En esta serie de entradas, me propongo volcar mis reflexiones sobre un grupo de palabras que conforman mi vida y la de la sociedad actual. Por describir situaciones o hechos cotidianos, hemos aceptado su significado sin darnos cuenta de hasta qué punto resultan odiosas. El análisis sosegado de estas palabras nos permite descubrir la subyugación que llevan implícita y entonces, revelarnos contra estos odiosos consensos a los que nos tiene sometidos la sociedad del “bienestar” en la que estamos inmersos. ¡COMIENZA LA REVOLUCIÓN!
PRISA. Prontitud
y rapidez con que sucede o se ejecuta algo. (RAE)
Ya desde la
propia definición de la palabra prisa, vemos que lleva implícita una carga, un
tributo al dios Cronos a cambio de algo que necesitamos urgentemente o con
premura. Es decir, que en la realidad en la que estamos inmersos hay un hecho
que no puede esperar, que pasa por encima de todas las demás cosas focalizando
toda nuestra energía vital en un solo punto y concentrando toda nuestra vida en
una singularidad que se presenta como una condición inapelable para seguir
viviendo.
Todo queda en suspenso,
aplazado, hasta incluso nuestro discurso sensorial queda cancelado con el ÚNICO
objetivo de conseguir esa meta que nos hemos impuesto como rubicón en nuestra
vida.
Asimismo, la
prisa como forma de actuar y a veces, por desgracia, forma de vivir, lleva
implícita toda una serie de emociones negativas como la angustia, el miedo, la
desesperación. Nos perdemos el respeto a nosotros mismos y anteponemos un hecho
externo por encima de nuestra propia integridad con la excusa de que será por
un breve espacio de tiempo. La adrenalina y el cortisol inundan nuestras venas
como claro reflejo fisiológico de que estamos en un aprieto, en pie de guerra,
preparados para luchar contra el enemigo que no es otro que el mismísimo
tiempo.
En esta lucha
encarnizada, nuestro cerebro empieza a sacudir y distorsionar al enemigo, es
decir, al tiempo. Intentamos alargar los segundos, los minutos y las horas,
estirándolos, como si metiéramos con calzador un montón de notas en un mismo
reglón del pentagrama de la vida. Se trata de un intento desesperado, y también
creativo, de densificar nuestra vida, de concentrar nuestro continuo vital por
unidad de tiempo de tal manera que si siempre viviéramos así, Dios no lo quiera,
viviríamos 2 o 3 vidas en lugar de 1 en el periodo natural de existencia de un
ser humano.
Sin embargo, el
tiempo se resiste y lucha ferozmente en sentido contrario haciendo que las
unidades de tiempo nos parezcan cada vez más cortas y rápidas en su discurrir.
En esta situación
de enajenación mental, de conciencia alterada, cometemos errores, algunos se
pueden subsanar a consta de consumir más tiempo, otros son ya irremisibles y
tendremos que aceptarlos. “Las prisas son malas consejeras” o “vísteme despacio
que tengo prisa” se suele decir. El desgaste es tremendo, tanto que llega
incluso a poner en riesgo nuestra integridad física. Lo dicho “no respetamos ni
nuestra propia vida” en pro de alcanzar un objetivo que se nos antoja
importantísimo, vital.
Y es ahí donde se
encuentra el quid de la cuestión, en la cantidad de importancia dada a las
urgencias. Todos tenemos claro que ante una parada cardiorrespiratoria sería
conveniente actuar con “prisa”, aquí totalmente justificado pero y si actuamos
así, como si experimentáramos un paro cardiaco, de forma rutinaria, para ir a
por el pan, llevar a los hijos al cole, terminar un trabajo, ducharnos, etc…
Entonces, está claro que viviríamos en pie de guerra toda nuestra vida. En
tiempos de confrontación se habla de economía de guerra y este mismo concepto
sería aplicable aquí como “vida de guerra”.
A estas alturas
del texto, ya hemos intuido que la prisa tiene mucho que ver con las
percepciones subjetivas de la importancia que le damos a cada cosa. También
tiene que ver con nuestra ansia de vivir, y si existe ansia, existe desarreglo,
falta de armonía, descontento con nosotros mismos.
También he de
decir que esta sobre explotación de nuestros recursos que es inherente a la
prisa, a veces, me ha producido resultados curiosamente sorprendentes y
creativos pero han sido las menos. En general, incluso llegando a tiempo, se
nos queda el regustillo amargo de la autohumillación a la que nos hemos
sometido durante el proceso apremiante.
Entonces que
podemos hacer ante esta manera odiosa de vivir, recapitulemos.
Primero, nada es
tan importante como nuestra propia vida, así que todo debe acompasarse a
nuestro reloj vital.
Segundo, un poco
de planificación no viene mal en tanto en cuanto significa el reconocimiento
implícito de la finitud de nuestras vidas.
Tercero, yo solo
corro por ilusión y pasión, todo lo demás puede esperar.
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