pasaría si aquellos que necesitan aumentar sus ingresos en proporción geométrica se llegaran dar cuenta de que, simplemente con esta pauta se comportamiento, cada día son más pobres (y esto no es ninguna paradoja Zen).

Una abraçada

Juan Francisco Caturla Javaloyes dijo...

Gracias Carles por tus estimulantes comentarios. Sigo aprendiendo.