Decía
la máxima latina “divide y vencerás” y en los convulsos años 20 de este siglo
XXI, se vuelve a presentar como el primer paso para la resolución de los
problemas que nos acucian.
A nivel
sanitario con la pandemia COVID, hemos podido comprobar que el aislamiento y el
bloqueo del trasiego de personas han sido determinantes para cortar la cadena
de contagios de este indeseable virus que tantas vidas a segado. Es decir, algo
que empezó en un mercado de Wuhan ha alcanzado rápidamente todos los rincones
del planeta y ha sido necesaria la segmentación (restricción de la libertad de
movimiento, pasaporte COVID, vacunas administradas a distintos grupos
poblacionales, etc…) para atajar la crisis sanitaria mundial que hemos
padecido.
La
invasión de Ucrania por parte de Putin ha sido el segundo hecho luctuoso que ha
puesto de manifiesto las desventajas de la globalización. Hemos podido
comprobar como un problema regional causaba una crisis energética, económica y
alimentaria mundial.
La
globalización lleva años haciendo que todo el planeta se comporte como un ente
unitario en la que cada una de sus partes se ha especializado en una función
orgánica y la suma de todas ellas permite que Gea siga viviendo.
Y de
nuevo, hemos tenido que segmentar, poner barreras y buscar la autosuficiencia
para atajar los efectos perniciosos que la guerra en Ucrania bombea hacia todo
el planeta.
La
globalización transforma el planeta entero en un ente orgánico que se comporta
como cualquier organismo vivo en el que todos sus órganos trabajan al unísono.
Qué pasa cuando el hígado trabaja mal, o cuando el riñón no funciona o no
digamos si tenemos un problema en el cerebro. Todo nuestro ser funciona mal,
toda nuestra supervivencia se pone en riesgo. Esto es el símil de lo que
representa la globalización para la especie humana. Cualquier desajuste local
se convierte de inmediato en un problema global.
Y tal
como ya han empezado a vislumbrar las avezadas mentes del foro de Davos, la
solución pasa por cargase la globalización. Se trata de poner cortafuegos,
barreras que segmenten el campo de juego de manera que podamos actuar sobre la
parcela que funciona mal sin comprometer todo el sistema.
Yo
estoy de acuerdo, para mí la globalización ha acarreado siempre más problemas
de los que ha solucionado porque siempre se ha comportado como un mecanismo que
favorece a los grandes flujos de dinero que campan a sus anchas con en el
escenario global. La globalización ha sido el mecanismo por el cual hemos
podido delinquir fuera de nuestra casa, y me explico. Hemos podido pagar
sueldos que no pagaríamos en nuestra casa, exigir condiciones laborales que no aceptaríamos
en nuestra casa, pagar unos impuestos irrisorios que tampoco pagaríamos en
nuestra casa, maltratar el medioambiente como no nos atrevemos a hacerlo en
nuestra casa (contaminar, ensuciar, desforestar, sobreexplotar, etc…). Vamos,
convertirnos en auténticos hooligans que no toman el té a las 5 levantando el
dedo meñique.
Dicho
esto, nos encontramos con el siguiente problema a resolver: definir cuál es la
unidad funcional que nos define y nos permite ser autosuficientes. Si le
preguntamos a un catalán, se apresurará a decir que es Catalunya pero quizá
sería España o hasta la Unión Europea, la que podríamos definir como nuestra
unidad funcional. Mucho me temo que abordaremos esta cuestión, no desde el
pragmatismo y la funcionalidad, sino desde el corazón o incluso desde el
cerebro reptiliano.
¡Qué
los campos de Castilla vuelvan a producir trigo! ¡Qué España sea energéticamente
autosuficiente, con nuestro sol, nuestro viento y nuestro mar! Quién piensa que
vamos a pasar hambre en España con nuestra agricultura y nuestra ganadería.
Vuelta
a la autarquía porque debemos limitar la capacidad del ser humano de “explotar”,
en el sentido más explosivo del término, el planeta Tierra poniendo mamparos de
contención que contengan a Putin y a todos sus hijos.
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