Aquel
día de otoño me recibió con un ambiente brumoso que sintonizaba perfectamente
con mi propio estado de ánimo interior.
Al
asomarme a la ventana recién levantado pude ver como la calle se desdibujaba en
la pugna entre la luz del día que quería despuntar y las tinieblas de la noche
que se resistían a abandonar las horas que les son vedadas.
La
calle parecía contar la historia de un mundo perdido, lleno de olvido, de
sonidos lejanos, de lejanía en sí mismo. La realidad clara y llana de los días
soleados había dado paso a otra realidad llena de recovecos, sombras y
dobleces. Una realidad ignota, que escondía muchas cosas, cosas que no querían
ser vistas, quizá por su fealdad, quizá por sus oscuras intenciones. La calle
se había vestido de gris, un color que no está en el arcoíris porque no
pertenece a la luz pero tampoco es oscuridad.
Es el color que deja entrever, el color de las sombras, que delata las
presencias sin hacerlas manifiestas.
El
color gris representa la eterna pugna entre la luz y las tinieblas, es ese
limbo o purgatorio que no se decanta ni a favor del bien, ni a favor del mal.
Es un lugar de tránsito en el que pululan los seres decidiendo su camino hacia
lo luminoso o hacia lo oscuro. Todo se permite en el color gris, es un color que
no toma partido, no juzga. Quizá es el color de las ánimas antes de ser
redimidas.
Aquel
día de otoño todo era gris, ¿no es el otoño una estación de tránsito? La
estación de las sombras que resbalan fugaces sobre las cortezas de los troncos
desnudos, sobre las tapias mohosas, sobre las oscuras pátinas de los charcos de
la calle.
Aquella
mañana de otoño la realidad se mostraba velada, y conformaba una especie de
laberinto de claroscuros que conectaba directamente con mi laberinto mental en
el que me encontraba atrapado buscando desesperadamente una brizna de alegría.
Pero el
otoño no está para alegrías. El otoño sólo nos puede brindar su decadencia
protectora que no exige más, que se conforma y que acepta infinitamente el
transcurrir del tiempo hacia el inexorable final. ¡Me reconforta!
De
hecho, es mi estación favorita, tan humilde, tan dócil, sin mayores
pretensiones que la de apagarse, extinguirse, oscurecerse definitivamente.
En
definitiva, el gris es un color de dos caras, empiezas viendo una para terminar
viendo la otra, estás obligado a caminar, a removerte, a pasar por la puerta
del gris.
Así
que, el color gris es una puerta. ¿Qué hay tras ella? Eso ya depende de ti.
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